Por Marco Enríquez-Ominami

Digámoslo claramente: el continuismo no va a ganar las elecciones. El continuismo no va a derrotar a la ultraderecha. Las primarias oficialistas quieren pegar con la gotita las cáscaras rotas de lo que quedó de la Concertación, pero la gente y el mundo salieron hace mucho rato de ese cascarón, y no van a volver, por mucho que ofrezcan que ahora sí que sí, van a hacer y a repartir las tortillas; el futuro no nace de cáscaras viejas.
Peor aún, la cada vez más pequeña “derecha oficialista”, la de la candidata Matthei, también quiere volver y disputar al oficialismo esas mismas cáscaras rotas de los noventas, sin querer entender que el poder se lo han repartido entre ellos, entre ambos bloques, ininterrumpidamente, durante los últimos 20 años.
Llevan tanto tiempo sentados en las sillas del poder, en el parlamento y en el ejecutivo, que les pasó lo obvio: se les durmieron las piernas. Y ahora, por más que quieran, ya ni levantarse pueden. Así están las piernas de esos que nos han gobernado de la misma manera por tanto tiempo: dormidas e insensibles a los nuevos retos que plantea el mundo. Peor aún, tal vez no sus corazones, pero sí sus piernas, son insensibles también, para correr a solucionar las urgencias de la gente en la calle, su seguridad, su salud, su educación, sus pensiones. El mundo es otro y Chile tiene que aprender a cambiar con ese mundo. La gente quiere más y Chile puede más, si cambia.
Llevan tanto tiempo en el poder que las que tienen ya siquiera son malas políticas, son malas costumbres. Prometieron, para pasar del parlamento al gobierno, una reforma tributaria e impuestos a los super ricos. No lo hicieron. No lo intentaron siquiera. Así que ahora, como no les cuadra la caja, van a tener que hacer lo de siempre: recortar gastos sociales. La mala costumbre de hacer siempre que las clases medias y los pobres paguen.
Prometieron acabar con el abuso de las AFPs, como no lo intentaron, y para poder contar por lo menos con algún logro por más pichiruchi que fuera, terminaron mejorándoles el negocio en un 40%, con plata que va directamente desde el bolsillo de los trabajadores. La mala costumbre de hacer que los trabajadores paguen.
O la mala costumbre de llamar “política de acuerdos” a negociar siempre a perdedor y con el culo apretado, por si les llega una patada. Ahora, de nuevo, como ya lo había hecho Frei Ruiz-Tagle en los noventas, entregaron el control estratégico y la mitad de las ganancias del litio a SQM, después de haber prometido exactamente lo contrario. La mala costumbre de prometer y no cumplir.
El continuismo no va a ganar estas elecciones presidenciales; ni los de izquierda ni los de derecha. Por eso observo con desesperanza que los partidos de la centroizquierda oficialista hayan decidido cerrar la puerta a todos quienes pedimos entrar a primarias como independientes, y con ganas de competir representando el cambio tranquilo y la esperanza de un pueblo. No volveré a insistir. El camino será otro. Nos cerraron las puertas y al hacerlo se las abrieron a la ultraderecha, porque están cansados, fatigados, con las piernas dormidas, y porque se ve desde hace rato que le tienen más miedo a las nuevas ideas, que a la ultraderecha.
Por Marco Enríquez-Ominami
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