La teoría del valor como teoría general de la dinámica capitalista

Sección del mural «Detroit Industry» (1933), de Diego Rivera El propósito de este artículo es mostrar que la teoría del valor de Marx constituye una teoría general del funcionamiento y dinámica del modo de producción capitalista que permite comprender los fenómenos actuales de la mundialización del capital, las crisis recurrentes y la polarización social

Por Maxi Nieto

15/09/2021

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Academia Ciudadana

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Sección del mural «Detroit Industry» (1933), de Diego Rivera

El propósito de este artículo es mostrar que la teoría del valor de Marx constituye una teoría general del funcionamiento y dinámica del modo de producción capitalista que permite comprender los fenómenos actuales de la mundialización del capital, las crisis recurrentes y la polarización social. Para ello se analiza en primer lugar la naturaleza estructural del análisis de Marx, se exponen después los dos rasgos básicos del modo de producción capitalista –la explotación del trabajo y su forma de reproducción turbulenta– y por último se indican las implicaciones políticas de ese análisis.

LA NATURALEZA DE LA INVESTIGACIÓN DE MARX

UN OBJETO DE ESTUDIO SOCIAL

Karl Marx

El planteamiento de este artículo es que la relevancia de Marx para el análisis social actual no hay que buscarla en alguna idea, tesis o aspecto concreto de su obra fundamental, El Capital, como tampoco en alguna supuesta especificidad metodológica (que no la hay), sino que reside en la construcción misma de su objeto de estudio, en las coordenadas teóricas que traza para dar cuenta de la naturaleza y funcionamiento de la sociedad capitalista en que vivimos. En la medida en que muestra cómo el valor constituye el principio regulador de la economía capitalista, su teoría del valor-trabajo representa el intento de construir una teoría general del funcionamiento y la dinámica capitalista. Aunque El Capital es una obra inacabada y esa teoría no está completamente desarrollada, creemos que sí constituye un todo coherente en sus fundamentos, donde tanto la teoría de los precios relativos y la explotación, por un lado, como la teoría de la acumulación, la distribución y la crisis por otro, se asientan sobre la categoría de valor, por lo que la «microeconomía » y la «macroeconomía» de Marx están orgánicamente conectadas (1).

Esto significa que en El Capital, como sucede con cualquier otra obra esencial en la historia del pensamiento, no hay propiamente «partes» que pudieran reivindicarse o rescatarse aisladamente frente a otras descartables (es habitual que unos se queden con el análisis de clase, otros con su teoría de la explotación, otros con la de la acumulación y la crisis, etc.), como pretenden las lecturas convencionales (marxistas o no); lo que hay es una secuencia de pasos lógicos – aunque no desarrollada en su totalidad– dentro de un mismo proceso constructivo encaminado a investigar y exponer el sistema completo de relaciones sociales y económicas en que consiste el modo de producción capitalista.

Lo primero que hay que tener claro para comprender la pertinencia actual de su pensamiento es que Marx lleva a cabo en El Capital un análisis estrictamente estructural, de carácter teórico-abstracto, sobre el funcionamiento y dinámica del modo de producción capitalista. El objeto de la investigación es su estructura misma como modo de producción específico, las relaciones sociales fundamentales que definen al capitalismo en cuanto tal y lo distinguen de otros sistemas sociales anteriores (como el esclavismo o el feudalismo), y no la historia de su desarrollo o la forma concreta que llega a adoptar en algún momento determinado, como pudiera ser la Inglaterra de mediados del siglo XIX. Marx deja claro este propósito desde el primer momento cuando señala expresamente en el Prólogo que “el objetivo último” de la obra es “sacar a la luz la ley económica que rige el movimiento de la sociedad moderna”. También indica allí que lo que se propone investigar es “el modo de producción capitalista y las relaciones de producción e intercambio a él correspondientes”, un modo de producción del que Inglaterra es, en tiempos de Marx, su “sede clásica”, el lugar donde se encuentra más desarrollado y por eso mismo el país que sirve como “principal fuente de ejemplos” (Marx 2000: 6-8).

