El fascismo en perspectiva: Algunos apuntes desde 2021

Fragmento del Prólogo a la segunda edición del libro “¿Patria o caos?, el archipiélago del posfascismo y la nueva derecha en Chile», de Julio Cortés Morales

Fragmento del Prólogo a la segunda edición del libro “¿Patria o caos?, el archipiélago del posfascismo y la nueva derecha en Chile», de Julio Cortés Morales.

¿CERDO FASCISTA, YO?

En una legendaria presentación de madrugada del cantante Leonard Cohen en el multitudinario y caótico festival de la isla de Wight en 1970, justo después de tres mini poemas y antes de empezar una canción se escuchan gritos poco entendibles desde el público de medio millón de personas, que poco antes habían efectuado disparos y prendido fuego al escenario mientras tocaba Jimi Hendrix. La respuesta de un calmadísimo Cohen al micrófono es esta:

-What was that? Are you calling me a fascist pig again?

“¿Qué fue eso? ¿Me están diciendo ‘cerdo fascista’ de nuevo?”. No deja de ser gracioso: un cantante judío canadiense, que dentro del repertorio de esa misma noche interpreta “El partisano” -un himno de la resistencia antinazi-, desactiva el insulto recibido por la vía de “aceptarlo”: estamos claros de que soy un “cerdo fascista”, ¿y qué?, ahora voy a seguir cantando. Y arremete con una de las más bellas canciones de su primera colección de canciones, “Uno de nosotros no puede estar equivocado”, no sin antes comentar que la compuso en el Hotel Chelsea, antes de ser rico y famoso, mientras se disipaba el efecto de las anfetaminas mirando fascinado a una mujer rubia en un poster nazi. ¿Fascinante fascismo?

Probablemente “fascista” o “cerdo fascista” debe haber sido una de las expresiones más en boga después de 1968, cuando los ataques -no sólo verbales- a los “artistas” más respetables del momento eran pan de cada día. A Frank Zappa y sus Mothers of Invention en Berlín por esos mismos años los rebautizaron como las “Madres de la Reacción” por no adherir a peticiones de los estudiantes radicales de izquierda, calificados por el bueno de Jürgen Habermas como “fascistas de izquierda” en un debate con Rudi Dutschke, por su “ideología voluntarista” y “desafío masoquista a la violencia institucionalizada” (si no me creen, vean la parte final del libro de Rolf Wiggershaus sobre la Escuela de Fráncfort).

En 1983 Suicidal Tendencies proclamaba “I want to be a fascist pig” (quiero ser un cerdo fascista); ambiguo mensaje considerando los variados “microfascismos” (o si quieren, fascismos a nivel molecular) que habitaban la escena hardcore punk, pero entiendo que la canción intentaba retratar a la policía antidisturbios de esos tiempos. Como sea, pareciera que la ambigüedad suele ser el campo de juegos favorito del fascismo.

Benedetto Croce

Ya en 1944 Benedetto Croce constataba que “en las polémicas diarias, la calificación de ‘fascista’ se lanza y se vuelve a lanzar por parte de un adversario contra otro”, pero la palabra, “de las maneras en que se emplea, corre el riesgo de convertirse en un dicho simple y general de ultraje, que vale para todos los casos, si no se determina y no se mantiene firme su propio significado histórico y lógico”.

80 años después, la banalización del concepto “fascista” ha llegado a extremos tan elásticos que en muchos casos el sentido original se ha perdido absolutamente. Ya no hablamos tan sólo de una amplia profusión de personas que son fascistas o “fascistoides” (el valioso y muy preciso calificativo de “momio” parece casi haberse extinguido en Chile), sino que de “actitudes fascistas”, como en los afiches de tocatas que anuncian que tales actitudes no serán toleradas, o en los últimos comunicados anónimos de facciones en pugna de la autodenominada Lista del Pueblo, que atribuyen tales actitudes y métodos a sus adversarios dentro del curioso “antipartido”.

Y así, si ya conocíamos a los “nazi punks”, (concepto surgido contraculturalmente, entendemos que ya antes de que los Dead Kennedys le dedicaran un tema en su disco “In god we trust, Inc.”, de 1981), los antifeministas de hoy tratan a las feministas radicales de “feminazis”, y a su vez grupos “antifascistas” denuncian como efectiva y no sólo metafóricamente fascistas a las TERF (tendencia del feminismo radical que excluye a las personas transexuales), y “antivacunas” de extrema derecha y extrema izquierda denuncian el “biofascismo” que implica la existencia de “permisos de circulación”. Kast es fascista, Piñera es fascista, también Ricardo Lagos, y hay hasta quienes sostienen que Boric lo es, y no precisamente por considerarlo como un “fascista de izquierda”… viejo concepto/insulto que recientemente Pablo Ortúzar, bullicioso “intelectual” de la nueva derecha, ha actualizado hablando incluso de un “pinochetismo de izquierda” a cuya cabeza ubica nada menos que al jurista Atria.

