Cuba… para los cubanos

    Es extremadamente interesante el choque narrativo en lo político que ha tenido el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos estos últimos meses

Cuba… para los cubanos

Autor: Patricio Zamorano

 

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Monumento a Martí, donde señala con el dedo la ubicación de la Embajada de Estados Unidos en el Malecón de La Habana (Crédito de foto: Patricio Zamorano, InfoAméricas)

 

Es extremadamente interesante el choque narrativo en lo político que ha tenido el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos estos últimos meses. La voz conservadora oficial de EEUU coincide en un punto central: “Estados Unidos ha cedido una enormidad en este acercamiento”, “Cuba no ha cedido en nada”, etc. Desde el análisis progresista, es obvio el efecto espejo: “Cuba ha demostrado un triunfo diplomático de proporciones”, “ha entrando en negociaciones de igual a igual contra el antiguo agresor”, etc.

No hay sorpresas en la encrucijada de estas ideas. El punto de inflexión “tercerista” me lo dio un amigo argentino, que no quiso ir a ver el izamiento de la bandera este último 20 de julio de 2015 en el histórico inmueble en calle 16 de Washington DC. “Cuba ha cedido demasiado a Estados Unidos. ¿Para qué darle tanta ventaja política a Obama? ¿Qué ha hecho Obama para terminar el embargo y devolver Guantánamo?”, me dijo sombrío. Para él todo este proceso es un regalo innecesario con un precio demasiado barato por todo el daño que EEUU ha provocado en más de 50 años de embargo.

Una foto que sirve a todos

Entonces, la casi onírica foto entre el presidente Raúl Castro y Obama en el Palacio de la Revolución les sirve a ambos. A Raúl, le otorga un enorme triunfo, pues en ese gesto Obama legitimó sólidamente el régimen político e institucional de Cuba, lo validó, lo convirtió en interlocutor, lo saco de la caverna reservada a los “parias” enemigos de Estados Unidos. Y lo dijo el propio Obama en suelo cubano, con todas sus letras: “Cuba no es una amenaza para Estados Unidos”. Por supuesto, todos ya sabíamos eso. Solo el establishment conservador de EEUU con el trasnoche lleno de lagañas de la Guerra Fría aún consideraba a Cuba en un pedestal de “enemigo”. Lo que no decía en público la administración de Obama lo decían sin embargo en privado sus funcionarios en los cafés de networking alrededor de Pensilvania Ave, bordeando la Casa Blanca.

Martí no dejará de ser Martí

Sorprende en todo caso que los cubanos hayan permitido a Obama ir a rendirle honores a Martí en su propio memorial. El mismo héroe legendario, cuya estatua señala dura con su dedo extendido a la Embajada de EEUU en el Malecón, escribió con urgencia clarificadora que «los pueblos de América son más libres y prósperos a medida que más se apartan de los Estados Unidos». El cálculo de los asesores de Obama es preciso: con ese gesto, con la frase respetuosa que escribió en el libro de visitas del memorial, con haber traído a su esposa y a sus hijas, haberse paseado por la Habana Vieja bajo la lluvia torrentosa de su llegada (¿mensaje esotérico de la historia?), Obama avanza entre los moderados de la isla, se gana las simpatías de millones, no hay duda. Pero este es el presidente que al mismo tiempo deporta a una cifra record de más de 2 millones de indocumentados, pero no al tristemente célebre terrorista Luis Posada Carriles, quien luego de derrumbar un avión lleno de cubanos en 1976 vive una jubilación soñada en Miami (aunque un poco molesto con la cena de los Obama en un paladar de la Habana Vieja).

Y en todo este ruido mediático, vuelven las palabras de Martí cuando señalaba en una carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado: “Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber (…) de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso [en contra] de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia. (…) Viví en el monstruo y le conozco las entrañas».

Otro punto a favor de Obama es que disfruta de un lugar reservado en la historia, como el presidente que cumplió la promesa hecha en un abismantemente lejos 2007, de visitar Cuba “sin precondiciones”, lo que le causó ácidos ataques de “ingenuidad” de la derecho republicana y… de la propia Hillary Clinton. Y Obama quedó en paz tras estas horas paseando por el Malecón: pudo centrar sus críticas en el tema de los derechos humanos, pudo criticar la democracia cubana, pudo reunirse con la minoría disidente. Misión cumplida.

