El embajador del olvido

Son muchos los análisis que se pueden extraerse en relación a la entrevista realizada recientemente por el diario argentino El Clarín al embajador de Chile en Buenos Aires, Miguel Otero Lathrop

Por Director

09/06/2010

Publicado en

Columnas

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Son muchos los análisis que se pueden extraerse en relación a la entrevista realizada recientemente por el diario argentino El Clarín al embajador de Chile en Buenos Aires, Miguel Otero Lathrop. Sin embargo hay una en particular que puede y debiera llamar fuertemente nuestra atención, y es que nos hemos encontrado ipso facto en presencia de la derecha tradicional chilena, la de siempre, la de toda la vida, la que Otero, el embajador del olvido, ilustra de modo contundente.

Nos hemos encontrado con que el maquillado discurso de la derecha, ese mismo que en los últimos años de nuestra vida democrática ha ido utilizando para alzarse con el poder empieza por fin a caer. El trasnoche festivo de la llegada al poder de la derecha por vía democrática después de más de medio siglo, produce sus primeros estragos: ha comenzado a disolverse el artificioso maquillaje de progresismo que permitía hacerse ver con un cutis terso y lozano a las mismas ideas de una derecha terrateniente y oligárquica.

Las declaraciones de Otero, son, en estricto rigor, la declaración de principios de un embajador de la derecha chilena. En un descuido se le ha corrido el maquillaje, y por ello mismo se ha apresurado a cubrirlo con el manto de la resaca. Cuando el embajador Otero se apresura a esgrimir la tan socorrida tesis de que lo dicho fue en nombre propio, estamos frente a la excusa del borracho, que a sabiendas que lo hecho en la noche anterior no tiene nombre, se apresura a decir que no se acuerda o a que ese yo en realidad no soy yo.

Es así que la argumentación del embajador Otero se esfuerza en hacernos creer que si lo dicho fue esgrimido desde un “yo” no institucional, esto es, dentro de la esfera privada, la responsabilidad que se desprende de ello es a título personal. Esta argumentación del embajador se desprende de la tan difundida noción de sentido común que insiste en señalar que “las instituciones están por sobre las personas”. En uno y otro caso, eso que se dice es una falacia absoluta.

Las instituciones son entes abstractos, ya sea de razón o jurídico, que existen sólo en un plano metafísico, etéreo y sin consistencia sensitiva. En rigor no existen. Las personas hacen las instituciones, las instituciones son las personas que les habitan, y dan vida en cada momento histórico. Y por cierto, se es uno co-solidario con esa historia. Por ello, a la luz de este falso argumento, será fácil llegar a pretender que la decisión de una persona no mancilla la noble institución a la que “perteneció” durante tantos años.

El embajador Otero es un fiel representante de una derecha tradicional, de una derecha que, como él bien afirma en la entrevista, está sin memoria. Siempre es más fácil afirmar desconocimiento para de ese modo alegar presunta inocencia, o que, lo que es peor aún, una legitima defensa, sea esta de los valores patrios, la moral, las buenas costumbres o lo que sea.

El deseo de olvido, esto es, la mala memoria de la derecha, le permite al matón convertirse en paladín de la justicia; le permite ver a los muertos como un mal menor; le permite tratar de hacernos creer que todo estuvo bien y que si hubo un exceso ello está reducido a una responsabilidad personal.

Por Martín Ríos López

Doctorando en Filosofía

Universidad Complutense de Madrid

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