“La poesía es pensamiento, pero otro tipo de pensamiento, y esa búsqueda ha sido la propuesta de todos mis libros”, asegura Soledad Fariña (81) desde su departamento en Ñuñoa, donde una biblioteca repleta de lecturas da cuenta de su trayectoria como escritora y lectora.
Extiende sobre el mesón las cuatro ediciones que ha tenido su poemario Albricia, incluida la más reciente presentada en la Furia del Libro 2025 y su antología personal Volcar este paisaje, publicada por ediciones Pampa Negra.
Este último libro recoge sus cuarenta años de poesía, desde El Primer Libro (1985, Ediciones Amaranto) hasta su último poemario Siempre volvemos a Comala (2024, Ediciones USACh), recorriendo las múltiples sensibilidades y recovecos por los que se cuelan sus versos.
¿Cómo ves tu obra en retrospectiva? ¿desde lo primero hasta lo último que se ha publicado?
Lo que está en los tres primeros libros forman un corpus, que fue publicado luego en una trilogía llamada La Vocal de la Tierra. Estos tres libros tienen el sentido y la visión que tenía entonces de lo que quería hacer. Cuando volví del exilio ya tenía pensado más o menos de lo que quería escribir. A mí me tocó la época de la Unidad Popular, entre fines de los 60’ y principios de los 70, me involucré en ese proyecto y de ahí fue todo acción: trabajo, militancia, maternidad, luego el exilio. En Suecia fui poco a poco decantando mi experiencia reciente y sentí la extrañeza de estar en un mundo “desarrollado”. Pensé entonces qué era lo que nos diferenciaba de los europeos y, en especial, de los españoles, con quienes teníamos una lengua común.
¿Y qué quisiste resaltar como identidad?
Los aspectos más importantes y más invisibles -hasta entonces, ahora eso ha cambiado- del pensamiento de otros pueblos, donde para ellos el pensamiento está ligado a su sacralidad. En “El primer libro” quise dialogar con el Popol Vuh, que es el libro sagrado del pueblo maya-quiché. El lenguaje escrito no existe en otros pueblos precolombinos. En el caso de los pueblos andinos, había otro tipo de lenguaje, además de la tradición oral, y en los incas especialmente, estaban los quipus. Estos reflejaban un lenguaje mucho más sofisticado mediante los nudos, ahí quedaba grabado desde el arte, la vida cotidiana, la contabilidad, su religiosidad. En el libro sagrado del pueblo maya-quiché intenté dialogar con esa sacralidad. Pero una cosa es el intento y otra el resultado del poema, que toma caminos imprevistos.
Pampa Negra publica las voces de poetas nortinas, ¿cuánto hay de norte en tu obra, y en este libro que la recoge?
Nací en Antofagasta y viví allí dos años, luego volví a Santiago junto con mis padres y no volví a esa ciudad hasta los 20 años. Desde los años 90 he estado viajando a mi ciudad natal casi todos los años. Al parecer, el primer paisaje que miras es el que, de alguna manera, te constituye. En “En Amarillo Oscuro”, tal vez mi obra más experimental, está presente el mismo gesto de buscar, esta vez en los pueblos andinos, algo de lo que quedó de su sacralidad, de su pensamiento. Por trabajo, fui a distintos lugares del Perú andino y empecé a indagar en esa cultura, en su tierra, montañas, aguas, rituales. Tuve la suerte de que me acompañara un arqueólogo de Cusco, quien me aclaró ciertas imágenes y el significado de pequeñas esculturas, que en general pasan desapercibidas. Observé con un ojo más poético que antropológico lo que luego se convertiría en escritura.
Revisando la antología, ¿cuáles son los temas que se te han ido quedando, que has ido profundizando más o que te sigan interesando también al día de hoy?
Todos tienen una conexión. Muchos creemos que la poesía es pensamiento, otro tipo de pensamiento, no es racionalista y esa casi certidumbre ha sido la propuesta o búsqueda de todos mis libros. Ahora, el que es bastante distinto, es el último Siempre volvemos a Comala, también “1985”, que es poesía y también dramaturgia y se sitúa en el ambiente de los años más duros de la dictadura, que para mí fue 1985. No hablo de lo que pasó ahí, que fueron muchas cosas tremendas, sino que es un viaje en Metro donde van unos personajes pensando y hablando para sí, teniendo un diálogo ficticio sobre lo que pasa. Es un libro bastante duro, pero también metafórico.