Max Weber

El argumento acá -al menos como fue expresado en un conversatorio del programa Río Revuelta en mayo de este año-, era que dado que fascismo es “imponer tu voluntad a otros”, y dado que Boric fue el 15 de noviembre de 2019 a sentarse a la mesa donde se nos impuso el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, entonces cabe concluir que Boric es un fascista. Es de destacar que ya nadie habla de “cerdos fascistas”, pues se trata de una expresión “especista”, y bien sabemos que en estos tiempos el “especismo” también es entendido como una forma de fascismo. Por otra parte, la definición de fascismo como cualquier imposición de voluntad coincide con la definición de poder que da Max Weber en su “Sociología de la dominación”, como “posibilidad de poder imponer la propia voluntad sobre la conducta ajena”. Y si -como cantaba La Polla Records– “poder es fascismo/fascismo es poder”, entonces es cierto que para esta forma de ver las cosas el fascismo no es un fenómeno sociopolítico del siglo XX sino una constante transhistórica que acompaña toda la historia natural y social, animal y humana.

FASCISMO Y LITERATURA

En las vitrinas de las librerías de Santiago se apilan y exhiben cada vez más libros sobre el tema, incluyendo aportes como el libro de la ex secretaría de Estado norteamericana Madeleine Albright titulado “Fascismo: una advertencia” (2018), en cuya dedicatoria se refiere incluso a todos quienes “combaten el fascismo dentro de sí mismos”. Libros más interesantes y “críticos” como el de Lucy Oporto (“Los perros andan sueltos”) o Sergio Villalobos-Ruminott (“Asedios al fascismo”) pululan también en el ciberespacio, y es en este panorama en que un libro como “¿Patria o caos?” viene a instalarse.

La pregunta clave que trato de responder es esta: Donde todo o casi todo puede ser tratado de fascista, ¿qué queda del significado original de este término originalmente asociado a un movimiento político y social surgido entre las dos guerras mundiales del siglo pasado y que a nadie se le hubiera ocurrido usar para designar, por ejemplo, a Caín por matar a Abel, a Dios por enviar un diluvio, al Imperio de los Incas por su organización totalitaria o a Atila al mando de los hunos por su violencia?

Emilio Gentile

Como advierte Emilio Gentile en “¿Quién es fascista?” (2019), que por cierto era el mismo título del artículo de Croce en 1944, esta evidente tendencia a la “banalización del fascismo”, en que incluso se ha llegado al extremo de concebirlo como una especie de movimiento transhistórico, el “fascismo eterno”, con cierta base antropológica (hay pistas de eso en Pasolini, y todo un discurso en Umberto Eco), sólo es posible a costa de “desfascistizar” el concepto, haciéndolo aplicable a una infinidad de fenómenos que ya poco o nada tienen que ver con el sentido histórico original y “lógico”.

De este modo, coincido con Gentile en que sólo identificando seriamente al “fascismo histórico” sería posible entender en qué medida estamos hoy en día ante el riesgo de aparición de expresiones equivalentes en nuestro tiempo, y bajo qué nuevas formas.

DERECHA E IZQUIERDA

En el archipiélago de la nueva derecha en Chile y el mundo, no todos los islotes podrían ser considerados como formas de fascismo o posfascismo. Existen diferencias importantes que sería torpe no apreciar. Así y todo, incluso algunas de sus expresiones más “libertarias” se han ido acercando a posiciones de extrema derecha, y no sólo en Chile pues hay ejemplos elocuentes de esta deriva en Estados Unidos y en Argentina.

Ante todo, se hace necesario recordar que, el origen histórico de la oposición entre derecha a izquierda debe buscarse en un hecho más bien fortuito ocurrido durante la Revolución francesa: la ubicación geográfica de los delegados con diferentes orientaciones doctrinales en la Asamblea Nacional de agosto-septiembre de 1789. En esa ocasión, y como explica Wikipedia, “al debatir sobre el peso de la autoridad real frente al poder de la asamblea popular en la futura constitución, los diputados partidarios del veto real (en su mayoría pertenecientes a la aristocracia o al clero) se agruparon a la Derecha del presidente (posición ligada al hábito de ubicar allí los lugares de honor). Por el contrario, quienes se oponían a este veto se ubicaron a la Izquierda autoproclamándose como “patriotas” (en su mayoría los diputados del llamado Tercer Estado)”. No podría no destacar la curiosa inversión que se ha producido en más de dos siglos: si bien han existido y siguen existiendo nacionalismos de izquierda, el grueso de los “patriotas” actuales es de derecha o extrema derecha.

José Joaquín Brunner

Por su parte, José Joaquín Brunner -uno de los pioneros del “socialismo renovado” en Chile, a quien recuerdo haber leído en una entrevista en el año 1986 afirmando que la dictadura no era “derrocable”-, ha escrito para el medio El Líbero[1] columnas sobre la identidad de la derecha hoy en día.

