Columna de Opinión

La banalidad del mal y la moral social: Reflexiones sobre el genocidio del pueblo palestino

Ante la crisis en Gaza, debemos cuestionar nuestras propias percepciones y la narrativa dominante. ¿Estamos dispuestos a ver a las víctimas como seres humanos con historias y derechos? ¿O continuaremos cediendo al impulso de la banalidad, permitiendo que el mal se normalice en nombre de la política y la seguridad?

La banalidad del mal y la moral social: Reflexiones sobre el genocidio del pueblo palestino

Autor: El Ciudadano

Por Fernando Astudillo Becerra

Con cuánta razón Leonardo Boff señala que el problema de nuestro tiempo es esencialmente valórico, nos dice que hay cuatro principios capaces de garantizar un futuro bueno para la vida.

El primero es el cuidado. El cuidado es una relación de no agresión y de amor a la Tierra y a cualquier otro ser. El cuidado se opone a la dominación. Para los orientales lo equivalente al cuidado es la compasión; por ella nunca se deja abandonado al que sufre; se camina, se solidariza y se alegra uno con él.

El segundo es el respeto. Cada ser posee un valor intrínseco. El respeto reconoce y acoge al otro como otro y se propone convivir pacíficamente con él. Ético es respetar ilimitadamente todo lo que existe y vive.

El tercero es la responsabilidad universal. Por ella, el ser humano y la sociedad se dan cuenta de las consecuencias benéficas o funestas de sus acciones. Con los medios de destrucción ya fabricados, la humanidad, por falta de responsabilidad, puede autoeliminarse y dañar la biosfera.

El cuarto principio es la cooperación incondicional. La ley universal de la evolución no es la competencia en la que gana el más fuerte, sino la interdependencia de todos/as con todos/as. Todos/as cooperan entre sí para coevolucionar y para asegurar la biodiversidad. Por la cooperación de unos con otros, nuestros antepasados se volvieron humanos. El mercado globalizado está gobernado por la más rígida competición, sin espacio para la cooperación. Por eso, ganan el individualismo y el egoísmo que subyacen a la crisis actual y que han impedido hasta ahora cualquier consenso posible.

Dicho lo anterior la situación de Gaza no es solo política, es moral y al parecer no remece las conciencias de los dominadores del mundo, y de sus adláteres, de los que tienen el dedo en el gatillo para seguir matando, parece que nada los conmueve.

Una de las grandes diferencias entre este genocidio, del Estado de Israel al pueblo palestino, y el genocidio nazi al pueblo judío es que este se mantuvo oculto, se fue descubriendo, un ejemplo de ello es el asombro frente al horror, de los ejércitos soviéticos y norteamericanos, cuando ingresaban a los campos de extermino. Ello no se condice con lo que hoy sucede en Gaza, hay pleno conocimiento de los crímenes diarios que se cometen, ya son miles de niños/as los/as asesinados/as y los “líderes” mundiales no solo nada hacen para detener el horror sino que lo avalan con la entrega de falsas informaciones, recursos y armas a Israel.

Sin duda esto pone en crisis a las Naciones Unidas, sus tareas y sus organizaciones, no es posible que esta institución se vea tan frágil ante el poder de EEUU.

Qué paradoja que los nuevos nazis de nuestros tiempos sea el Estado de Israel.

La filósofa Hannah Arendt, en su obra «Eichmann en Jerusalén«, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza del mal y cómo este puede manifestarse de maneras engañosas en la vida cotidiana. Este concepto se hace especialmente relevante al considerar los recientes crímenes y violaciones de derechos humanos en la Franja de Gaza por parte de Israel.

Arendt se centró en cómo las acciones atroces pueden ser perpetradas por individuos que, en su vida diaria, parecen ser personas comunes. Esta «banalidad del mal» se traduce en un fenómeno donde los perpetradores de actos horrendos se desvinculan de la responsabilidad moral, obedeciendo órdenes o justificándose en contextos políticos.

En Gaza, la situación es un crudo recordatorio de esta banalidad del mal. Los ataques a la población civil, las destrucciones de hogares y la creación de un ambiente de terror y desesperanza son, en muchos sentidos, el resultado de decisiones políticas que deshumanizan a los/las palestinos. La militarización de la vida cotidiana y la normalización de la violencia se convierten en una normalización de la muerte y el crimen.

Es fundamental preguntarnos: ¿Por qué esto sucede? ¿Cómo se permite que suceda?

Una de las respuestas radica en la deshumanización del «otro». En el discurso político, los palestinos son satanizados, desdibujados en su identidad, lo que le facilita al opresor justificar la violencia en su contra. Esta forma de pensar no solo es irresponsable, sino que también es peligrosa. Al ignorar la complejidad y la humanidad de los individuos, se abre la puerta a la repetición de ciclos de violencia.

La banalidad del mal se manifiesta también en la indiferencia global. La comunidad internacional, en su gran mayoría, observa con una mezcla de impotencia y resignación, otros en una directa complicidad con el horror, permitiendo que continúen las atrocidades sin la presión adecuada para un cambio.

La complicidad de la inacción puede ser tan perjudicial como la acción directa; ambas perpetúan el sufrimiento.

Para Arendt, el desafío radica en la capacidad de los individuos para pensar críticamente y actuar en consecuencia. Ante la crisis en Gaza, debemos cuestionar nuestras propias percepciones y la narrativa dominante. ¿Estamos dispuestos a ver a las víctimas como seres humanos con historias y derechos? ¿O continuaremos cediendo al impulso de la banalidad, permitiendo que el mal se normalice en nombre de la política y la seguridad?

Es tiempo de romper el silencio y la complicidad. La historia nos ha enseñado que el mal no siempre llega con grandes ruidos; a menudo se mueve en nuestras vidas, disfrazado de razones y justificaciones.

La lucha por la justicia y por el término del genocidio en Gaza no es solo una cuestión de política, es un imperativo moral.

Por Fernando Astudillo Becerra

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