El regreso de la primera dama y las Tradwife:

La vuelta al pasado que no pedimos

La nostalgia por el pasado no tiene cabida en el futuro que estamos construyendo. Nosotras no seremos esas mujeres porque la libertad no tiene vuelta atrás. La verdadera revolución está en ser dueñas de nuestras vidas, sin que nadie nos imponga qué hacer, cómo ser o qué sueños debemos tener.

La vuelta al pasado que no pedimos

Autor: El Ciudadano

Por Verónica Aravena Vega

¿Alguna vez has estado desplazando tu feed de Instagram y, de repente, te topas con esa mujer «perfecta»? La que tiene hijos/as, marido, una casa que parece más una mansión que un hogar y una vida que parece sacada de la utopía de una película de los 50. Su vida es un catálogo: organiza cenas familiares, amamanta con cara de felicidad eterna, tiene todo bajo control. Y tú, frente a la pantalla, piensas: “¿De verdad es esto lo que se supone que quiero ser? ¿Esto es lo que se nos ha prometido como ideal?”.

Esa mujer es la Tradwife (sí, esposa tradicional, en inglés). Y no es solo una moda pasajera ni una “elección” personal que alguien pueda tomar libremente. Es un reflejo de algo mucho más profundo: una estrategia de restauración cultural que no solo tiene a las mujeres como centro, sino que nos está regresando al siglo pasado, al lugar que siempre hemos ocupado, pero ahora con filtros, sonrisas perfectas y un discurso vacío de empoderamiento. Nos venden la vuelta a lo «natural», pero esa «naturalidad» está impregnada de patriarcado, de violencia estructural y de los mismos valores que nos arrinconan. Nos dicen que debemos elegir ser esa mujer idealizada, pero no hay mucho espacio para elegir cuando las condiciones no lo permiten.

¿Y qué nos proponen como alternativa? Quedarnos en casa, dejar de lado nuestras aspiraciones y abrazar el rol que la historia nos asignó: madre, esposa, cuidadora. Y lo hacen vendiéndolo como si fuera nuestra elección personal, como si fuéramos libres de decidir. Pero lo cierto es que, en la mayoría de los casos, esa mujer perfecta no tiene cabida en nuestra vida real. La precariedad nos empuja a salir de casa, a trabajar, a tomar las riendas de nuestra vida, mientras nos pintan una versión falsa de lo que “deberíamos” ser. Es una trampa disfrazada de opción.

No es casual que esta idea de la mujer perfecta, la que vive para el hogar y la familia, esté creciendo de la mano de la extrema derecha. La nostalgia por los “buenos tiempos” es una constante, pero esos tiempos nunca fueron buenos para las mujeres. La derecha política sabe que, para restaurar ese orden patriarcal, tienen que empezar por nuestras casas, por nuestras familias. No quieren que avancemos, no quieren que sigamos luchando por la autonomía, por el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestros destinos. Y lo están haciendo a través de las redes sociales, usando las imágenes de estas mujeres perfectas para convencer a las nuevas generaciones de que ese es el ideal, el único camino que debemos seguir.

Lo peor de todo es que nos venden la imagen de la Tradwife como una mujer empoderada, cuando en realidad es la representación de una regresión histórica. Una regresión disfrazada de libertad. Porque no es que esas mujeres no tengan derecho a elegir quedarse en casa si así lo desean; el problema es que nos imponen ese modelo como el único aceptable. Nos dicen, a través de sus cuentas de Instagram, a través de sus posts cuidadosamente editados, que, si no somos como ellas, estamos fallando. Nos lo venden como una opción cuando, en realidad, es un molde que limita nuestras posibilidades.

Pero no, no todas queremos ser esas mujeres. No porque haya algo intrínsecamente malo en ellas, sino porque el regreso al pasado no es una opción real para nosotras. Nos dicen que, si no encajamos en ese rol, estamos equivocadas, como si no tuviéramos otra posibilidad. Y eso es lo que necesitamos comprender: esa es una trampa, una visión unidimensional de lo que podemos ser. El regreso a este rol tradicional no es una solución a nuestros problemas, no es necesariamente un regreso a la felicidad ni a la estabilidad. Puede ser un retroceso en derechos y en oportunidades. Y eso no lo podemos permitir.

Pero el problema real no es solo que se nos imponga ese rol, sino que el mundo real no tiene espacio para la mujer Tradwife. La precariedad económica, la presión constante de sobrevivir, de conseguir trabajo, de no quedar atrás, nos exige estar en la calle, no encerradas en una casa perfecta que no existe más que en las redes sociales. La mayoría de las mujeres no tenemos el lujo de elegir quedarnos en casa. La mayoría de nosotras, para sobrevivir, tenemos que salir a trabajar, a ganarnos la vida, a hacer malabares con la maternidad, el trabajo y la vida personal. Y ese modelo que nos venden, de mujer perfecta en casa, es una falsedad que no refleja nuestra realidad.