En una de ellas señala que, a diferencia de la izquierda que es fundamental y expresamente “ideológica”, “las derechas contemporáneas son de una baja—o, en cualquier caso, menor—intensidad ideológica”, lo cual se explica por “el hecho de estar ellas habitualmente del lado del orden establecido, lo cual supone, como es bien sabido, gozar del favor de los poderes fácticos”. Así, “antes que críticos, los partidos de la derecha son representantes ‘naturales’ del status quo; son los administradores que conocen -mejor que cualquiera otro- sus palancas secretas en la esfera económica y en la esfera del derecho”, y de ahí que “los contenidos esenciales del pensamiento de derecha, sus manifestaciones o emanaciones espontáneas, tiendan a ser la conservación del orden —la seguridad de la propiedad y la vida privada— y la libre iniciativa en la esfera de los mercados. Es decir, el orden y sus fundamentos sociales y el liberalismo de las cosas, su libre circulación e intercambio”[2].

Con todo, ya desde hace un siglo el fascismo ha sembrado una confusión que en gran medida cuestiona su mera identificación con una “ultraderecha”, llegando incluso a relativizar o negar la ya clásica oposición derecha/izquierda. Para muestra dos o tres botones:

El partido de Hitler se proclamaba nacional-socialista y obrero. Y así explicaba en 1927 su socialismo: “Somos socialistas, somos enemigos del sistema económico capitalista actual para la explotación de los económicamente débiles, con sus salarios injustos, con su evaluación indecorosa de un ser humano de acuerdo con la riqueza y la propiedad en lugar de la responsabilidad y el rendimiento, y todos estamos determinados a destruir este sistema bajo todas las condiciones”.

Mussolini hacia 1918/1920 usaba una retórica libertaria y antipartido: se definía a sí mismo como un temperamento de “individualista más bien anarquista y de animal poco sociable y organizable”. Además proclamaba que no existía otra realidad fuera del individuo y rendía tributo a la bandera negra: “Abajo el Estado bajo todas sus manifestaciones y encarnaciones. El Estado de ayer, de hoy, de mañana. El Estado burgués y el socialista. A nosotros que somos el morituri del individualismo no nos queda más que, por la oscuridad presente y por el tenebroso mañana, la religión absurda ya, pero siempre consoladora, ¡de la Anarquía!”.

Ramiro Ledesma

Por último, el nacional-sindicalista español Ramiro Ledesma sintetizaba en 1935 las posiciones básicas del fascismo en los siguientes puntos: “Idea nacional profunda. Oposición a las instituciones demoburguesas, al Estado liberal-parlamentario. Desenmascaramiento de los verdaderos poderes feudalistas de la actual sociedad. Incompatibilidad con el marxismo. Economía nacional y economía del pueblo frente al gran capitalismo financiero y monopolista. Sentido de la autoridad, de la disciplina y de la violencia”. Define al marxismo como “la solución bestial, antinacional y antihumana que representa el clasismo proletario para resolver los evidentes problemas e injusticias, propias del régimen capitalista”, y destaca como un elemento que ha contribuido a la universalización del fascismo –a pesar de que Ledesma le niega al “fascismo propiamente dicho” características universales, debido a su fundamentalismo nacionalista- “su estrategia de lucha contra una fuerza social -el marxismo, el partido clasista de los proletarios-, venciéndola revolucionariamente, y sustituyéndola en la ilusión y en el entusiasmo de las masas”.

Es mi impresión que sin este elemento de “confusión” el fascismo pierde su especificidad, para confundirse y disolverse en la derecha propiamente tal, más o menos extremista. Insisto en esto: el derechista recalcitrante y violento es en rigor un “momio”. El “fascista” propiamente tal tiene una ideología mucho más confusa, cuya característica distintiva es que trata de negar la diferencia izquierda/derecha, afirmando una “tercera posición”, que se pretende presentar como alternativa “revolucionaria”.

EL «FASCISMO HISTÓRICO”

En torno al fascismo existen varios conflictos de interpretación. Así, mientras algunos identifican elementos básicos de la “ideología fascista”, hay quienes han señalado que en rigor el fascismo no es ideológico, sea porque se le considera abiertamente irracional, o porque tendría la capacidad de ser totalmente flexible al adoptar y adaptar diversos elementos discursivos, incluso tomándolos en préstamo de movimientos o ideologías rivales.

A Lictor, Bearer Of The Fasces, de Jacques Grasset de Saint-Sauveur

Este carácter supuestamente no-ideológico del fascismo estaría presente en sus orígenes, puesto que antes de 1919 nunca se habló de “fascismo” sino que de “fascios”, designando así a un tipo de organizaciones que desde fines del siglo XIX adquirieron importancia en Italia, asociaciones obreras en el norte y sur ligadas a la izquierda popular y republicana. Así, como señala Gentile, “el adjetivo ‘fascista’ no deriva del sustantivo ‘fascismo’, sino que lo ha precedido, originado en el sustantivo fascio”. En ese contexto “fascista” era sencillamente el integrante de uno de esos grupos, y consta que el adjetivo se usó por primera vez en 1893, en ese sentido.