La izquierda latinoamericana y la Cuba idealizada

Pero hay un cuarto pie del análisis, el tema central de la izquierda más comprometida con la historia de la Revolución Cubana, un grito silencioso que emana directamente de la epopeya de la Sierra Maestra. Esto más allá de la incomodidad de muchos progresistas por la forma en que Obama fue recibido en la Cuba de Fidel (¿incluida la incomodidad del propio Fidel? No hemos escuchado sobre eso). ¿Qué pasará con la Revolución tras las reformas económicas que se lanzaron hace un lustro? Porque hay que analizar la posición de Obama no en lo que dice, sino que en lo que no dice. Nótese su énfasis en los temas políticos. Nótese su énfasis en los temas ideológicos, institucionales, de los derechos cívicos. Pero al mismo tiempo nótese su “ausente” énfasis en el tema económico. Obama no ha reconocido ampliamente el enorme avance de reformas que se parecen felizmente a lo que es EL punto central del “deber ser” estadounidense: el comercio, el emprendimiento empresarial, el consumismo. La numerosísima comitiva que acompañó a Obama está compuesta por muchos empresarios, y previo al mismo Obama no fue el canciller John Kerry u otra autoridad política quien aterrizó en La Habana para avanzar en el reencuentro entre los países en reuniones de alto perfil: fue la Secretaria de Comercio, Penny Pritzker. Es decir, Obama ha abandonado la ruta política para abrazar la ruta comercial y sacar el mayor provecho del contacto “pueblo a pueblo” que provocarán los turistas estadounidenses.

Las verdadera razón de la apertura de EEUU es la económica, no la política

Lo que no se dice, es que todo este acercamiento se debe justamente a las reformas económicas que está implementando Cuba. Son tan importantes, son tan revolucionarias para la propia Revolución, que Obama las ha valorado tanto como para iniciar la reconstrucción de relaciones diplomáticas. El análisis a mi juicio es claro: 50 años de política de agresión no han servido para nada. Lo prueba incluso la increíble odisea (una segunda campaña de la Sierra Maestra), que protagonizó el pueblo cubano durante los noventa, cuando en el periodo especial el hambre lo era todo, junto a las convicciones. Si la caída brutal de la economía solventada por la ex Unión Soviética como cliente gigantesco no doblegó ni al gobierno ni a los cubanos, menos lo iban a hacer las agresiones del embargo estadounidense. Entonces la estrategia ha cambiado radicalmente. Obama pasa ahora a la estrategia económica, intentando aprovechar el espacio que ha creado el propio gobierno cubano. Por eso llenó la comitiva de emprendedores y empresarios, por eso liberalizó las tarjetas de crédito de EEUU, abrió los vuelos comerciales, permitió la semana pasada que las empresas establezcan oficinas directamente en Habana, liberalizó como nunca antes el envío de remesas y donaciones, y amplió hasta lo máximo posible sin llamarlo “turismo”, las licencias de viaje para los ciudadanos estadounidenses.

Reformas revolucionarias post-Revolución

Obama acepta plenamente, entonces, que quienes hablan de falta de cambios o reformas en Cuba están profundamente equivocados. Para recordar lo radical de muchos de estos cambios en progreso: disminución del volumen de trabajadores que dependen de puestos del Estado, para transferirlos al sector privado, de varios cientos de miles; creación de un sistema tributario, sectorial, que recolecte desde la iniciativa privada; unificación de las dos monedas que conviven actualmente en Cuba, y que garantiza un sector amplio subsidiado para los cubamos más pobres; nueva ley de inversión extranjera, que amplía y facilita el flujo de capitales; ampliación de una gran variedad de licencias para el trabajo por “cuenta propia” (los famosos “cuentapropistas”). Obama sabe todo esto.

Los que hemos ido a Cuba estos últimos años sabemos los efectos de estas reformas. Cuando visité la isla en 2013 las cuadras que rodeaban la esquina central de 23 y G en el Vedado eran solitarias. Muy pocos lugares para comer, muy pocos servicios. En el último viaje en 2015 pude ver con sorpresa el nacimiento casi mágico de varios restaurantes, locales de reparación de celulares, pizzerías, bares… Todos matizaban una avenida llena de vida comercial. Los dueños, casi todos jóvenes. Una pareja joven de retornados de Miami me muestran entusiasmados la vieja casona que vi derruida un año antes, y que ahora se viste de modernidad para un bar de estilo.

Turismo: ¿autorizado?

