Patrimonio ambiental y la mercantilización de lo inconmensurable

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Por Director

27/08/2010

Publicado en

Columnas

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1. Mi tierra suntuosa.

    Mi país se extiende a más de 4.200 km. de largo en la franja más austral del mundo. Su interior alberga una majestuosa diversidad de parajes y ecosistemas que configuran uno de los escenarios de mayor suntuosidad en el planeta.

    En este sentido, ¿cómo expresar con palabras lo que las palabras encubren?, pues no existe palabra que exprese la invaluable riqueza que encierra este suelo recóndito. De cualquier modo haré el esfuerzo:

    Mi tierra es como una acuarela pintada desde las nubes. Un paredón de litoral a cordillera hermana el árido desierto nortino con los campos de hielo en la Patagonia. Su vegetación es un condimento armónico de estepa, páramo florido, ciprés, helechos, murtillas, mañios y una gran variedad de arboles frutales /silvestres, que forman en su conjunto enormes extensiones de bosque nativo, valdiviano y esclerófilo –muy propio de mi país-, alimentados por canales de regadío natural y manantiales de agua dulce.

    La fauna contrasta señorialmente y de extremo a extremo con una gama infinita de especies animales agrupadas en familias de auquénidos, ovinos, bovinos, cánidos, roedores, equinos o felinos, entre otros. Así como grupos de cetáceos y mamíferos acuáticos entre los que destaca la presencia de ballenas en la zona magallánica o delfines y lobos marinos en la Región de Coquimbo.

    Sus costas, cobijan una de las mayores reservas de especies marítimas en el mundo. En ellas conviven distintas clases de cardúmenes y una abundante variedad de mariscos como la almeja, el choro o el loco. También habitan en este territorio un gran número de aves marinas, como las gaviotas, albatros o pelicanos. Del mismo modo este suelo es morada de pingüinos, tanto en el borde costero bañado por la Corriente de Humbolt –pingüino de Humbolt- como en la zona magallánica y antártica chilena.

    El equilibrio natural y climático (variaciones que van del clima mediterráneo al subtropical en la polinesia) de Chile lo transforman en un santuario a la biodiversidad del planeta. Siendo así no puedo más que sentirme privilegiado de coexistir aquí, de “estar”.

    El estar es un sentimiento profundo en nuestra América intercultural. Un sentir que soslaya toda restricción hedonista y supera cualquier forma de apropiación conceptual, es un pulsar que conecta íntimamente a la tierra con sus hombres, un lenguaje sincero de reconocimiento mutuo.

    Reconocer a la tierra en alteridad no solo implica aceptar que bajo nuestros pies habita un órgano vivo y dinámico, sino que consiste precisamente en sentir que bajo nuestros pies habita un hermano fecundo y que por tal, es sujeto de garantías y protecciones.

    2. La mercantilización del patrimonio ambiental.

      La ley 18.362 (1984) brinda una esfera de abrigo a varias de las zonas que forman parte del patrimonio natural y que han sido declaradas áreas silvestres protegidas en Chile y resguardadas por la Conaf. Sin embargo, muchas de estas áreas han sido objeto de vulneración y olvido –en repetidas ocasiones- ya sea por la falta de fiscalización o el arrojo empresarial de quienes tienden paulatinamente a mercantilizar el patrimonio cultural (social, histórico y medio ambiental) de nuestro planeta, reduciéndolo a un factor estratégico para el desarrollo industrial.

      Que las grandes corporaciones controlen la circulación de bienes culturales, se debe –en cierta forma- a la temprana aceptación de un sistema de selección conceptual, impulsado por la burguesía industrial del siglo XVIII y XIX, que promueve y legitima la apropiación y explotación de recursos escasos, sobre la base de un lenguaje económico cotidiano, en el que controlar dichos recursos representa un negocio próspero, encaminado a alcanzar una maximización de las utilidades por producción de servicios, minimizando al máximo los costos económico en dicho proceso, aunque paradójicamente esto signifique que la sociedad en su conjunto, deba pagar un alto costo por ello.