“Fascio” significa literalmente haz. El “haz lictorio” se representa como la unión de un conjunto de varas de madera, atadas de manera ritual y usadas para portar un hacha, originalmente un símbolo del poder de los reyes etruscos, adoptado por la República romana, con 30 varas que simbolizaban las curias de la Antigua Roma, y que eran usados por los “lictores”, funcionarios públicos que custodiaban a los magistrados y cumplían funciones de conservación del orden público. El haz lictorio también fue usado como símbolo en las revoluciones francesa y norteamericana. En su versión del siglo XX el haz lictorio pasa a ser un manojo de espigas apretadas y unidas por el centro, símbolo de que “la unión hace la fuerza”.

De este modo, los “fascios” modernos se constituyen como “grupos de acción”, por fuera de los partidos políticos tradicionales, y es en ese sentido que Mussolini –ya expulsado del Partido Socialista– empezó a usar la expresión desde 1915, en su recién fundado periódico “Il Popolo d’Italia”, anunciando una concentración de los Fascios di Azione Rivolucionaria apoyando la intervención contra los imperios centrales en la primera guerra mundial. En ese momento habló de un “movimiento fascista” consistente en estos núcleos, fuera de “las reglas y rigideces de un partido”. Ese sería el antecedente directo de los Fascios Italiani di Combattimento, concentrados el 23 de marzo de 1919, dándose los fascistas la tarea de “sabotear por todos los medios las candidaturas de los neutralistas de todos los partidos”. En mayo del mismo año en un discurso en Fiume, Mussolini empezó a hablar del “fascismo” que se estaría convirtiendo en “el alma y la conciencia de la nueva democracia nacional”.

Gabriel D’Annunzio

Con todo, el fascismo “diecinuevista” era aún un engendro bastante poco definido y ecléctico, como lo prueban no sólo las arengas “antiestatales” de Mussolini y la ausencia inicial del elemento racista, sino el hecho de que la experiencia de la República independiente de Fiume, encabezada por el poeta Gabriel D’Annunzio sea tan difícil de catalogar que es reivindicada tanto por fascistas como por anarquistas. La incursión electoral del movimiento fue decepcionante; en una lista para la Cámara de Milán en que se presentaron junto a su jefe máximo el poeta futurista Marinetti y el músico Arturo Toscanini, obtuvieron menos de cinco mil votos, y a fines de 1919 quedaban 37 Fascios con un total de 870 miembros.

El movimiento es profundamente transformado y tiene un gran auge con el movimiento “escuadrista”, una explosiva mezcla de desmovilizados de la guerra, desertores, artistas y bohemios, que se dedicaba a “expediciones punitivas” contra sus enemigos. En noviembre de 1921 el movimiento originalmente proclamado como “antipartido” se constituye como Partido Nacional Fascista, bajo la imponente forma de un partido-milicia, que logra llamar la atención mundial, alistar a 300 mil miembros y conquistar el poder en poco menos de un año. Recién ahí tendríamos, según Gentile, el surgimiento del “fascismo totalitario”. En 1923, luego de su intento de golpe de Estado en Munich, los periódicos ya hablaban también de Hitler como un “fascista”.

Excede los límites de esta presentación señalar las similitudes y diferencias entre las versiones italiana y alemana, en caso de que puedan ser vistos como expresiones del mismo fenómeno (el nazi/fascismo). Lo que sí parece claro es que en ambos casos los intentos de revolución proletaria ya habían fracasado en el momento en que estas expresiones surgen para hacerse cargo de la crisis que el Estado liberal no podía resolver.

En Alemania la revolución de noviembre de 1918 terminó con el Imperio dando paso a la República de Weimar. El levantamiento encabezado por los “espartaquistas” (Luxemburgo, Liebknecht, Mehring, Zetkin) en enero de 1919 fue aplastado por el gobierno encabezado por el socialdemócrata “mayoritario” Ebert, que junto a su camarada Noske dieron el visto bueno a la actuación de los Freikorps, literalmente “cuerpos francos”, formados por militares monárquicos y civiles nacionalistas, que desataron la contra-revolución en las calles, constituyendo el antecedente directo de las “secciones de asalto” (SA) del nacionalsocialismo. Tras aplastar la insurrección de enero, asesinando a los líderes del recién formado Partido Comunista de Alemania, Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, ayudaron a ahogar en sangre a la efímera República de los Consejos de Baviera.

El “antifascismo” oficial, izquierdista y democrático, suele olvidar esos detalles. Refuerza esa amnesia el hecho de tratar al fascismo como un mal absoluto, eterno e inevitable, en cuya aparición y consolidación las respetables fuerzas de la democracia (liberal o social) no tendrían en principio responsabilidad alguna.

