Niños Rosados, Niñas Azules

  “Niñas rosadas y niños de azul si hay montones de colores porque solo dos combinaciones

Por Jose Robredo

04/04/2016

Publicado en

Columnas

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“Niñas rosadas y niños de azul si hay montones de colores porque solo dos combinaciones. Puedo portarme como Superman y otro día en la noche soy Gatubela y voy a bailar con niños rosados y niñas de azul con millones de colores sin vergüenza de combinaciones”

Sebastián, Niños rosados.

 

Cuando nos referimos a las categorías hombre y mujer, necesitamos diferenciar dos conceptos claves, sexo y género. El sexo lo entendemos como las diferencia sexual basada en las características fisiológicas de una persona, es decir, lo biológicamente determinado. Mientras que por género nos referimos a la construcción social y cultural, “lo que debemos ser”  como hombre y mujer desde nuestro nacimiento, lo socialmente determinado. De esta manera lo da a entender la ONU en la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer: “El género es la forma en que todas las sociedades del mundo determinan las funciones, actitudes, valores y relaciones que conciernen al hombre y a la mujer. Mientras el sexo hace referencia a los aspectos biológicos que se derivan de las diferencias sexuales, el género es una definición de las mujeres y los hombres construido culturalmente y con claras repercusiones políticas”.

Entendiendo ambos conceptos llegamos al sistema sexo-género, el cual se utiliza para explicar que en base a tu sexo, es decir, tus características fisiológicas, debes responder a ciertas costumbres, comportamientos, valores, creencias, emociones, intelecto y patrones que nos permiten integrarnos a la sociedad. Así se determina el proceso de formación de género desde nuestra infancia, respondiendo a las construcciones sociales que hemos realizado sobre ser mujer y hombre. Por ello nos preguntamos ¿cuáles son las consecuencias de esta construcción impuesta sobre ser mujer y hombre para la sociedad y las personas en particular?

La construcción de género, es necesaria, ésta se lleva a cabo de manera innata, nos permite situarnos en el mundo como seres distintos unos de otros y así poder crear identidades. Pero se torna un problema cuando como sociedad pretendemos imponer que solo existen dos géneros, hombre y mujer, lo relacionamos con el sexo e imponemos las conductas y pensamientos que debe tener cada género, como una verdad absoluta. Así se crea e impone una dualidad artificial, donde la mujer es femenina y el hombre masculino, la mujer es sensible y el hombre fuerte. Estos estereotipos y formas de enfrentar la diferencia construyen la manera en que cada sexo debe comportarse, siendo un hecho social tan potente que se torna algo normal. De ahí que a quienes se salen de esta norma se les tilda de “raros” o “raras”.

Los genitales con los que nacemos nos están determinando a la hora de recibir valores, y obligando a responder a conductas, comportamientos y expectativas que son vistas como las adecuadas para cada género. Esperamos que las mujeres sean señoritas, no digan groserías, usen vestidos, no se ensucien, sean de casa y aprendan las tareas del hogar; en cuanto al hombre, le asignamos el éxito, las tareas de fuerza bruta, la idea de ser humano irreprochable, la toma decisiones y libertades por el solo hecho de ser “hombres” y, por ende, estar menos expuestos a ciertas situaciones. Este último punto demuestra la complejidad del problema, por ejemplo, le enseñamos a las niñas que cuidarse implica andar en la calle con miedo, porque al parecer resulta más fácil eso que enseñarle a los hombres a no violar, denigrar  o maltratar.

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En la infancia, al mismo tiempo que se crea la identidad, se comienzan a formar estereotipos de género, por ende, la identidad se construye en torno a estos estereotipos con los que se está educando. Desde este momento comienzan a adquirir el modelo implantado, las niñas juegan con Barbies, son delicadas y son las encargadas de darle la leche y mudar a los muñecos; por el contrario los niños juegan con autos, son más brutos, pueden escalar árboles, mancharse con tierra, andar sin polera  y no pueden llorar. Esta construcción inmediata de los roles solo podemos explicarla por el trato diferente que le damos a niñas y niños desde el momento que llegan al mundo, y serán muy determinantes a lo largo de nuestras vidas. Porque desde ese momento se nos dice que para ser hombres necesitas ser fuerte, independiente, racional, que existen colores, modales, funciones, trabajos y hasta sentimientos que definen tu masculinidad; y que para ser mujeres tenemos que ser sentimentales, débiles, dependientes, que existen nuevamente colores, modales, funciones, trabajos y sentimientos que definen  la feminidad.

Así, nos vamos desarrollando en un ambiente sexista, estimulado por nuestros padres y madres, por una televisión sin contenido que apoya y avala prototipos establecidos y fomenta el lado más crudo del machismo; presentando a la mujer como objeto y el hombre como deseador de éste, anulando razonamientos y sentimientos, le asignan al hombre la  frivolidad y a las mujeres solo pechos y traseros. Desde pequeñas nos enseñan  a construirnos en son a los demás, vivir, respirar y sentir por otros, se nos asigna el rol de madre como algo innegable para cada mujer, tenemos que vivir en son a la estética del cuerpo,  pareciera que ser mujer y ser madre son condiciones necesarias, y en muchos casos es como si aún no tuviésemos voz ni voto.

Entendemos entonces, que el problema comienza desde la educación brindada en nuestras casas, en las aulas, en el día a día; y para poder cambiarlo tenemos que plantear las diferencias no como algo radical, sino que con la posibilidad de tener similitudes, realizar la crianza con la aceptación de la variedad de géneros con normalidad. Tenemos que trabajar en esta sociedad enferma que nos encasilla, para que quienes no se sientan cómodos con la visión de género existente puedan alzar su voz sin miedo, para que haya espacio para formas infinitas de ser, para que aceptemos las distintas maneras de amar, para que podamos respetar y querer la diversidad. Y así no existan más Samudios, Karinas Arayas y su pareja Mitzi Negrón; para que no hayan más agresores como Fernando Gómez Muñoz, Juan Humberto Cornejo González o Luis Arturo Reyes Espinoza, todos ellos culpables de los últimos femicidios. Es nuestra obligación y deber como miembros de la sociedad romper con este sistema arcaico y machista que perpetúa este tipo de enseñanza.

Es el momento de empoderarnos como ciudadanas y ciudadanos, cambiando el tipo de educación que se nos brinda, con mallas curriculares que de manera explícita evalúen el avance en la igualdad de derechos, incentivando a educadores y educadoras, para poder garantizar de esta manera la equidad de género. Es hora de cambiar las políticas educacionales apuntando a un trabajo de género que empodere a niños, niñas, jóvenes, padres y madres, dejando de lado la educación sexista y que fomente la enseñanza de nuestras familias en son a la aceptación a la diferencias y similitudes sin miedo y prejuicios.  Es momento de que ésta problemática sea de carácter público, para poder así generar políticas públicas diferentes respecto a la formación de género. Es nuestro derecho como ciudadanía exigir que la educación nos forme como seres integrales y nos abra posibilidades en vez de limitarnos a lo “socialmente aceptado”, obviando una realidad latente en Chile que hace muchos años se aleja de los paradigmas establecidos.

Es hora de bailar con niños rosados y niñas de azul, con millones de colores sin vergüenza de combinaciones, donde las reinas se saben pintar y los príncipes se pueden agarrar a besos si es que ellos quieren. Es hora de romper con prototipos, de cambiar la base de la educación en son de una construcción de género libre, de trabajar para lograr tener una sociedad con respeto y amor hacia nosotros mismos y nuestros pares.

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