No le dé color: El Metro ya era gris

El pasado 27 de diciembre un grupo de unas 20 personas encapuchadas y organizadas rayaron con spray de color gris el exterior de un tren del Metro en la estación Monte Tabor de la Línea 5

Por Daniel Labbé Yáñez

30/12/2015

Publicado en

Columnas

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Metro

El pasado 27 de diciembre un grupo de unas 20 personas encapuchadas y organizadas rayaron con spray de color gris el exterior de un tren del Metro en la estación Monte Tabor de la Línea 5. La reacción de una parte de la ciudadanía y los medios de comunicación fue la misma de siempre, la que está más a la mano, la simple, la de calificarlos de antisociales, de vándalos, de delincuentes.

En Chile ningún, absolutamente ningún derecho de los más importantes se consigue si no es a través de alguna forma de protesta y esta –legítima o no, fructífera o no- es una de ellas. Acá, el que no llora, no mama.

Es decir, mientras usted se descarga contra el pasajero que le está respirando en el oído porque el carro del Metro va transformado en una lata de sardinas, hay quienes optan por hacer llegar ese mensaje directamente a los responsables del drama.

¿Por qué entonces nos escandalizamos tanto con una acción como esta, pero guardamos silencio y hasta apoyamos otras evidentemente más violentas que la de los “grafiteros”? ¿Habrá, por ejemplo, un acto más abusivo que la invasión y contaminación visual en calles, veredas y plazas generadas en tiempos de campañas políticas, las que de forma encubierta buscan favorecer intereses personales, partidistas y empresariales?

Acciones como las de los rayados en el Metro tienen un fin colectivo: protestar contra las condiciones inhumanas en las que los ciudadanos deben trasladarse a diario, en un medio de trasporte que, paradójicamente, ha ido subiendo los costos para el pasajero. En esas cajas productoras de sudor y estrés la pintura del rebaño y su integridad se rayan a diario e impunemente. Ahí -a rostro descubierto- se roba, se manosea a mujeres y se promueve el enfrentamiento entre ciudadanos.

Metro es lejos una de las empresas que más vulnera los derechos de los consumidores al no garantizar que el servicio ofrecido se cumpla luego de un pago. Es decir, la compra de un boleto o la transacción de dinero desde una tarjeta como la BIP hacia una empresa como Metro no asegura de ninguna manera que, por ejemplo, el consumidor pueda hacer uso de ese servicio cuando él lo estime conveniente. Un pasajero de este servicio puede perfectamente estar obligado a dejar pasar dos, tres, cuatro trenes antes de poder subirse a uno y en las condiciones antes descritas.

Es cierto, Metro es reconocido y admirado a nivel internacional por haber conseguido mantener hasta hoy sus vagones limpios y libres precisamente de este tipo de manifestaciones, como no ocurre en otros países. El problema es que esa fachada es una ilusión, tras la cual se oculta aquella con la que probablemente uno podría definir a Chile si lo quisiera hacer en una sola palabra: el abuso.

¿Sabía usted que Metro se ha negado sistemáticamente a satisfacer la natural necesidad del pasajero de contar en sus instalaciones con algo tan básico como baños?

Probablemente la acción de los encapuchados ya fue borrada del tren y reemplazada nuevamente por las publicidades de casas comerciales y universidades que adornan sus vagones. Sin embargo, cualquiera de los alrededor de 3 millones de usuarios que se trasladan diariamente en ese medio de transporte sabe que esos vagones, antes que los muchachos y muchachas los pintaran con sus latas de spray, ya eran profundamente grises.

Por Daniel Labbé Yáñez

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