Por Verónica Aravena Vega

Hay fenómenos políticos que aparecen como si emergieran de la nada, pero en verdad llevan años gestándose bajo la superficie. Franco Parisi es uno de ellos. Su potente irrupción electoral —ese casi 20% que dividió análisis, estremeció estrategias y descolocó a la élite política— no es un rayo en el cielo despejado: es la manifestación visible de una falla subterránea que atraviesa la subjetividad social chilena desde hace más de una década. Y como toda falla, avisa. No por cortesía, sino por resistencia.
Parisi no es solo un candidato. Es un síntoma. Un síntoma incómodo, polifónico, inasible para quienes aún piensan que la política se explica en manuales o en viejas coordenadas ideológicas. Su alta votación revela algo más profundo: el quiebre entre ciudadanía y estructuras tradicionales, el agotamiento de un sistema que perdió la capacidad de hablar en el mismo idioma que la gente que dice representar.
Este fenómeno, aunque impredecible para algunos, lleva años escribiéndose en la vida cotidiana de la clase media precarizada, esa que vive al día, que trabaja de más y descansa de menos, que paga en cuotas su existencia. Parisi ha sabido leer ese malestar con una precisión que otros, instalados en sus convenciones y comodidades, no han podido —o no han querido— ver.
Un país que camina por fuera de la política
Lo que significa que casi uno de cada cinco votantes haya preferido a Parisi es, ante todo, un gesto de distanciamiento. Esta es la generación que creció viendo a la política como un circo de promesas incumplidas, un relato ajeno que no dialoga con la vida real. Sus votantes no son necesariamente seguidores fieles; no militan su proyecto como se militaban los viejos partidos. Son electores que observan la política desde afuera, como quien mira un espectáculo.
Ese voto, sin embargo, no es indiferencia. Es un voto cargado de emociones muy concretas: rabia, frustración, cansancio, pero también esperanza. Sí: esperanza, aunque suene paradójico. Porque detrás de la rabia siempre hay un anhelo de cambio. La gente no vota por Parisi solo para castigar; vota porque quiere algo distinto, aunque no sepa todavía cómo nombrarlo.
Los estudios y encuestas recientes convergen en rasgos concretos del electorado de Parisi. No se trata solo de intuiciones: hay patrones robustos que explican su fuerza.
Primero, volumen electoral y crecimiento: Parisi elevó su votación respecto a su desempeño anterior y alcanzó cerca del 19% en la primera vuelta, consolidándose como tercera fuerza con peso decisivo en la contienda. Este incremento lo transforma en un actor estructural, no testimonial.
Segundo, segmentación socioeconómica y edad: su voto se concentra mayoritariamente en grupos socioeconómicos medio-bajos (C2, C3, D/E) y en franjas de edad que van de los 30 a los 50 años, aunque también muestra tramos significativos entre jóvenes. Esto lo distancia parcialmente del electorado tradicional de élite y lo acerca a sectores que viven fuerte precariedad económica.
Tercero, género y territorialidad: el núcleo de apoyo es relativamente más masculino y muestra mayor fuerza fuera de la Región Metropolitana —con picos en zonas del norte y del sur—, donde el sentimiento de abandono estatal y la precariedad laboral son más sentidos. En varias regiones del país Parisi incluso superó a otros candidatos, consolidando su base regional.
Cuarto, grado de politización y motivaciones: el electorado de Parisi tiende a ser menos politizado, más desconfiado de los partidos tradicionales y proclive a votar por figuras “outsider”. Estudios de panel y encuestas muestran que muchos de sus votantes votan movidos por emociones —rabia contra la clase política, exigencia de eficacia y seguridad— que se combinan con la aspiración de soluciones técnicas y rápidas.
Quinto, prioridades políticas: seguridad, empleo y orden público aparecen como temas recurrentes entre sus respaldos; no es simple conservadurismo cultural homogéneo, sino una mezcla: preocupación por la delincuencia y la inmigración en algunas encuestas, pero también demandas de gestión económica pragmática. Esto explica por qué su discurso, que combina anti-élite con tecnicismo, resulta eficaz.
