Columna de Opinión

Los 119 (I)

Sin duda alguna, fue el vespertino La Segunda quien da el más violento y miserable golpe publicando con ese abominable título de “EXTERMINADOS COMO RATONES” escrito de propia mano por Mercedes Garrido, periodista.

Los 119 (I)

Autor: El Ciudadano

Por Pablo Varas

La búsqueda de los detenidos desaparecidos había comenzado antes del invierno de 1975.

Se reunían los familiares en el Comité Pro Paz, donde la memoria recuerda al Cardenal Silva Henríquez. Se compartía información y se llegaba a la conclusión que todos ellos habían sido detenidos por agentes del Estado. El terror estaba en manos de Manuel Contreras y contaba con el incondicional apoyo de diarios, radios y la televisión, dispuestas para lo que ellos necesitaran. Pinochet y el alto mando conocían la verdad.

En aquellos años en todas las calles de todas las ciudades había kioscos de revistas y diarios. Las noticias colgaban y se podían leer sus portadas. Cada portada dolía porque la mentira se convertía en una verdad irrefutable, se leía lo que la dictadura necesitaba informar. Se construía un muro para que la impunidad hiciera el más abominable de sus trabajos.

La Tercera publicó en portada “EL MIR ASESINA A 60 DE SUS MILITANTES EN EL EXTERIOR”. La noticia hablaba de asuntos de dinero, conflictos pasionales que eran consecuencia de los informes de inteligencia por los encargados de mantener la seguridad en el país.

El Mercurio destacaba que existía una “SAGRIENTA PUGNA DEL MIR EN EL EXTERIOR». Es evidente que la información estaba preparando el camino para un golpe noticioso que tenía como destino culpar a los militantes del MIR de ser los responsables de las desapariciones y exculpar a los agentes del Estado.

Sin duda alguna, fue el vespertino La Segunda quien da el más violento y miserable golpe publicando con ese abominable título de “EXTERMINADOS COMO RATONES” escrito de propia mano por Mercedes Garrido, periodista.

El 5 de agosto de 1974 Mauricio Jorquera Encina cumplía 19 años, su familia lo esperaba para una reunión de familia y compartir una torta que había preparado su madre. No llegó, pasaron las horas y su ausencia se hacía cada vez más preocupante, esos días eran de miedo, llegar vivo a las casas casi una aventura, pero la militancia era inalterable.

Mauricio Jorquera Encina estaba estudiando sociología en la Universidad de Chile, militante del MIR. Responsable de su detención fue Marcia Alejandra Merino, conocida como La Flaca Alejandra, es ella quien aporta antecedentes a la DINA para la detención de Mauricio.

LA OPERACIÓN COLOMBO

Cumpliendo la política diseñada por la CIA y el Departamento de Estado norteamericano, los aparatos de seguridad de Chile, Argentina, Brasil y Bolivia, se dieron la tarea de diseñar un plan de exterminio para generar un golpe a la izquierda hasta hacerla desaparecer, en el sentido literal del término. El intercambio de agentes, la información compartida, la identificación de los líderes, de los militantes hasta los más sencillos fueron incluidos. La vida de los que consideran sus enemigos no vale nada.

No fueron pocos los detenidos por la DINA, los testimonios dejan constancia de cientos y cientos, no sólo en Santiago, sino que también desde otros lugares del territorio. Muchos detenidos fueron trasladados desde provincias hasta Santiago. Era una máquina sin descanso de la criminalidad imperante. Los angustiados familiares y una justicia que no intervino, que fue obsecuente y abandonó la defensa de la vida. Miles de recursos de amparo fueron presentados en los tribunales y ninguno fue respondido. No queda duda de que, si algunos de esos Habeas Corpus hubiera sido acogido, hoy habría un abuelo o abuela paseando a un nieto enseñando cómo se hacen los aviones de papel.

Victo Manuel Zúñiga Arellano, militante del MIR mientras se encontraba secuestrado en Villa Grimaldi declaró en el proceso por la desaparición de Jorge Müller que lo vio y conversó con él en aquel centro de torturas. Jorge fue detenido junto a su compañera Carmen Bueno, ambos eran cineastas. Víctor muere en un intento de fuga desde la penitenciaria de Santiago en octubre de 1985.

Han pasado más de cincuenta años de aquellos dolores que no se apagarán. La búsqueda es una tarea presente y lo será porque debe ser así. No son asuntos personales, son cuestiones de memoria y de la historia.

No sólo era Villa Grimaldi un lugar de horror. También está la Matanza de Paine, campesinos semi analfabetos que trabajaban la tierra, que conocían de memoria cuándo era el tiempo de cosecha. Allí fueron masacradas 70 personas entre septiembre y octubre de 1973.

Alejandro Bustos, que logró sobrevivir escondiéndose entre los fusilados, posibilitó llegar a la verdad de lo ocurrido. En aquella masacre participaron carabineros y civiles. Fueron especialmente los civiles quienes entregaron mucha información de aquellos que deberían ser consideraban enemigos. Campesinos que fueron actores importantes en el proceso de reforma agraria pagaron con su vida la osadía de sostener que la tierra debe ser para quien la trabaja.

En la criminalidad desatada en Paine se encuentra la familia Kast, en cuyo origen se encuentra un oficial nazi responsable de fusilar a prisioneros indefensos en los campos de concentración durante la segunda guerra mundial. Ellos facilitaron vehículos con choferes para que fueran detenidos los que ellos consideran sus enemigos. J. A. Kast intenta llegar a ser presiente de Chile.

Chile un país maltratado por sus militares para darle el gusto a los empresarios y a los norteamericanos y también para un sector político.

La esperanza es lo último que se pierde. Dante Alighieri cuenta que existe un momento en que la esperanza deja de existir. Aquello no sucedió para tantas madres, familias enteras juntando palabras como si de un rompecabezas se tratara para saber dónde y quién posiblemente algún detalle podría entregar. Los nombres de Miguel Krassnoff, Iturriaga Neumann, el guatón Romo eran ya conocidos. Se sabía de Londres 38 y de la flaca Alejandra, colaborado de la DINA, también de Marcia Uribe, la Carola y de todos esos que están en Punta Peuco.

Los 119 no fueron exterminados como ratas.

Por Pablo Varas


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