Violencia y discriminación sistemática contra las mujeres, “consecuencias de una sociedad patriarcal”

Johana Toro Bustamante  Profesora de educación básica con mención en ciencias sociales  Gestora de la red educativa Memorias femeninas resilientes  Instagram: @memoriasfemeninasresilientes Desde luego, las luchas de las mujeres ha sido un acto cultural que nace desde la subordinación y obediencia hacia el hombre, siendo negadas de sus más recónditos deseos y anhelos de vida, […]

Por Carlos Montes

25/11/2020

Publicado en

Columnas / Género

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Johana Toro Bustamante 

Profesora de educación básica con mención en ciencias sociales 

Gestora de la red educativa Memorias femeninas resilientes 

Instagram: @memoriasfemeninasresilientes

Desde luego, las luchas de las mujeres ha sido un acto cultural que nace desde la subordinación y obediencia hacia el hombre, siendo negadas de sus más recónditos deseos y anhelos de vida, viéndose constantemente interpeladas a asumir una realidad histórica implantada. En este sentido,  se puede afirmar que la violencia y discriminación hacía el sexo femenino ha sido una acción de poder impuesto por las masculinidades, quienes han sido dotadas desde recónditos tiempos por  una superioridad con respecto a las mujeres, lo cual ha sido consecuencia de una sociedad patriarcal. De modo que se ha construido un sistema que atenta constantemente contra las libertades y derechos de las mujeres, impidiéndoles su desarrollo social, económico, político y cultural, siendo juzgadas reiteradamente por medio de los estereotipos y roles de género establecidos por el patriarcado. 

Es evidente, cómo desde la niñez nos enseñan actitudes acerca de cómo debemos comportarnos aludiendo a frases como por ejemplo, siéntese como señorita o junte las piernas, las cuales han determinado quiénes debemos ser y de qué manera responder ante una educación sesgada por acciones sexistas, y sexualizadas, las cuales nos imponen una inherente reproducción de actitudes frente a la esfera social. 

Si bien, desde el proceso de colonización las mujeres han sido víctimas de los hombres, subsistiendo a la objetivación de sus cuerpos y violaciones por las cuales aparece el mestizaje, manteniéndose sometidas posteriormente a una doctrina evangelizadora, la cual aplicaba reglas estrictas sobre las  labores de las mujeres, morales como el hecho de engendrar vidas, como parte de un dolor o castigo que debían sufrir por haber comido el fruto prohibido, como señala Roberto Suazo, en el antiguo testamento, específicamente en el Génesis, “Nos enseña que la mujer y la culpa van de la mano” (Suazo, 2018, pág. 12).

Es aquella culpabilidad adquirida que, a partir tiempos pretéritos, nos han formado en las mujeres que hemos coexistido. En Chile, específicamente durante el proceso de Ilustración en los primeros años del siglo XIX, se adquirió una cultura eurocentrista, dotando a los hombres de su desarrollo  intelectual y de ser el sustento económico de su familia, mientras las mujeres debían mantenerse al cuidado de sus hijos/as y los quehaceres del hogar, pues las mujeres se concebían como sujetas innatas a la emocionalidad y maternidad, razón por la cual no podrían desarrollarse otros aspectos de la vida. Así pues, las consecuencias de un sistema patriarcal fundado han sido el mayor pesar de las mujeres en la sociedad, quienes actualmente buscan deconstruirse de estas. 

En la actualidad, las sociedades patriarcales han sido abatidas cada día por la voz de muchas mujeres acalladas por siglos en las distintas territorialidades del mundo. Pues los últimos cuatro años, en Chile, las mujeres se han dotado del conocimiento a nivel público, sin embargo, esta es una batalla que viene activa desde los primeros años del siglo XIX, tras el proceso de ilustración donde se levantaron las primeras feministas nacionales. 