      Un ejemplo claro al respecto, lo constituye el floreciente mercado energético en el país. El creciente interés por construir centrales hidroeléctricas, termoeléctricas y nucleares, así parece demostrarlo.

      Lo anterior y la complicidad del aparato estatal, ha permitido monopolizar la acción de los particulares y reducir considerablemente el campo de participación de las comunidades locales y organizaciones de la sociedad civil, en estas materias. Cabe recordar por ejemplo, que en el año 2008 la entonces presidenta Michelle Bachelet, decidió ratificar en forma íntegra y sin declaraciones interpretativas, el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado por la Conferencia General de la OIT. Dicho documento busca reivindicar los derechos de las comunidades o pueblos de origen en “sociedades democráticas como la nuestra”. Estos derechos se relacionan a aspectos tan elementales como el que dice relación con «la importancia especial que para las culturas y valores espirituales de los pueblos interesados reviste su relación con las tierras o territorios».

      A pesar de que esta ratificación establece la existencia de un procedimiento especial de consulta, en el que las organizaciones de comunidades indígenas tienen derecho a manifestarse contrarias a las medidas legislativas o administrativas que puedan afectar sus condiciones de vida. La injerencia de estas comunidades, en la aprobación o rechazo de un proyecto ambiental carece de total importancia, pues es la propia ley orgánica constitucional del medio ambiente (19.300), la que fija las condiciones y procedimientos que deben concurrir para visar o desechar una propuesta que implique un impacto en el patrimonio comunitario –por medio de un sistema obsoleto de evaluación del impacto ambiental-. Como ha ocurrido con la aprobación de proyectos para la construcción de hidroeléctricas en el sur.

      A tal grado llega la complicidad entre órganos del Estado y el sector empresarial, que en contradicción a lo dispuesto por nuestra legislación, países como Dinamarca con la venia de la Unión Europea, han autorizado una cuota de captura anual de ballenas jorobadas –por los siguientes tres años- en Groenlandia, aduciendo fines de subsistencia aborigen, pese a existir evidencia contundente para demostrar que los cazadores aborígenes han preservado esta práctica, con el ánimo de abastecer a empresas procesadoras  y comercializar su carne a restaurantes y hoteles.

      Lo anterior, me lleva a cuestionar si la declaración de Derechos Humanos es algo más allá de una simple declaración de buenas intenciones.

      3. Lo Glocal desde una dimensión Geocultural.

        La influencia de los círculos de Viena y Berlín, y su neopositivismo a principios del siglo XX, recaló fuertemente en el desarrollo de algunas de las principales actividades de nuestra sociedad contemporánea, en especial en materia económica, configurando una estructura lógica para la construcción del conocimiento basada en la concepción científica de mundo.

        Las implicancias históricas y culturales de corrientes intelectuales como la señalada, en países pertenecientes al denominado “tercer mundo”, han generado grietas profundas en su tejido social, pues al legitimar y promover valores instrumentales como la pragmática, la analítica, la eficiencia, el utilitarismo y el materialismo neoliberal, se va desplazando progresivamente la dimensión simbólica de nuestras comunidades locales al punto de restringir su derecho a la libre determinación.

        El lenguaje del hombre moderno a partir de entonces, se ha tornado iracundo, avasallador, y ultrajante. En consecuencia, el hombre de nuestra era cree tener un amplio margen de control selectivo sobre su entorno, se trata de un hombre capaz de apropiarse del mundo, categorizarlo y conceptualizarlo desde afuera con la finalidad de transformarlo –este es el origen del DaSein-.