En conjunto, estos datos pintan un votante híbrido: no es un bloque ideológico clásico, sino una coalición de afectados por la precariedad que busca respuestas administrativas —no solo discursos filosóficos— y que castiga, con su voto, a quienes considera responsables del estancamiento.
El populismo tecnocrático como novedad política
La figura de Parisi encarna un estilo específico, más sofisticado de lo que algunas lecturas superficiales permiten ver. Su fuerza no radica solo en el malestar que recoge, sino en la forma particular en que lo articula: populismo tecnocrático. Un oxímoron que en otros países ya es tendencia.
Su discurso combina dos elementos que antes se consideraban incompatibles:
- La épica anti-élite, anti-partidos, anti-sistema, con tintes emocionales muy profundos.
- La promesa de eficiencia técnica, números en mano, cálculos económicos, gestión pragmática.
Es decir, Parisi promete lo que las élites no suelen prometer juntas: te escucho y sé cómo arreglarlo.
No dice “soy como tú”, dice “puedo arreglar lo que te duele”. Y para un país cansado de diagnósticos sin tratamiento, eso funciona.
La construcción del “nosotros” sin territorio
Otro elemento que distingue a Parisi de otros populismos es su territorialidad digital. Su comunidad se articula en redes, en transmisiones, en videos, no en plazas ni sedes políticas. No hay casa partidaria; hay un living virtual. Ese modo de habitar la política es profundamente contemporáneo: deslocalizado, móvil, líquido.
Así se forma un “nosotros” sin territorio: gente que nunca se ha visto las caras, pero que comparte la sensación de ser expulsada del centro de decisiones. La comunidad Parisi no es orgánica, es afectiva. Y a veces, lo afectivo mueve más que cualquier estructura.
La crítica necesaria
Pero no confundamos análisis con celebración. El fenómeno merece atención, pero también exige crítica.
Primero, porque la promesa de “lo técnico” como solución mágica suele ocultar los efectos sociales de decisiones que requieren mucho más que cálculos. La política no es solo números: es conflicto, ética, redistribución. Gobernar no es resolver una ecuación.
Segundo, porque el discurso anti-institucional puede convertirse en un arma de doble filo. La crítica es necesaria, sí; pero el desprecio absoluto por las instituciones abre la puerta a formas de autoridad que no siempre rinden cuentas.
Tercero, porque su proyecto es intensamente personalista. El PDG no es un partido robusto: es un reflejo de su líder. Y esa dependencia puede volverse frágil cuando las coyunturas cambian.
Y cuarto, porque muchas de sus propuestas —carcelería flotante, hiperfocalización securitaria, recortes abruptos— requieren un análisis ético y democrático más profundo. La eficiencia no puede ser excusa para dejar fuera los derechos.
El quiebre de la representación y la urgencia de nuevas preguntas
Parisi no es el problema: es el síntoma. El verdadero problema es que millones de personas sienten que la política dejó de hablarles. Y cuando la política deja de hablar, alguien más lo hace. A veces con mejores intenciones, a veces con peores. Pero siempre con más eficacia emocional.
Los partidos tradicionales miran este fenómeno aún con soberbia. Interpretan este voto como un berrinche electoral, como un error de los electores que se corregirá solo. Pero los votos —sobre todo votos así— nunca son errores: son mensajes. Mensajes urgentes, estructurales, profundos. Mensajes que dicen: no nos han entendido.
El desafío ahora no es explicar a Parisi, sino escuchar a su electorado. No para imitarlo —la imitación siempre es una mala estrategia—, sino para reconstruir la representación desde un lugar más honesto. Porque la política no puede seguir respondiendo con tecnicismos a problemas que son existenciales.
Que Parisi haya obtenido un apoyo tan alto no significa que Chile se haya inclinado hacia un proyecto personalista; significa que Chile busca desesperadamente un proyecto que vuelva a dialogar con su vida real. Su votación no es un triunfo ideológico: es un grito social.
