El Acta de Buenos Aires, elaborada entre el 18 y 21 de mayo de 2015 en la Universidad Católica Argentina por académicos de Bolivia, Chile y Perú, es una muestra concreta de que las herencias de una guerra pueden ser superadas y que el reencuentro de otros y otras es posible. La oportunidad de poner sobre una mesa compartida reflexiones complejas, al tiempo de mirarse a la cara observando no solo discursos, sino a los sujetos que los sustentan, constituye un poder-ver que deja atrás la invisibilización necesaria para hacer la guerra. Esta discusión trinacional de un pasado y presente doloroso junto a las perspectivas de solución en equidad y solidaridad fue una pequeña práctica de paz. El reencuentro de Bolivia con el mar, nomenclatura usaba en el Acta, se enmarca dentro de este espíritu.
Tuve la oportunidad de ser parte de esta apuesta que tenía como antecedente el también trinacional encuentro anterior, en Europa. El Acta de Lovaina de 2006 había propuesto alternativas creativas y colaborativas para solucionar la mediterraneidad boliviana. A partir de la discusión de este documento y luego de un arduo trabajo, con la mirada puesta en el futuro y la reconciliación, llegamos a un consenso sobre la necesidad de que el reencuentro de Bolivia con el mar se produjese en el marco de un proceso de diálogo e integración de nuestros pueblos. Atentos al momento vivido, no hubo pronunciamiento sobre las alternativas técnicas o jurídicas que esto podría adoptar.
Se planteó que “más allá de las coyunturas judiciales y gubernamentales, creemos que el diálogo crítico permite visibilizar y comprender la posición del otro para la construcción de un futuro común y plural (…) Estos esfuerzos se inscriben en el marco de la cultura de la paz, la reciprocidad y la integración democrática”. Se mencionaron las ganancias que se producirían con la resolución del conflicto, así como todo lo que perdemos con el mantenimiento del status quo. Así, Bolivia, Chile y Perú, estarían contribuyendo de manera importante a la integración latinoamericana y dejando como legado a las futuras generaciones la paz definitiva. Finalmente se propuso una agenda de integración donde los principales elementos fueran “construir una memoria histórica común, enseñar en las escuelas una visión plural de los acontecimientos, consolidar políticas de integración cultural y desarrollar políticas públicas para las poblaciones de frontera”. No se acordó mediador alguno, pero sí la difusión de este documento y su espíritu, como forma de hacer una pequeña contribución a la cultura de la paz.
Desde un punto de vista muy personal -que en ningún caso pretende representar a los otros participantes- creo que este proceso de construcción de consenso, en sí mismo, es un ejercicio interesante. Los allí presentes no representábamos a ninguna institución y hablamos simplemente como ciudadanos, como actores de la sociedad civil. Con pluralidad de recorridos intelectuales, edad y género asistimos a un desplazamiento de nuestras propias subjetividades, donde la escucha radical y la palabra superan desconfianzas mutuas, herencias de la escuela y políticas equívocas. Se logra un acuerdo en el que todos han cedido y todos han ganado. Entonces, deviene el abrazo como gesto de una humanidad que se mira, se reconoce y se legitima sin pudores.