Pero todavía más importante para hacerse cargo del verdadero significado y alcance del proyecto teórico encarnado en El Capital es que el propio autor se refiera a él con la expresión “crítica de la economía política”, que figura como subtítulo de la obra pero que utiliza ya desde los borradores de trabajo de finales de 1850. El término “crítica” tiene en esa expresión el significado preciso de fundamentación de la economía política como disciplina científica. Es un sentido idéntico al de Kant en su proyecto de Crítica de la razón pura, cuando busca poner de manifiesto la estructura de cualquier conocimiento posible, indicando en qué consiste el conocimiento en cuanto tal (al desvelar la base cognoscitiva pura), o en el de Crítica de la razón práctica, a través de la cual pretende exponer la estructura o base de cualquier decisión posible. No se trata entonces, como habitualmente se ha interpretado, de la mera revisión “crítica” de las teorías económicas existentes, señalando sus errores e insuficiencias con la intención de proponer otra teoría alternativa, una supuesta “economía política marxista”, más consistente y acabada que las “supere” (asumiendo algunos de sus elementos y rechazando otros, lo que a fin de cuentas la ubicaría compartiendo un mismo universo categorial con los economistas clásicos, Smith y Ricardo, principalmente), sino de algo mucho más esencial como es el intento de establecer los presupuestos teóricos fundamentales sobre los que edificar la economía política como ciencia autónoma encargada de estudiar la estructura social capitalista y las leyes económicas que le corresponden (2). Así pues, Marx analiza el modo de producción capitalista y expone el sistema de relaciones sociales en que consiste, pero lo hace a través de la “crítica” o fundamentación de la economía política, trazando las coordenadas teóricas que la definen, delimitando aquello de lo que le corresponde ocuparse como disciplina científica, construyendo, en definitiva, un determinado objeto de conocimiento.

«Trabajadores en el puerto», de Andrés Feldman

Pensemos, en efecto, que fundar una ciencia, abrir un cierto ámbito de la realidad al conocimiento científico, consiste siempre –antes de cualquier consideración sobre método, formulación de hipótesis o de proceder al acopio de información– en construir un determinado objeto de conocimiento. Se trata de fijar con la máxima precisión posible el sistema de distinciones conceptuales fundamentales que permitan establecer con absoluta nitidez, evitando cualquier tipo de ambivalencia, qué es aquello de lo que la investigación pretende ocuparse y, en consecuencia, qué otras cosas quedan fuera del campo de interés; o dicho de otro modo, toda ciencia tiene como presupuesto básico el formular las preguntas fundamentales que habrán de orientar su investigación. Pues bien, en el caso de la economía política, debido a la naturaleza social del objeto de estudio, solo si tomamos como eje del análisis el trabajo humano –entendido como actividad central del hombre encaminada a satisfacer sus propias necesidades de subsistencia o reproducción– será posible desvelar el sistema de relaciones sociales en que consiste el modo de producción capitalista. En este respecto, la noción de valor-trabajo constituye para Marx el punto de partida ineludible de toda investigación científica en el campo de la economía política no por algún prejuicio de carácter político, ideológico o moral suyo sino por exigencias que impone el propio objeto de estudio para ser efectivamente conocido (3). Tomar como base de todo el análisis económico la actividad laboral del hombre –partir, por lo tanto, de la noción de valor-trabajo– es, a juicio de Marx, lo que diferenciaría precisamente a la “economía política clásica”, que “ha investigado la conexión interna de las relaciones de producción burguesas”, de la “economía vulgar” –de la que es heredera directa la economía neoclásica actual dominante–, “que no hace más que deambular estérilmente en torno de la conexión aparente” de esas mismas relaciones y se limita a “sistematizar de manera pedante las ideas más triviales y fatuas que se forman los miembros de la burguesía acerca de su propio mundo” (Marx 2000: 99). Únicamente si partimos del trabajo como actividad específicamente humana, distinguiéndolo radicalmente del funcionamiento de las máquinas o del uso de los animales en el proceso productivo, resulta posible explorar y desvelar propiedades y relaciones sociales fundamentales de la sociedad que se analiza: de entrada, determinar lo que le cuesta a las personas (y no a las máquinas, la naturaleza o a los animales de los que se hace uso) reproducir periódicamente sus condiciones materiales de existencia; y por otro lado, al considerar la relación que se establece entre el trabajo y la propiedad (sobre los productos de ese trabajo), se podrá descubrir también la existencia de una relación de explotación como base de la sociedad capitalista, con la apropiación por parte de los propietarios de las condiciones materiales de producción del producto social excedente que crean colectivamente los trabajadores.