Cuando hablamos del patriarcado, nos referimos a un proceso sistemático de sumisión y subordinación de las mujeres hacia los hombres. En efecto, las mujeres hemos sido víctimas de las consecuencias del patriarcado cuando hablamos, primeramente, del desarrollo de nuestra capacidad intelectual, la cual ha sido invisibilizada históricamente. Asimismo, se ha constatado cómo sus derechos sexuales y reproductivos son sobrevalorados bajo la doctrina del catolicismo autoimpuesto por los grupos sociales más conservadores, a pesar de ser Chile un país laico. Por otro lado, somos un foco constante de los prejuicios hacia nuestros cuerpos, objetivados, los cuales son sobrevalorados por medio de aquellas determinaciones publicitarias que se establecían desde la década del ’20 bajo una mirada perfeccionista en los concursos de belleza, segregando y reprimiendo la diversidad y multiplicidad de cada una de las mujeres, causándoles  grandes traumas psicológicos en base al conocido prototipo 90-60-90. Del  mismo modo, las mujeres y su desarrollo laboral son una batalla potente contra el Estado, la industrialización y el modelo económico capitalista, quienes las discriminan, excluyéndolas de altos cargos públicos o privados y entre ellas la lucha salarial, entre otras. 

De modo que las disputas de las mujeres contra el sistema patriarcal son múltiples, las cuales han sido unidas por una razón que las afecta a todas: la vulneración. Ser mujeres vulneradas, dañadas y sometidas desde su vida personal, laboral, social o familiar se ha convertido en una bandera que  une a todas y cada una de las mujeres en el mundo. Quienes se han empoderado de sus derechos, por medio de una educación que les permita exigibilidad por parte de los Estados ante el reconocimiento de convenciones como la CEDAW y la Convención Interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer “Convención de Belém do Pará” apelando a sus garantías, pues ambos instrumentos jurídicos están ratificados en la Constitución de la República de Chile, no obstante, ante una burocracia incompetente e inoperante del sistema se han levantado las mujeres por medio de movimientos sociales como el feminismo. 

Respecto a este concepto, Nuria Varela (2008) nos plantea que el feminismo, “Es un discurso político  que se basa en la justicia. Siendo una teoría y práctica política articulada por mujeres, quienes  buscan analizar la realidad que habitan. Con el objetivo, de cambiar la sociedad, desde una  conciencia igualitaria, tomando acciones erradiquen la discriminación que sufren por el hecho de ser mujer” (Varela, 2008, pág. 10).

Queda en claro que el ser feminista, para las chilenas, no ha sido un proceso fácil pues son enjuiciadas como radicales, seres insensibles e inhumanas. Acaso el ser feminista, ¿es una aberración para la sociedad patriarcal? Efectivamente, ser feminista significa recuperar todos los  espacios de la esfera pública y privada de los cuales nos han excluido históricamente y esto es una  amenaza latente para el sistema patriarcal, como para las masculinidades soberbias, pues su miedo a perder el poder sobre ellas les genera un terror profundo a sus prácticas preconcebidas desde la niñez.  

Desde esta perspectiva, ¿es posible hablar de igualdad de condiciones entre mujeres y hombres? La respuesta es evidente, la igualdad es un proceso que requiere de mentes abiertas, de disposición al cambio, de despojarse de las acciones sexistas, de un lenguaje autoritario, en conjunto con las prácticas permanentes de las masculinidades y del reconocimiento de las mujeres como sujetas de derechos. 

Uno de los aspectos claves para este proceso es tener como concepto clave la justicia, así como señalaba anteriormente Nuria Varela, la justicia es independiente del sexo, no tendremos un avance social, mientras la impunidad siga persiguiendo a las mujeres como una colisión latente, acallando nuestras voces y sobreviviendo a las burocráticas leyes chilenas, que dejan a las mujeres expuestas a femicidios, violaciones, violencia intrafamiliar, abuso sexual o acoso callejero. 

Por otro lado, tenemos el concepto de cultura, el cual juega un papel trascendental en el proceso de justicia, tal como lo plantea Chimamanda Ngozi Adichie, “La cultura no hace a la gente. La gente hace la cultura. Si es verdad que no forma parte de nuestra cultura el hecho de que las mujeres sean seres humanos de pleno derecho, entonces podemos y debemos cambiar nuestra cultura” (Adichie,  2015, pág. 53)

Ciertamente, que tanto la justicia, los derechos humanos y el reconocimiento como sujetas de derecho, la cultura y el lenguaje son esenciales para una transformación social, las cuales no solo  implican a las mujeres en esta batalla cotidiana, sino que incluye a los hombres y disidencias pues el sistema patriarcal debe ser derrocado por todas, todes y todos quienes forman parte de un Estado. 

En síntesis, la violencia y discriminación contra las mujeres ha sido un proceso histórico lleno de derrotas, victorias y batallas con las cuales debemos seguir luchando. Tal como señala Amelia Valcárcel, como mujeres tenemos la obligación de conservar aquello que hemos logrado y seguir  avanzando hacia nuestras libertades (Valcárcel, 2001). 

Sin ir más lejos, Chile ha reflejado tras un periodo de pandemia mundial, cómo las masculinidades y la misoginia siguen atacando a las mujeres, quienes no son protegidas por un Estado garantista de nuestros derechos, cada día una mujer es atacada, violentada o asesinada. 

Nuestras mentes de las generaciones de los ’90 en adelante, ya se despojaron de aquellos estereotipos y roles de géneros impuestos por esta sociedad patriarcal, razón por la cual nos sentimos empoderadas por medio de la sororidad que nos une, la cual es definida por María Fornet como un movimiento ideológico que llama a las mujeres a unirse en el mismo frente para concretar sus esfuerzos en materia de igualdad de género (Fornet, 2018).

Desde mi perspectiva, la sororidad nos permitirá ser un movimiento humano de solidaridad, empatía y contención de las mujeres y para las mujeres. Quienes generan una fraternidad a partir de sus experiencias de vulneración.

Ahora bien, el camino que nos queda por recorrer es largo, no obstante, podemos lograrlo primeramente desde la unión femenina, como señala Simone De Beauvoir, en su libro “El segundo sexo” debemos ser aliadas, debemos estar juntas en este sendero, y ser parte del grupo de las  oprimidas y no estar del lado de los opresores, solo de esta manera nuestras distintas banderas de  lucha se unirán desde la vindicación de los derechos de las mujeres (Beauvoir, 2018). 

En definitiva, aún estamos a tiempo si las mujeres en Chile comenzaron a levantar sus voces desde comienzos del siglo XIX tenemos grandes mentes pensantes, inteligentes y visionarias que nos dieron el valor para hoy en día sentirnos capaces de deconstruir nuestras mentes en favor de la igualdad y la no discriminación. En este sentido, la pugna es contingente, es avasalladora en instantes, pero con las redes de apoyo que tejemos día a día podremos conseguir todo aquello por lo que algunas lucharon históricamente. Para mí, ser mujer y no ser feminista, es una contradicción  histórica y cultural. 

Bibliografía

Adichie, C. N. (2015). Todos deberíamos ser feministas. Barcelona, España: Penguin Random House  Grupo Editorial. 

Beauvoir, S. D. (2018). El segundo sexo. Santiago, Chile: Penguin Random House Grupo Editorial

Fornet, M. (2018). El feminismo terapéutico. Madrid, España: Urano, ediciones. Suazo, R. (2018). Víboras, putas y brujas. Santiago, Chile: Planeta.

Valcárcel, A. (2001). La memoria colectiva y los retos del feminismo. Mujer y desarrollo (págs. 3 – 33). Santiago, Chile: ONU.

Varela, N. (2008). El feminismo para principiantes. Barcelona, España: B de bolsillo.

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