¿Cómo le explicaremos a los niños la corrupción que vive el país?

«No cerremos los ojos, la corrupción ha llegado» afirmó el contralor general de la República, ante denuncias, acusaciones y críticas suscitadas por los casos Penta, SQM y Caval

Por Director

15/04/2015

Publicado en

Columnas

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danieltilleria

«No cerremos los ojos, la corrupción ha llegado» afirmó el contralor general de la República, ante denuncias, acusaciones y críticas suscitadas por los casos Penta, SQM y Caval. Por su parte, la Presidenta Bachelet expresó: «no destruyamos la honra de las personas que a lo mejor no han hecho nada (…) dejemos que las instituciones funcionen». De allí en más, en un verdadero «chipe libre», los implicados salieron raudamente a defenderse, intentando mostrarse limpios ante los ojos de Chile, parecer probos, esgrimiendo excusas patéticas. La dirigencia política en tanto (opositora y de la otra), también obtuvo rédito, culpando o expiando, pero ninguno de ellos, de ningún partido, pensó ni denunció la repercusión que estos hechos, graves, generan en cada escolar.

El impacto de la corrupción deteriora, carcome a las sociedades democráticas e implica muchos más campos y contextos de los que a veces visibilizamos: penetra en lo más profundo del tejido social, socavándolo, y por sus características intrínsecas posterga, excluye, silencia, enajena, extorsiona,  discapacita y hasta cobra vidas inocentes. La corrupción no sólo provoca daños simbólicos, físicos, sociales o económicos sino que se suma a otro tipo de deterioro, el ético y el moral que, humanamente hablando, no representa un problema menor. La Escuela entonces, como institución del entramado social, no es inmune ni está al margen de dichos acontecimientos, por lo que también se ve afectada, desbordada y atravesada por estos hechos ignominiosos. ¿Cómo explicamos al alumnado que la corrupción no debe ser la norma ni el paradigma dominante en una sociedad que decimos querer mejorarla?

Cuando en una sociedad abierta, plural y democrática se generan actos de corrupción, los directamente perjudicados son los más vulnerables, los más desposeídos y aquellos que, por falta de conocimientos e igualdad de oportunidades, aún necesitan aprender a discernir entre lo que es éticamente correcto y aquello que no lo es. Y aunque la corrupción implica directa connivencia de ciertos sectores de poder, los mismos no discriminan por sexo, por clase social ni por nivel sociocultural: detrás de estos delitos siempre hay ciudadanos damnificados, siempre hay víctimas, siempre hay perdedores.

Los educandos, niños, niñas, jóvenes y adolescentes en formación son sujetos sensibles a los diversos actos y ejemplos poco felices que como sociedad tenemos que advertir y vivenciar, hechos de corrupción que se denuncian pero no siempre se sancionan como es debido, como lo indica la legislación vigente porque, incluso, hay tráfico de influencias, ahí es cuando el escolar asoma vulnerable: si tal roba, si el otro miente, ¿por qué yo no puedo?, ¿no somos todos iguales? La escuela precisa construir y asirse de argumentos urgentes que satisfagan y orienten el accionar ético de los aprendientes.

Sin embargo, no es fácil el abordaje pedagógico de la corrupción, ¿cómo explicamos al interior de las aulas a los alumnos y alumnas que los desvíos de fondos públicos son delitos tan graves como aquel que arrebata un celular en el metro? ¿Cómo le explicamos a nuestros adolescentes que ese dirigente de apellido rimbombante, que aparece sospechado en los medios, que usa ropa cara, fina y de marca, que pasea en un auto de alta gama, que luce un bronceado Caribe y se exhibe fanfarrón con una top model, al evadir impuestos no es un «ganador» ni mucho menos un «vivo», sino que es un vulgar delincuente que está, entre otras cosas, perjudicándoles y robando el futuro, el derecho a la educación de calidad y la salud a miles de niños, jóvenes adolescentes? El debate sobre ética y transparencia debe entrar en las aulas.

Denuncias en medios de prensa indican que las personas implicadas en bullados desfalcos, en calificados sobornos, en grandes fraudes fiscales o en la evasión de cifras millonarios mediante estafas impositivas, no son sujetos sin formación académica ni vulgares ladrones de gallinas, son reconocidas personajes públicos, carismáticos dirigentes, célebres empresarios e incluso seductores políticos, que en sus fogosos discursos fundamentan preocupación, compromiso e interés por el «servicio público», haciéndonos sentir que nos hacen un favor personal con estar allí, en ese lugar de la política, muchos de ellos poseedores de importantes títulos de grado e incluso posgraduados en prestigiosas universidades extranjeras. O sea, son personas formadas, cultas y capacitadas, que saben perfectamente que lo que están cometiendo no es una infracción menor y, por lo tanto, es delito punible. ¿Cómo validar el rol de la educación ante la trampa de la ilustrada delincuencia de cuello y corbata?

