Columna de Opinión

El insospechado “triunfo” de Hitler

Winston Churchill, jefe del gobierno británico, fue el primero en admitir que la guerra la había vencido principalmente la URSS, pero también en diseñar un plan de agresión, que contemplaba el reagrupamiento del ejército alemán y el inicio de una ofensiva conjunta contra la Unión Soviética el 1 de julio de 1945.

El insospechado “triunfo” de Hitler

Autor: Alejandro Kirk

¿Sería delirante concluir que la Operación Barbarroja, iniciada el 21 de junio de 1941 por la Alemania nazi, selló el destino de la Unión Soviética 50 años después?

Ríos de artículos comentan y conmemoran en estos días el octogésimo aniversario de la derrota del fascismo en Europa, con el siempre persistente empeño de reescribir la historia para disminuir el peso soviético en esa victoria. Pero pocos observan algunas de las consecuencias a largo plazo, entre ellas el colapso del socialismo.

La epopeya victoriosa del Ejército Rojo y del pueblo soviético, sus inmensos sacrificios y pérdidas, obnubilan el drama subyacente, los traumas del conflicto, y cómo todo aquello modificó el curso de la construcción socialista en la URSS.

LA VERDAD HISTÓRICA

Aun antes del fin de la Segunda Guerra Mundial, ya se había iniciado la guerra fría, que no era otra cosa que la lucha de clases a nivel internacional.

El 7 de mayo de 1945, en Francia, el inexistente “gobierno” clandestino alemán del almirante Karl Dönitz presentó su rendición incondicional ante el comandante de las fuerzas de Estados Unidos y Gran Bretaña, el general estadounidense Dwight Eisenhower, por medio del general Alfred Jodl, jefe de operaciones del ejército nazi.

Clandestino, porque el gobierno alemán había dejado de existir el 2 de abril, cuando las tropas soviéticas finalizaron la ocupación de Berlín, dos días después de la famosa imagen de la bandera roja de la Victoria sobre el Reichstag (Parlamento), y del suicidio de Adolf Hitler y la fuga ya planificada de sus cómplices.

Dönitz, que era el jefe del Abwehr (servicio de inteligencia), y considerado menos criminal que sus colegas, asumió como reemplazante en un acto destinado únicamente a organizar la rendición formal, que ya era un hecho consumado. El almirante había intentado por medio de Jodl nuevamente negociar una paz separada con Occidente, pero fracasó.

“Nuevamente”, porque tales intentos se remontaban al menos a un par de años antes, cuando la derrota alemana en la batalla de Kursk, en la Unión Soviética, marcó el definitivo viraje en el curso de la guerra y el inicio del fin del nazismo en Europa. El “peligro” era que las tropas soviéticas vencieran solas.

La verdadera rendición tuvo lugar el 8 de mayo (9 de mayo en Moscú) en Berlín, cuando el superior de Jodl, el mariscal Wilhelm Keitel -comandante supremo de la Wehrmacht (Ejército)- firmó el acta de capitulación ante el mariscal soviético Georg Zhujov, el gran estratega de la victoria.

Tanto los jerarcas nazis como sus adversarios occidentales sabían perfectamente que tenían mucho en común -el anticomunismo-, pero en el campo de batalla ya el Ejército Rojo había resuelto el dilema y una paz separada con Occidente no hubiera cambiado la situación.

Al mariscal Zhujov se le atribuye la siguiente frase: “Nosotros liberamos a Europa del fascismo, pero nunca nos perdonarán por eso”.

Sin duda, los dirigentes occidentales sopesaron cuidadosamente -y anticipadamente- el significado y alcances de la victoria soviética, que como veremos más adelante, tuvo más peso militar y político que económico.

En la conferencia de Yalta, en febrero de 1945, el líder soviético Iosif Stalin presentó a sus colegas de Estados Unidos y Gran Bretaña (Roosevelt y Churchill) evidencia de los encuentros secretos de esos dos países con representantes nazis en la capital suiza, para negociar una paz separada, y abortó así esa “puñalada trapera”.

Winston Churchill, jefe del gobierno británico, fue el primero en admitir que la guerra la había vencido principalmente la URSS, pero también en diseñar un plan de agresión, que contemplaba el reagrupamiento del ejército alemán y el inicio de una ofensiva conjunta contra la Unión Soviética el 1 de julio de 1945.

Churchill sabía que la URSS, aunque vencedora, estaba severamente desgastada por el inmenso esfuerzo desplegado para derrotar en solitario a los invasores alemanes, entre junio de 1941 y junio de 1944, cuando por fin se abrió el segundo frente en Europa occidental.

Si este delirio no se realizó, no fue por falta de ganas, sino por el hecho de que en ese instante las fuerzas soviéticas superaban 4:1 a las occidentales (incluidas las alemanas), y la población europea no sólo estaba harta del sufrimiento ocasionado por los fascistas, sino que agradecida con la URSS por haberlos derrotado.

