El 16 de junio de 1955, Buenos Aires amaneció como cualquier otro día de invierno. Nadie imaginaba que, al mediodía, la Plaza de Mayo se convertiría en un campo de batalla. Aviones de la Marina argentina, pintados con la consigna «Cristo Vence», bombardearon el centro político del país en un intento por derrocar al entonces presidente de Argentina, Juan Domingo Perón. El saldo: por lo menos 300 muertos y cerca de 1000 heridos, en su mayoría civiles que transitaban por la zona, que significó el preludio de la Revolución Libertadora y dieciocho años de persecuciones.
Este episodio, considerado el primer ataque terrorista con aviones contra una población civil en América Latina, fue el punto de no retorno en el conflicto entre el gobierno peronista y sus opositores: la Iglesia Católica, sectores militares y partidos políticos. Tres meses después, en septiembre de 1955, Perón sería derrocado por la autodenominada Revolución Libertadora.
El conflicto con la Iglesia: la chispa que encendió el fuego
En su articulo para Página 12, titulado «El día que Buenos Aires fue Guernica», el periodista Juan Pablo Csipka, recordó que esta escalada de violencia no fue espontánea.
Desde 1954, el gobierno peronista había entrado en una dura pulseada con la Iglesia Católica, acusada de conspirar con la oposición. El detonante fue la decisión de Perón de eliminar la educación religiosa en las escuelas públicas y sindicalizar a los docentes de colegios católicos, lo que generó un enfrentamiento directo con figuras como el arzobispo auxiliar Manuel Tato.
El 11 de junio, durante la procesión de Corpus Christi, una multitud opositora marchó hacia el Congreso, en lo que se convirtió en el mayor acto opositor a Perón desde que había asumido la Presidencia de Argentina. Según el gobierno, los manifestantes quemaron una bandera argentina y la reemplazaron por una del Vaticano, mientras pintaban «Cristo Rey» en las paredes del Parlamento.
La tensión escaló luego de que se conociera la orden de cese en sus funciones y expulsión de Tato y otro sacerdote, Ramón Novoa, a quienes el Gobierno acusó de perturbar el orden público, lo que llevó al Vaticano a decretar la excomunión de los responsables (sin nombrar explícitamente a Perón).

Conspiración militar: aviones, bombas y traición
Mientras el conflicto con la Iglesia escalaba, un grupo de oficiales de la Marina y el Ejército ya planeaba el derrocamiento de Perón. La investigación de Daniel Cichero, Bombas sobre Buenos Aires. Gestación y desarrollo del bombardeo aéreo sobre la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955, detalla que la conspiración comenzó dos años antes 1953, y estuvo liderada por el contralmirante Samuel Toranzo Calderón y apoyada por políticos como el radical Miguel Ángel Zavala Ortiz y el socialista Américo Ghioldi.
El plan era claro y tenía como objetivos: bombardear la Casa Rosada para matar a Perón; tomar Radio Mitre para difundir una proclama golpista y movilizar tropas desde Puerto Belgrano y Paraná.
A la par, estaba previsto que llegarían las tropas del general Justo León Bengoa desde Paraná y se sumarían barcos de la Marina. «Si la acción triunfaba, se formaría un gobierno provisional de las Fuerzas Armadas con la presencia de Ghioldi, Zavala Ortiz y el conservador Adolfo Vicchi», señaló Csipka.

