El muchacho de Maipú

En Chile, la cuna lo persigue a uno hasta la muerte

Por Leonel Retamal

02/05/2013

Publicado en

Columnas

0 0


En Chile, la cuna lo persigue a uno hasta la muerte. Es el caso del hijo del ferretero: con sacrificio y talento, durante 30 años, forjó para sí mismo y su familia una base financiera que asegurase jamás en la vida tener que regresar a un lugar como Maipú.

Para ello respondió al sacrificio de sus padres con esfuerzo en el liceo (público) y la universidad, y luego en cada uno de sus sucesivos empleos, hasta llegar a un sitial que digno de un cuico de alcurnia, pero no un emergente de Maipú: gerente general de una empresa líder, y en expansión internacional. Doble mérito.

Como buen aspiracional, no se conformó con salir de Maipú: en cuanto pudo se fue al sector más exclusivo, inaccesible y kitsch de la ciudad: San Damián. Le ayudaron en este ascenso, sin duda, su aspecto europeo, un apellido inglés (que significa, en inglés medieval, «el estero donde crecen los botones de oro»), y sobre todo su sencillez y disposición a hacer todo, absolutamente todo lo necesario para que su gestión fuera tanto eficiente (bajos costos), como eficaz (máximas ganancias).

Creo que todos quienes vimos en acción a Laurence Golborne, como Ministro, en la mina San José, quedamos impresionados. Era un hombre ejecutivo, pero sensible, siempre atento a las necesidades y angustias de las familias de los 33 mineros, con quienes fue perfectamente capaz de relacionarse y compartir. Se le veia genuinamente involucrado en la tragedia, ajeno, a los cálculos mezquinos que guiaron toda la actuación de La Moneda.

Quien sabe si le molestaron actitudes como la de ocultar información a los familiares para que las anunciara después el Presidente con parafernalia. Si fue así, no lo expresó, porque molestarse por asuntos éticos son lujos que un aspiracional no se puede permitir, como quedó perfectamente probado en los últimos días.

También en Copiapó se le notaron sus orígenes de barrio modesto, el muchacho de Maipú que se colaba a la piscina municipal, y donde alguna vez tuvo que elegir con quien se cuadraba, si consigo mismo o con su gente. Su hermana Gladys tomó la otra opción, y murió en el exilio; Laurence se adaptó al sistema y vive en Apoquindo.

Por todo eso, los reproches a la gestión de Golborne en Cencosud, y a las inversiones para salvaguardar su patrimonio parecen -y tal vez son- injustos. Porque él cumplió su misión con prolijidad y buena fé, en el marco establecido entre 1973 y 1990, luego fortalecido y ampliado en 20 años de gobiernos de la Concertación.

Como bien apuntó Hermógenes Pérez de Arce en El Mostrador: «las dos actuaciones que se le reprochan (…) constituyen una prueba de su idoneidad para manejar asuntos distintos, como los negocios de una gran empresa y los suyos personales, con igual eficacia».

«Cuando Golborne era gerente general de Cencosud (una de las firmas más grandes del país) atendidas las condiciones del mercado, la competencia y la regulación dictada por la Superintendencia respectiva, resultó de conveniencia para la firma subir el cobro por mantención de las tarjetas Jumbo Más (…) La obligación de un gerente general es siempre proceder así y maximizar los beneficios de la firma para la cual trabaja», agrega Pérez de Arce.

En idioma criollo: la misión de Golborne en Cencosud era cagar a los clientes y a los empleados – ojalá en el marco de la ley – y la cumplió brillantemente. Fue precisamente por tal actitud que Sebastián Piñera lo nombró ministro, no por su empatía con el rotaje. Luego esta empatía resultó útil, tal vez por el contraste con el pituquerío oficialista, y alguien tuvo la idea de hacerlo Presidente.

Cuando todo eso se desmoronó – gracias al movimiento estudiantil, como muchos otros cambios psicosociales recientes -, Piñera, Allamand, la UDI, le hicieron a Golborne lo mismo que él le hacía a los clientes y trabajadores de Cencosud.

Y cuando el aspiracional, ofendido, pensó que podía mandarlos a la mierda – le hizo un desaire a Piñera y anunció que no sería candidato a nada – lo pusieron en vereda. En 24 horas tuvo que bajar el moño, desayunar con el Presidente y declararse «disponible» si la UDI lo quiere de senador, eso sí, quedando a la espera de las encuestas y focus groups respectivos.

Como los generales retirados o algunos periodistas de renombre, el pobre Golborne descubrió que pese a sus 30 años de servilismo, pese a la vida social, las redes, los contactos, las visitas mutuas y aún viviendo en San Damián, nunca ha estado adentro. Porque el martes 30 en realidad no desairó al Presidente, sino al socio, por ahora privilegiado, de los Paulmann, Angelini, Solari, Matte, Edwards o Luksic.

Se dice que aunque la mona se vista de seda, mona queda. Laurence Golborne, en el fondo, sigue siendo el esforzado y solícito muchacho de Maipú, sumamente útil, sumamente apreciado, pero, como una buena nana, perfectamente desechable: hay cientos como él esperando una oportunidad. Su vida no le pertenece.

Por Alejandro Kirk

Periodista

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones