Por Carlos Gutiérrez P.

La locura de patio de las últimas semanas en Europa se debe nuevamente a otra coyuntura política, dominada por la enésima conversación sobre un acuerdo de paz para la guerra en Ucrania, otra iniciativa encabezada por el presidente Trump. Y como ha sucedido en todas las ocasiones anteriores asistimos a las mismas escenas ya ensayadas, cada uno jugando el rol que tienen asignado en la obra, actores principales, secundarios y los de relleno.
Actores principales. Que nadie dude que estos son Estados Unidos y Rusia. Por un lado, el que comenzó todo este lío en 2014 con el golpe de Estado en Ucrania, como continuidad de la política para hacer desaparecer a la Unión Soviética y su heredera Rusia, y así darle el golpe definitivo, consistente en una derrota estratégica que la desmembrara, generando las condiciones para poder capitalizar los enormes recursos que yacen en su territorio. Y, por el otro lado, el que logró levantarse paulatinamente para volver a posesionarse como un actor global, cuestionar el dominio unilateral de Estados Unidos y construir lentamente junto a nuevos actores globales un nuevo diseño multipolar del sistema internacional.
Actor secundario. Este papel le tocó a Ucrania, que facilitó una elite militar nazificada anti rusa muy influyente, además de una dirigencia política que fácilmente fue comprada por la desatada corrupción existente y que en su ingenuidad máxima -y total falta de comprensión histórica y estratégica- creyó tener la fuerza y el respaldo occidental para enfrentarse militarmente a Rusia.
Actores de relleno. La Europa otanista y su desactualizada interpretación del mundo, que sigue creyendo que vive su época dorada, no quiso quedarse fuera de este gran juego y se comprometió a fondo con el relato estadounidense de la posibilidad cierta de una derrota militar estratégica de Rusia, y por lo tanto ser parte de una repartición del botín.
En una disonancia cognitiva ejemplar, cambió la realidad material presente que gozaba a partir de beneficiosos acuerdos energéticos con su proveedor ruso, por un ilusorio futuro autónomo de esas energías y las ganancias de la apropiación privada de los recursos rusos. Perfectamente, para los europeos, la obra podría llamarse como la mayor estafa de venta de mercados de futuro.
Los relatos iniciales al conflicto estaban pletóricos de afirmaciones sobre la debilidad rusa, tanto en lo económico como en lo militar («haremos saltar la economía rusa; le quedan municiones para dos meses; no tienen chips y las están sacando de lavadoras y refrigeradores; no tiene la capacidad logística para cubrir el frente; los rusos están peleando con palas en las trincheras; se les acabó el stock de misiles; combaten a la antigua, con sacrificios de carne, y no tendrán tropas de reemplazo; llevan más de un millón de muertos», y un largo etc.); se declaraban las maravillas de las armas modernas occidentales que cambiarían el curso de la guerra (partieron por los Javelin antitanques, luego los drones turcos, después vinieron la artillería M777 y los sistemas blindados: Leopard, Abrams, MaxxProo, Challenger, Twardy, para terminar en la misilería de largo alcance y el fantástico F-16); se esmeraron en unificar acuerdos para sanciones ejemplificadoras, y a pesar de que cada vez les cuesta más, ya van en el paquete número 19, pero, como les dijo el Secretario del Tesoro de Estados Unidos, si llevan 19 veces haciendo lo mismo y no tienen resultados, es porque no sirven.
Pero el ser humano tiene la cualidad de la perseverancia.
Ya casi en cuatro años de guerra, teniendo a la vista que no se han dado los resultados esperados por Occidente en materias de colapso económico, militar, político, diplomático de Rusia, y en cambio se aprecia el desmoronamiento de la identidad social, territorial y política del estado ucraniano, además de la notoria pendiente de degradación europea en todos los campos, es pertinente preguntarse por qué sigue la pertinacia de sus líderes por la guerra.
Posible razón 1. En la medida que Europa ya lleva tiempo en su crisis económica, y la entrada en la guerra en Ucrania lo que ha hecho es profundizarla, tanto por la pérdida de su energía barata, la desindustrialización, aumento de los costos de vida, la salida de flujos financieros para apoyar a Ucrania, ven como salida a esta situación entrar en una economía de guerra, que bajo el viejo remedio del keinesianismo, aumentar el gasto militar junto a la inversión en todo un ecosistema que se necesita para generar un potencial de defensa y así reactivar la economía con una nueva base industrial.