A través de las redes sociales, nos venden una idea de la mujer que solo es posible para aquellas que tienen recursos, tiempo y espacio para crear esa imagen. Y ahí es donde entra la falacia. Las Tradwife, tal y como se muestran en Instagram, son una clase de mujeres que no representan a todas, pero que, de alguna forma, se nos presentan como el ideal. Mientras tanto, las mujeres que luchamos por salir adelante no tenemos espacio en esa narrativa. Nos venden una imagen de perfección que no solo es inalcanzable, sino peligrosa, porque nos distrae de los problemas reales que enfrentamos: la discriminación laboral, la violencia estructural, la falta de derechos. Y lo que es aún más grave: nos dicen que, si no alcanzamos ese ideal, estamos fallando. Y eso es lo que no podemos permitir.

Pero ¿qué pasa cuando esta visión del hogar perfecto se combina con un contexto político que la respalda? Aquí es donde entra la figura de María Pía Adriasola, la esposa de José Antonio Kast. Es posible que, como futura primera dama de Chile, ella pueda promover esta visión conservadora del rol de la mujer. Claro, no podemos asegurar nada aún, pero si nos basamos en su trayectoria y en las intervenciones públicas que ha tenido, podríamos pensar que hay un horizonte donde la visión de la mujer tradicional se convierte en la piedra angular de su discurso.

María Pía Adriasola no es una mujer pública que se quede callada, ni que se limite a la sombra de su esposo. En más de una ocasión, ha sido muy clara sobre su adhesión a los valores cristianos tradicionales. Ha formado parte de diversos movimientos conservadores vinculados a la Iglesia (Movimiento religioso Schoenstatt), donde se promueven valores familiares estrictos, y en ocasiones, una visión muy rígida sobre el lugar de la mujer en la sociedad. En este sentido, la creación de la Fundación Cuide Chile o su cercanía a círculos de fundaciones pro-familia resalta una visión conservadora que va más allá de las palabras: sus posturas sobre el matrimonio, la maternidad, el aborto y los roles de género reflejan un ideal que podría estar alineado con la Tradwife.

Es importante también recordar que, en sus intervenciones públicas, Adriasola ha enfatizado el papel de la mujer como madre y cuidadora. En una entrevista reciente, afirmó que la familia es el “núcleo esencial de la sociedad”, y que el rol de la mujer debe centrarse en ser un pilar en el hogar. Lejos de ser una declaración aislada, esta postura forma parte de un discurso que se ha repetido en diversas ocasiones: la mujer debe ser el corazón de la familia, y esto implica, en su visión, poner en segundo plano sus ambiciones personales para priorizar los valores familiares.

Lo que nos deja pensando es: ¿estará María Pía Adriasola tratando de moldear una visión de mujer que se parezca a esa Tradwife? ¿Será que, como primera dama, intentará promover este modelo de familia tradicional, donde las mujeres vuelven a quedar confinadas en el hogar? Claro, no podemos saber qué sucederá. Pero los antecedentes están ahí. La pregunta sigue siendo válida: ¿podría, incluso inconscientemente, ser una defensora de este regreso a los valores tradicionales que la derecha está impulsando?

Lo cierto es que nos encontramos ante un futuro incierto, pero con indicios claros de que la figura de la Tradwife podría seguir ganando terreno, no solo como una opción personal, sino como una estrategia política para restaurar lo que algunos consideran el orden “natural” de las cosas.

Y lo más importante: no podemos ser esas mujeres porque, como sociedad, no podemos permitirnos ese lujo. Nos dicen que es una elección, pero esa elección está muy limitada por las condiciones de trabajo, de vida, de pobreza, de violencia. No podemos seguir viviendo en un mundo que nos obliga a ser esas mujeres, cuando lo que necesitamos es ser nosotras mismas, en toda nuestra complejidad, en toda nuestra lucha, en toda nuestra libertad.

Porque no se trata de que haya mujeres que elijan ser Tradwife, sino de que esa opción no debe ser la única disponible. Nosotras tenemos derecho a escribir nuestras propias historias, sin que nos dicten un guion. La nostalgia por el pasado no tiene cabida en el futuro que estamos construyendo. Nosotras no seremos esas mujeres porque la libertad no tiene vuelta atrás. La verdadera revolución está en ser dueñas de nuestras vidas, sin que nadie nos imponga qué hacer, cómo ser o qué sueños debemos tener.

Por Verónica Aravena Vega

Psicóloga. Doctora en Estudios de Género y Política, Universidad de Barcelona. Máster en Masculinidades y Género. Máster en Recursos Humanos. Máster en Psicología Social/Organizacional. En Instagram

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Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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