La izquierda de las manos inútiles

    El ejercicio del poder, la dirección del Estado, es una instancia política llena de tensiones y contradicciones, sobre todo para una izquierda que, heredera de innumerables derrotas, se ha construido estéticamente desde la reivindicación de “la resistencia”, transformándola en uno de sus pilares identitarios

Por Director

23/07/2018

Publicado en

Columnas

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El ejercicio del poder, la dirección del Estado, es una instancia política llena de tensiones y contradicciones, sobre todo para una izquierda que, heredera de innumerables derrotas, se ha construido estéticamente desde la reivindicación de “la resistencia”, transformándola en uno de sus pilares identitarios. Es por ello, que no ha de extrañarnos que numerosos líderes de opinión del mundo progresista salgan a condenar a todo gobierno revolucionario cada vez que las cosas se ponen peliagudas.

El mensaje es claro: “Nosotros hacemos las denuncias y proponemos las soluciones ideales, mas no tomamos decisiones”. Es el modo en que el discurso de las manos limpias deviene en la praxis de las manos inútiles.

Como mínimo, la dirección del Estado presentará siempre dos tensiones ineludibles, pues son constitutivas del Estado mismo. La primera de ellas es la tensión entre totalidad y particularidad, la segunda es la que toma lugar entre pueblo y representantes. El desafío de la izquierda o las izquierdas, es saber andarlas no rehuir de ellas.

El Estado, como institución que detenta el control político de un territorio es siempre un campo de batalla, entre las clases sociales, pero también entre la forzosa realidad de las posibilidades y las demandas legítimas de diferentes sectores de la población. Si se piensa solo la totalidad el fascismo acontece de suyo, pero si se piensa solo la particularidad, dado que los recursos son limitados, el fracaso es inminente.

La izquierda de las manos inútiles ha criticado vehementemente que, por ejemplo, los países del ALBA no hayan sido capaces de diversificar la matriz productiva de sus economías y que, por ende, sus políticas redistributivas dependan casi únicamente de la nacionalización del sector primario exportador, lo que conlleva un impacto ambiental negativo. Demandan legítimamente y con razón a los gobiernos una cuestión particular (la maximización de la sustentabilidad), pero obvian que en términos de totalidad no es posible diversificar la matriz productiva cuando un 40% del pueblo vive bajo la pobreza y tiene la urgencia de comer.

La izquierda revolucionaria navegará esa tensión, y en el ejercicio del poder la administrará acorde las posibilidades. La de  las manos inútiles preferirá tener las manos limpias, desertará para que esa tensión la manejen otros, y el extractivismo transnacional intensificará la explotación ambiental y no reducirá la pobreza, pero ella con la conciencia del que nada ha hecho (nada de nada) podrá hacer lo que mejor sabe: resistir.

Luego, algo que en Chile estamos acostumbrados: disfrazará de “crítica desde la izquierda” su crítica doctrinaria, que no es de izquierda ni de derecha, es simplemente doctrinaria y dirá que Maduro o que Morales no son de izquierda porque aún persiste la producción de plus valor.

Al mismo tiempo, el Estado al sustentarse sobre un necesario principio de representación (si no, que alguien intente hacer una asamblea con 20 millones de personas), está sujeto a conflictos entre la base social y las personas de sus representantes, el peor de esos conflictos es la corrupción, que finalmente lo que hace es negar el principio mismo de la representatividad, toda vez que el corrupto solo se representa a sí mismo.

La izquierda revolucionaria en el gobierno enfrentará la corrupción, la perseguirá y la sancionará, entendiendo que es una lucha de largo aliento, una batalla cultural y una revisión permanente de sus propios cuadros. La izquierda de las manos inútiles desertará y preferirá entregarle el gobierno a la derecha. La corrupción seguirá existiendo, ya no solo serán algunos los políticos corruptos, sino que la política misma será corrupta, pero ella, la izquierda de las manos inútiles, habrá pasado la prueba de la blancura y podrá denunciar la corrupción.

Y entonces, nuevamente, la crítica doctrinaria, que esta vez señalará que “el proceso se desvirtuó”.

La situación en América Latina es álgida. Venezuela, Brasil, Nicaragua y Bolivia  (probablemente el día de mañana México) están en el ojo devastador del huracán imperialista. No se trata de anular la crítica, sino de evitar que esta sea un mero acto intelectual y/o doctrinario, cuya actitud entreguista termine legitimando en la práctica, las políticas de desestabilización de los Estados Unidos y las burguesías nacionales.

El ejercicio del poder está lleno de contradicciones y el acto de gobernar siempre puede conllevar muchos errores, pero la izquierda no se puede permitir entregar el poder a los responsables estructurales del la miseria y la desigualdad.

Resulta ser que, en la historia llegan momentos tales del desarrollo de las contradicciones en una formación social, que si no se está a favor de un proceso se está en contra.

 

 

 

 

 

 

Jamadier E. Uribe Muñoz

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