        Por eso al oír las declaraciones del Intendente de la Región de Coquimbo, Sergio Gahona:

        «La Corema resolvió aprobar el proyecto, tras exigir altos estándares ambientales a la Central (…) para que ésta se vea obligada a tener la más moderna tecnología de control de emisiones al entrar en funcionamiento en la Región. A modo de ejemplo, cada planta deberá contar con un desulfurizador de gases en base a caliza para minimizar emisiones de dióxido de azufre, un precipitador electrostático para abatir las emisiones de particulado y un dispositivo de reducción catalítica selectiva (SCR) para reducir emisiones de óxidos de nitrógeno. Con estas tecnologías (…) las unidades cumplirán normas de emisión del Banco Mundial y de la Comunidad Europea, permitiendo el cumplimiento de las normas de calidad del aire vigentes en Chile”.

        Inevitablemente lo relacioné a una experiencia que relata el antropólogo y filósofo argentino, Rodolfo Kusch, en su esplendido libro “El pensamiento indígena y popular en América”.

        Kusch, tuvo ocasión de entrevistar a una familia de indígenas aymara que vivían en la zona altiplánica boliviana. En su relato, da cuenta del desinterés del abuelo por participar en dicha jornada –con un cierto aire de suficiencia, agrega-. Lo interesante de la reflexión viene al término de la entrevista, cuando uno de los miembros del grupo de investigación tomó la ofensiva y en relación al mejoramiento de la tierra y ganado de la familia, le preguntó al abuelo que ¿por qué no compraba una bomba hidráulica? El rostro de aquel se volvió más impenetrante (…) El investigador continúo diciendo: poniéndose de acuerdo con sus vecinos podrían entre todos comprar la bomba y, en cómodas cuotas (…) le va a favorecer y le engordará los ganados. Pero el abuelo nada respondía (…) más tarde y para quedar bien les decía un poco entre dientes: sí, vamos a ir.

        Los investigadores se fueron de la estancia y camino a la ciudad, se preguntaban ¿qué pensaría el abuelo? Se imaginaron que el hijo de éste lo convencería de adquirir la bomba e incluso llegaron a insultarlo, considerando que sus prejuicios eran consecuencia de la ignorancia del hombre. Kusch explica más adelante, que el abuelo pertenece a un mundo en el cual la bomba hidráulica carece de significado, pues él contaba con recursos propios –como el rito-.

        Entonces, ¿Por qué comprar forzosamente una bomba?, ¿Por qué aceptar forzosamente una tecnología como la termoeléctrica?, ¿Acaso la eficiencia es un valor en sí mismo?

        Las reglas que aspiran universalizar los conceptos propicios para la generación de conocimiento lineal –como el que tiene lugar en la globalización mercantil-, no tienen valor alguno en estos contextos. Pues la respuesta a los problemas del hombre no está en su exterior, sino que precisan de una conciencia de si mismo. Rodolfo Kusch, nos invita a reflexionar en torno a la idea de sentirnos conectados con nosotros mismos, con nuestro entorno –el estar  o “utcatha”-.

        Generar soluciones, desde una perspectiva Geocultural es el camino propicio para la defensa de nuestro patrimonio ambiental. En tanto, entender la dimensión que encierra el sentido de arraigo a un lugar, es familiarizarse con la experiencia y espacio del otro. Así pues, resolver los conflictos globales desde una perspectiva local exige que cualquier política de Estado, deba recalar necesariamente en un modo de vida determinado.

        A mi entender, las palabras del Intendente, minutos después de la aprobación del proyecto de construcción de la central térmica Barrancones -proyecto que amenaza la estabilidad y biodiversidad de la zona contigua a la hermosa caleta de Punta de Choros, así como el desarrollo turístico comunitario y patrimonial de la Región de Coquimbo-, no tiene asidero alguno en el mundo comunitario, aunque muchísima fuerza en el mundo mercantil.

        Finalmente, no será ni la selección natural de Darwin, ni el apocalíptico escenario de Malthus el que acabará descascarando la inconmensurable riqueza que encierra nuestra tierra. Lo hará con certeza, la continuidad del tipo de selección conceptual hacia el que se dirige nuestra sociedad contemporánea.

        Por Cristhián G. Palma Bobadilla

        Patrimonio ambiental y la mercantilización de lo inconmensurable.

        1. Mi tierra suntuosa.

        Mi país se extiende a más de 4.200 km. de largo en la franja más austral del mundo. Su interior alberga una majestuosa diversidad de parajes y ecosistemas que configuran uno de los escenarios de mayor suntuosidad en el planeta.

        En este sentido, ¿cómo expresar con palabras lo que las palabras encubren?, pues no existe palabra que exprese la invaluable riqueza que encierra este suelo recóndito. De cualquier modo haré el esfuerzo:

        Mi tierra es como una acuarela pintada desde las nubes. Un paredón de litoral a cordillera hermana el árido desierto nortino con los campos de hielo en la Patagonia. Su vegetación es un condimento armónico de estepa, páramo florido, ciprés, helechos, murtillas, mañios y una gran variedad de arboles frutales /silvestres, que forman en su conjunto enormes extensiones de bosque nativo, valdiviano y esclerófilo –muy propio de mi país-, alimentados por canales de regadío natural y manantiales de agua dulce.

        La fauna contrasta señorialmente y de extremo a extremo con una gama infinita de especies animales agrupadas en familias de auquénidos, ovinos, bovinos, cánidos, roedores, equinos o felinos, entre otros. Así como grupos de cetáceos y mamíferos acuáticos entre los que destaca la presencia de ballenas en la zona magallánica o delfines y lobos marinos en la Región de Coquimbo.

        Sus costas, cobijan una de las mayores reservas de especies marítimas en el mundo. En ellas conviven distintas clases de cardúmenes y una abundante variedad de mariscos como la almeja, el choro o el loco. También habitan en este territorio un gran número de aves marinas, como las gaviotas, albatros o pelicanos. Del mismo modo este suelo es morada de pingüinos, tanto en el borde costero bañado por la Corriente de Humbolt –pingüino de Humbolt- como en la zona magallánica y antártica chilena.

        El equilibrio natural y climático (variaciones que van del clima mediterráneo al subtropical en la polinesia) de Chile lo transforman en un santuario a la biodiversidad del planeta. Siendo así no puedo más que sentirme privilegiado de coexistir aquí, de “estar”.

        El estar es un sentimiento profundo en nuestra América intercultural. Un sentir que soslaya toda restricción hedonista y supera cualquier forma de apropiación conceptual, es un pulsar que conecta íntimamente a la tierra con sus hombres, un lenguaje sincero de reconocimiento mutuo. Reconocer a la tierra en alteridad no solo implica aceptar que bajo nuestros pies habita un órgano vivo y dinámico, sino que consiste precisamente en sentir que bajo nuestros pies habita un hermano fecundo y que por tal, es sujeto de garantías y protecciones.

        2. La mercantilización del patrimonio ambiental.

        La ley 18.362 (1984) brinda una esfera de abrigo a varias de las zonas que forman parte del patrimonio natural y que han sido declaradas áreas silvestres protegidas en Chile y resguardadas por la CONAF. Sin embargo, muchas de estas áreas han sido objeto de vulneración y olvido –en repetidas ocasiones- ya sea por la falta de fiscalización o el arrojo empresarial de quienes tienden paulatinamente a mercantilizar el patrimonio cultural (social, histórico y medio ambiental) de nuestro planeta, reduciéndolo a un factor estratégico para el desarrollo industrial.

        Que las grandes corporaciones controlen la circulación de bienes culturales, se debe –en cierta forma- a la temprana aceptación de un sistema de selección conceptual, impulsado por la burguesía industrial del siglo XVIII y XIX, que promueve y legitima la apropiación y explotación de recursos escasos, sobre la base de un lenguaje económico cotidiano, en el que controlar dichos recursos representa un negocio prospero, encaminado a alcanzar una maximización de las utilidades por producción de servicios, minimizando al máximo los costos económico en dicho proceso, aunque paradójicamente esto signifique que la sociedad en su conjunto, deba pagar un alto costo por ello.

