Entrevista de Mariana Hales
En Conversaciones con Sergio Larrain, Juana Puga nos invita a escuchar la voz íntima y lúcida de su abuelo, el arquitecto y fundador del Museo Chileno de Arte Precolombino.
El libro, fruto de una serie de conversaciones realizadas en 1988, reconstruye no solo su trayectoria profesional, sino también su pensamiento sobre el arte, la belleza, la espiritualidad y el sentido de la vida.
A través de un tono cercano y respetuoso, Puga logra captar la esencia de un hombre que vivió en constante búsqueda, movido por una curiosidad insaciable y una profunda fe en el poder transformador del arte.
Más allá del testimonio biográfico, la obra revela el encuentro entre dos generaciones: la del arquitecto visionario que soñó con un museo para América, y la de su nieta, que desde la escritura reconstruye la memoria familiar y cultural del país. En cada página se percibe la ternura del diálogo intergeneracional, el asombro ante la coherencia vital de Larrain y el esfuerzo por conservar su voz en un tiempo donde la memoria tiende a diluirse.
En la presentación mencionas que tu abuelo se dejó “seducir por el ejercicio de narrar su vida”. ¿Qué sentiste al ser testigo de ese proceso en el que el relato personal se transforma casi en un soliloquio final?
Fue la primera vez que tomé conciencia de lo significativo que puede ser para una persona mayor reflexionar sobre su vida e interpretarla. Sentía que era un privilegio ser la depositaria del tesoro de sus recuerdos y de su relato. Surgió entre nosotros una complicidad que nos acercó mucho. Por supuesto, me hizo pensar en la vida de mi madre y en la mía junto a mis hermanos. Le debo este regalo a mi hermana Cecilia que me sugirió que hiciera esta biografía.
Cuentas que decidiste comenzar el libro con el último fragmento de las conversaciones, cuando él hablaba de su presente y su participación en “Cristianos para la Ciudad Nueva”. ¿Por qué quisiste alterar el orden cronológico y empezar desde ese punto espiritual?
En la breve biografía escrita para un libro de Sergio Larrain como arquitecto, que se publicó el año 1989, mantuve el orden cronológico del relato, pero, efectivamente, antepuse el fragmento final en el que Larrain menciona que el movimiento espiritual Cristianos para la Ciudad Nueva ha tomado por completo su vida y la de su mujer, la Pin.
Nos dice: “Nuestra vida va adquiriendo un pleno sentido. Nuestro desapego por las cosas del mundo hoy día lo tenemos de una forma mucho más profunda, y creo que miramos la muerte con mucha paz, paz que espero Dios nos conserve (…) Estoy alejado de todo, pero no estoy alejado de nada” (p. 41).
Este era el abuelo con el que yo conversaba. Todo el recorrido de su vida nace de este momento presente. Quien narra es un hombre de 83 años que ha vivido intensamente, que ha entregado mucho y que ahora se retrotrae a orar, a descansar, y a reflexionar sobre su vida. La idea era entonces que antes de leer su relato, el lector, como yo que conversaba con él, supiera a quién estaba “escuchando” y conociera su talante.
No obstante, el libro que nos ocupa: Conversaciones con Sergio Larrain, fundador del Museo Chileno de Arte Precolombino, comienza, precisamente, con las reflexiones de Larrain a cerca de Museo y con su fundación. Esta nueva interrupción del orden cronológico responde a que es ese el hito que el libro destaca.
En el capítulo sobre la creación del Museo Chileno de Arte Precolombino, Sergio Larrain dice que crear el museo estaba “inscrito desde el principio en su vocación”. ¿Cómo interpretas tú esa idea de destino o coherencia vital en su historia?
En una entrevista que Humberto Heliash le hizo a Sergio Larraín el año 2008, este le menciona que a sus 16 o 17 años ya compraba libros de arte y objetos de arte románicos o góticos. Su vocación de coleccionista comienza, entonces, muy temprano. En Europa maduran sus juicios estéticos nace su pasión por “las primeras expresiones del hombre en el arte”. Consecuentemente, cuando vuelve a su origen, a su país y a nuestro continente, despierta su pasión por el arte prehispánico del que de niño no sabía nada.
Tomando la idea de este destino que atraviesa su relato, decido llamar la presentación que hago de su libro Sergio Larrain: un periplo hacia el barro y la esencia.
En el texto dice que él recuerda su infancia y el descubrimiento del arte primitivo en París, un giro que marcaría su mirada. ¿Crees que ese cambio de sensibilidad fue también un modo de emanciparse de su entorno familiar y de clase?
