Columna de Opinión

La guerra como relato imperial, el genocidio como arquitectura de dominación colonial

Simulan guerra para negociar paz. Simulan enfrentamiento para ocultar el exterminio. Simulan conflicto para reafirmar su control. Pero lo que no logran simular es una coreografía capaz de distraer de su propia decadencia. Porque cuanto más espectáculo necesitan para sostener el orden, más evidente se vuelve que ese orden ya no se sostiene.

La guerra como relato imperial, el genocidio como arquitectura de dominación colonial

Autor: El Ciudadano

Por Tania Melnick

La supuesta guerra entre Estados Unidos e Irán no fue tal. Lo que ocurrió fue una operación calibrada por ambas partes, cuidadosamente coreografiada, para cumplir objetivos internos y geopolíticos sin asumir los costos de una confrontación real.

Las evidencias lo confirman: el único armamento capaz de destruir instalaciones nucleares profundas como la de Fordo —la bomba GBU‑57, lanzada solo desde bombarderos B‑2— nunca se usó. En su lugar, se emplearon misiles Tomahawk, que no tienen capacidad de penetración profunda. Las imágenes satelitales muestran solo daños menores.

No hubo destrucción real. No hubo escalada.

Tampoco la respuesta iraní fue un acto de guerra. Irán lanzó misiles hacia una base estadounidense en Qatar, luego de haber avisado a las autoridades locales y a Washington. Eligió un blanco sin presencia humana.

No hubo víctimas. No hubo represalias. Hubo “libreto”.

Este intercambio no puede entenderse como un conflicto entre dos Estados, sino como una representación diseñada para producir efectos políticos concretos:

Trump necesita mostrarse fuerte frente al electorado y al lobby israelí, pero no quiere una guerra abierta con Irán. Israel, por el contrario, presiona por una escalada que obligue a EE.UU. a intervenir más profundamente.

Lo que vimos fue un punto medio: Washington simula firmeza, Irán demuestra contención, Israel se irrita. Y la narrativa internacional se reordena en torno a ese teatro.

Pero este teatro no solo busca reorganizar alianzas. Apunta también a un objetivo mayor, de largo plazo, que ya tuvo sus capítulos anteriores en Irak, Libia y Siria: la desestabilización definitiva de Oriente Medio y el cambio de régimen en Irán, último gran obstáculo regional para la consolidación imperial. No se trata de una guerra para impedir una amenaza nuclear, sino de una estrategia para facilitar un reordenamiento político, económico y militar bajo tutela occidental. Un reordenamiento que garantice el control de los hidrocarburos y las rutas estratégicas del corazón global.

No se trata de una guerra para impedir una amenaza nuclear, sino de una estrategia para facilitar un reordenamiento político, económico y militar bajo tutela occidental.

Mientras tanto, lo más grave ocurre fuera del foco: el recrudecimiento de la represión en los Territorios Palestinos Ocupados con el genocidio en Gaza y la anexión y desplazamiento forzado en Cisjordania. Desde octubre de 2023, más de 55.000 palestinos han sido asesinados en la Franja de Gaza. Un estudio publicado ayer en Harvard Dataverse reporta la desaparición de al menos 377.000 personas en Gaza. Mientras, en Cisjordania, más de 42.000 personas han sido desplazadas por la fuerza desde enero de 2025. Lo que ha implicado la anexión progresiva de territorios por parte de Israel y el bloqueo total de la movilidad palestina, sin cobertura mediática ni respuesta internacional efectiva.

Este desplazamiento del foco no es casual. Forma parte de una estrategia más profunda, en la que los conflictos interestatales visibles ocultan una guerra más extensa, difusa y estructural: una guerra civil planetaria, que atraviesa por abajo a los Estados y redefine el mapa del poder. En ese conflicto real, lo que está en juego no es solo la soberanía o el equilibrio regional, sino el control de los recursos, los territorios habitables y las poblaciones descartables. A ello se suma la aplicación de la doctrina del shock: la amenaza de una Tercera Guerra Mundial, alimentada desde los titulares, funciona como dispositivo de parálisis colectiva. Se busca sembrar terror y así desmovilizar la insurrección global que se viene gestando.

En ese sentido, la teatralización del conflicto no solo distrae del genocidio palestino: prepara el terreno para un nuevo ciclo de control social, donde el miedo actúa como mecanismo de sometimiento. Bajo la apariencia de guerra entre Estados, lo que se instala es una maquinaria de guerra contra los pueblos. Una guerra que no necesita armas letales masivas contra Irán, sino drones, anexiones y silenciamiento sistemático de la población civil en su laboratorio: Palestina.

Bajo la apariencia de guerra entre Estados, lo que se instala es una maquinaria de guerra contra los pueblos. Una guerra que no necesita armas letales masivas contra Irán, sino drones, anexiones y silenciamiento sistemático de la población civil en su laboratorio: Palestina.

Sin embargo, el poder imperial no es omnipotente. Ni Estados Unidos puede invadir Irán, ni Israel está en condiciones reales de sostener una guerra frontal. Si ni siquiera han podido someter a la resistencia en la Franja de Gaza bloqueada durante más de 17 años, resulta inverosímil que puedan desestabilizar a una potencia regional con capacidad de respuesta y alianzas estratégicas. Lo saben. Y por eso insisten en el simulacro.

Simulan guerra para negociar paz. Simulan enfrentamiento para ocultar el exterminio. Simulan conflicto para reafirmar su control. Pero lo que no logran simular es una coreografía capaz de distraer de su propia decadencia. Porque cuanto más espectáculo necesitan para sostener el orden, más evidente se vuelve que ese orden ya no se sostiene.

La violencia real ya no se anuncia: se administra en silencio. Se calcula, se fragmenta, se normaliza. Lo que se televisa no es la guerra, es su negación. Lo que se celebra no es la paz, sino el olvido.

Han logrado que la guerra parezca diplomacia y que el genocidio sea normalizado. Ese es su verdadero triunfo: no es paz, es administración del exterminio.

Han logrado que la guerra parezca diplomacia y que el genocidio sea normalizado. Ese es su verdadero triunfo: no es paz, es administración del exterminio.

Para las cámaras, paz; detrás de escena, represión y dominación.

Mientras tanto, los palestinos pierden cada día más control sobre sus vidas, expulsados, sitiados y privados de todo derecho, ante la indiferencia de un mundo que mira hacia otro lado. Los activistas que los defienden son perseguidos y judicializados en Europa, Estados Unidos y América Latina, y la humanidad, anestesiada por el miedo y el espectáculo, se presta a convertirse en esclava dócil del proyecto sionista.

¿Qué más hace falta para una intifada global?

Por Tania Melnick

Vocera de Judíxs Antisionistas contra la Ocupación y el Apartheid, integrante de Global Jews for Palestine y de la Coordinadora por Palestina.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

Sigue leyendo:


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano