La “mamocracia” de los acuerdos

Por mucho que sea el rechazo popular a los partidos políticos del duopolio, estos jamás soltarán la “teta”: si dejaran de mamar, seguramente tendrían que trabajar

Por Director

09/06/2011

Publicado en

Columnas

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Por mucho que sea el rechazo popular a los partidos políticos del duopolio, estos jamás soltarán la “teta”: si dejaran de mamar, seguramente tendrían que trabajar. Aprovechando las vacaciones en París e Italia de su Excelencia, los partidos oficialistas se dedicaron a disputarse el derecho la “teta” del poder; los conservadores de la UDI nunca han querido entrañablemente a Sebastián Piñera, sólo lo apoyan porque les permitió el acceso al gobierno, después de tantos años de “travesía por el desierto”.

Los díscolos de la Concertación son un moco de pavo al lado de las acciones de la UDI contra su propio gobierno, en que algunos de sus miembros redactan una carta pública, de cuero de diablo, en que dejan como chaleco de mono especialmente al ministro Rodrigo Hinzpeter.

A los conservadores de la UDI se les hace casi imposible aceptar el proyecto Acuerdo de Vida en Común, que presentara el entonces senador Andrés Allamand, pues piensan que es un camuflaje para introducir el matrimonio homosexual – entre maricones, como lo expresó el diputado Estay -. Para los pechoños reaccionarios, Chile se convertiría en Sodoma para los hombres y Gomorra para las mujeres.

Al regreso del Presidente, toda esta pelea entre gatos de campo, que estaban dando un pésimo espectáculo, se arregló por arte de magia: hay algo muy poderoso en los lugares comunes que adornan su discurso, como ese de que “Chile está bien, pero la política no está tan bien”. Bastó un almuerzo en La Moneda y un café en el Torres para que díscolos y oficialistas se abrazaran -los de la “nueva derecha” y la conservadora.

El Presidente cree que basta con ordenar al ministro Hinzpeter que cumpla con la labor de coordinar el despelotado Gabinete para que, por arte de magia, esto resulte –esta idea del “premier” se hace imposible cuando el primer funcionario de la república está como Dios, en todas partes, y habla sobre cualquier tema o problema por nimio que sea-.

Habiéndose producido el “milagro” de la unión de los partidos de derecha, ahora faltaba llamar a la Concertación a una especie de democracia de los acuerdos. Es lógico que cuando el duopolio tiene el 55% del apoyo de los chilenos y la Coalición un 57% de rechazo y la Concertación un 65%, tiendan a unirse para no desaparecer ante la ola de protestas y de rechazo ciudadano.

En esta ineficaz idea de los partidos transversales, de los acuerdos “mamócraticos”, de la protección de las mafias y de otras tantas linduras como la “cleptocracia”, Enrique Correa es uno de los líderes en propiciar la unión entre la derecha e izquierda que, en su tiempo, se llamó “democracia de los acuerdos”, un nombre muy decente para apelar al reparto del botín.

Los prepotentes políticos chilenos siguen convencidos de que Chile está a la cabeza de la democracia latinoamericana –miramos con desprecio a los peruanos, cuyo único partido histórico el Apra, tuvo apenas cuatro diputados en las últimas elecciones de ese país– lo mismo ocurre con Argentina, respecto a peronistas y radicales; para qué hablar de Venezuela, con el derrumbe Adeco y Copei, cuando, en la realidad, la calidad de nuestros partidos políticos dejan mucho que desear, y bastaría que despertaran los ciudadanos para poner fin a estas mafias de dirigentes que sólo saben repartirse la “teta” o escribir artículos sobre el malestar de los chilenos, sin emprender obras concretas para acercarse a la sociedad civil. En un letrero, los estudiantes, en las protestas de esta semana, piden que los partidos políticos no se mezclen en su lucha, pues terminarían desvirtuándola.

Jamás, una casta política ha sido capaz de reformarse a sí mismo, razón por la cual no abrigo ninguna esperanza de que ni siquiera aprueben en el Parlamento leyes políticas tan fundamentales como la inscripción automática, el voto voluntario y el sufragio de los chilenos en el extranjero, mucho menos la iniciativa popular de ley, los plebiscitos revocatorios y las primarias vinculantes, pues su voto afirmativo atentaría contra sus propios intereses al quedar desprovistos de la “teta” de la vaca lechera.

Por Rafael Luis Gumucio Rivas

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