Nos gusta la quietud, el silencio, la soledad. Encontramos un profundo placer en el eco de nuestros pensamientos mientras divagamos. Gozamos perder la mirada en el caer de las hojas y sentir el agua que toca nuestros pies en la playa. De vez en cuando nos esforzamos por desentrañar aquellas voces que revolotean a nuestro alrededor, y que con insistencia llaman nuestra atención. No es que seamos tímidos, simplemente disfrutamos de nuestra compañía, pero también hay que decirlo, nos gusta torturarnos con el revolver de nuestros pensamientos, en recordar esos pequeños eventos que nos atormentan desde hace años, pero ¿qué sería de nosotros si no encontráramos cierto placer en el dolor?
Suele ocurrir, la gente se sorprende cuando decidimos confrontar el mundo, desempolvamos las cuerdas vocales y nos animamos a hablar, pues basta un par de palabras para que logremos decir aquello que otros tardan decenas de oraciones en decir. Concisos, profundos y en ocasiones sumamente francos, pero ¿para qué perder tiempo y desgastar las palabras en frases que den vueltas sin llegar a ningún lugar? Sin embargo sabrás que si encontramos a alguien como nosotros, cuyo cerebro sea un estímulo casi sexual, no reparemos en hablar, escuchar, discutir, reflexionar y revirar con ella. Amamos las conversaciones profundas, de gente que como nosotros encuentra la belleza de la vida en los detalles cotidianos, no en el vacío de las palabras y la incongruencia de los hechos. El asunto no es que no tengamos nada qué decir, sólo que en ocasiones no encontramos a quien merece escucharlas.
Las multitudes nos aterran, nos sentimos mucho más vivos estando solos y no gustamos de hablar de nosotros mismos y llevar una marca perpetua en nuestro cuerpo no es una decisión sencilla. Contrario a nuestros opuestos, los extrovertidos que mucho hablan pero poco dicen, nos basta un pequeño símbolo cuyo significado oculto lo diga todo para nosotros. Es una historia íntima, un hecho, una fecha o una persona cuyo símbolo es revelado en nuestro cuerpo, pero cuyo trasfondo permanece entre nuestros lóbulos cerebrales, o quizá revelado sólo para aquellos afortunados. No importa cuánto insistan, el secreto siempre será nuestro.