Lo que viene será tenso. Parisi tiene ahora un poder de negociación que puede definir el balotaje, la agenda, las alianzas y las fracturas que siguen. Pero lo más importante no es lo que Parisi haga, sino lo que el país aprenda de lo que él representa.
Porque, al final, la pregunta no es “¿qué hará Parisi?”, sino: ¿qué hará Chile con la herida que Parisi dejó al descubierto?
Desafíos para Jeannette Jara: negociar con Parisi y seducir a su electorado
La candidatura de Jeannette Jara enfrenta ahora dos tareas urgentes y delicadas: negociar políticamente con Parisi (o con el poder que su electorado representa) y atraer a sus votantes sin perder identidad ni legitimidad frente a su propia base.
Aquí los desafíos y una hoja de ruta práctica:
1. Reconocer y no despreciar lo que Parisi representa.
Descalificar a sus votantes como “ignorantes” o “error electoral” sería contraproducente. La primera condición es escuchar y validar demandas legítimas: seguridad, empleo, costos de la vida. Las encuestas muestran que esos temas son centrales para la base parisista; abordarlos con propuestas concretas es imprescindible.
2. Ofrecer soluciones técnicas con narrativa social.
Muchos votantes de Parisi buscan gestión; Jara puede responder con programas técnicos (plan de empleo regional, fortalecimiento de programas sociales focalizados, propuestas claras en seguridad comunitaria) pero articulados con una narrativa de justicia y redistribución. Es decir: combinar el lenguaje de la eficacia con el de la dignidad.
3. Mensajeros creíbles y descentralización.
No sirve solamente enviar a ministros o líderes capitalinos. Es necesario desplegar equipos regionales con vocerías locales y testimonios creíbles (alcaldes, dirigentes sociales, técnicos reconocidos) que hablen el lenguaje territorial donde Parisi creció electoralmente. La territorialidad es clave: muchas de las adhesiones a Parisi son regionales.
4. No regalar el discurso de seguridad a la derecha; asumir propuestas firmes y con derechos humanos.
La seguridad es central para su electorado. Jara debe desplegar propuestas que atiendan la preocupación por la sensación de orden (prevención comunitaria, inversión en policía local con fiscalización ciudadana) sin caer en medidas punitivas sin garantías. La combinación de firmeza y protección de derechos puede restarle atractivo al relato securitario de la derecha y a parte del electorado parisista.
5. Ofrecer canales de participación real.
Dado que mucho del voto Parisi es anti-institucional, incorporar mecanismos de participación ciudadana (foros regionales vinculantes, mesas de trabajo con electores independientes, participación en diseño de políticas locales) puede neutralizar el rechazo al “establishment” y transformar electores desconfiados en interlocutores.
6. Cuidado con las concesiones programáticas que erosionen identidad.
Negociar votos no puede traducirse en renuncias que desfiguren el proyecto de Jara. La estrategia debe priorizar medidas específicas con impacto rápido y medible (transferencias focales, subsidios temporales, programas laborales) que alivien la sensación de urgencia sin hipotecar la visión redistributiva a largo plazo.
Parisi dejó en la mesa un mandato claro: parte del país exige respuestas distintas. Para Jara —y para cualquier fuerza que pretenda gobernar con legitimidad— la lección es doble. Hay que escuchar sin renunciar a principios; hay que gobernar con pragmatismo sin confundir pragmatismo con cinismo. Seducir a un votante desencantado exige honestidad: no prometer milagros, sino resultados tangibles y una nueva forma de situar la política en la vida de la gente.
Si la izquierda aprende eso, podrá transformar el reflejo Parisi en una agenda que no solo apague la fiebre del día, sino que sane las causas que la provocaron.
Por Verónica Aravena Vega
Doctora en Estudios de Género y Política, Universidad de Barcelona. Máster en Masculinidades y Género. Máster en Recursos Humanos. Máster en Psicología Social/Organizacional. En Instagram
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