LA TEORÍA DEL VALOR COMO ANÁLISIS DE LAS RELACIONES SOCIALES EN EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA

«Trabajo nocturno» (2007), de Adelina Carrión

Todas estas consideraciones resultan esenciales de cara a establecer el significado preciso de la teoría del valor-trabajo de Marx. Y es que en El Capital la cuestión del valor no se reduce en modo alguno a la problemática tradicional de los precios, a la necesidad de encontrar una magnitud homogénea que nos permita comparar entre sí cosas heterogéneas y poder explicar de ese modo las proporciones regulares de cambio que se establecen en el mercado. La cuestión del valor hace referencia en Marx a algo mucho más esencial como es el análisis de la forma de organización capitalista de la producción, un sistema en el que los diferentes trabajos se ejercen de manera independiente los unos de los otros y donde, como consecuencia de ello, tanto la articulación de la división social del trabajo como el mecanismo de extracción y apropiación del excedente por parte de la clase dominante tienen lugar a través de relaciones mercantiles, que son relaciones de valor expresadas en dinero (4). Una lectura atenta de los tres capítulos que conforman la Sección Primera del Libro I –y muy particularmente del apartado “El carácter fetichista de la mercancía y su secreto”– deja claro que en el análisis de Marx la categoría de valor alude a la forma que adoptan las relaciones sociales entre los productores en un marco mercantil, cuando la producción social se halla fragmentada en empresas privadas rivales y el trabajo realizado en cada una de ellas debe validarse socialmente a través del intercambio de productos. Y en un siguiente paso –en el capítulo cuarto– Marx mostrará cómo a través de los relaciones mercantiles de valor se lleva a cabo la explotación del trabajo en el capitalismo.

Interesa destacar también en relación a este significado de la teoría del valor-trabajo que el análisis de Marx no se inscribe en ninguna concepción general de la evolución histórica, un presunto “materialismo histórico” –completamente ausente en El Capital– cuyo objeto de estudio serían las leyes del acontecer social. Ciertamente el análisis de Marx es histórico, pero lo es en el sentido de que se ocupa de una determinada figura histórica, como es el modo de producción capitalista, donde los conceptos que se generan en ese análisis no tienen validez general o suprahistórica (5). Desde un punto de vista genuinamente histórico no tiene sentido tratar de encontrar una ley general que rija el funcionamiento de las sociedades en general así como el paso de unas a otras, pues esa supuesta ley quedaría por definición al margen de la propia historia, como si fuese una ley de la naturaleza. Lo ahistórico en un análisis es precisamente el tratar de reducir o asimilar toda sociedad a una base o estructura técnico-material común de la que solo cabría dar cuenta de diferencias de grado en su desarrollo y no de relaciones sociales específicas, históricamente diferenciadas unas de otras. La dimensión diacrónica que tiene la operación de la estructura económica capitalista no es parte de una supuesta ley general de la historia sino que alude exclusivamente a su funcionamiento interno, a su despliegue “cíclico” como sucesión indefinida de expansiones y crisis, a la forma en que opera su mecanismo de reproducción o conservación.