        Un ejemplo claro al respecto, lo constituye el floreciente mercado energético en el país. El creciente interés por construir centrales hidroeléctricas, termoeléctricas y nucleares, así parece demostrarlo.

        Lo anterior y la complicidad del aparato estatal, ha permitido monopolizar la acción de los particulares y reducir considerablemente el campo de participación de las comunidades locales y organizaciones de la sociedad civil, en estas materias. Cabe recordar por ejemplo, que en el año 2008 la entonces presidenta Michelle Bachelet, decidió ratificar en forma íntegra y sin declaraciones interpretativas, el Convenio 169 sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, adoptado por la Conferencia General de la OIT. Dicho documento busca reivindicar los derechos de las comunidades o pueblos de origen en “sociedades democráticas como la nuestra”. Estos derechos se relacionan a aspectos tan elementales como el que dice relación con «la importancia especial que para las culturas y valores espirituales de los pueblos interesados reviste su relación con las tierras o territorios».

        A pesar de que esta ratificación establece la existencia de un procedimiento especial de consulta, en el que las organizaciones de comunidades indígenas tienen derecho a manifestarse contrarias a las medidas legislativas o administrativas que puedan afectar sus condiciones de vida. La injerencia de estas comunidades, en la aprobación o rechazo de un proyecto ambiental carece de total importancia, pues es la propia ley orgánica constitucional del medio ambiente (19.300), la que fija las condiciones y procedimientos que deben concurrir para visar o desechar una propuesta que implique un impacto en el patrimonio comunitario –por medio de un sistema obsoleto de evaluación del impacto ambiental-. Como ha ocurrido con la aprobación de proyectos para la construcción de hidroeléctricas en el sur.

        A tal grado llega la complicidad entre órganos del Estado y el sector empresarial, que en contradicción a lo dispuesto por nuestra legislación, países como Dinamarca con la venia de la Unión Europea, han autorizado una cuota de captura anual de ballenas jorobadas –por los siguientes tres años- en Groenlandia, aduciendo fines de subsistencia aborigen, pese a existir evidencia contundente para demostrar que los cazadores aborígenes han preservado esta práctica, con el ánimo de abastecer a empresas procesadoras y comercializar su carne a restaurantes y hoteles.

        Lo anterior, me lleva a cuestionar si la declaración de Derechos Humanos es algo más allá de una simple declaración de buenas intenciones.

        3. Lo Glocal desde una dimensión Geocultural.

        La influencia de los círculos de Viena y Berlín, y su neopositivismo a principios del siglo XX, recaló fuertemente en el desarrollo de algunas de las principales actividades de nuestra sociedad contemporánea, en especial en materia económica, configurando una estructura lógica para la construcción del conocimiento basada en la concepción científica de mundo.

        Las implicancias históricas y culturales de corrientes intelectuales como la señalada, en países pertenecientes al denominado “tercer mundo”. Han generado grietas profundas en su tejido social, pues al legitimar y promover valores instrumentales como la pragmática, la analítica, la eficiencia, el utilitarismo y el materialismo neoliberal, se va desplazando progresivamente la dimensión simbólica de nuestras comunidades locales al punto de restringir su derecho a la libre determinación.

        El lenguaje del hombre moderno a partir de entonces, se ha tornado iracundo, avasallador, y ultrajante. En consecuencia, el hombre de nuestra era cree tener un amplio margen de control selectivo sobre su entorno, se trata de un hombre capaz de apropiarse del mundo, categorizarlo y conceptualizarlo desde afuera con la finalidad de transformarlo –este es el origen del DaSein-.