Obviamente, esto fue muy bien acogido por las empresas del rubro, así como todo el engranaje civil y político que rodea siempre al lobby de la industria de defensa.
El mejor y más reciente ejemplo se está viviendo justamente a propósito de las tratativas por un acuerdo de paz. La verdadera tendencia de los «precios de la paz» se revela en el mercado bursátil, con las acciones de la industria de defensa cayendo visiblemente en los últimos días ante la perspectiva de un acuerdo. Por ejemplo, las acciones de la empresa alemana Rheinmetall, el mayor holding europeo del sector (que ha obtenido dos años de enormes beneficios produciendo artillería y municiones para Ucrania y la OTAN) cayeron en pocas horas de 1.678 a 1.450 euros. La caída simultánea de Hensoldt, fabricante alemán de radares y óptica, confirma que no se trata de una coincidencia, sino de la reacción «natural» del mercado ante la posible resolución del conflicto: en concreto, la reacción del complejo militar-industrial, que corre el riesgo de perder sus habituales beneficios derivados de la guerra. Con la guerra en Ucrania, la propia Rheinmetall ha obtenido ganancias colosales, casi duplicando sus ingresos solo en 2023-24. Para los medios de comunicación y la infraestructura política occidentales, el colapso de Rheinmetall es más que un simple desplome bursátil, es una advertencia: si Trump «impone la paz», toda la estructura financiera construida entre 2022 y 2024 en torno al conflicto ucraniano se derrumbará.
Y, de hecho, el llamado Parlamento Europeo aprobó con prontitud el «primer programa industrial europeo de defensa», con un valor de 1.500 millones de euros, de los cuales 300 millones se destinarán a Ucrania y el resto a la producción de armas.
Por supuesto que esto enlaza perfectamente con los mismos intereses del complejo militar-industrial estadounidense, muchísimo más grande, poderoso e influyente que el europeo, más ahora que Trump decidió que toda la ayuda militar se mide en dólares.
De ahí la intensificación de los intentos desde diversos sectores de sabotear cualquier iniciativa que pueda conducir a un alto el fuego; la histeria mediática sobre la «catástrofe para Europa», la «amenaza a la OTAN» y la «expansión rusa»; la presión sobre Kiev para que detenga cualquier negociación; y la insistencia mediática en un fantasma de «plan europeo paralelo» que preservaría al menos parte de los flujos militares. Los mercados, el complejo militar-industrial y, con ellos, incluso las altas esferas europeas, no pueden permitir que la guerra termine: demasiado dinero, demasiados compromisos y demasiadas agendas políticas están ligadas al conflicto. Demasiados altos mandos de la Unión Europea se están embolsando los beneficios.
Al final lo que sucede es que vas quedando atrapado de tu propia creación, y en la medida que se traspasa la responsabilidad de la supervivencia europea a la industria militar, tienes que sostenerla argumentando su necesidad, y esta no es otra que la guerra. Es una versión discursiva del mal holandés en la economía.
Posible razón 2. Es tan profunda la degradación y la corrupción en el sistema ucraniano, y la expansión de estos lazos y ámbitos en contubernio con los europeos, que el término de la guerra no solo acabará con sus espurios negocios, sino que traerá una ola de investigaciones, acusaciones, y persecución judicial y política que podría acarrear efectos sustanciales en la institucionalidad europea (esta realidad es también anterior a la guerra, más allá de que un ingenuo líder nacional piense que Ucrania es una democracia y luche por la libertad contra el autoritarismo).
La publicidad de actos de corrupción en Ucrania que han salido en las últimas semanas ha generado una espiral política nueva en ese país, pero es indudable que en la medida que se profundice la investigación aparecerán los lazos con Occidente (ya han aparecido noticias sobre la relación del ex primer ministro británico Johnson con magnates de la industria de defensa). Ya empezaron a aparecer los primeros efectos, con la renuncia del principal asesor de Zelensky, el radical anti ruso Yermak.
Hoy, son más los países y líderes de partidos europeos que se están preguntando por los destinos de los fondos asignados a Ucrania, con platas de toda la comunidad. Se presionan por más investigaciones y detener ese flujo incesante.
El gobierno de Kiev ya se ha hecho prácticamente inviable, por su derrota en el campo militar, su crisis económica y política, la corrupción y el colapso de la sociedad ucraniana. Según las encuestas serias del país, su apoyo no supera el 25 %, y se buscan nuevos líderes, entre ellos el ex jefe militar y ahora embajador en Reino Unido, Valerii Zaluzhnyi.