«Los picadores de piedras» (1849), de Gustave Courbet

Según todo lo indicado podrá entenderse entonces que en Marx la noción de valor-trabajo no constituye ninguna “tesis” o “hipótesis” a “demostrar” o “validar” con el análisis empírico. El coste laboral que tiene la reproducción económica de la sociedad –así como la forma que adoptan las relaciones sociales en el modo de producción capitalista– representa el tema mismo que se pretende investigar. Sencillamente se quiere computar cuánto les cuesta a las personas (y no, como ya hemos dicho, a las máquinas, los animales o a la naturaleza, todo lo cual nos situaría fuera del campo de las ciencias sociales) en términos del gasto de su esfuerzo laboral (en definitiva, del gasto de su tiempo de vida) reproducir periódicamente sus propias condiciones materiales de existencia (6), descubriendo de paso la forma en que opera el mecanismo de explotación del trabajo en el capitalismo. El fundamento laboral del valor no es algo que se tenga que “demostrar” porque es un supuesto constitutivo del objeto de estudio. Carece de todo sentido, en consecuencia, pretender impugnar la noción de valor-trabajo por la vía de postular “otras fuentes” de valor distintas –que serían la base de teorías del valor alternativas– y que aspirarían a proporcionar estimaciones “más exactas” de las relaciones de cambio.

Precisamente, un efecto de establecer como objeto de estudio la forma que adoptan las relaciones sociales entre los productores en el capitalismo es que se deja expresamente fuera del campo de interés de la economía política dos tipos de preocupaciones que son, sin embargo, las que definen a las dos corrientes principales de la economía convencional hasta la actualidad, a saber:

i) el estudio de las relaciones físico-técnicas del proceso productivo, donde el trabajo ya no es el proceso mismo –“metabolismo entre el hombre y la naturaleza”– sino un insumo más (representado por la canasta de medios de consumo a través de los cuales se reproducen los trabajadores), de forma que “las mercancías se producen por medio de mercancías”, lo que da pie a una teoría “fisicalista” (7) del valor (esta es la perspectiva de Tugan–Baranowsky o de Sraffa) que concibe a la sociedad como un organismo natural autorreproducible, similar a una colmena (8);

ii) la consideración de las valoraciones de los individuos sobre los objetos que consumen, que da pie a la teoría subjetiva del valor (esta sería la tradición de Menger, Jevons y de la economía neoclásica). Como se ve, las dos corrientes comparten una concepción no social del valor, que ya no sería expresión de una específica relación social de producción históricamente determinada.

Pero lejos de representar algún “avance” analítico en el ámbito de la ciencia social, adoptar cualquiera de los dos enfoques señalados supone en realidad un cambio de tema o de objeto teórico, al desplazar el campo de interés más allá del ámbito de las relaciones sociales –pues la economía política no es, según entiende Marx, ni tecnología ni psicología social– que no aporta nada relevante a la comprensión de la naturaleza del sistema social que se está investigando y donde aspectos centrales de la dinámica capitalista quedan ocultos, como la cuestión de quién genera el excedente social, quién se lo apropia, a través de qué mecanismos, qué leyes económicas se derivan de ello, etc.