El día que Buenos Aires fue Guernica
El 16 de junio de 1955, aprovechando un simulacro aéreo oficial, 20 aviones North American AT-6 y 5 Beechcraft AT-11 despegaron de Punta Indio con bombas de 50 y 110 kilos. A las 12:45, comenzó el ataque.
El capitán de fragata Néstor Noriega, a bordo de uno de los Beechcraft, fue quien ejecutó la orden de atacar y lanzó dos bombas desde su avión.
«Una bomba impactó en la Casa de Gobierno y otra cayó frente al Ministerio de Hacienda. Buenos Aires se convirtió en Guernica», escribió Cichero, en referencia al bombardeo nazi sobre la ciudad vasca en 1937.
Perón, advertido por su ministro de Ejército Franklin Lucero, logró abandonar la Casa Rosada minutos antes, pero la población civil no tuvo esa oportunidad.
«La diferencia, que no absuelve en modo alguno a la Legión Cóndor, es que ese ataque fue en plena guerra civil en España. En la Argentina de 1955 no había una guerra», señaló Juan Pablo Csipka.
Pasadas las 13:30, el ministro de Marina, el contralmirante Aníbal Olivieri, regresó al Ministerio de Marina desde el Hospital Naval (adonde, sabedor de lo que pasaría, había ingresado horas antes del ataque) y se encontró con Toranzo Calderón, pero no lo arrestó.
Se limitó a instruir repeler el ataque de militares y civiles. También mandó un enlace a Ezeiza para ordenar que los aviones navales no atacaran la Casa Rosada sino a quienes rodeaban el Ministerio. Sin embargo decidió negociar con Lucero la entrega del edificio al Ejército.
Como parte de una segunda oleada de bombardeos, los aviones atacaron con fuego de metralla el Ministerio de Obras Públicas, el Departamento de Policía y la CGT. Los sindicatos comenzaron a movilizarse a Plaza de Mayo, creyendo que Perón había sido asesinado.
Apenas se supo que se encontraba sano y salvo, el mandatario lanzó la orden a los obreros que se replegaran, en momentos en que las ambulancias recogían muertos y heridos. «Hacia el norte, los aviones también atentaron contra el Palacio Unzué, la residencia presidencial, en Libertador y Agüero, que sería demolida por los golpistas. Una bomba cayó allí, pero no explotó. Otra cayó sobre la avenida Pueyrredón y mató a un chico de quince años y a un hombre que estaba dentro de su auto», recordó el periodista y escritor.
Luego de las 4:00 de la tarde, se registró la tercera oleada de bombardeos sobre los mismos blancos, tras lo cual los aviones volaron a Uruguay.
Mientras los aviones rebeldes reabastecían en Ezeiza, infantes de marina intentaron tomar la Plaza de Mayo. Fueron repelidos por los Granaderos y tropas leales, pero el daño ya estaba hecho.
En Radio Mitre, Juan Domingo Perón ofreció un discurso al pueblo argentino, en el que anunció que «a situación está totalmente dominada».
«Deseo que mis primeras palabras sean para encomiar la acción maravillosa que ha desarrollado el Ejército, cuyos componentes han demostrado ser verdaderos soldados, ya que ni un solo cabo ni soldado ha faltado a su deber. No hablemos ya de los Oficiales y de los Jefes, que se han comportado como valientes y leales. Desgraciadamente, no puedo decir lo mismo de la Marina de Guerra, que es la culpable de la cantidad de muertos y heridos que hoy debemos lamentar los argentinos», afirmó.
«Pero lo más indignante es que haya tirado a mansalva contra el Pueblo como si su rabia no se descargase sobre nosotros, los soldados, que tenemos obligación de pelear, sino sobre los humildes ciudadanos que poblaban las calles de nuestra ciudad. Es indudable que pasarán los tiempos, pero la historia no perdonará jamás semejante sacrilegio», apuntó.
Alrededor de las 6: 00 de la tarde, Olivieri entregó el Ministerio de Marina al general Juan José Valle.

Muertes, impunidad y preludio de la Revolución Libertadora
Tras esto, se le informó junto aToranzo Calderón de que serían juzgados por la ley marcial y se les ofreció el suicidio como opción. Ambos rechazaron un arma para quitarse la vida. Sib embargo, Benjamín Gargiulo, jefe de los infantes de la Marina. Escribió una carta a su esposa y se disparó en las primeras horas del 17 de junio.
Esa noche, grupos peronistas incendiaron iglesias en represalia, incluida la Curia Metropolitana y las iglesias de San Francisco, Santo Domingo y San Nicolás. La policía arrestó a decenas de sacerdotes y militantes opositores, entre ellos el médico comunista Juan Ingalinella, quien fue torturado y desaparecido.
Los muertos nunca recibieron justicia. En 2010, la Secretaría de Derechos Humanos elevó el número de víctimas fatales a 308, aunque muchos cuerpos nunca fueron identificados. Se presume que la cantidad de heridos supera las 1.000 personas.
«El terror del 16 de junio conecta con el de 1976», señaló Juan Pablo Csipka , recordando que algunos participantes del bombardeo —como Máximo Rivero Kelly— luego integraron la dictadura militar.
Tres meses después, en septiembre de 1955, la Revolución Libertadora consumó el golpe. Perón partió al exilio, y el país entró en 18 años de proscripción del peronismo y persecución política.
Hoy, a casi 70 años, el bombardeo de Plaza de Mayo sigue siendo una herida abierta en la memoria argentina.