Cuando hechos de corrupción incuestionable, que no sólo perjudican las arcas fiscales sino también minan la moral y la credibilidad en las instituciones, se hacen públicos y se masifican, multiplicándose en diarios, noticieros, portales informativos o simplemente corriendo de boca en boca, de ciudadano en ciudadano, con preocupación me pregunto cómo influye en  nuestros niños, jóvenes y adolescentes, los educandos de los sectores más desfavorecidos y olvidados de la sociedad, a esos que, sin ningún pudor, comúnmente se les argumenta y machaca hasta el hartazgo acerca del esfuerzo, del sacrificio, de la honradez, la probidad, el valor del trabajo y de la ética pública, etc., ¿qué mensaje vacío se le da a los sujetos de aprendizaje que se enteran por los medios masivos de comunicación sobre el accionar delincuencial de algunos notables ciudadanos, esos que lo tienen todo, pero que igual quieren atesorar todavía más? Es decir, acumular más para dominar a otros en un país desigual. ¡De cuál distribución de la riqueza hablamos!

Para todos aquellos que tenemos algún tipo de responsabilidad social, en la cual evidentemente me incluyo, la ejemplaridad es muy importante para sostener las opciones éticas y morales de nuestros connacionales y, en particular, de nuestros escolares. No podría quedarme afuera, mirando como simple espectador ni llamarme a silencio. ¿Y si todos exigiéramos, desde nuestros lugares de acción, castigar con firmeza la impunidad y la connivencia?

Como educador, como formador de formadores, pero también como simple ciudadano que vive de su salario, me intranquiliza que el discurso imperante permanentemente nos advierta que la educación nos hace mejores y que mediante ella puede transformarse la sociedad y el mundo, que la educación es la mejor herramienta que tenemos para superar la pobreza y erradicar la exclusión y que como país emergente necesitamos ciudadanos con alto grado de formación porque, a la luz de los hechos, parece una tomadura de pelo; sin embargo, no puedo dejar de preguntarme, ¿los que están detrás de la pillería y los desfalcos no son acaso personas con formación académica superior a muchos otros que no roban, no lucran, no sobornan, no evaden impuestos ni hacen tráfico de influencias? ¿Entonces? ¿La educación?

El conflicto de estos dirigentes-empresarios es valórico, no hay ética política, no hay ética pública: no hay ética; es robar para extender su poder, pero más poder por el poder mismo, no hay respeto por la dignidad del otro, del postergado, existe una burla sostenida hacia el ciudadano común, ese que debe trabajar largas jornadas para comer y (sobre) vivir. He aquí donde se evidencia el mensaje pernicioso, el doble discurso: «haz lo que yo digo, no lo que yo hago». Desgraciadamente, la formación académica de privilegio a estos sujetos cuestionados les resultó inútil: se convirtieron en decanos del cohecho, en catedráticos del fraude fiscal. No es ese el fin de la educación y a nuestros aprendientes debe quedarles claro: la educación es transformadora y podemos ser mejores, mejores ciudadanos, mejores sujetos, mejores seres humanos.

El árbol no debe taparnos el bosque. Como sujetos pensantes, democráticos y comprometidos tenemos que seguir apostando como país por más y mejor educación, pública, gratuita y de calidad por supuesto. Asimismo, sigo sosteniendo que la educación es lo más significativo para una sociedad en crecimiento como la nuestra; ésta debe seguir formando sujetos integrales, críticos, analíticos, reflexivos y sensibles, la escuela debe continuar entregando conocimientos y valores fundamentales basados en el derecho, el compromiso, el respeto, la honradez y la confianza, pese al discurso perverso en boca de todo este conglomerado de dirigentes oportunistas, mentirosos e insolidarios, que no les importa desprestigiar la democracia, la política, la educación, poco o nada comprometidos con el bien común y sólo interesados por el lucro y el bienestar personal.

En una sociedad exitista como se nos muestra en el modelo a copiar, donde hay que ser fashion, rico y famoso en tiempo récord y a cualquier precio, donde se ovaciona el logro del dinero fácil, la escuela se queda sola, desamparada, sin argumentos ni herramientas sólidas para cuestionar la falta de escrúpulos ante el accionar deshonroso de políticos, dirigentes y empresarios intocables. Al soslayar la conducta delictiva, se está legitimando la estafa, el robo de guante blanco, la codicia y el abuso, que por poca claridad (o protección) en las investigaciones se naturalizan como acciones propias de esta época, una «picardía» de la sociedad posmoderna, donde la solidaridad pasa a un segundo plano y el individualismo es protagonista absoluto.

Hoy, más que nunca, es preciso fortalecer la escuela, empoderarla, para que forme sujetos críticos, cada vez más democráticos, más comprometidos con el país y su gente, capaces de exigir, cuestionar e interrogar sobre aquellas conductas que como sociedad nos perjudican, retrasan y degradan. La educación es el último bastión les que queda a las nuevas generaciones  de aprendientes para formarse como sujetos pensantes, responsables e integrales. La escuela, entonces, debe abordar permanente estos temas candentes, graves, dolorosos, temas que no pueden ni deben excluirse, tienen que estar presentes en el centro del debate cotidiano, deben formar parte de los entramados curriculares, de los contenidos a saber y de los contenidos actitudinales, esos que implican «aprender a ser». Los docentes, por nuestra parte, no podemos legitimar la miseria ética, la carencia moral con conductas que son nocivas para la sociedad en su conjunto, forman parte de nuestra tarea de enseñantes si queremos calidad democrática, calidad educativa y fortalecimiento de las instituciones. Esto es también una tarea, tarea de todas y todos, entre escuela y sociedad, es educación y es conocimiento. Es civismo.

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