¿FASCISMO ETERNO?

Umberto Eco

El problema va más allá de que el concepto “fascista” haya devenido sinónimo de reaccionario y/o autoritario. Con la intención positiva de estar alertas frente a un posible resurgimiento, algunos intelectuales como Umberto Eco han llegado a  hablar de la eternidad del fascismo, que siempre “puede volver de nuevo bajo las vestiduras más inocentes” y por eso “nuestro deber es desenmascararlo y señalar con el dedo cada una de sus nuevas formas –cada día, en cada rincón del mundo-”.

Como bien señala Gentile, esta especial y comprensible preocupación tiene el notorio y muy adverso efecto de otorgarle al fascismo el don de la inmortalidad, a diferencia de cualquier otra posición o ideología política. En efecto, a nadie se le ocurriría hablar de un liberalismo, un trotskismo, socialcristianismo o anarcosindicalismo eternos, pero gracias a la afirmación de Eco cualquier neofascista podría sentirse orgulloso de unirse a las únicas filas en que pasa directamente a formar parte del mito, la única expresión política que existiría desde siempre, trascendiendo a todos los acontecimientos, modas sociopolíticas y demás vaivenes de la historia. El fascismo eterno… no sólo un “enemigo poderoso” sino que más bien absolutamente invencible, que existe desde y para siempre, profundamente enraizado en la naturaleza humana. ¿No será mucho, Umberto?

FASCISMO CONTRA LA DEMOCRACIA Y FASCISMO EN LA DEMOCRACIA

En una conocida conferencia de Theodor Adorno en 1959, ante un Consejo coordinador de trabajos entre cristianos y judíos, traducida en la versión que tengo como “¿Qué significa renovar el pasado?”, el “teórico crítico” de Frankfurt en su característico y sombrío estilo constata que “el nacionalsocialismo subsiste, y hasta hoy no sabemos si sólo como un espectro de la monstruosidad pasada, que no ha conseguido desaparecer de por sí, o que no ha muerto aún; o si permanece en los hombres como una disposición a lo indecible, y en las relaciones que provoca”.

Acto seguido, introduce una distinción muy importante cuando dice a su público que no se va a referir ahí a “la cuestión de las organizaciones neonazis”, pues considera que “la persistencia del nacionalsocialismo en la democracia es potencialmente más peligrosa que la subsistencia de tendencias fascistas contra la democracia. Los cambios subterráneos indican algo objetivo; de ahí solamente que, al serles favorables las circunstancias, retornen figuras ambiguas”.

Theodor Adorno

Palabra de Teddy. Ahora, analicemos el fragmento, conscientes de que la traducción de Roberto J. Vernengo no ayuda mucho (y por desgracia no tenemos a mano otras como la de Jorge Navarro, que lo tituló como “¿Qué significa elaborar el pasado?”).

El profesor Adorno señala, a década y media del fin de la segunda guerra mundial y la proclamada “derrota del fascismo/nazismo”, que éste (el nacionalsocialismo en Alemania) no ha muerto, sino que ha pasado a un plano más bien subterráneo, desde el cual, llegado el momento podría resurgir… Desde 1959 y hasta ahora, terminada la guerra fría con la “caída del muro de Berlín” en 1989 y tras el atentado a las torres gemelas que marcó la entrada al nuevo milenio, gran parte de la atención de los “antifascistas” se ha centrado en qué expresiones subterráneas de nazi-fascismo existen, el grado de peligro que revisten, y qué posibilidad tienen de volver a desarrollarse como fenómenos de masas.

Pero Adorno destaca otro elemento que apunta a una veta muy diferente de análisis: no el fascismo organizado en torno a los grupos y partidos “neonazis” (que han obsesionado el imaginario “antifa” por décadas), sino a los elementos propios del fascismo que subsisten en, o dentro de, las democracias contemporáneas. Es decir, formas en que la propia institucionalidad democrática de los países que supuestamente vencieron o superaron al fascismo, sigue siendo fascistoide. Es un tema del que en Chile se ha hablado bastante, en el entendido de que el grueso de la izquierda no cuestiona la caracterización de la dictadura de Pinochet como “fascista”, y por ende señala a todo vestigio de la misma en la institucionalidad aún vigente como parte del “legado fascista” de la dictadura. En todo caso, creo que la distinción que hace Adorno invita también a ir más allá de eso e identificar las formas de inspiración propiamente “fascista” que adopta el Estado/Capital hoy en día, a través de su aparato represivo y figuras “legales” como el Estado de Excepción y/o los controles preventivos de identidad.

