Opinión

El glorioso 2015

El año pasado debiera pasar a la historia, quedar registrado como un punto de inflexión, una bisagra cronológica

Por paulwalder

14/01/2016

Publicado en

Columnas

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Paul WalderEl año pasado debiera pasar a la historia, quedar registrado como un punto de inflexión, una bisagra cronológica. 2015 ha sido el año del destape, de los velos corridos, de la transparencia. Tras los mantos levantados, la obscenidad y la impudicia como práctica habitual entre todas las elites. Los chilenos hemos visto que no queda institución de pie, observamos los mitos en el suelo y sus figuras empequeñecidas, los héroes del mercado convertidos en rufianes de garito; los políticos, de tradicionales vendedores de pomada pasaron a ser funcionarios a tiempo completo de aquellos de quienes decían defendernos; los curas, desacralizados y pedestres, han resultados ser falsos, incontinentes y abusivos; los militares, si bien muchos ya en la categoría de violadores de los derechos humanos, ahora se coronan con la distinción de ladrones y otros, de indolentes. Y si algo aún quedaba limpio, aquel triunfo inédito en la Copa América terminó en medio de fraudes y dineros turbios.

Aquello que se inició en el ya desprestigiado territorio de la política con los casos Caval y Penta, derivó ensanchado en un torrente de pestilencia con Soquimich y Corpesca; se arrastraron los últimos vestigios de decencia y pudor cuando supimos que la Concertación financió sus campañas, viajes y cócteles con dineros que les entrega el yerno favorito de Augusto Pinochet. Lo que se cayó no fueron las caras de vergüenza (los sinvergüenzas tienen caras muy duras) sino todo el sentido de la política de los últimos 25 años. La posdictadura ha sido financiado por los triunfadores de la dictadura.

En todos y cada uno de estos casos, desde Dávalos, Délano y Lavín a Sergio Jadue y Eliodoro Matte, desde Jaime Orpis, Jovino Novoa y Fulvio Rossi hay un hilo conductor que une y sostiene la corrupción. Es el poder, concentrado, administrado y reforzado por las elites. En todas las áreas en las cuales se expresa el deterioro está el acceso privilegiado y secreto al poder y a las fuentes de riqueza. Quienes tienen el manejo del país, quienes son nuestros representantes se han desnudado como traidores, como nuestros verdaderos enemigos. Aquellos depositarios de nuestra confianza terminan por meternos la mano al bolsillo.

El impacto, la fuerza de esta visión, ha sido lenta, interna, compleja. Sin expresión directa, el repudio, el desprecio, extenso y completo, se expresa en silencio con la mirada al suelo. No hay marchas ni consignas callejeras, pero sí rumores en las casas, oficinas y redes sociales. Un rechazo brutal y frontal que han recogido todas los sondeos de opinión. Nunca en la historia de estos estudios se había registrado un grado similar de rechazo a todas las elites e instituciones. La presidenta, por citar un caso emblemático, que había regresado en marzo de 2014 a La Moneda por sus atributos personales y su gran carisma, perdió tras el caso Caval -y en pocos meses- todo su capital político. Nunca un presidente o presidenta en la posdictadura había desfondado estas marcas.

Pocas veces hemos visto un escenario más propicio para las grandes contradicciones del capital, para la emergencia y claridad de la lucha de clases. Es el capital actuando bajo cuerda, comprando espíritus débiles y corruptos para reforzar sus modos de reproducción. Es una visión aclaratoria y definitiva que resume la estructura y superestructura. En contadas ocasiones el ciudadano había tenido la oportunidad de ver con tal nitidez quiénes son y dónde están sus verdaderos enemigos de clase.

Lo que esta visión nos entrega son los reales alcances del actuar del gran capital, del modelo neoliberal, de los niveles de densidad insoportables de concentración del poder y las riquezas. Sus alcances, pero también sus objetivos y su modus operandi. Ha sido el mejor relato para entender la esencia de un sistema político que pese a su decadencia y corrupción insiste en permanecer y declararse único e indispensable. Es tiempo de comenzar a anunciar la posibilidad de su reemplazo.

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