Opinión

El utopismo socialista en América Latina

La historia de los movimientos políticos y sociales de la región va acompañada de la naturalización de ideas importadas

Por El Ciudadano México

29/11/2021

Publicado en

Columnas / México / Puebla

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Por Enrique Condés Lara

Se engañan quienes pretenden encontrar aplicada en Latinoamérica alguna doctrina social, económica o política, tal como fue construida. América Latina no ha producido una sola de ellas. Todas las que han arribado al sub-continente son de matriz europea o norteamericana. Formuladas en y para contextos históricos, culturales, económicos, políticos y sociales distintos, su aplicación y resultados han sido siempre diferentes, en mayor o menor grado, a lo esperado. Necesariamente han atravesado por un proceso de adaptación o aclimatación que arroja desenlaces sorprendentes…

Con perspicacia, apuntó Víctor Alba: “América Latina fue y es receptiva a las ideas llegadas de fuera. Pero siempre las adaptó rápidamente a sus necesidades y, por decirlo así, las naturalizó. Los movimientos que no lograron hacer esta asimilación de las concepciones ideológicas que los inspiraron se desintegraron o resultaron históricamente ineficaces […] La historia de los movimientos políticos obreros, como, en general, la historia de todos los movimientos obreros latinoamericanos, es, en gran medida, la historia de esta naturalización de las ideas importadas y su aplicación a la realidad latinoamericana, que a su vez nos da la pauta para explicarnos el éxito en unos lugares y unos períodos, y el fracaso en otros lugares y otros períodos, de tales movimientos.” (Historia del Movimiento Obrero en América Latina. Libreros Mexicanos Unidos, México, 1964)

Las ideas cooperativo-mutualistas, sindicalistas, anarquistas y marxistas llegaron al subcontinente latinoamericano y a México a lo largo del siglo XIX en oleadas, generalmente como subproducto no pensado del fracaso de turbulencias sociales europeas (las revoluciones de 1830 y de 1848; la Comuna de París en 1871; los intentos revolucionarios de 1854 y 1856 y las revueltas cantonalistas de 1873-1874 en España) o de represalias gubernamentales (las leyes antisocialistas de Bismark en 1871 o las persecuciones de ácratas españoles en los 70 y 80 del siglo XIX, por referir algunos) Aunque no se ha hecho aún la historia, y ni siquiera el inventario del socialismo utópico en América Latina, los estudiosos del tema aseguran que las primeras corrientes se establecieron a principios del siglo XIX. A medida en que se avanza en el conocimiento de los pioneros del utopismo socialista del siglo XIX en los países latinoamericanos, se advierte que fueron los agentes de un importante proceso de expansión ideológica, que vinculaba a los centros intelectuales del mundo como los de Europa Occidental con nuestro Nuevo Mundo; además, que ese desarrollo está estrechamente enlazado a la formación de las nuevas sociedades latinoamericanas, como se produjo en los años 30 del siglo XIX, cuando termina el proceso revolucionario independentista y se libra la difícil tarea de organizar estructuras políticas, sociales y económicas, y obviamente intelectuales.

 Han sido poco valorados o bien han sido dejados en el olvido los aportes que la presencia y las ideas de los distintos exponentes del protosocialismo europeo tuvieron en la formación del pensamiento latinoamericano decimonónico y en la constitución de ciertas estructuras políticas en algunas de las nuevas naciones. Figuras de la resonancia y prestigio del inglés Robert Owen y los franceses Henri de Saint-Simon, Charles Fourier y Claude Henri de Rouvroy, animaron singulares experiencias sociales: talleres, escuelas, colonias experimentales, falansterios, mutualidades. cooperativas de producción, distribución y consumo, periódicos, revistas, manifestaciones artísticas, etc., y aunque se considera el año 1848 como el de la aparición del “socialismo de transición” con Pierre-Joseph Proudhon, Louis Blanc y Auguste Blanqui (al que posteriormente sucedieron personalidades de la talla de Carlos Marx, Federico Engels, Mikhail Bakunin y Piotr Kropotkin, entre otros), el utopismo de décadas atrás se mantuvo en Latinoamérica (y en zonas periféricas que giran en torno a la órbita intelectual europea) un tiempo mayor: …a nuestro parecer, la historia del utopismo latinoamericano no comienza antes de 1830, pero en cambio se extiende por dos generaciones, casi hasta fines del siglo.( Carlos M. Rama: Utopismo socialista (1830-1893. Biblioteca Ayacucho, Sucre, Venezuela, 1977).

Sus portadores fueron alemanes, franceses, italianos y españoles que obligadamente salieron de sus países por su actuación como organizadores, líderes, pensadores, escritores o simples activistas en los fallidos intentos por cambiar sus sociedades. Algunos de ellos vieron en el nuevo mundo terreno fértil para poner en práctica sus propuestas políticas y sociales, otros como espacio y tiempo de reflexión y maduración de proyectos, unos más para propagar sus postulados en connacionales emigrados o entre grupos ilustrados de las clases dominantes; pero todos, o casi todos, con la mira puesta en el retorno a sus lugares de origen. No fue, por tanto, infrecuente que su actividad se concentrara en los círculos de expatriados, que publicaran periódicos y revistas en sus lenguas maternas y que, más allá de dichos ambientes, sus tratos fueran principalmente con personajes de las élites criollas y gobernantes locales. Por su parte, algunos grupos ilustrados de las clases dominantes de la región, en función de las vicisitudes y exigencias impuestas por la reestructuración política y económica que atravesaban las nacientes repúblicas sudamericanas, se acercaron e hicieron suyos, “aclimatándolos” a sus necesidades, postulados, argumentos, lemas y puntos programáticos de diversas corrientes sociales en boga.

Tenemos así, acompañando al ideario de los padres fundadores de la república norteamericana y de los enciclopedistas franceses de siglo XVIII y, más avanzado el siglo, al positivismo comteano; en mayor o menor grado, influencias e ideas de autores utopistas, cooperatistas, mutualistas, anarquistas y marxistas en los planes, discursos y programas de los más avanzados pensadores y protagonistas liberales del siglo XIX latinoamericano. Por su parte, en el campo conservador, que se alimenta del catolicismo ultramontano o del liberalismo individualista, se aprecia el arreglo y utilización de proyectos utopistas que, fuera de su contexto matriz, sirvieron a causas distintas a las que los inspiraron. Hubo en todos los casos una distancia grande entre las teorías y las prácticas. No existió aplicación “pura” de las doctrinas, sino combinaciones, adaptaciones y arreglos que, en los contextos europeos, serían catalogados como herejías. Al ser realidades históricas, sociales y culturales diferentes a las que las produjeron y sustentaron, no podía haber sido de otra manera. Se dio de esta manera un proceso de adaptación que se desenvolvió por caminos diversos y alcanzó resultados a veces inesperados.

La historia de los movimientos políticos y sociales de la región está acompañada por esa naturalización de ideas importadas y de su aplicación “impura” o desfigurada “La ortodoxia ideológica no es justamente una virtud latinoamericana […] y una de las formas elementales de la heterodoxia es la mezcla y hasta el sincretismo entre las diversas corrientes ideológicas”, observó un reconocido especialista.( Carlos M. Rama: Utopismo socialista (1830- 1893) Biblioteca Ayacucho, Sucre, Venezuela, 1977).

El sincretismo, más acentuado en los países con fuerte presencia indígena, fue el producto central de todo ello: sincretismo cultural, sincretismo religioso, sincretismo político y social, sincretismo gastronómico, etc. y, a la vez, la clave para comprender las realidades y la dinámica mexicana y latinoamericana.

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