FASCISMO SOCIAL, POLÍTICO Y CULTURAL

En otra conferencia de 1967, esta vez ante estudiantes socialistas en Viena, Adorno profundiza sus distinciones hablando de un fascismo político y un fascismo social. Lo que convoca su reflexión en esa ocasión es el relativo auge electoral que tuvo a partir de 1966 el Partido Nacional-Demócrata de Alemania (NPD), aún existente y calificado como “el mayor partido nazi posterior a 1945”, fundado en 1964 sobre la base del partido del Imperio Alemán. Esta interesantísima conferencia ha sido editada muy recientemente bajo el título “Rasgos del nuevo radicalismo de derecha” (edición alemana del 2019 y española del 2020).

NPD

Adorno dice, recordando su conferencia de 1959, que “el potencial de semejante radicalismo, que por entonces todavía no era visible en realidad, se explica por el hecho de que en todo momento siguen vivas las condiciones sociales que determinan el fascismo”, condiciones que “a pesar del fracaso [de los movimientos fascistas] siguen vivas en todo momento en la sociedad, aunque no directamente en la política”.

Aunque los movimientos fascistas en principio “no son más que técnicas de poder y de ningún modo parten de una teoría elaborada”, Adorno dice que “no deberíamos subestimar estos movimientos por su ínfimo nivel intelectual ni por su falta de teorización”, y que “sería una enorme falta de visión política pensar por eso que no van a tener éxito”.

Al analizar la ideología del NPD, Adorno destaca que consiste básicamente en refritos de la vieja ideología nazi, pero expresada en un contexto en que ésta y el antisemitismo han sido formalmente ilegalizados, por lo cual esos elementos se disimulan y el discurso se recicla en “europeísmo” y “antiamericanismo”. Además, ahora en este tipo de grupos “se invoca siempre la verdadera democracia y se tacha a los demás de antidemocráticos”.

Adorno insiste en que “en el fascismo no hubo nunca una teoría realmente elaborada, que siempre se sobreentendió que todo dependía del poder, de un ejercicio del dominio absoluto, carente, en definitiva, de concepto”, y esto es lo que “ideológicamente, ha conferido también con toda naturalidad a estos movimientos la flexibilidad que tan a menudo puede observarse en ellos”. Junto con ello, llama a tener en cuenta que en estas ideologías no todos los elementos son sencillamente falsos, sino que en ellas “lo verdadero entra al servicio de una ideología falsa”. Por eso “la hazaña de la resistencia en contra de ella consiste esencialmente en criticar el abuso que hace incluso de la verdad en beneficio de la falsedad y en defenderse de ello”.

De acuerdo a esta visión, lo que debiera ocuparnos es el análisis de los elementos ideológicos presentes a nivel social y que pudieran utilizarse y prestarse para un exitoso paso del fascismo social al plano político, tal cual se ha apreciado en el pasado y en los movimientos y experiencias “posfascistas” más exitosas del siglo XXI.

Sólo cabría preguntarse si resulta necesario agregar también al análisis de las dimensiones sociales y políticas del fascismo/posfascismo, una dimensión propiamente cultural, en la que por una parte -y como ya he señalado- apreciamos un muy expansivo “uso cultural” del concepto de fascismo, ya casi disociado del “fascismo histórico”.

Por otra parte, es precisamente en el plano cultural donde se pueden detectar fenómenos, signos y elementos relevantes para un potencial tránsito del fascismo social al político, y donde también -como advierte Stefanoni, que curiosamente trabaja para la Fundación Friedrich Ebert– la hegemonía de lo “políticamente correcto” tiende a generar una reacción de “fascistización” que facilita a la nueva extrema derecha presentarse como “rebelde” e incluso “antisistema” (característica que comparte con el fascismo histórico y que la diferencia de la derecha tradicional meramente reaccionaria o conservadora).

EL “ARCAÍSMO TÉCNICAMENTE EQUIPADO”

Guy Debord

En “La sociedad del espectáculo” el situacionista Guy Debord dedica una sola tesis (la 109) al fascismo. Ahí señala que entre las dos guerras “el movimiento obrero revolucionario fue aniquilado por la acción conjugada de la burocracia estalinista y del totalitarismo fascista, que había adoptado la forma de organización del partido totalitario experimentado en Rusia”.

Un claro ejemplo de la decisiva acción conjunta de ambas fuerzas contra-revolucionarias fue España en 1936, aunque por supuesto la mitología “antifascista” de la izquierda autoritaria señale otra cosa, pues prefieren verse a sí mismos como enemigos acérrimos del fascismo.

Pero más allá de las evidentes semejanzas que arroja un paralelo entre estalinismo y fascismo, al que varios se han referido desde posiciones revolucionarias antiautoritarias (desde Wilhelm Reich y Otto Rühle -que identificaban un “fascismo rojo”- a Paul Mattick –que en 1937 denunciaba el horroroso laboratorio que el “fascismo de Moscú” había montado en España, poco antes de los “procesos de Moscú”- y Freddy Perlman –que en “El persistente atractivo del nacionalismo” postula a Mussolini, Mao y Hitler como herederos de Lenin y Stalin-), no se trata exactamente de lo mismo, aunque sean fuerzas que se modelaron al mismo tiempo y se influenciaban recíprocamente en su división del trabajo. Otros como Emilio Gentile han señalado que la etiqueta “totalitarismo” tiende a ocultar las enormes diferencias que hubo en el fascismo italiano, el nacionalsocialismo alemán, y el estalinismo ruso.