La investigación de Marx acerca de la forma de organización social capitalista incluye también –y este es un aspecto esencial de su teoría que no siempre se comprende bien– un análisis de las formas objetivas de representación que ella misma genera en su funcionamiento espontáneo. El hecho de que en el capitalismo todo el proceso de producción y reproducción económica se articule por medio del intercambio mercantil, donde los productores no se relacionan entre sí de manera directa, a través de vínculos personales de dependencia – como sucede, por ejemplo, con la servidumbre feudal o la reglamentación gremial en la Edad Media–, sino que lo hacen de forma indirecta, a través del intercambio de sus productos, tiene un efecto ideológico fundamental, que Marx denomina “fetichismo” mercantil, y que consiste en que la relación social entre productores se presenta en la forma de una relación entre cosas que se intercambian –las relaciones sociales aparecen así cosificadas– haciendo que el carácter social del trabajo representado en el valor se les aparezca a los individuos como propiedad objetiva de las cosas mismas. Esta representación mistificada de las relaciones sociales es la que toma como base, sin sondear sus fundamentos, la economía convencional, que atribuye valor a las cosas con independencia del contexto social, como si fuese un atributo natural suyo. Precisamente porque cosifica y naturaliza el valor, despojándolo de su dimensión social –expresión de la forma de organización mercantil de la producción– la “economía vulgar” pretende en sus análisis partir directamente de los individuos y sus actuaciones en la esfera de la circulación, dando por supuesto el marco social –la producción atomizada de bienes y servicios– que se pretende explicar. Y como en la circulación solo concurren individuos libres e iguales en tanto que propietarios de mercancías, las clases sociales y la explotación del trabajo desaparecen del análisis. Lo que Marx somete a revisión con su “crítica de la economía política” es precisamente la pretensión de explicar las relaciones económicas capitalistas a partir de los conceptos jurídicos de libertad, igualdad y propiedad que corresponden a la esfera de la circulación (no, desde luego, la concepción jurídica moderna en cuanto tal, ni los conceptos a ella asociados, como los de ciudadanía o Estado de derecho (9)). El análisis de Marx nos conduce desde la esfera de la circulación, donde rigen esas categorías jurídicas modernas, a la de la producción, para descubrir allí el secreto del capital, localizando de ese modo la relación social fundamental de la sociedad capitalista, que no es una relación entre individuos en el mercado sino entre clases en la producción, entre los poseedores del capital y los que solo tiene su fuerza de trabajo.

LOS DOS RASGOS BÁSICOS DEL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA

Con base en ese análisis de Marx sobre los fundamentos económicos de la sociedad burguesa, podemos identificar las dos características esenciales del modo de producción capitalista que son precisamente las que impiden a los individuos poner el proceso económico bajo su control democrático y racional para satisfacer sus propias necesidades de subsistencia social: por un lado, que se trata de un sistema social basado en la explotación del trabajo, donde la clase propietaria de los medios de producción se apropia del excedente social generado por los trabajadores, lo cual socava el principio democrático de igual poder de decisión para todos los individuos; y por otro, que posee una forma de reproducción turbulenta, que sigue una secuencia irregular de expansiones y contracciones periódicas de la actividad, lo que convierte al capitalismo en un sistema productivo ineficiente desde el punto de vista del aprovechamiento de las capacidades tecnológicas y materiales que él mismo despliega.

EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA SE BASA EN LA EXPLOTACIÓN DEL TRABAJO

«Trabajadores» (1926), de José Clemente Orozco

En contraposición a la concepción dominante de la economía burguesa, para Marx el capital no es una “cosa” (simples medios de producción, que han existido siempre) ni tampoco “dinero” (que en algún sentido, por ejemplo en su función de medio de cambio, lo ha habido también en otras muchas sociedades anteriores), sino una relación social de explotación según la cual la clase propietaria de los medios de producción obtiene su sustento (y su riqueza creciente) gracias a la apropiación del excedente social (10) generado por la clase no propietaria, lo cual sucede porque, en virtud de las relaciones de propiedad vigentes, los trabajadores no son dueños de los resultados de su propio trabajo. La particularidad de la forma capitalista de explotación es que en ella la extracción del excedente social de los productores tiene lugar a través de relaciones mercantiles –que son relaciones de intercambio voluntario entre agentes formalmente libres e iguales– y no por medio de imposiciones extra-económicas (como el esclavismo o la servidumbre feudal). En concreto, lo que sucede en el régimen capitalista es que el valor de la producción será, como norma, superior al valor de la fuerza de trabajo que la genera (es decir, al valor de la canasta de medios de consumo que garantiza la subsistencia obrera), lo cual significa que la reproducción de los productores –de acuerdo al nivel de vida normal vigente en cada momento– solo cuesta una fracción del trabajo total realizado por ellos mismos. Y es el control privado del excedente extraído de los trabajadores, que queda en manos de los diferentes propietarios capitalistas, lo que impide orientar el desarrollo económico de la sociedad hacia metas democráticamente elegidas por el conjunto de la población.

