Opinión

Con una buena droga legal en la mano

De cara a la legalización de la cannabis en México, cabe reflexionar sobre los hechos en Estados Unidos, en los años 20, cuando al legalizar la producción, distribución y consumo de bebidas alcohólicas, encauzaron el tema, e hicieron del alcoholismo un problema de salud pública y no policíaco

Por El Ciudadano México

09/08/2021

Publicado en

Columnas / México

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Por Enrique Condés Lara

Si ojeáramos la prensa diaria norteamericana de los años veinte del siglo pasado, advertiríamos de inmediato un gran parecido con la tónica informativa de los periódicos mexicanos de la actualidad: ambos están llenos de notas rojas.

En un caso, los homicidios, ajustes de cuentas, enfrentamientos armados, persecuciones, detenciones y procesamientos eran resultado de la producción, tráfico, posesión o consumo de alcohol; en el otro, de la producción, tráfico, posesión o consumo de drogas (cannabis, heroína, cocaína, cristal, anfetaminas).

Siendo estrictos, todas son drogas: para la Organización Mundial de Salud, “droga” es “toda sustancia que, introducida en el organismo por cualquier vía de administración, puede alterar de algún modo el sistema nervioso central del individuo que la consume”. Como ocurre en México hoy en día, hace cien años la violencia y la inseguridad ligadas al prohibido alcohol en los Estados Unidos, no eran privativas de algunas ciudades como Nueva York, Atlanta o Chicago, sino que abarcaban prácticamente todo el territorio continental de Norteamérica; la compra y corrupción de políticos, policías, prensa y jueces estaban en boga y muy extendidas; y la cerrazón e intolerancia de los necios que no aceptaban el trágico fracaso de su visión represiva sobre un complejo problema social y cultural, cerraban el paso a otras fórmulas. También, como se encuentra ahora la cruzada contra los estupefacientes ilegales, hace un siglo “la guerra” contra los productores, importadores, distribuidores y encubridores del “vicio del alcohol”, alimentada por una persistente y extendida demanda, se hizo incontrolable.

Hasta que llegó Roosevelt a la Casa Blanca y le dio un giro de 180 grados al problema: el 21 de marzo de 1933, firmó el Acta Cullen-Harrison que legalizaba la venta de cerveza y vino; y acto seguido, declaró: “Es hora de tomar una cerveza.” Además de una estela de muertos, encarcelados y bienes destruidos, los años de la prohibición (1920-1933) dejaron fabulosas fortunas; sirvieron para que gángsters, políticos y banqueros se hicieran inmensamente ricos, contrabandeando y/o produciendo y/o vendiendo whisky y otros licores. Algunos, los más inteligentes y educados, se hicieron respetables empresarios, financieros o funcionarios públicos. Incluso lograron colocar tres décadas después al hijo de uno de ellos –John F. Kennedy—  en la presidencia de los EEUU.

Al legalizar la producción, distribución y consumo de bebidas alcohólicas, el gobierno de Estados Unidos pudo encauzar el asunto, meter a todos en cintura, hacer del alcoholismo un problema de salud pública y no policíaco, y recaudar, vía impuestos y derechos, considerables cantidades de dinero, antes perdido.

Lo que son las cosas. Ahora que estaba a punto de legalizarse plenamente el consumo, producción y comercialización de la cannabis y que en un momento último apareció un pero que llevó a todos, de nueva cuenta, a rediscutir el tema, tanto los que están a favor de un enfoque X sobre la cuestión, como los que respaldan otro distinto, pueden hablar y debatir sobre el asunto con un buen daiquiri, una cuba, un whisky on the rocks, un Martini, un tequila, un vodka o, al menos una chela, esto es, con una droga en las manos, sin que haya algún problema legal.

En el futuro, la discusión sobre la legalización de la cocaína, ¿será así, esto es, con un churro en la mano?

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