Debord define al fascismo como “la defensa extremista de la economía burguesa amenazada por la crisis y la subversión proletaria, el estado de sitio en la sociedad capitalista”. Sin ser fundamentalmente ideológico, el fascismo es “una resurrección violenta del mito que exige la participación de una comunidad definida por seudo-valores arcaicos: la raza, la sangre, el jefe”. Es el “arcaísmo técnicamente equipado”, que “se alza en defensa de los principales aspectos de la ideología burguesa convertida en conservadora (la familia, la propiedad, el orden moral, la nación) reuniendo a la pequeña burguesía y a los parados aterrados por la crisis o desilusionados por la impotencia de la revolución socialista”. Este último factor es clave: en efecto, no hubo fascismo antes de entrar en la época de las revoluciones sociales modernas, el fascismo es una reacción defensiva extrema ante el “primer asalto proletario contra la sociedad de clases”.

Debord destaca que el fascismo resulta necesario a esta sociedad, a la que salva aplicando “una primera racionalización de urgencia haciendo intervenir masivamente al Estado en su gestión”, lo cual ocurre antes que en occidente las democracias liberales se vieran a obligadas a transformarse en Estado social o del “Bienestar”. Pero la alternativa es tan costosa que a la larga resulta irracional: “como el fascismo resulta ser también la forma más costosa del mantenimiento del orden capitalista, debió abandonar normalmente el primer plano de la escena que ocupan las grandes representaciones de los Estados capitalistas, eliminado por formas más racionales y más fuertes de este orden”.

Maurizio Lazzarato

Por otro lado, Debord también ve que el fascismo permanece, pero no exactamente en el mismo sentido que indica Adorno. El fascismo, una vez que ya ha abandonado el centro de la escena, queda en cierta forma subsumido en la noción debordiana de espectáculo, puesto que sería “uno de los factores en la formación del espectáculo moderno”, porque “su participación en la destrucción del antiguo movimiento obrero hace de él una de las potencias fundadoras de la sociedad presente”. Su sucedáneo degradado del mito “es retomado en el contexto espectacular de los medios de condicionamiento e ilusión más modernos”, lo cual por una parte liga este análisis con lo que Adorno y Horkheimer llamaron “industria cultural”, a la que muchos reducen esencialmente la noción de “espectáculo”, al punto que Maurizio Lazzarato alguna vez se vio motivado a aclarar que esta noción no es una descripción sociológica de “un aspecto particular de la sociedad (los media y el público), sino que define la subordinación de todo lo real al capital”.

Por otro lado, habría que observar que para los situacionistas también otros movimientos o fenómenos surgidos en fases previas del desarrollo histórico habían sido integrados o subsumidos en el espectáculo, como fue el caso del surrealismo, del que ya a fines de los 50 afirmaban que “ha triunfado en el marco de un mundo que no ha sido transformado esencialmente”. Esta “amarga victoria” se vuelve en contra de sus iniciales pretensiones de destrucción del orden social dominante, y el retraso en la acción revolucionaria de las masas “al tiempo que mantiene y agrava las impotencias de la creación cultural, mantiene la actualidad del surrealismo y favorece múltiples repeticiones degradadas de él”.

EL “FASCISMO NEOLIBERAL”

La idea de un nivel de “fascistización” incorporada de manera estructural al sistema de dominación actual es bastante visible en cierta zona de la crítica radical y en la reflexión académica avanzada.

Obviamente, para esta perspectiva el fascismo no está acotado a su expresión histórica de entreguerras: es parte de la vida cotidiana en la “posmodernidad”, el “capitalismo tardío”,  el “espectáculo” o el “neoliberalismo”, expresiones que desde distintas vertientes (cultural, política, económica, etc.) vienen a definir más o menos lo mismo: la sociedad capitalista que ya ha alcanzado la fase que Marx llamaba de “subsunción real” (de toda la sociedad y la vida en la lógica de producción/reproducción del capital).

Sergio Villalobos-Ruminott

Sergio Villalobos-Ruminott publicó durante el 2020 el libro “Asedios al fascismo”, título que según cuenta “intenta describir una formación rizomática de combates y empalizadas, independientes unas de otras, aunque todas orientadas, activamente y sin reparos, a cuestionar las diversas manifestaciones del fascismo contemporáneo”. Pues para él, tal como en Hobbes, la base del Derecho es el temor a la muerte violenta, “esa tensión básica por darle forma a la vida, sin poder evitar, en esa misma formación, despotenciarla, es lo que define la continuidad insospechada entre los fascismos históricos, como aquellos encarnados en la figura de Josef Mengele o en la arquitectura monumental de Auschwitz, y aquellos que proliferan en los discursos del ministerio de salud pública o en la oficina de inmigración de cualquier país, hoy en día”. El libro se subtitula “Del gobierno neoliberal a la revuelta popular”, porque contiene dos polos: “por un lado, las mutaciones históricas del fascismo; por el otro, el conatus de la existencia expresado en la rebeldía y la revuelta”, o dicho de otro modo, “la tensión entre la perseverancia de ser y las dinámicas del poder”.