Sergio Larrain nos dice: “La vida lo cambia mucho a uno si uno no se endurece demasiado” (p.22). Es evidente que la vida que le correspondió vivir lo fue moldeando. Su “afán de conocimiento”, su curiosidad y su gran sensibilidad artística se alimentaron de sus tempranos e intensos paseos por París con su hermano Pepe como mentor, de sus múltiples lecturas, de las clases que le impartían los profesores que buscaba.
Todo eso lo fue haciendo tomar distancia del arte burgués que había en la casa de su infancia o del de los siglos franceses de los Luises y fue perfilando su pasión por el arte primitivo. Sin embargo, no creo que haya tenido la necesidad de emanciparse de su entorno familiar ni de su clase ni de nada, en realidad. No necesitaba emanciparse para lograr sus sueños. Nunca percibí en él esa fisura.
En el capítulo sobre Le Corbusier, Larrain describe su conflicto entre la emoción del arte primitivo y la racionalidad moderna. ¿Cómo dialogaban, en tu lectura, esas dos fuerzas dentro de él?
Existe una tensión entre mirar hacia adelante (lo que propone al arte y la arquitectura modernos) y recuperar el pasado (lo que supone revalorizar el arte primitivo).
Sergio Larrain propicia la arquitectura moderna y trayéndola a Chile, trae con ella los aires nuevos del viejo continente. Repudia la que llama “arquitectura de fachada”, excesivamente ornamentada (como la del Museo de Bellas Artes). Las ciudades han crecido y se han densificado. Es necesario adoptar nuevas soluciones habitacionales, nuevas formas de optimizar el uso del espacio.
Sin embargo, para Sergio Larraín, esto no significa dejar de mirar hacia el pasado. La fundación del Museo Chileno de Arte Precolombino es la más fehaciente muestra de su amor incondicional por lo precolombino.
Respecto de la arquitectura, él mismo se sorprende: “¡Divertido lo que son los contrastes de las cosas! Yo, que había estado siempre en favor de una arquitectura moderna, me venía a vivir a una casa hecha de adobe y con los principios y el diseño de la antigua casa chilena” (p.36).
Si bien abogó por la arquitectura moderna por todo lo que significó de ruptura y de innovación, su espíritu libre no le impiden mirar hacia el pasado y elegir como su hogar uno de adobe. “Hoy día vivo en una casa de barro y teja, y me siento cómodo y me siento de barro y teja”, confiesa.
En el relato sobre su etapa de regidor y su encuentro con Pablo Neruda, aparece un hombre comprometido políticamente, pero guiado por su fe. ¿Qué te reveló esa faceta sobre su manera de entender la responsabilidad pública del arte y la arquitectura?
Mi abuelo me dejó claro que nunca militó en ningún partido. No era un político. Le preocupaba, más que nada, lo que ocurría en el ámbito del arte. Si se interesó por la propuesta que le hizo Pablo Neruda de contribuir a defenderse del nazismo en Chile y en América Latina, es porque tomó conciencia del peligro que este significaba. Además, le encantaban los grandes desafíos y este, sin duda, lo era. Tampoco buscó ser regidor por la Municipalidad de Santiago ni Embajador de Chile en Perú. Las cosas se le ofrecían, él las tomaba y las tomaba muy en serio. La fe, en cambio, sí guió sus pasos, sobre todo, desde la muerte de su hijo menor, el año 1951.
Cuando él habla del movimiento “Cristianos para la Ciudad Nueva”, se percibe una serenidad y un desapego del mundo material. ¿Sientes que ese momento cierra su biografía con una suerte de reconciliación interior?
Más que de “reconciliación”, porque no se trataba de reconciliar cosas ni de reconciliarse con nada, yo diría que había hecho un proceso de “renovación” interior, que había soltado el control de muchas cosas y que estaba muy paz.
En tu posdata final vuelves a citar sus palabras sobre “el arte más primitivo” como aquello que tocaba su corazón. ¿Qué vínculo ves entre esa búsqueda estética y su dimensión espiritual, tanto en su obra como en su vida personal?
Te decía que la presentación que estoy preparando de este libro se llama Sergio Larrain: un periplo hacia el barro y la esencia. Creo que ese periplo consistió en ir despojándose, liberándose, de todo lo que consideraba trivial, y en lograr la renovación interior de la que ya hablamos. Esto puede verse en su renuncia a vivir en una casa moderna, construida por el mismo, con grandes espacios, con piscina, con un enorme jardín, y en optar una antigua casa chilena de barro, de adobe. Alguna vez le dije que en ella me sentía como en un convento. El silencio y la luz de esa casa, en la que siempre había música clásica y hermosos arreglos florales que hacía la Pin, entregaba paz.

Entrevista por Mariana Hales.-
Foto Portada Sergio Larrain: Revista Universitaria UC

