La investigación de The Guardian sobre el salmón chileno pone en cuestión el relato del “orgullo exportador” y muestra la cara que casi nunca se ve desde los supermercados del norte global: muertes de trabajadores, ríos contaminados y comunidades indígenas y pesqueras tratando de resistir.
El medio británico recuerda que Chile es hoy el segundo productor mundial de salmón después de Noruega y el principal proveedor de este pescado para Estados Unidos. Solo en el primer trimestre de 2025, el país exportó más de 56 mil toneladas a ese mercado, por un valor de 760 millones de dólares. Europa también se ha convertido en un destino clave: entre 2003 y 2024, las importaciones de salmón chileno en la Unión Europea crecieron de 56 a 204 millones de dólares, convirtiendo a ese bloque en el sexto mercado para el producto.
Pero, detrás de esas cifras, la investigación pone el foco en las condiciones en que se produce ese salmón, tanto en el mar como en los ríos del sur de Chile.
Investigación de The Guardian sobre el salmón chileno: la muerte de un buzo en Patagonia
El reportaje abre con la historia de Julia Cárcamo López, vecina de Maullín (Región de Los Lagos). Desde su casa frente al mar recuerda el 1 de mayo de 2019, cuando dos hombres tocaron su puerta para informarle que su esposo, el buzo Arturo Vera, había sufrido un accidente mientras trabajaba en un centro de engorda de salmón.
Vera, de 59 años, se desempeñaba como buzo en un centro de cultivo en Puerto Natales, en la Región de Magallanes. De acuerdo con lo expuesto en la investigación, una autopsia determinó que fue golpeado por la hélice de una embarcación, con lesiones en la cabeza, costillas y garganta, en circunstancias en que el motor debía estar apagado según las normas de seguridad. La familia sostiene que, tras el accidente, se estableció una compensación vía judicial.
La empresa a cargo del centro fue multada por infracciones laborales y de seguridad detectadas por la Inspección del Trabajo. Según el reportaje, la compañía fue contactada por el medio, pero no respondió a las solicitudes de comentario.
La organización Ecoceanos, citada por The Guardian, afirma que en los últimos 12 años la industria salmonera chilena registra la tasa más alta de accidentes y muertes laborales del sector acuícola a nivel mundial. Entre marzo de 2013 y julio de 2025, 83 trabajadores habrían fallecido en accidentes vinculados al rubro, mientras que Noruega, en el mismo periodo extendido a 34 años, reportó solo tres muertes en la industria del salmón.
“Quienes comen salmón chileno no imaginan cuánta sangre humana lleva consigo”, sostiene una de las fuentes que trabajan en un centro de cultivo en la Patagonia chilena, recogida por el medio británico.
Antibióticos, contaminación y impacto en la pesca artesanal
El reportaje recuerda que el salmón no es una especie nativa de Chile: los primeros ejemplares fueron traídos desde Noruega hace más de 40 años, durante la dictadura de Augusto Pinochet. Desde entonces, la industria ha crecido de manera explosiva: entre 1990 y 2017, la producción aumentó casi un 3.000%, alcanzando más de 750 mil toneladas exportadas a más de 80 países.
Ese crecimiento, sin embargo, ha ido de la mano de prácticas intensivas que generan preocupación científica y comunitaria. The Guardian cita datos según los cuales las salmoneras chilenas utilizaron más de 351 toneladas de antibióticos en 2024, una baja frente a las 563 toneladas de 2014, pero todavía una cifra muy alta si se considera que estudios indican que entre el 70% y el 80% de esos antibióticos pueden terminar en el ambiente. Noruega, en contraste, declaró prácticamente cero uso de antibióticos en sus centros de cultivo.
El uso masivo de estos medicamentos no solo afecta a los ecosistemas marinos, sino que también puede favorecer la resistencia antimicrobiana y la transferencia de bacterias resistentes a las personas que consumen productos contaminados.
Pescadores artesanales entrevistados en el reportaje describen la disminución de especies como erizos y choritos en zonas cercanas a centros de cultivo, lo que hace cada vez más difícil sostener economías locales ligadas a la pesca tradicional.

Comunidades mapuche y ríos contaminados en el sur de Chile
La investigación no se queda solo en el mar. También aborda los impactos de la salmonicultura en la fase de agua dulce, particularmente en las regiones de La Araucanía y Los Ríos, donde se ubican centros de incubación, fertilización y crianza temprana.
Uno de los casos que recoge el reportaje ocurre en la comunidad Chesque Alto, en La Araucanía, que ha mantenido una larga disputa legal con la empresa Sociedad Comercial Agrícola y Forestal Nalcahue Ltda., dedicada a la producción de salmón en la zona.
La machi Angélica Urrutia, de 35 años, relata que desde la instalación de la empresa en 1998 el río Chesque comenzó a cambiar: desaparecieron los peces y las aves, y algunos tramos del cauce se volvieron rojizos y viscosos. En 2005, cuatro vacas murieron tras beber agua cerca del desagüe de la empresa; un veterinario concluyó que habían ingerido una alta cantidad de formalina, una sustancia química usada en el cultivo de salmones para combatir parásitos.
Según el artículo, la comunidad logró que las actividades de la empresa se detuvieran por unos ocho meses en 2021, y durante ese periodo volvieron peces y fauna al río, además de poder realizar ceremonias ancestrales en el agua, algo que, denuncian, se había visto limitado por la contaminación. Actualmente la compañía enfrenta un proceso administrativo sancionatorio, pero continúa funcionando mientras este no concluya.
Urrutia también denuncia prácticas de “incentivos” a vecinas y vecinos, como la compra de animales, para reducir la oposición local a la presencia de la empresa. Al mismo tiempo, asegura que ya no puede recolectar hierbas medicinales en las riberas ni utilizar algunos sectores del río para ceremonias mapuche, debido al estado del agua.
Estado ausente y falta de fiscalización efectiva
El reportaje recoge también la voz de Jorge Ampuero González, jefe de la Inspección Provincial del Trabajo en Puerto Natales, quien reconoce que no cuenta con personal ni medios suficientes para fiscalizar de forma adecuada una industria que opera en zonas aisladas y de difícil acceso. Su equipo de siete personas debe supervisar unas 30 salmoneras, pero no dispone de embarcaciones ni helicópteros para llegar a los centros que requieren hasta 12 horas de navegación.
Ampuero afirma que, en la práctica, cada centro puede ser visitado una o dos veces al año, lo que reduce las posibilidades reales de cambiar las condiciones laborales de fondo. Y advierte: la sustentabilidad de la salmonicultura no depende solo de cuántas toneladas se producen, sino de cómo se producen y bajo qué condiciones para las y los trabajadores y los territorios donde se instalan.
El reportaje señala que autoridades chilenas —como el Ministerio del Medio Ambiente, la Subsecretaría de Pesca, Sernapesca y representantes de la industria agrupados en SalmonChile— fueron contactados para dar su versión, pero al parecer no hubo éxito en las gestiones.
Mientras el salmón chileno sigue ocupando vitrinas en Estados Unidos, Europa y otros mercados, la investigación de The Guardian reabre una pregunta incómoda: ¿cuál es el verdadero costo humano y ecológico del “filete rosado” que exporta Chile al mundo?