El Departamento de Estado está activamente alentando a instituciones culturales y académicas, deportivas y profesionales, de comenzar en masa el éxodo a Cuba. No lo puede llamar abiertamente “turismo”, pues las leyes del embargo están plenamente vigentes, pero el cambio de política es claro: basta con ir ahora solo, no en delegación, y apelar a una de las múltiples categorías de licencia autorizadas, que cubren casi todo. Lo que la administración de Obama no ha dicho, es que este proceso lleva años activo. En los tres viajes académicos que he hecho a la isla desde 2013, nunca ningún policía de aduanas me ha preguntado absolutamente nada sobre la licencia utilizada para viajar a la isla, mi agenda de actividades, los institutos de la Universidad de la Habana visitados, las clases impartidas. El énfasis fue, el primer año, sobre la presencia o no de habanos o ron en mi equipaje… Y el año pasado se amplió a varios cientos de dólares el margen autorizado de compra de productos cubanos. En rigor, la frontera está normalizada hace mucho tiempo, sin declararlo vox populi, y Obama ha desarrollado magistralmente un acercamiento gradual que rinde ahora sus frutos, cuando puede pisar La Habana sin que el Congreso se lo prohíba, y con los Marco Rubio, los Menéndez, los Cruz y los Trump sin ninguna fuerza política para negarse. En ese sentido, el gobierno de Obama ha escuchado las amplias voces en los pasillos del lobby que insistían con ironía que si los republicanos realmente quisieran cambiar Cuba, deberían eliminar el embargo, y meter cientos de miles de turistas con cámaras automáticas, piel blanca mal quemada por las playas de Varadero, cerveza fácil y cargados de dólares.

La porfía de los republicanos respecto del embargo ha provocado un efecto curioso: Cuba está implementando reformas que crean en lo concreto un sector privado autónomo, sin la presión política ni económica que cientos de miles de estadounidenses podrían hacer incontrolable. El embargo ha sido, por tanto, la mejor protección al ritmo de las reformas.

Al pueblo, lo que es del pueblo

En resumen, ¿ha abandonado Estados Unidos su política de agresión contra el gobierno de Cuba, finalmente legitimando a sus representantes, los Castro? ¿Ha iniciado Cuba aperturas de reforma económica que abrirán un mercado privado interno? Hasta hace poco tiempo la respuesta a estas preguntas era obvia, un gran «no». Pero en este momento, estas preguntas no tienen sentido.

En los tres viajes que he hecho a la isla acudí, especialmente la primera, con un prejuicio enorme. Realicé sondeos lo más amplios posibles sobre el tema de las reformas económicas. Me entrevisté con periodistas, artistas y profesores. Con gente de la calle, ex ministros, economistas y trovadores. Iba a sondear el disenso, la inconformidad dividida con el cambio en algunas áreas importantes del modelo socialista. Pero no encontré ninguna voz que criticara el avance de las reformas. Ni una.

Claro está, los cubanos desean un mercado interno más dinámico, desean poder ejercer la iniciativa privada, desean poder acumular capital y solidificar iniciativas de pequeña y mediana empresa. Pero no están dispuestos a abandonar áreas clave de lo que el sistema socialista ha sido una bendición: el sistema de salud (orgullo de Cuba, pese a todas las carencias), y la educación, amplia, universal y gratuita. Y, quizás lo más importante, pese a la apertura que viene inexorablemente con la influencia de la potencia del norte, está incrustado en el pueblo cubano un sólido sentimiento de soberanía nacional, contra el entreguismo cultural y político. Da la sensación que tras 50 años de embargo, tras las infamia del «periodo especial», y tras los problemas del sistema económico estos años, los cubanos no están dispuestos a tirar todo un sacrificio histórico por la borda y bailar al ritmo de Miami. Estos pilares (soberanía, educación universal, salud gratuita) deberán ser los que sostengan la integridad de los valores fundamentales de la Revolución en esta nueva etapa histórica.