La base de sustentación del gobierno radica en los grupos radicalizados de orientación nazi, tanto dirigentes políticos, pero sobre todo militares. La cooptación que estos sectores hicieron del Estado ucraniano también obstaculiza una maniobra de negociación por la paz, que, atendiendo a la realidad del campo de batalla, claramente es desfavorable para el país. Se han publicitado varias declaraciones de comandantes de unidades nazis que amenazan ante cualquier atisbo de negociación, ya que en su sostenida ideologización siguen creyendo en la revancha y la victoria.
Posible razón 3. El presidente Putin lo ha mencionado varias veces en sus discursos donde ha abordado la crisis con Ucrania, y es sobre la incompetencia del liderazgo europeo actual. Cuestión que también muchos analistas han sacado a colación comparándolos con antaños líderes como De Gaulle, Brandt, Kohl, Thatcher, Mitterand y otros.
Los líderes militares actuales tampoco están a la zaga en su verborrea militarista, pero sobre todo en su confianza que en un próximo conflicto militar con Rusia saldrían airosos. Dibujan planes de invasión y eliminación de Kaliningrado, de la ocupación del Mar Negro y del Báltico, de las incapacidades militares rusas y de su derrota. Por el contrario, lo más llamativo es que opiniones emitidas por antiguos jefes de fuerzas nacionales o que tuvieron cargos importantes en la OTAN europea, y que han podido superar la censura, coinciden en señalar todos los equívocos de ese diagnóstico sobre la incapacidad del potencial ruso y la posibilidad de una victoria europea.
Pero, es indudable que la incompetencia más visible es la del liderazgo político, a la cual se suma la rotación inédita en los principales cargos y la baja popularidad frente a sus naciones. El más notorio ha sido en Reino Unido, el más agresivo de los países, que ha tenido cuatro primeros ministros en cuatro años, asumiendo cada vez uno peor que el anterior. Así, han caído gobiernos en Italia, Alemania, Polonia, Chequia, Países bajos, Bélgica y otros, que tuvieron gobiernos que desde el principio se enfrascaron en la guerra de Ucrania.
La crisis de incompetencia es consistente con la crisis del liberalismo político europeo. Después de todo, la política moderna ha sido vaciada de casi todo contenido, si se trata de facciones muy diferentes del partido que luchan entre sí por estatus y poder, mientras comparten en general la misma ideología, entonces este comportamiento es perverso, por decirlo suavemente. De esto se desprende que los políticos modernos tienen siempre la vista puesta en las próximas elecciones. Cuando son temporalmente impopulares, necesitan hacer o prometer cosas que aumenten su popularidad. Cuando son populares, necesitan explotar esa popularidad para convocar unas elecciones que creen que pueden ganar.
Los partidos políticos occidentales modernos comparten algunas de esas características en un grado sorprendente. Son y se reconocen como elitistas. Creen saber lo que la gente necesita y lo que deberían desear, se relacionan constantemente con periodistas, expertos, intelectuales y figuras influyentes del sector privado que comparten sus puntos de vista, y tratan a diario con políticos de otros países y funcionarios de organizaciones internacionales cuyas opiniones son muy similares a las suyas. Desprecian a la gente misma y consideran las campañas electorales como una forma de vender un producto a las masas y destruir la imagen de sus oponentes.
De ello se desprende, finalmente, que esta generación de políticos está más alejada conceptual, financiera e incluso geográficamente de los votantes que nunca. En cambio, están muy cerca de quienes se mueven en otros círculos de élite, y podrían sentirse más a gusto en otros países que en el suyo. La opinión pública apenas importa en tales circunstancias: los programas de la mayoría de los principales partidos políticos se parecen mucho entre sí; ¿adónde irán los votantes descontentos? (es parte de la explicación sobre el crecimiento electoral de los partidos de ultraderecha, que efectivamente ofrecen alternativas hoy día de sentido común, como por ejemplo terminar con el apoyo a la guerra en Ucrania).
Los gobernantes actuales están psicológicamente incapaces de lidiar con problemas difíciles e insolubles, porque nada en su vida los ha preparado para ello. No es que necesariamente todos nazcan ricos, aunque algunos sí, sino que nunca han tenido que luchar por nada. Ya no hay antiguos mineros, jornaleros agrícolas ni comerciantes en política. En su mayoría, son producto de escuelas y universidades de élite; establecen contactos con otros miembros de la futura élite; acceden sin esfuerzo a prácticas prestigiosas organizadas por sus contactos; conocen a personas de su mismo entorno, a quienes pueden conocer personalmente, con quienes comen, vacacionan y duermen; sus incipientes carreras políticas se ven impulsadas por contactos en la política y en otros ámbitos; sus actividades políticas son cubiertas con entusiasmo por amigos y conocidos en los medios de comunicación, a quienes pueden ofrecer información privilegiada e incluso la oportunidad de un trabajo a cambio.
