Columna

La mano que mece la estafa

                500 millones de europeos contemplamos los manejos luxemburgueses con la apatía de quienes por enésima vez ven pasar por delante de su casa el mismo cadáver

Por Arturo Ledezma

30/11/2014

Publicado en

Columnas

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            500 millones de europeos contemplamos los manejos luxemburgueses con la apatía de quienes por enésima vez ven pasar por delante de su casa el mismo cadáver. Jean Claude Juncker, que durante 18 años simultaneó la responsabilidad de la presidencia del Gran Ducado de Luxemburgo y la de ministro de Finanzas, se encoge de hombros. Parece no ir con él que 340 multinacionales no hayan abonado los impuestos en directa complicidad con la Hacienda de su país, al establecer con aquéllas acuerdos más que sustanciosos, mientras ejercía la máxima responsabilidad gubernamental. El colmo es que manifieste, con amago de indignación, que no le temblará el pulso para que este suceso no vuelva a ocurrir. El actual Presidente de la Comisión Europea no parece advertir que su propia actitud nos previene sobre el grado de falsedad o de competencia que atesora: miente o es un incompetente. Mientras la estructura de aquellas  empresas se fortalecía a costa de reducir al mínimo su contribución, apenas un 2 por ciento, otros ciudadanos europeos se dedicaban a engrosar la lista de desempleados. El otrora Presidente del Eurogrupo no dudaba en establecer como eje transversal de su política la austeridad y el ajuste presupuestario. Es decir, mientras millones de europeos sufrían la desprotección de sus gobiernos por una presunta falta de liquidez económica, quien en la actualidad lidera la Comisión Europea propiciaba la desviación de los impuestos que deberían haber tenido como destino a la Unión Europea. La aparente legalidad en el sistema fiscal del séptimo país más pequeño de Europa no puede encubrir la intención fraudulenta que escondía. Los farsantes existen porque otros lo encumbran. La consolidación de la mediocridad destierra cualquier atisbo, por menudo que sea, de belleza en Europa y, por consiguiente, de justicia.

La impostura contiene signos elocuentes de delirio. Y no es un retruécano al uso, es la constatación del pútrido ejercicio de la mentira como legado de auténtica perversión. La naturaleza humana se inclina a afirmar la flaqueza de la integridad y su flácida musculatura. Los que se atreven a decir que no son estigmatizados, pues les recuerdan al resto el estado de falsedad en el que se hallan y del que no quieren ser apartados. A modo de burladero contemplan la fiera que se les abalanza pero  a la que desde la seguridad de su protección miran condescendiente. La Federación Internacional de Fútbol Asociación -FIFA- esconde bajo  la alfombra de su estructura la miseria -pactos secretos, cohechos, sobornos- que arrastran las adjudicaciones de los Mundiales de 2018 y 2022 a Rusia y Qatar. Michel García, exfiscal de Nueva Yor, fue designado para que de manera independiente investigara sobre las vergüenzas que habían dado como ganadoras a ambas candidaturas. Durante 18 meses estuvo recabando información que recopiló e inscribió en un trabajo de 200.000 páginas. Tras la entrega, paso algún tiempo antes que la entidad que gestiona el balompié mundial lo hiciera público, reduciendo drasticamente la exposición y blindándola en 42 páginas arguyendo garantías de confidencialidad. Todo un compendio de escatología.

La iniciativa legislativa popular no contó con el respaldo del Partido Popular -PP- en el Congreso de los Diputados. La juez le concedió a la abogada y periodista Beatriz Figueroa lo que la soberanía popular le negó. El carcinoma que sufría y del que era tratada desde hace tres años no fue causa ni motivo para hurgar en las conciencias de los diputados, cuya mayoría absoluta taponó una de tantas hemorragias a las que no son sensibles. Nada se le puede pedir a la mano que mece la estafa social en su propia sede.

 

 

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