Infancia y Dictadura. Las preguntas no son lo que duele

Documentar el periodo histórico de la dictadura cívico-militar desde la perspectiva de niños y niñas nos permite adentrarnos en ese espacio que el silencio creó, y así dar paso a nuevas narrativas de memoria sobre el sufrimiento social.

Por El Ciudadano

08/09/2023

Publicado en

Columnas

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Por Patricia Castillo Gallardo

Hace un par de días, mientras acompañaba a la escuelita almeraki en una visita guiada de la exposición «Infancia y dictadura: testigos y actores (1973-1990)», en la actividad de cierre hice varias preguntas importantes a las y los pequeños visitantes: ¿Por qué hicieron un golpe de Estado? ¿Por qué hacer todo esto: bombardear La Moneda, encarcelar y asesinar personas? ¿Por qué no esperar dos o tres años e ir a elecciones? Los niños y niñas, que tenían entre 8 y 12 años, ensayaron varias respuestas: «Porque las nuevas elecciones las podía ganar la Unidad Popular», «Porque querían el poder inmediatamente y no podían esperar». Y, finalmente, Salvador dijo: «Porque tenían que tomarse el poder en ese minuto, porque si hubiesen ido a elecciones, Pinochet habría sido un presidente legítimo y habría tenido que respetar los límites que las leyes le ponen a todos los presidentes y no habría podido hacer lo que hizo». De pronto, todas las piezas de un puzzle que la niña que habita en mí nunca había logrado reunir, se armó: la campaña de reconstrucción, la CIA, la batalla de Chile, la DC, etc. ¿Y lo demás? Lo demás solo es un plus de crueldad.

Me quedé pensando e imaginando: ¿cómo habría sido mi relación con el horror y el dolor si Salvador hubiera estado allí para explicármelo cuando tenía 7, 8 o 9 años? No habría tenido que aceptar las respuestas, a menudo absurdas, que el mundo adulto ofrecía: «Porque piensan distinto», «Porque son fascistas», «Porque somos comunistas», «Porque son ignorantes», entre otras. Eso habría respondido a una buena parte de mis inquietudes infantiles. Claro, no habría solucionado la situación económica de mi familia, ni mi timidez, ni los múltiples enfrentamientos con la arbitrariedad de la crianza a la que, como todas las niñas, estuve expuesta. Pero habríamos avanzado un paso en cuanto a la comprensión de la lógica del enemigo, y eso permite anticipar. Nada requiere más esfuerzo psíquico que enfrentarse a lo impredecible y no comprender por qué suceden las cosas; aunque se entienda solo una parte, la incertidumbre se reduce notablemente.

“Todo lo que pregunto siempre termina en llanto”, dice el personaje protagónico de la novela “Matilde” de Carola Martínez, y tiene razón. A veces, las personas adultas pensamos que lo que produce traumatización en las infancias son las explicaciones de las cosas, es decir, las palabras; y, por ello, hay un largo y angustioso silencio tras ciertas preguntas “dolorosas”. Pero las preguntas no duelen lo que duelen son los hechos. De alguna forma, en ese entretiempo eterno en el que el adulto se recompone y las niñas y niños se percatan de la transformación del cuerpo, de la mirada y del gesto, no se puede hacer otra cosa que ponerse a imaginar, porque imaginar también protege. Sobre todo, protege de la culpa de haber preguntado algo que hizo daño. Así es cómo las personas niñas tienen que construir sus propias respuestas desde siempre y, por lo mismo, en dictadura tuvieron que elaborar sus testimonios desde un lugar que, lamentablemente, aún a 50 años del golpe militar, sigue siendo marginado de la historia oficial.

Documentar el periodo histórico de la dictadura cívico-militar desde la perspectiva de niños y niñas nos permite adentrarnos en ese espacio que el silencio creó, y así dar paso a nuevas narrativas de memoria sobre el sufrimiento social. Estas se alejan naturalmente de la espectacularización y del «horrorismo». Es una aproximación a la violencia de la dictadura en las experiencias cotidianas de las familias chilenas; no solo de algunas, sino de todas. Además, así podemos hacerle justicia a las prácticas de resistencia y a la construcción de una comunidad en la que el «nosotros» supera ampliamente los vínculos consanguíneos. En esta comunidad se forja un lenguaje, un santo y seña, que permitió reconocimiento entre iguales y compartir con otros la posibilidad de refugiarse en medio de la interperie de la violencia de Estado.

Los objetos —como cartas, diarios de vida, dibujos y postales— permiten recuperar las experiencias de niños y niñas en los distintos escenarios donde desarrollaban sus vidas. A través de ellos, podemos reconocer diferentes dimensiones de su actuación social durante ese periodo: como hijos e hijas, como parte de la resistencia, como causantes de organización, como refugio y como motor de acciones políticas, entre otros.

Recorrer la historia de nuestra sociedad es una responsabilidad intergeneracional. Yo sería aún más enfática: heredar un pasado es, esencialmente, lo que implica filiar a un hijo o a una hija. La crianza se trata de integrar a un nuevo miembro en la cultura, de conectarlo con el pasado y con esa frase, de la que es parte y que comenzó antes de su llegada.

Por ello, el encuentro con la historia de la dictadura militar y la memoria de aquello que quedó roto a causa de la misma requiere de la mediación del mundo adulto. En cualquier experiencia de violencia estatal, hay una crueldad inherente, y solo podemos hacerle frente de la mano de alguien más. Nadie pudo —ni puede— enfrentarlo solo. No podemos omitir el horror, pues se infiltra a través de las rendijas, incluso en aquellas cosas que son bellas y necesarias. Si comenzamos a recortar de la vida de las nuevas generaciones aquellas cosas esenciales y bellas, nos encontramos con una realidad y una historia cada vez más empobrecidas, con menos objetos y, por ende, con menos matices y profundidad. Y, como decía mi analista, Ximena Wolf, si eso sucede, ellos verdaderamente habrán ganado. 

La exposición infancia y dictadura: testigos y actores (1973-1990) se encuentra en Estación Mapocho hasta el 17 de septiembre de 11:00 a 18:00. 

Patricia Castillo Gallardo

Psicoanalista y gestora del proyecto Infancia/Dictadura: Testigos y Actores (1973-1990).

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