Finalmente, a lo que conduce esta incompetencia entre líderes políticos y militares es a sobrevalorarse, tanto a sí mismo como a la comunidad europea que representan; no poseen una cultura política y diplomática a la altura de los tiempos (quizás el epítome de esto sean Kaja Kallas y Mark Rutte); no hay pensamiento estratégico, solo se movilizan en el acontecer cotidiano, y, como bien dijo Sun Tzu, para establecer un planteamiento estratégico resulta crucial tanto el conocimiento de la situación como el propio autoconocimiento, y una visión de la totalidad que procure dotar al análisis de un problema con una perspectiva más amplia.
Nunca han entendido que este conflicto para Rusia es existencial, mientras que para los instigadores fue una ventana de oportunidad de negocios. Y la sociedad rusa sabe de sacrificios por su sobrevivencia.
Esta elite no podría sobrevivir si no es a propósito de una idiotización de la política y el uso destemplado del miedo. La pasividad de la sociedad civil colabora activamente.
Posible razón 4. A la incompetencia se suma la veleidad del sistema, porque la primera necesita a la segunda. Sostenerlo a través del sesgo afirmativo que se implementa a través de la censura de medios de comunicación, que no permite visiones alternativas ni información que cuestione la retórica otanista, y por lo tanto el público masivo puede seguir creyendo que las tropas ucranianas están a la puerta de Moscú, que el presidente Putin está a punto de ser derrocado o que la guerra es para defender la democracia, la libertad y los valores del occidente liberal.
Algo similar, pero con alcances catastróficos, es lo que sucede con la “información profesional” que proviene de los aparatos de inteligencia y de los estados mayores de las fuerzas armadas nacionales.
Hay que recordar que fueron informes de inteligencia británicos quienes afirmaron que a Rusia le quedaban municiones para tres meses, a mediados del año 2022. También de allí provienen los análisis sobre la situación económica de Rusia, y que junto a las planificaciones de los estados mayores llevaron a la ofensiva de 2023, y el ataque a Kursk.
Hoy, siguen siendo esos “expertos” los que aseguran que pueden movilizar unidades, recursos y medios para desplegar fuerzas de 300.000 soldados a territorio ucraniano en pocas semanas (El secretario de Defensa británico, John Healey, declaró a Bloomberg que Londres ha «realizado reconocimiento en Ucrania, por lo que sabemos qué unidades desplegar, cómo hacerlo y qué funciones desempeñarán». Las fuerzas británicas se desplegarán tras las líneas, y se espera que su principal tarea sea entrenar a los soldados ucranianos).
El 26 de noviembre, un artículo del The Wall Street Journal saca a la luz un documento consistente en un plan secreto elaborado por altos oficiales alemanes, trabajado desde hace dos años, que detalla la movilización de 800.000 soldados de la OTAN a la frontera con Rusia, abarcando los aspectos de la movilización, rutas, suministros, logística, etc.
No hay relación verosímil entre las declaraciones del establishment militar y la realidad de la OTAN europea para iniciar y sostener un conflicto con Rusia.
No hay una jerarquía en las razones expuestas, y también es altamente probable que sean interdependientes, así como que sabemos muy bien la estratificación política que existe entre la que se declara abiertamente en los medios de comunicación y que suelen ser lo que la buena conducta de lo políticamente correcto se quiere escuchar, y lo que realmente sucede en los sótanos, donde es por lo general que transcurre lo real y concreto.
Finalmente, Europa vuelve a hacer un circo de esta negociación por la paz, porque sigue creyendo que es actor principal, y lo que logrará es continuar con la muerte sin sentido de los jóvenes ucranianos en una guerra que tiene perdida, y que mientras más se postergue la negociación aumentarán las exigencias rusas y la derrota de Ucrania será más profunda. Junto con ella, la decadencia de la Europa liberal.
La elite europea, incluida la ucraniana, está atrapada de su relato, soberbia e incompetencia. Aunque resulte paradójico mantener la crisis, es su tabla de salvación personal.
Por Carlos Gutiérrez P.
Carta Geopolítica 73 – 02/12/2025
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