Es claro que estas reformas económicas cuentan con el apoyo de los cubanos. No puedo imaginarme una conciliación mayor que esa. Existen otros grupos de intelectuales independientes que, sin identificarse directamente con la disidencia anti-castrista y pro-EEUU, quieren también mayor avance en lo político. Desean cambios en la estructura de representatividad legislativa, y desean iniciar el debate sobre el multipartidismo. Yo diría que es una discusión demasiada cargada de complejidad en el actual contexto. No cabe duda que las reformas económicas devendrán en ajustes del sistema político. ¿En qué grado? Si Cuba quiere esos cambios institucionales, si son funcionales al modelo social que viene luchando por preservar por tantos años, entonces la respuesta es más que obvia: será la propia cubanía, los propios cubanos quienes tomarán esa decisión. El que Estados Unidos pretenda intervenir irá exactamente en contra de la “libertad” que le desea constantemente al pueblo de Cuba. Y es eso un punto fundamental de esta historia, una diferencia de prisma radicalmente distinto entre Estados Unidos y América Latina. EEUU identifica “libertad y democracia” con aquello que emule a su propio sistema político, bajo la ilusión de que es “estándar” para el resto de los pueblos del planeta. Es producto, sin duda, de la distorsión de la doctrina del “excepcionalismo”, que tanto daño ha hecho a tantos países y pueblos, y de la exacerbación de los valores del mercado. En ese sentido “libertad”, en boca de EEUU, no es sólo libertad política. Es también libertad económica, la concepción de ciudadanía sobre la base de la capacidad de consumo, que construye el carácter individual del sujeto social, que lo hace competir en un mercado de las habilidades y del acaparamiento de capital. Cualquier cosa que huela a colectivismo (y el candidato social-demócrata Bernie Sanders lo sabe perfectamente), está condenado al fracaso. Incluso la salud, la educación, la vivienda: bajo las premisas valóricas estadounidenses, todos estos son factores del gran mercado de la competencia, y no derechos fundamentales del ser humano.

La gran paja en el propio ojo

Como señalaba antes, el ajuste del modelo económico en Cuba es el verdadero cambio radical, el área que Obama no reconoce en público, que avanza minuto a minuto en silencio. Nuevamente, el presidente de Estados Unidos mantendrá sus reclamos sobre el tema del cambio institucional, y el de los derechos humanos.

Que EEUU insista en eso, es realmente indefendible.

Es cierto que el gobierno cubano restringe la capacidad de operación de la marginal oposición cubana cercana a Estados Unidos. Y es cierto que arresta a las Damas de Blanco en sus actos de desobediencia civil. Pero un país como Estados Unidos, que gravísimamente ejerce la tortura, que mantiene a presos en Guantánamo sin juicio, sin defensa secreta, sin condenas, pudriéndose en un limbo legal y territorial exasperante; que ha matado a miles de civiles inocentes con los extraterritoriales y letales drones; que ha ayudado a diezmar de la faz de la tierra a miles de dirigentes de izquierda masacrados por dictaduras de derecha afines; que intervino directamente en guerras civiles en El Salvador y Nicaragua, y un largo etcétera, no puede pretender realmente ser serio en denunciar violaciones a los derechos humanos en terceros países. No cuando tiene la mayor población carcelaria del mundo, desproporcionadamente de origen afro-estadounidense. No cuando mueren cada semana jóvenes y adultos negros reprimidos por las fuerzas policiales. Cuando desgarra a miles de familias cada mes a través de deportaciones arbitrarias de inmigrantes. Cuando se niega a ratificar las instancias de derecho internacional que pondrían límite a los crímenes de guerra de sus soldados. Cuando ha invadido o bombardeado ya decenas de países, sin que ni Naciones Unidas ni el Papa ni nadie logren contrarrestar tanta violencia militar. Y con la complicidad de los medios de comunicación que cubren el planeta sin darle urgencia al tema de la brutalidad castrense de las tropas estadounidenses. La verdad, Estados Unidos tiene un récord de derechos humanos aberrante, pero eso no ha frenado que siga vigente el ideario simbólico del “excepcionalismo estadounidense” que tanto gusta en Washington.

Detrás del ruido de la politización del tema de los derechos humanos que ejercerá Estados Unidos de ahora en adelante en el nuevo espacio político abierto voluntariamente por el gobierno cubano en la isla, queda una pregunta esencial. ¿Qué quieren los cubanos? Esa pregunta es para los cubanos. No compete tampoco a la izquierda latinoamericana que sueña con mantener el heroísmo de la revolución en un pedestal congelado y virtuoso (¿quién no añora la genialidad de los héroes?), y cuando la social-democracia se ejerce ampliamente (para bien o para mal) en toda América Latina excepto en Cuba. No compete tampoco a la derecha anticomunista de Estados Unidos, rabiosa por que esta “islita” de 11 millones de habitantes esté comandando una apertura sin responder a amenazas, sin coerción, sin presiones externas.

Aunque Cuba esté implementando reformas económicas que rompan con el modelo comunista puro que ha sobrevivido como una reliquia por más de cinco décadas, lo está haciendo por las necesidades de su población, y por que se le viene en gana. He ahí la derrota del colonialismo incrustado en la denuncia martiana sobre el imperialismo. Después de lustros y lustros de historia desde el fatídico día lluvioso en que Martí vertió su sangre por la independencia de su isla amada, Cuba sigue de pie…

¿Y Cuba, entonces?

Bueno… Cuba, para los cubanos…

 

 

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