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El Movimiento 15M frente a la crisis política

Desde su surgimiento, el Movimiento 15M se presentó como una alternativa frente a las formas más enquistadas de la vida social y puso de manifiesto la crisis de legitimidad de nuestro sistema democrático, su falta de permeabilidad, y la escasa capacidad de los partidos para absorber íntegramente las energías políticas de los ciudadanos

Por Arturo Ledezma

05/01/2015

Publicado en

Mundo / Organización social

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<em>El Movimiento 15M frente a la crisis política</em>

Desde su surgimiento, el Movimiento 15M se presentó como una alternativa frente a las formas más enquistadas de la vida social y puso de manifiesto la crisis de legitimidad de nuestro sistema democrático, su falta de permeabilidad, y la escasa capacidad de los partidos para absorber íntegramente las energías políticas de los ciudadanos.

Nuestros partidos “atrapalotodo” se presentan como organizaciones comprometidas con el juego de la alternancia, renuncian a la transformación del orden existente para hacerse camaleónicos, con el único objeto de lograr el éxito electoral y de conducir a la mayoría de los ciudadanos a un compromiso pasivo con sus asuntos. Nuestros partidos de compromiso ya no tienen identidad, y han perdido credibilidad. Con sus conflictos internos y sus luchas de poder, han generado un vacío cada vez mayor entre sus líderes, sus electores y sus militantes de base. Así que No nos representan, diría el 15M: El pueblo unido funciona sin partidos.

Pero, evidentemente, el partido no lo es todo. A su ocaso contribuye que el cauce parlamentario ni es el único, ni es el que determina las actuaciones ejecutivas estatales, porque la economía privada, altamente concentrada e internacionalizada, coacciona al aparato estatal y le anima a marginar según qué consideraciones ideológicas, así como aquellas exigencias sociales que puedan amenazar el orden establecido. Y en un contexto de crisis, más que nunca, hay que filtrar porque no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades. Oficialmente, la crisis se interpreta como una consecuencia de la política intervencionista del Estado social, por lo que hay que meter en cintura a los ciudadanos, controlando sus expectativas, y limitar también las funciones estatales para que no se alteren los criterios de asignación que establece el mercado de concurrencia general. La ideología hegemónica delaustericidio reaparece como si nunca hubiera fracasado: autocontención, reducción del gasto público y menos presión fiscal sobre aquéllos que se consideran la vanguardia del crecimiento económico (directivos y empresarios, entre otros). El no-Estado por respuesta.

No es extraño, pues, que en este titirimundo a la medida de los mercados, el parlamento, los partidos políticos y el sufragio universal se conviertan en instrumentos favorecedores de la lealtad de masa(apática disponibilidad a la obediencia), necesaria para la permanencia del sistema económico, castrando, así, cualquier posibilidad de real participación ciudadana en la toma de decisiones políticas y redistributivas. Lo que los mercados plantean se traduce, en fin, en la moderación de la democracia para subordinarla a las “posibilidades” del sistema; su impermeabilización frente a las reivindicaciones sociales, y su reducción a una mera elección entre las propuestas técnicas elaboradas por las élites político-económicas.

Finalmente, parece que son Los Banqueros y empresarios, los sindicatos mayoritarios, por lo que no es extraño que el Movimiento 15M se sitúe en los márgenes del sistema. Su argumentario no tiene cabida en una dinámica política que se desarrolla desde hace años en un magma protoliberal prácticamente incuestionado. Cuando la política funciona en connivencia con el mercado, pierde la autonomía que necesita para controlarlo y, por tanto, no hay ningún motivo para seguir creyendo en ella.

Tristemente, es el propio sistema político el que alimenta su deterioro, pero No somos (ni queremos ser) mercancía en manos de políticos y banqueros, y el Movimiento 15M ha puesto el dedo en la llaga. Su éxito no puede explicarse si no es asumiendo que la crítica que lanza al sistema establecido está más que justificada. Y lo cierto es que no debe subestimarse, ni mucho menos criminalizarse, porque ya no se trata del Yes, We Can electoralista del presidente Obama, sino de ese Sí, se puede, que se grita desde la calle, y que nos muestra que una sociedad harta y cansada puede estar también firmemente empoderada frente a la decadencia y el expolio.

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María Eugenia Rodríguez Palop es Profesora titular de Filosofía del Derecho en la Universidad Carlos III de Madrid. Ha publicado las monografías La nueva generación de derechos humanos. Origen y justificación (Dykinson, 2001/2010) y Claves para entender los nuevos derechos humanos (Los Libros de la Catarata, 2011), así como un buen número de libros en coautoría, artículos y trabajos sobre movimientos sociales, derechos emergentes, intereses colectivos, ecología, republicanismo, feminismos y derechos de las mujeres, y el terrorismo y sus víctimas.

via La Marea

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