Para que la relación social capitalista se reproduzca en el tiempo y la explotación del trabajo no sea un acto meramente accidental, es necesario garantizar el suministro continuo de fuerza laboral al proceso de producción global. Ello exige mantener a una mayoría de la población desposeída de los medios de producción, sin otra alternativa para subsistir en el mercado que no sea vendiendo la fuerza de trabajo a cambio de un salario a los propietarios capitalistas. Este es el motivo por el cual los salarios medios efectivamente pagados deben fluctuar en torno al valor de la fuerza de trabajo, un valor determinado objetivamente en cada momento histórico por el coste de reproducción social del obrero. Los salarios medios no pueden situarse sistemáticamente por encima de esa magnitud objetiva que marcan las condiciones normales de reproducción obrera porque eso permitiría a los productores la capitalización de esa diferencia, con la adquisición de activos que los libere de la obligación económica de vender la fuerza de trabajo. Pero tampoco pueden situarse sistemáticamente por debajo de dichas necesidades de subsistencia obrera pues, en tal caso, asistiríamos a una reproducción defectuosa de la fuerza laboral que comprometería el correcto desarrollo del proceso de producción global, un proceso cada vez más complejo y tecnificado que exige de los trabajadores estar siempre en condiciones óptimas de rendir (en términos de cualificación, salud, descanso, movilidad, mantenimiento de la familia, etc.).

Como puede verse, en la noción de explotación de Marx la clave es entender que el valor de la fuerza de trabajo constituye un nivel de subsistencia social, una magnitud dada por encima de la cual el trabajo rinde un excedente y que impide estructuralmente (esto es, en términos de clase) la conversión del obrero en propietario de medios de producción. Esta es la razón por el cual, como ya hemos dicho, la posesión de activos por parte de la clase obrera (inmuebles, títulos, acciones, depósitos, etc.) no puede ser nunca de una magnitud tal que, por el flujo de rentas que genere, la libere de la obligación de trabajar para sobrevivir, de entrada porque esas rentas de propiedad las crea el propio trabajo de los productores (lógicamente, no puede haber rentistas si no hay con carácter previo productores). Vemos así que los dos aspectos de la distribución, ingreso y riqueza (posesión de activos), están conectados desde una perspectiva de clase con la exigencia de reproducción del capital: deben fluctuar en torno a niveles que mantengan a la clase desposeída de los medios de producción, obligada a trabajar y dejando margen suficiente para la ganancia capitalista.

Pero el capitalismo no es únicamente un sistema de desigualdad estructural basado en la explotación del trabajo y donde el poder real reside en los propietarios de los medios de producción y no en las instituciones públicas. Marx muestra también que la propia dinámica normal de la reproducción capitalista genera a partir de la reinversión continua del excedente una polarización social creciente entre las clases, tanto en lo que respecta a la distribución del ingreso y la riqueza, como en términos de la propia estructura de clases, al aumentar el peso relativo de la clase obrera en la sociedad como consecuencia del proceso de asalarización de la población que impulsan la concentración y la centralización del capital (11).

