Sobre la calidad de la educación y el siglo XXI…

Cualquier análisis que se haga sobre el estado del sistema educativo chileno, no puede ignorar y pasar por alto la inescrutable impronta y prerrogativa de la era de la información, la cual atraviesa todos los ámbitos sistémicos asociados a la gestión, la convivencia, los procesos curriculares y pedagógicos que se incuban en las aulas de […]

Por Director

30/12/2011

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Columnas

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Cualquier análisis que se haga sobre el estado del sistema educativo chileno, no puede ignorar y pasar por alto la inescrutable impronta y prerrogativa de la era de la información, la cual atraviesa todos los ámbitos sistémicos asociados a la gestión, la convivencia, los procesos curriculares y pedagógicos que se incuban en las aulas de la nación.

Vamos a cumplir ya dos décadas desde el alumbramiento de Proyecto Enlaces, (hoy Centro de Tecnología y Educación del Ministerio de Educación) y su consiguiente umbral de oportunidades de acceso a la plataforma planetaria de la información, junto al cambio de paradigma que nos ha permitido muy paulatinamente, salir del paleolítico didáctico en educación.

Es preciso que a la luz de la nueva legislación , que otorga mayores facultades y prerrogativas a los directores y jefes de educación, que estas figuras adquieran la representatividad necesaria y materialicen un liderazgo sobre la base de un perfil que los empodere de las herramientas y competencias propias de este tiempo, en lo administrativo, lo académico y lo tecnológico, como por ejemplo; administrando un aula virtual y enseñando a sus docentes a utilizarla.

Categórico debe ser el distingo entre lo que la realidad demanda e impone como prerrogativa histórica y lo que al cabo de estos casi veinte años seguimos definiendo como innovación. “Usar un procesador de textos para construir una prueba” o “sacar los promedios aritméticos semestrales en Excel” no son innovación alguna. Tampoco que los estudiantes naufraguen en Google, sin una bitácora pedagógicamente rigurosa, si pretendemos dar el salto hacia la modernidad instruccional.

Nadie pensaría sensato diseñar una prueba con una máquina de escribir, en pleno siglo XXI, aun cuando sabemos que esto ocurre bastante y no precisamente por la falta de un ordenador (…).

Por otra parte, no debemos fijar la mirada en los medios informáticos asociados sólo a la dimensión curricular, dado que la gestión, la convivencia, la administración de la enseñanza y la comunicación con la comunidad educativa, tienen un poderoso aliado en las TIC’s.

El constructivismo releva el valor del paradigma cualitativo y no obstante, tras años de resistida reforma educacional, el conductismo sigue campeando ampliamente en las aulas de la nación, con o sin uso de tecnologías. “No basta con pedir a los niños y niñas que hagan Power Point, primero hay que enseñarles como hacerlos, explicarles porqué es bueno hacerlos y garantizarles que también los sabemos hacer, luego dejar las cosas al arbitrio de su creatividad”.

La nueva institucionalidad que estatuye la ley 20.501, pretende generar los mecanismos y procesos que garanticen que la educación en el país esté a la altura de los tiempos y por sobre todo de las necesidades e intereses de las actuales y futuras generaciones de estudiantes, “Nativos Digitales”, como los define Marc Prensky (2001), que precisan de docentes, directivos y un sistema educativo efectivamente contemporáneo.

Como nos señala Cabero (2006), “La educación en una sociedad caracterizada por un desarrollo tecnológico avanzado, no deja de sentir el impacto de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC´s). Incorporar las TIC´s a la educación se convierte casi en una necesidad, donde la discusión, más allá de referirse a su incorporación o no, debe orientarse al cómo elevar la calidad del proceso de enseñanza aprendizaje con las mismas y cómo integrarlas de manera tal que lo educativo trascienda lo tecnológico”.

La nefasta calidad de la educación chilena, en mi opinión, debe gran parte de su condición a los recursos humanos que le dan soporte. Asumiendo ortodoxamente de que más allá de lo mal posicionada socialmente de la profesión docente y sus evidentes carencias (algo que no ignorábamos cuando decidimos ser profesores), en general son historias de insustancialidad formativa y pedagógica, de quienes ostentan la formación de niños, adolescentes y jóvenes, que además ha dado formato a la frágil identidad cultural de este país, que pese a los incrementos sustanciales de recursos y materiales no ha podido ser subsanada. En rigor, esto se traduce en las malas prácticas de docentes con escasa perspectiva, sin la suficiente vocación, con exiguo manejo de metodologías, con ausencia de destrezas y habilidades pedagógicas y una rebosante ignorancia de los temas inherentes a su especialidad. Todos aspectos de los que se ha hecho cargo latamente el Marco para la Buena Enseñanza , con el mismo éxito con que la Biblia ha impactado a las castas fundamentalistas del catolicismo criollo.

Innumerables procesos educativos que debieran haber atendido el desarrollo de potencialidades y sueños de un número indeterminable de personas que crecieron y crecen en este país – ayer en dictadura y hoy siervos de un modelo mercantilista hasta la demasía – ufano de una era digital que se corroe de farándula y exitismo mediático, no han contado ni cuentan aún con las herramientas y los soportes formativos pertinentes a su era, en circunstancias de que mientras escribo estas líneas un grueso porcentaje de estos(as) estudiantes, de este país, sólo piensan en sus citas virtuales, en msn, en facebook, conectados a sus reproductores de “música”.

Por Juan Bautista Rodríguez

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