Mi mente no existe, la tuya no te pertenece

El cuento dice más o menos así: los niños nacen sin saber nada, y apenas crecen un poco demuestran su supuesto egoísmo y su famosa incapacidad de tomar la perspectiva del otro

Por Director

15/09/2015

Publicado en

Columnas

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El cuento dice más o menos así: los niños nacen sin saber nada, y apenas crecen un poco demuestran su supuesto egoísmo y su famosa incapacidad de tomar la perspectiva del otro. Es el “egocentrismo” de los dos años, “este juguete es mío, es mío doctor…”; la biología es el argumento universal, la naturaleza humana amarrada a una supervivencia solitaria. Así es cómo se ha entendido el desarrollo de la mente en diversas teorías psicológicas, particularmente en muchas de las que importamos desde Estados Unidos. Una psiquis individual, esencialmente pensante, que vela por los intereses personales, que a veces considera adecuadamente las variables de una situación y se ajusta a la realidad, y otras desarrolla procesos “erróneos”.

Así, el individuo no tiene ningún inconveniente para encajar en el engranaje del sistema social capitalista, en el que los niños están bien preparados para defender precozmente los espacios privados. La forma en que se teoriza lo mental depende de la cultura en la cual los teóricos se desenvuelven, nunca es neutral ni objetiva; y el mismo concepto de mente es una invención. ¿O existe en alguna parte? ¿En el cerebro? Por lo menos yo no sería capaz de localizar en un sitio mi pensar ni mi sentir, mi mente no existe, es sólo una palabra, que no dice nada de cómo siento ni de cómo pienso.

Y se ha escrito también otra ficción, cuyas bases son igualmente socio-históricas. Freud publicó en 1921 uno de sus textos más relevantes, Psicología de las masas y análisis del yo, donde aborda la relación entre el funcionamiento “intrapsíquico” y las lógicas psicológicas que rigen a los grupos humanos. En tiempos de posguerra, la reflexión respecto de las multitudes era relevante debido a que se habían constituido como espacios sociales importantes. La idea más difundida fue entonces la del sociólogo francés Gustave Le Bon, y Freud la retomó para analizar por qué los “individuos” parecen disolverse en la masa, y suelen permitirse en ella acciones ligadas a los instintos más primitivos. Luego, constató un paralelismo entre la vida psíquica propia del agrupamiento de seres humanos y sus desarrollos respecto del ello, el yo y el superyó, conceptos igualmente fabricados con el material disponible en ese momento.

Hoy en día, la masa se configura en nuevas modalidades; admitamos, por ejemplo, el desborde de violencia que se produce en el anonimato que ofrece la trastienda de la pantalla, en medio de la multitud virtual. Esta es una de las formas de pensarlo, como en todo, no la única, por si se nos llegara a olvidar. Por otro lado, tal vez son consecuentes quienes plasman sus opiniones en el ámbito público, porque las devuelven al lugar del cual provienen. “La opinión pública” podría ser un término para comprender, en alguna medida, que las ideas de todos constituyen una totalidad, distinta de lo que cada uno piensa, más compleja que la suma de los psiquismos de las personas involucradas. Wilfred Bion, médico psicoanalista inglés que no tuvo más remedio que los grupos en medio del horror de la guerra, de hecho describió una “mentalidad grupal”, regida por principios propios.

            Lo interesante es que desde la primera mitad del siglo XX, concepciones como la de Freud o Bion (1948), incorporaron la dimensión social como fundamento de la psicología humana, y no como un mero factor en interacción con ella. Incluso cuando pensamos en esa sesión de psicoterapia individual, somos testigo en ella de una circulación de personas en el discurso del paciente, su sufrimiento no discurre en un laboratorio aséptico. En 1921, Freud afirma que el otro aparece bajo distintas formas, modelo a seguir, objeto de deseo o de odio, rival o compañero… Afirma entonces algo que podría sorprender a algunos detractores del psicoanálisis, sobre todo a aquellos que no están dispuestos a ver sus prejuicios desestabilizarse: “desde el comienzo mismo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo”. El aparato psíquico, o el sujeto, es un grupo, dirán otros más adelante, una organización que se desprende o se diferencia de un estado primitivo en el que no hay individuos.

            Y esto que suena inconcebible en el mundo del self made man, tiene grandes implicancias en la práctica socio-psico-analítica. Como dice Gérard Mendel, “los problemas sociales no se resuelven el diván”. Lo que alguien enuncia en un grupo humano o en una institución ya no es posible de ser leído desde la lógica de las relaciones interpersonales. Yo no me relaciono contigo, nosotros nos relacionamos con ustedes, aunque nos estorbe asimilarnos a la locura. Lo que digo que me pasa hoy día en mi trabajo le pasó antes a muchos, muchos que sólo pueden ser escuchados en tanto se entienda que la psicología del que habla es en realidad un coro que denuncia problemas sociales.

Esa secretaria, que escribe a tu lado, y que consideras una histérica porque colapsa con “sus” mil y un tareas, se ha enfermado porque lleva el peso de un grupo que está organizado para que algunos dirijan y otros ejecuten. El niño extraño del curso se hace cargo de las rarezas de todos los demás, como si sólo él fuera el que le tiene miedo a las críticas, como si sólo él no supiera qué decir, qué hacer, qué sentir. Entonces quizás debemos tener cuidado cuando indicamos con el dedo, puede que ustedes sean nosotros y no nos hayamos dado cuenta. Puede ser que mi mente no exista y que la tuya no te pertenezca.

 

 

 

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