En la Furia del Libro de este año se lanzó una reedición de Albricia, publicada por la editorial Cuneta. Este poemario tuvo su primera edición en 1988 y la última en 2010. ¿Qué hace que esta obra que siga concitando interés?
Que siga latente es muy hermoso para mí porque cuando escribes no piensas en eso. En los años 80 estábamos en plena indagación sobre la posibilidad de una escritura femenina. En 1987, se realizó en Chile el I Congreso Latinoamericano de Literatura Femenina, al que asistieron escritoras y académicas de Latinoamérica, el Caribe, Norteamérica, Francia para conocer lo que estábamos escribiendo y discutiendo las mujeres. En Chile, teníamos una apertura hacia conocer nuestras escrituras y pensarnos. En poesía, estábamos Carmen Berenguer, Eugenia Brito, Verónica Zondek, Elvira Hernández, Paz Molina, Marina Arrate, entre muchas otras. En todo caso, la obra de las poetas que te estoy nombrando no era igual, no era un estilo, no era una “escuela”, eran distintas unas de otras.
¿Qué te fue ayudando en esa búsqueda?
Más que afirmar que “este es el lenguaje de la mujer”, había que buscarlo, buscar si es que existía en su diferencia. Y, en mi caso, buscarlo indagando en un viaje hacia el inicio, cómo se forma la sujeto mujer. La psicoanalista, filósofa y escritora francesa Luce Irigaray en su libro Espéculo de la otra mujer, dice que el sujeto mujer no se forma desde la envidia del pene, sino que en el primer contacto que es con una mujer: su madre. Ese pensamiento o descubrimiento de Irigaray me fascinó y quise recorrer ese camino del encuentro inicial a través de la palabra poética. Eso es “Albricia”, el poema entero es una búsqueda amorosa.
De las poetas que estuvieron en este Congreso, que han tenido una obra prolífica muchas de ellas, ¿por qué caminos ves que las ido llevando la escritura? ¿qué ha pasado hasta ahora?
Después de Gabriela Mistral, las poetas no fueron visibles. Nadie tomó en cuenta su poesía, no eran incluidas en antologías, tampoco en lecturas. Poetas como Winétt de Rokha, Delia Domínguez, Raquel Jodorowski, Carmen Ábalos, Stella Díaz, Eliana Navarro y tantas otras. Eso también ocurría en los 80. Todas han sido prolíficas y su obra ha crecido en calidad y profundidad. Casi todas hemos ofrecido talleres a escritoras y escritores más jóvenes, que a estas alturas son poetas importantes. Ha habido premios, traducciones y reconocimiento.
¿Ha cambiado el escenario en la actualidad?
Creo que eso fue lo que hicimos: cambiamos el escenario, pero fue muy polémico. Estaban muchos escritores enojados con esta osadía de las mujeres. Y yo creo que lo que hicimos fue abrir camino no sólo a las mujeres, sino también la mirada a muchos varones. Pero, con excepciones, escritores de esa época no lo hicieron, todo lo contrario, escribieron en contra, no solo del Congreso sino también en contra de algunas autoras.
Volver a Allende
Siempre volvemos a Comala es el último libro publicado por Fariña y fue merecedor del Premio del Ministerio de las Culturas en la categoría de Mejor libro de poesía editado en 2024. Es un libro distinto a los publicados anteriormente que venía escribiendo y que tuvo guardado por mucho tiempo, como si se hubiese estado macerando su poesía.
Después de mucho tiempo, en tu libro 1985 ya lo esbozabas, aparece nuevamente la Allende, la Unidad Popular y el horror de la dictadura. ¿Cómo se fue gestando este libro?