Dos factores localizados en la propia dinámica de la acumulación de capital explican esta tendencia a la polarización social. Por un lado, el proceso de acumulación reproduce de manera distinta a cada uno de los dos polos de la relación capitalista: mientras del lado del obrero solo hay subsistencia social – pues como hemos dicho el salario medio cumple la función de asegurar la mera reproducción social del obrero, dejándolo en la necesidad de vender su fuerza de trabajo tras cada nuevo ciclo productivo–, en el lado del capitalista tenemos acumulación, reinversión de los beneficios obtenidos con la explotación del trabajo, lo que conduce a aumentar indefinidamente su capital (y más en general, su propiedad) y con él la fuente de sus ingresos futuros; esto es lo que sucede típicamente con el proceso de concentración del capital, cuando un mismo capital individual, gracias al plusvalor obtenido, contrata a un número mayor de trabajadores de los que puede extraer una cantidad superior de plusvalor (todo ello sin que cambie la tasa de plusvalor, el grado de explotación del trabajo, que relaciona los beneficios con los salarios). Por otro lado, la lucha de cada capital individual por sobrevivir en la competencia conduce a la mecanización creciente de la producción, lo que permite aumentar la productividad general del trabajo y obtener así lo que Marx denomina plusvalor relativo, que es el plusvalor que proviene de la reducción del valor de la fuerza de trabajo, esto es, de la reducción del trabajo necesario correspondiente a la parte de la jornada laboral durante la cual el obrero rinde un valor equivalente al coste de su reproducción diaria. Con la producción de plusvalor relativo sucede, por lo tanto, que la reproducción obrera cuesta una fracción cada vez menor del trabajo realizado por los propios trabajadores (aumenta la tasa de plusvalor), aunque ese valor disminuido de la fuerza laboral pueda expresarse tendencialmente en una canasta de medios de consumo mayor (lo que significa salarios reales mayores) si las exigencias de reproducción se han incrementado (con nuevos equipamientos en los hogares, mayor cualificación laboral, movilidad y comunicación, atención a los hijos, etc.). Esta producción de plusvalor relativo tiene lugar a escala de toda la economía, como consecuencia del incremento general de la productividad. Pero también puede obtenerse este tipo de plusvalor a nivel de los capitales individuales, ya que quien opere con una productividad superior a la media (empleando así trabajo potenciado desde el punto de vista de la generación de valor) obtiene un plusvalor extraordinario.

EL MODO DE PRODUCCIÓN CAPITALISTA SE REPRODUCE DE FORMA TURBULENTA Y ES INEFICIENTE

«Los trabajadores» (1942), de Oswaldo Guayasamín

La otra característica fundamental del modo de producción capitalista que lo hace incompatible con la regulación consciente y democrática del proceso económico es su funcionamiento espontáneo y la forma de reproducción turbulenta que posee, la cual se despliega en forma de expansiones y contracciones sucesivas de la actividad general. Esta pauta cíclica se genera endógenamente a partir de la relación contradictoria que se establece entre acumulación (reinversión de las ganancias) y rentabilidad (beneficios obtenidos sobre el capital total invertido), donde a medida en que la inversión se acelera se generan desequilibrios en el proceso de valorización del capital global –un proceso por el cual una inversión dineraria inicial se recupera después acrecentada– que erosionan la rentabilidad, lo cual frena poco después la propia inversión y como consecuencia de ello finalmente se desata la crisis (Ver Gráfico 1).

Más concretamente, este descenso de la rentabilidad durante cada expansión que está en el origen de las crisis periódicas capitalistas se produce porque el avance de la acumulación, al mecanizar la producción y elevar la fuerza productiva del trabajo, desestabiliza todo el ciclo de valorización del capital global, tanto en la esfera de la producción como en la de la circulación:

i) En la esfera de la producción la rentabilidad se ve negativamente afectada por el tipo de cambio técnico dominante, sustitutivo de fuerza de trabajo (única fuente de valor y plusvalor) por medios de producción, un tipo de progreso técnico a través del cual se desarrolla la productividad y aumenta la creación de riqueza pero que se traduce en un aumento tendencial de la relación del capital constante respecto al variable (composición del capital) y, por tanto también, del trabajo indirecto respecto al directo (es decir, del valor pasado al valor nuevo), lo cual reduce en términos relativos la generación de valor.

ii) En la esfera de la circulación la acumulación compulsiva inducida por la competencia tiende a dificultar la realización del valor de las mercancías producidas –bien por el crecimiento desproporcionado de las ramas, bien por el exceso de producción respecto al consumo–, agudizando las guerras de precios que reducen los márgenes de beneficio de las empresas (sobre todo de las menos eficientes, cuyos costes unitarios son más elevados).

