Las masas, la hiperdemocracia y las elecciones judiciales

Columna de Jean Lenin Corona

Las masas, la hiperdemocracia y las elecciones judiciales

Autor: Jean Lenin Corona

Debo ser completamente honesto: la elección de integrantes del Poder Judicial de este domingo primero de junio no podría interesarme menos, por diversas razones que ya se han expuesto hasta el cansancio en distintos medios de comunicación y formatos. Que si la selección de candidaturas no fue rigurosa ni transparente. Que si es muy complicado entender las funciones y alcances de cada cargo a elegir. Que si se trata de un fraude en el que ganan únicamente las propuestas promovidas por el Poder Ejecutivo.

Si bien muchas de estas premisas han evidenciado diversos vicios de origen en las reformas enviadas a la Cámara de Diputados por el entonces presidente Andrés Manuel López Obrador el cinco de febrero de 2024 —y otras tantas han sido producidas por ciertos sectores de la oposición política con el fin de deslegitimar la jornada electoral y sus resultados—, quisiera exponer una razón distinta, acaso más estructural: el debilitamiento de nuestra democracia como sistema de instituciones y valores en favor de una lógica que pondera exclusivamente el número de votantes y la cantidad de cargos que se eligen.

Un concepto que puede arrojar luz sobre esta situación lo escribió hace casi cien años el filósofo y periodista español José Ortega y Gasset en La rebelión de las masas. Para él, los cambios sociales y políticos previos al ascenso de los autoritarismos y fascismos anunciaban la irrupción del “hombre-masa”, al que caracteriza por su pereza intelectual, escasa exigencia espiritual y cierta ingratitud hacia el andamiaje cultural e institucional que le ha permitido ser quien es. Este “hombre-masa” no pertenece a un estrato social o económico específico: basta con que se entregue por completo al consenso inmediato, a la moda o a la opinión dominante.

Cuando este tipo humano entra en la arena política, se vuelve especialmente problemático. Su predisposición para no reflexionar, su autoimagen como un proyecto histórico ya culminado —que no requiere formación, ni preparación, ni humildad intelectual— lo hace actuar desde una ignorancia que él mismo desconoce. Al no ser consciente del alcance de sus decisiones, se vuelve irresponsable de su lugar en la historia y del impacto de su actuar colectivo.

Como resultado, nos encontramos con otra categoría planteada por Ortega: la hiperdemocracia. Este concepto se refiere al exceso de intervención de la masa en todos los asuntos públicos, sin otro criterio que el consenso de los muchos y en detrimento del conocimiento de los pocos que se han formado para deliberar y decidir con responsabilidad. En este contexto, el sistema democrático se vacía de contenido: ya no se trata de resolver los problemas públicos con instituciones fuertes y ciudadanos exigentes, sino de multiplicar los mecanismos de participación sin propósito ni profundidad.

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Así, la próxima elección judicial pude que nos dé como resultado no una ampliación cualitativa de la democracia, sino un síntoma del desgaste que anticipó Ortega y Gasset en los años treinta: una cultura política que poco permite comprender lo que se vota, pero que celebra con entusiasmo que todos voten, sin importar lo complejo que resulte entender lo que se vota.

Y cuando todo se convierte en materia electoral, incluso la justicia, la política puede dejar de ser un proyecto colectivo racional y se convierte en espectáculo. A mi parecer, no se trata de votar más, sino de preguntarnos para qué votamos, con qué información y desde qué exigencia ciudadana y es quizás una de las deudas de esta elección, no poder darle una difusión correcta a los cargos y a los candidatos para que el voto sea razonado.  Porque cuando el acto de elegir se vacía de sentido, el ciudadano se vuelve masa y la democracia, una ilusión sin contenido.

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