        Por eso al oír las declaraciones del Intendente de la Región de Coquimbo, Sergio Gahona:

        «La COREMA resolvió aprobar el proyecto, tras exigir altos estándares ambientales a la Central (…) para que ésta se vea obligada a tener la más moderna tecnología de control de emisiones al entrar en funcionamiento en la región. A modo de ejemplo, cada planta deberá contar con un desulfurizador de gases en base a caliza para minimizar emisiones de dióxido de azufre, un precipitador electrostático para abatir las emisiones de particulado y un dispositivo de reducción catalítica selectiva (SCR) para reducir emisiones de óxidos de nitrógeno. Con estas tecnologías (…) las unidades cumplirán normas de emisión del Banco Mundial y de la Comunidad Europea, permitiendo el cumplimiento de las normas de calidad del aire vigentes en Chile”.

        Inevitablemente lo relacioné a una experiencia que relata el antropólogo y filósofo argentino, Rodolfo Kusch, en su esplendido libro “el pensamiento indígena y popular en América”.

        Kusch, tuvo ocasión de entrevistar a una familia de indígenas aymara que vivían en la zona altiplánica boliviana. En su relato, da cuenta del desinterés del abuelo por participar en dicha jornada –con un cierto aire de suficiencia, agrega-. Lo interesante de la reflexión viene al término de la entrevista, cuando uno de los miembros del grupo de investigación tomó la ofensiva y en relación al mejoramiento de la tierra y ganado de la familia, le preguntó al abuelo que ¿por qué no compraba una bomba hidráulica? El rostro de aquel se volvió más impenetrante (…) El investigador continúo diciendo: poniéndose de acuerdo con sus vecinos podrían entre todos comprar la bomba y, en cómodas cuotas (…) le va a favorecer y le engordará los ganados. Pero el abuelo nada respondía (…) más tarde y para quedar bien les decía un poco entre dientes: sí, vamos a ir.

        Los investigadores se fueron de la estancia y camino a la ciudad, se preguntaban ¿qué pensaría el abuelo? Se imaginaron que el hijo de éste lo convencería de adquirir la bomba e incluso llegaron a insultarlo, considerando que sus prejuicios eran consecuencia de la ignorancia del hombre. Kusch explica más adelante, que el abuelo pertenece a un mundo en el cual la bomba hidráulica carece de significado, pues el contaba con recursos propios –como el rito-.

        Entonces, ¿Por qué comprar forzosamente una bomba?, ¿Por qué aceptar forzosamente una tecnología como la termoeléctrica?, ¿Acaso la eficiencia es un valor en sí mismo?

        Las reglas que aspiran universalizar los conceptos propicios para la generación de conocimiento lineal –como el que tiene lugar en la globalización mercantil-, no tienen valor alguno en estos contextos. Pues la respuesta a los problemas del hombre no está en su exterior, sino que precisan de una conciencia de si mismo. Rodolfo Kusch, nos invita a reflexionar en torno a la idea de sentirnos conectados con nosotros mismos, con nuestro entorno – el estar o “utcatha”-.

        Generar soluciones, desde una perspectiva Geocultural es el camino propicio para la defensa de nuestro patrimonio ambiental. En tanto, entender la dimensión que encierra el sentido de arraigo a un lugar, es familiarizarse con la experiencia y espacio del otro. Así pues, resolver los conflictos globales desde una perspectiva local exige que cualquier política de Estado, deba recalar necesariamente en un modo de vida determinado.

        A mi entender, las palabras del intendente, minutos después de la aprobación del proyecto de construcción de la central térmica Barrancones -proyecto que amenaza la estabilidad y biodiversidad de la zona contigua a la hermosa caleta de Punta de Choros, así como el desarrollo turístico comunitario y patrimonial de la Región de Coquimbo-, no tiene asidero alguno en el mundo comunitario, aunque muchísima fuerza en el mundo mercantil.

        Finalmente, no será ni la selección natural de Darwin, ni el apocalíptico escenario de Maltus el que acabará descascarando la inconmensurable riqueza que encierra nuestra tierra. Lo hará con certeza, la continuidad del tipo de selección conceptual hacia el que se dirige nuestra sociedad contemporánea.

        Cristhián G. Palma Bobadilla

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