Una nueva guerra era tanto militar como políticamente inviable en ese momento en Europa.

EFECTOS DE LA GUERRA

Se estima que, en la Gran Guerra Patria, la Unión Soviética perdió la cuarta parte de la riqueza construida durante el periodo de los años 20 y 30, llamado de la “industrialización acelerada”, que convirtió a la república de los soviets de país agrario a la segunda potencia industrial del mundo en menos de 20 años, después de Estados Unidos.

En los cuatro años de guerra, los alemanes destruyeron 1.700 ciudades, 70 mil aldeas y 32 mil fábricas soviéticas. La producción de granos bajó a la mitad.

De los 27 millones de muertos, 16 millones fueron civiles y 11 millones soldados (más de la mitad de todos los militares caídos en la guerra europea). La población masculina cayó en flecha: murió el 80 por ciento de los varones nacidos en 1923. Bielorrusia perdió 25 por ciento de su población, y Ucrania entre 15 y 20 por ciento.

En contraste, Estados Unidos perdió 419.400 de sus ciudadanos, de ellos 12 mil civiles. Salvo el ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor, en Hawaii, ninguna operación militar afectó al territorio estadounidense: ninguna ciudad, aldea o instalación productiva fue destruida.

En el período 1940-1945, Estados Unidos duplicó su Producto Interno Bruto (PIB); producía 50 por ciento de los bienes manufacturados del planeta y poseía más de 60 por ciento de las reservas de oro.

Mediante una Ley llamada de “Préstamo y arriendo”, Estados Unidos destinó unos 750 mil millones (en dólares de hoy) en asistencia principalmente a Gran Bretaña y la Unión Soviética, en forma de armamento, medios de transporte y servicios. El efecto inmediato de esta deuda fue la caída inmediata de los británicos como potencia mundial y el inicio de la descolonización, por medio de acuerdos financieros y económicos impuestos por Washington.

Por medio de estos préstamos Estados Unidos justificó su demora en abrir un segundo frente en Europa occidental, para aliviar la carga de la guerra que mantenía en el frente ruso a cerca de 70 por ciento de las fuerzas militares nazis (que aun después de junio de 1944 se mantuvo en más de 60 por ciento).

NUEVO ORDEN MUNDIAL

La posición dominante de Estados Unidos le permitió organizar el mundo capitalista -y más allá- a su medida, imponiendo el dólar como moneda de reserva mundial. Con la creación del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, determinó una nueva división mundial del trabajo, que sólo ahora comienza a tambalear.

Estados Unidos creó la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y promovió el “Plan Marshall” para la reconstrucción de Europa occidental, donde los partidos comunistas amenazaban el orden capitalista.

Con la bomba nuclear, experimentada contra la población civil japonesa en Hiroshima y Nagasaki, y el establecimiento de bases militares orientadas contra la URSS en territorio europeo, se perfiló el panorama geopolítico del siglo por venir.

Moscú se vio obligado a invertir enormes recursos en su defensa ante el chantaje nuclear y la evidencia de los planes de atacar y desmembrar el país. Esto, mientras se reconstruía la economía y la sociedads en medio de un trauma colectivo: no existe una sola familia en las 15 repúblicas de la ex Unión Soviética que no tenga víctimas de la Gran Guerra Patria.

Los frutos de la durísima industrialización forzada de los años 20 y 30 en la URSS, en un clima político espeso, ya comenzaban a notarse a fines de los años 30, cuando mejoraba aceleradamente la calidad de vida y el acceso a bienes de consumo y viviendas, además de la salud y educación proverbiales en la historia soviética.

Esa es la memoria colectiva prevaleciente -que pude constatar personalmente- en muchos lugares, y que da pie a la inmensa popularidad de Stalin fuera -tal vez- de Moscú y San Petersburgo. Las historias de crímenes, purgas y conspiraciones masivas que abundan en la literatura occidental, no parecen ser relevantes en esa percepción.

Las cifras indican que, tras la Gran Guerra Patria y la muerte de Stalin en 1953, ese ritmo de entusiasmo, creatividad y empuje nunca se recuperó en su totalidad, pese a los imponentes logros de la ciencia soviética.

La amenaza constante, el saboteo, el costo de subsidiar a los países socialistas europeos creados en su mayoría por el Ejército Rojo, y la gradual pérdida de credibilidad del Partido Comunista condujeron a un estancamiento fatal, que culminó en 1991 con un líder frívolo y mediocre como Mijaíl Gorbachov sepultando a la Revolución de Octubre.

El principal objetivo de Hitler -la derrota de los bolcheviques- se cumpliría así 50 años más tarde, mientras se reedita el fascismo como una farsa del primero.

Por Alejandro Kirk


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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