En abril de 2025, poco antes de cumplir 88 años, José Mujica conocido como Pepe Mujica anunció al mundo que estaba padeciendo un cáncer de esófago y que el tratamiento era difícil y limitado porque desde años atrás también padecía de una enfermedad autoinmune. A partir de ese momento pudimos ver en los siguientes meses a un hombre sereno, que dio entrevistas en las que reflexionó sobre la vida y la muerte, dándole continuidad a lo que desde muchos años atrás había venido diciendo sobre esos temas. Esto lo siguió haciendo hasta que en enero de 2025 anunció que el cáncer se había expandido y que solamente quedaba esperar lo inevitable. Pidió que lo dejaran en paz, que no lo acosaran con entrevistas: “Sinceramente me estoy muriendo y el guerrero tiene derecho a su descanso”.
A través de muchos medios y redes sociales se propaló la imagen del hombre alérgico a los lujos y al consumismo, devoto de la vida dedicada a las grandes causas y dotada de un sentido. Por ello, es lugar común decir que el legado de Pepe Mujica fue sobre todo de carácter moral. Por supuesto que su legado será en gran medida moral: el amor a los desvalidos y a la naturaleza, la existencia cotidiana en condiciones de extrema sobriedad (detestaba la palabra austeridad porque la misma se asoció a la política neoliberal), la despreocupación por la intrascendencia después de la muerte, su convicción de que después de la vida no existía sino la nada como también antes de la vida. Su respeto a las religiones, desde su ateísmo convencido.
Pero recordar a Pepe Mujica solamente como al anciano sabio lleno de sabiduría, profundamente convencido como Winston Churchill de que la democracia era un sistema político que tenía muchos defectos pero que su ventaja radicaba en que los demás sistemas eran peores, recordar a Pepe Mujica como el hombre amante de la convivencia pacífica, es mutilar su legado. El antiguo dirigente tupamaro aceptó que en las circunstancias actuales no era posible la realización plena del revolucionario programa igualitario y libertario que lo animó en su juventud. Pero ese realismo no lo convirtió en un adepto del capitalismo sino todo lo contrario. Su propio período como presidente (2010-2015) mostró su voluntad de luchar contra la desigualdad social y contra la pobreza, también contra las discriminaciones de género y la discriminación derivada de la fobia a la diversidad sexual.
Fue la manera de seguir luchando contra lo que había empezado a luchar en aquellos lejanos años de mediados de los sesenta del siglo XX, cuando ingresó a las filas del Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) y abrazó la idea de que solamente a través de la lucha armada se podía lograr una sociedad más justa. Y fue en esa lucha en la que Pepe Mujica fue herido gravemente en dos ocasiones (alguna vez le escuché en una entrevista que tenía 9 balazos en el cuerpo), lo llevó a la cárcel en cuatro ocasiones y durante quince años, además de haberse fugado de la prisión en dos ocasiones. Habiendo asumido que el mundo había cambiado entre 1972 y 1985 cuando fue excarcelado, ese mundo cambio aún más después del colapso soviético observado entre 1989 y 1991.
Pero el que Pepe Mujica aceptara que en esas circunstancias no quedaba sino administrar el capitalismo y contener sus rasgos más depredadores, no lo convirtió en un renegado o mucho menos en un traidor como no vacilaron en expresar sus críticos más acervos. Mujica nunca renegó de su participación en la lucha armada, simplemente aceptó lo que buena parte de la izquierda aceptó: que esta forma de lucha ya no tenía ninguna perspectiva y que se podía lograr más a través de los grandes movimientos políticos y sociales que buscaban disputarles el poder a los dueños del dinero. No me parece acertada la crítica de su antiguo compañero de militancia, Jorge Zabalza, quien le reprochó no haber seguido el camino de Allende cuando arribó a la presidencia de Uruguay. En 1970, cuando Allende triunfó con la Unidad Popular, el mundo todavía estaba marcado por el horizonte socialista y la actualidad de la revolución. Todo eso cambió con el derrumbe soviético, la crisis terminal de la socialdemocracia clásica y el auge neoliberal.
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Por supuesto que Pepe Mujica tuvo posturas controversiales que no comparto. Su actitud ante la justicia transicional fue sumamente cuestionable porque en aras de una reconciliación, fue complaciente con la impunidad para los violadores a los derechos humanos durante la dictadura militar. Redujo el clamor por la justicia a un revanchismo, abogó por darle vuelta a la página y aun cuando se opuso a la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado que impidió el juzgar a policías y militares responsables de crímenes de lesa humanidad, como presidente no impulsó su anulación. Hay que aceptar que en 1989 y en 2009, la mayoría del pueblo uruguayo votó en referendos en contra de su derogación. Respetuoso en términos generales con respecto a Cuba, su crítica a Venezuela fue creciendo como sí la derecha de ese país fuera como la uruguaya. Fue evidente su distanciamiento con respecto al gobierno de Maduro y en julio de 2024 se unió a la narrativa que le restaba legitimidad a las elecciones venezolanas.
Pro la estatura de José Mujica va más allá de estos puntuales posicionamientos. La congruencia entre su decir y su hacer, su trayectoria de vida, el desapego al poder y a la riqueza que proclamó y practicó, su cercanía con la gente, su estilo llano y claro para expresar sus ideas, lo hicieron un gobernante y un dirigente profundamente amado no solamente en Uruguay, sino en el mundo entero. Y esto es lo que prevalecerá.
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