Sobre la «objetividad» en la política

  Es habitual que en los debates y discusiones políticas, a los protagonistas de la acción política (y a los medios de comunicación relacionados con ellos) se les pida que sean ‘objetivos’

Sobre la «objetividad» en la política

Autor: Arturo Ledezma

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Es habitual que en los debates y discusiones políticas, a los protagonistas de la acción política (y a los medios de comunicación relacionados con ellos) se les pida que sean ‘objetivos’. Ello es una demanda muy característica de los ciudadanos provistos de cierta cultura y que, además, no participan directamente en la política partidista, o que no se sienten directamente afectados por las decisiones y procesos que se viven con gran intensidad en la ‘clase política’. Quienes se sienten en cierto modo ‘neutrales’ respecto a los contendientes, esperan de los otros que también lo sean, y de allí la demanda de ‘bjetividad’.

La demanda de ‘objetividad’ y de ‘neutralidad’ es, sin embargo, una pretensión ilusoria, pues la objetividad no es posible encontrarla en lo que dicen los actores políicos, toda vez que ellos se encuentran subjetivamente inmersos en un partido y/o alianza de partidos, que está en lucha y conflicto con otros que son sus adversarios, y que están voluntariamente comprometidos en algún determinado proyecto político. En sus actividades, los políticos o luchan por conquistar el poder, o luchan por conservarlo frente a los que representan una amenaza para ello. Como no son neutrales, no pueden ser ‘objetivos’.

Pero los ciudadanos conscientes e interesados en el bien común, tienen derecho a exigir a los políticos que digan la verdad, en el sentido de que sean explícitos en cuanto a sus objetivos, a sus proyectos políticos, y  sus propios intereses en ello. Por cierto, es muy poco probable que los políticos digan la verdad, por las mismas razones por las que no pueden ser objetivos. No obstante hay que decir que si la neutralidad y objetividad podemos descartarlas completamente, existe la posibilidad, aunque improbable, de que algunos o muchos políticos digan la verdad, su verdad sobre lo que quieren, lo que piensan, lo que hacen, lo que proyectan. Pero, claro, será siempre ‘su’ verdad, no la verdad que pudiera ser propia de un análisis científico riguroso.

Es claro que, de acuerdo a sus propias adhesiones ideológicas y políticas, los ciudadanos tienden a dar credibilidad a los políticos más cercanos a sus propios puntos de vista. Ello, obviamente, porque esas adhesiones les impiden a ellos mismos ser neutales y objetivos. Lo mismo pasa con los medios de comunicación, especialmente con los periodistas y los analistas políticos.

En este contexto, muchos ciudadanos que no tienen una posición política definida tienden, con cierto sentido común, a dar credibilidad a las posiciones ‘de centro’, que suelen ser menos apasionadas, y en consecuencia menos sesgadas hacia uno u otro extremo. Sin embargo, el ‘centro’ político presenta los mismos problemas que dificultan la objetividad de las posiciones de ‘izquierda’ o de ‘derecha’. La diferencia es solamente que tienen un proyecto político menos definido y que son probablemente más ‘oportunistas’ (lo que suele identificarse como ‘pragmatismo’). Los ciudadanos que no tienen una posición política definida y que son ellos mismos más pragmáticos, tienden a dar credibilidad al ‘centro’ precisamente porque se les asemeja, igual como ocurre en los otros casos.

Otros ciudadanos, lamentablemente no muchos, piensan que pueden llegar a tener una visión objetiva de los hechos y procesos políticos escuchando y leyendo a ambas partes del conflicto, o a todas las partes intervinientes. Ello implica informarse en varios medios de comunicación, vinculados a las diferentes posiciones ideoógicas y políticas. Es correcto proceder así; pero ¡atención!: dos mentiras, o tres, o más, no hacen una verdad.

Para aproximarse a la verdad es necesario analizar cuidadosamente los hechos, confrontarlos con los discursos, y profundizar, profundizar buscando la verdad detrás de lo que se dice. Porque, como dijo Antoine de Saint Exùpery, “la verdad se cava como un pozo”.

El conocimiento de la verdad es muy difícil, en cualquier campo, pero sobre todo en uno como el político en que hay muchas mentiras, muchos intereses contrapuestos, prácticamente ninguna neutralidad y objetividad. Porque, además, no se trata de componer un crucigrama tomando partes de cada discurso y buscando armonizarlas en una visión que nos parezca coherente. Pensar así es un autoengaño en que caen muchas personas. El asunto es mucho más complejo, y supone, en lo esencial, disponer como herramienta de análisis, de una teoría científica de la historia y de la política, y con ella, examinar cuidadosamente los hechos particulares, en su multiplicidad, diversidad y pluralismo. Sin una teoría científica de la historia y de la política, y sin el análisis comprensivo de la complejidad de lo humano y de lo social, la realidad de la política se convierte en una madeja incomprensible.

Queda una pregunta por abordar: ¿es importante la verdad en la política, o sea el conocimiento de los hechos, las intenciones, los proyectos, los intereses, etc. tal como son, y que sean puestos de manifiesto de modo trasparente por los actores, los comunicadores y los analistas de la política? Para comprender plenamente la importancia fundamental de la verdad en la política se requeriría un análisis epistemológico, antropológico e histórico-político extenso y profundo. Me limito aquí a afirmar que, si bien en la política centrada en la lucha por el poder entre facciones contrapuestas la verdad no parece ser necesaria ni importante, y a menudo resulta incluso contraproducente, la verdad es esencial en una política motivada realmente por la búsqueda del bien de la sociedad en su conjunto. Ello es bastante utópico mientras no lleguemos a crear y desarrollar una nueva política, éticamente superior a la que se despliega actualmente en nuestros países.


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