Su visión es expresada claramente en el primer texto, donde describe al “fascismo neoliberal”. Con base en Félix Guattari, el autor considera que ha operado una metamorfosis del fascismo histórico, de la cual ha surgido un “neofascismo” que se expresa de un modo menos costoso que en su forma previa. Si el neoliberalismo es la “organización de los cuerpos basada en un principio de productividad”, este neofascismo “suplementa ese principio mediante lógicas de autocontrol y vigilancia mutua que resultan más económicas que la burocracia estatal y represiva del fascismo tradicional”.

Si el fascismo histórico “surgió de la decadencia experimentada por la democracia liberal en el contexto de reconfiguración del capitalismo imperial clásico”, el fascismo neoliberal forma parte del contexto represivo posterior a 1968, y “no puede ser explicado sin atender a la reconfiguración del patrón de acumulación gracias al proceso de globalización contemporáneo, flexible y planetariamente integrado”.

La metamorfosis del fascismo lo llevaría a operar no tanto en el plano “superestructural” sino que a nivel molecular, y desde ahí intenta “controlar la existencia social, dándole forma y organización”: “La xenofobia, la homofobia, las retóricas identitarias y securitarias, la masculinidad tóxica y el patriarcalismo funcional (el capacitismo), las retóricas del éxito y la auto-realización, el anti-islamismo y la redefinición del conflicto central en términos monumentales (Occidente vs Oriente), junto a una serie de políticas anexas, sobre inseminación artificial, cultivo de células madres, tratamiento epidemiológico de enfermedades asociadas con ciertos grupos o comportamientos reñidos con la norma, eugenesia y eutanasia, el aborto, e incluso el divorcio, etc.”.

Al entender que se produjo una “metamorfosis histórica del fascismo en el contexto de democracias neoliberales en crisis”, Villalobos-Ruminott se separa expresamente de Enzo Traverso, que considera tales temas como parte de la problemática del “posfascismo”.

Parte importante del análisis de Villalobos-Ruminott se centra en las oposiciones tramposas que se instalan a nivel ideológico. El neoliberalismo pretende encarnar la democracia liberal, denunciando como “totalitaria” cualquier forma de intervencionismo estatal. En ese esfuerzo los neoliberales demonizan metiendo en el mismo saco al fascismo, el nacionalsocialismo, y el “comunismo” (aunque en rigor se trata más bien del estalinismo), a los que dan por históricamente superados, con lo cual se oculta “cómo el neofascismo contemporáneo es una proliferación de ‘agujeros negros’ que atrapan el deseo para hacerlo rentable”.

Pablo Stefanoni

La ideología neoliberal se ve a sí misma como “libertaria” e incluso “anti-estatal”. Esta es la veta a partir de la cual se ha desarrollado dentro de la nueva derecha toda una corriente que se pretende “anarco-capitalista”, que ha sido tratada en cierto detalle por Pablo Stefanoni en uno de los capítulos de su libro “¿La rebeldía se volvió de derecha?” (2021). Villalobos-Ruminott nos recuerda que “esta concepción liberacionista del neoliberalismo deriva, sin duda, de los presupuestos antropológicos de la Escuela Austríaca que radicaliza el individualismo posesivo del primer liberalismo histórico y lo convierte en criterio de racionalidad económica”. La misma idea es luego elaborada por la Escuela de Chicago, que tan bien conocemos en Chile, convertida en el dogma del homo economicus.

Al identificar al neoliberalismo como una forma metamorfoseada de fascismo, Villalobos-Ruminott derriba la falsa oposición entre totalitarismo y democracia liberal: el neoliberalismo “busca su fundamento en el descrédito de toda intervención estatal, intenta monopolizar las críticas al totalitarismo, mientras se resiste a cualquier programa reformista que contradiga su modelo antropológico y su ingeniería social molecular”. Es precisamente ahí, “en la convergencia entre una antropología reduccionista y utilitaria y una ingeniería social individualista y optimizadora, donde se hacen manifiestas las características distintivas de un tipo particular de fascismo, el fascismo neoliberal”.


[1] Que vendría siendo algo así como “El Desconcierto” de la derecha dura.

[2] https://ellibero.cl/opinion/jose-joaquin-brunner-las-derechas-sus-ideologias-y-la-herencia-del-orden/

Por Julio Cortés Morales

Fotografía del encabezado

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