Me demoré mucho en hacerlo. Para mí fue imposible escribir lo que pasó en ese mismo momento. Pero después de mucho tiempo dije tengo que escribir algo a partir de lo que viví. Es un homenaje a Allende y a la Unidad Popular. Podría haberlo publicado mucho antes, porque empecé a escribirlo en 2005, pero no estaba preparada. Y tampoco estuve tan preparada en ese momento para escribirlo porque al investigar, aunque ya había vivido y sabía todo o casi todo lo que ocurrió, lo único que hacía era recordar y llorar. Han pasado tantos años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Recurro también a testimonios, al libro de Primo Levi “Si esto es un hombre”, sobre la degradación del ser humano hasta el punto en que el verdugo lo convierte en un harapo. También hay fragmentos de discursos de Allende. Es un libro de memoria, un libro político.

¿Por qué quisiste hacer de este libro un homenaje a Allende, a su figura?
Porque para mí Allende es indispensable. Yo sé que lo critican por un lado y el otro, pero fue una persona realmente comprometida. Para el golpe yo tenía 29 años, dos hijos y trabajaba en la Endesa. Para nosotros, jóvenes, adultos, trabajadores y mucha gente, los tres años de la Unidad Popular fue un momento positivo, porque veíamos cómo las cosas estaban cambiando.
¿Qué te motivaba a traer a Allende al presente a través de la literatura?
Lo escribí para la gente joven, para que sepa algo de lo que pasó. Pero yo no sé si hay mucha gente joven interesada en este tema, lo tienen muy atrás. A la gente que más le ha gustado es a la de mi generación, la que vivió y participó, porque está escrito con esa sensibilidad.
Se van a cumplir seis años del estallido social, donde hubo bastante juventud impulsando demandas sociales, sobre todo el cambio a la Constitución de 1980. ¿Cómo lo leías en ese momento?
Para mí el estallido fue algo esperado-inesperado, era como estar de nuevo en la Unidad Popular. Esa libertad, romper este esquema. Pero “la revuelta” siempre ha sido así, un círculo: viene un estallido, la derecha se refuerza y vuelve todo o casi todo a lo mismo. Y como un plus, la pandemia que volvió a imponer el miedo que habíamos perdido. Porque sin la pandemia habría sido distinto y también mucho más complejo.
Y, en la cultura, ¿qué veías en estas expresiones colectivas?
Interesante y fuerte lo que pasó en ese momento, visualmente con un montón de expresiones culturales. El arte en la calle. Pero especialmente ver, escuchar cómo los que antes llamábamos pueblo, trabajadores y ahora clase media baja podía gritar en la calle sus carencias, sus demandas, desahogar su frustración. Después vino la represión, nunca habíamos visto a manifestantes perder los ojos. Y después, los desmanes… ¿quiénes estaban detrás?
¿Te gustaría escribir sobre ese momento o lo escribiste?
Escribí algunas cosas durante el estallido. Pero ahora ¿qué voy a escribir? ¿Lo gris volviéndose más gris? La vorágine que vivimos se encuentra empantanada, ¿qué vamos a mirar, escuchar? Todo está tan decadente y feo que da pena.
Apuntes y escrituras cotidianas
¿En qué momento de tu escritura estás?
Estoy rescatando algo de muchos cuadernos que escribí durante algunos años. Son apuntes, inicios o esquemas de libros por escribir. Me gusta, porque también es como retroceder en el tiempo. Los he ido leyendo en voz alta, y una aplicación los va transcribiendo.
¿Te gustaría publicarlos?
Depende de cómo salga. Son muchos cuadernos. Supongo que haré esto hasta que me muera. Si es que sale otra cosa, podría ser… pero en este momento no.
De lo último que has leído, ¿qué te ha gustado de las nuevas poetas?
Hay tantas cosas buenas. Hice una antología de poetas chilenas, que más bien es una muestra. Me la pidió la Revista brasileña de poesía Agulha, y su editorial Libros de Mentira me encargó seleccionar 21 poetas que estuvieran escribiendo actualmente, de distintas edades, más una ya fallecida. Es una muestra muy pequeña, desgraciadamente no están muchas de las que deberían estar. Incluí a varias jóvenes no tan conocidas, pero que tienen un libro o varios libros buenos publicados. Échale una miradita.
Por Natalia Figueroa
Revista La Lengua
Revisa la antología completa acá: