La difícil y espectacular transición del colegio, a la universidad

Salí hace cuatro años del colegio y si fuese por mí, jamás volvería

Por Director

13/05/2015

Publicado en

Educación / Tendencias

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alauniversidad

Salí hace cuatro años del colegio y si fuese por mí, jamás volvería.

Nunca me gustó ir. Nunca me gustó usar uniforme, ni sentarme todos los días en la misma fila, mirando a las mismas personas en una rutina tan gastada como repetida  que no tenía sentido alguno.

Mientras pasaban los años, fui desarrollando una extraña aversión a los profesores y eso sumado a mi nula preocupación por el futuro, desencadenó en que entregados los resultados de la PSU, fui a parar a una universidad privada. “El destino natural de los niños flojos que no creen que ese día va a llegar. Que no creen que algún día tendrán que escoger.”

La universidad me abrió los ojos en todos los sentidos posibles; Tuve que vivir sola, aprendí el valor del dinero y entendí varias cosas acerca de las interacciones sociales de las cuales no tenía idea. Todo era aterrador, la transición de un pueblo en el más recóndito de los lugares a una ciudad no había sido cosa fácil.

Un día entré a clases y me encontré con un hombrecito pequeño, con una voz grave y segura. Un hombrecito que sabía tantas cosas que parecía un pecado no escucharlo atentamente durante las tres horas completas en las que hablaba sin parar, con tanto cariño y dedicación, que parecía que en cada clase, estaba criando a un niño.

Como él, conocí a un montón de gente que se movía con la pasión y la felicidad que solo entrega el hacer lo que se ama.

La universidad sobre todas las cosas me ha enseñado lo fascinante que es conocer a personas fascinantes, lo maravilloso que es aprender cosas nuevas como los niños cuando empiezan a caminar.

Como cuando por primera vez ves a alguien que te gusta. Yo no vi a alguien, yo vi algo.

 Porque a todos nos gusta saber cosas que nos gustan, y a veces esas cosas que nos gustan pueden más que el otro montón que nos desagrada.

Todo lo que se comenta acerca de la educación en Chile es cierto. Me parece aberrante que aún sigamos discutiendo si la educación debe ser gratis o no. Nos han obligado a pensar durante años que la educación superior es un lujo, que es algo que solamente algunos pueden pagar. Como si fuese un viaje, como si fuese cualquier artículo de orden suntuario que no necesitamos.

La educación es un derecho. Es la posibilidad de entender que la vida cambia el día en el que te das cuenta de que tú puedes construir tus propias cosas, de que puedes hacerlas. El día que entiendes que estas dos manos no sirven solo para comprar y comer sino para crear realidades maravillosas.

El problema de la educación no reside solamente en la violencia con la que le cortan las alas a miles de jóvenes que salen del colegio para tener que emplearse. El problema de la educación también reside en manufacturar individuos que no tienen más esperanza que la de luchar, casarse y tal vez poder comprar una casa; Y  aunque ese sueño es válido, como todos los otros sueños, me quemaría a lo bonzo por la apuesta de que si hubiesen más personas que acceden a una educación inspiradora en donde las personas puedan pensar, hacer y crear libremente tendríamos más poetas, más artistas y más de nuevos individuos que hagan de este país un lugar que ofrezca más que una economía favorable.

Y aunque suene cliché, ese futuro no se ve cercano hasta que alguien sensato que pueda hacer algo arregle por fin la paupérrima situación de los profesores en este país.

 La vocación con el tiempo también se apaga. No es posible que aún en el 2015, los profesores reciban un sueldo miserable, teniendo que guiar sus clases a través de planes y programas que atentan directamente a la libertad de enseñar lo que a ellos les parece relevante y no lo que al colegio de turno le conviene para tener más puntajes nacionales en el establecimiento el día de la PSU.

 La PSU no sirve, y a pesar de que envío un afectuoso abrazo a quienes se esforzaron y obtuvieron un puntaje excelente, les digo que no sirve. La PSU no les garantiza la permanencia en la carrera que eligieron, porque ante todo, es un instrumento pésimamente formulado con el fin de soltar individuos y clasificarlos por rangos, y no todos los rangos se miden. Y aunque es posible clasificarnos, no somos números. Las personas no somos medibles, somos algo mucho más complejo que eso.

Habría que seguir explorando las maneras de hacer de la educación, un ejercicio democrático. De incluirnos a todos. Porque si la curiosidad mató al gato, al menos el gato murió sabiendo.

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