En el transcurso de la expansión los desequilibrios en uno y otro plano se retroalimentan para acabar erosionando los beneficios empresariales. A un proceso de sobreinversión en la esfera de la producción que eleva la composición del capital se le suma la tendencia a la sobreproducción en la esfera de la circulación, lo cual presiona a la baja los precios y estrecha los márgenes de beneficio de las empresas. El resultado de la acción conjunta de las dos tendencias es una caída de la tasa general de ganancia, que poco después acaba frenando la inversión.

No es, por tanto, la contención del consumo inducida por bajos salarios (o por una distribución cada vez más desigual del ingreso entre las clases) lo que ocasiona la crisis. Como confirman los datos (ver Tabla 1 para EEUU) y demuestra toda la experiencia histórica, antes de cada recesión los salarios suelen subir, con lo que aumenta el consumo obrero (y también el del resto de capas de la población). Como norma, el único componente de la demanda agregada que desciende antes de cada crisis es la inversión (de hecho es su componente más volátil, y por eso mismo juega un papel clave en la explicación del ciclo) y lo hace ante una rentabilidad en declive. Además, los bajos salarios no tienen por qué dificultar la realización del producto ya que, como contrapartida, y a nivel agregado, suponen un aumento de igual cuantía de los beneficios empresariales que pueden dedicarse a la inversión (propia o canalizada a través del sistema financiero hacia otros agentes) o al consumo suntuario. La clave es entender que el consumo de los trabajadores no es autónomo sino que depende del ciclo capitalista de la inversión, de las decisiones previas que tomen los capitalistas para poner en marcha la producción. La economía constituye un circuito donde la clase capitalista en su conjunto no solo vende, en su faceta de propietaria, la totalidad del producto generado, sino que simultáneamente también lo compra todo, directa o indirectamente, en su faceta de consumidora: adquiere medios de producción para reemplazar los desgastados, contrata fuerza de trabajo a la que paga salarios que se destinan a la adquisición de medios de consumo, y por último, invierte (amplía capacidad instalada) y también consume para su propio sustento (12).

«Trabajadores en la calle», de Juan Carlos Castagnino

Una vez que estalla la crisis, esta se manifiesta siempre como sobreproducción general de mercancías sin vender, sobrecapacidad instalada (medios de producción ociosos) y sobrepoblación relativa (aumento del desempleo). Mientras las crisis en las sociedades pre-capitalistas eran ocasionadas por escasez, por insuficiencia de la capacidad productiva existente para satisfacer las necesidades de la gente (por ejemplo tras algún desastre natural o una epidemia), en las economías capitalistas sucede justo al revés y las crisis constituyen momentos de despilfarro generalizado en medio de enormes padecimientos humanos.

Es la propia crisis, no obstante, quien debido a su carácter destructivo se encarga de reconducir los desequilibrios generados durante la expansión, restaurando de ese modo las condiciones de la rentabilidad general del capital. Esto lo hace principalmente por dos vías: 1) por un lado, depurando el aparato productivo global al eliminar los capitales menos eficientes o que más arriesgaron, lo cual deja activos a precio de saldo –tanto en términos físicos (maquinaria y equipos, inventarios, materias primas, instalaciones, medios de transporte, etc.) como en su forma jurídica (títulos y acciones)– y mejora el mercado para los supervivientes; 2) por otro lado, la crisis permite aumentar la explotación del trabajo (la tasa de plusvalor) debido a los recortes salariales y a la degradación de las condiciones laborales, todo ello en medio de fuertes presiones bajistas que ejerce el aumento del desempleo. En el transcurso de la espiral recesiva siempre llega un momento en el que para ciertos capitales y ramas vuelva a ser interesante invertir, actuando así como locomotoras de la recuperación. De acuerdo con todo lo expuesto, es fácil entender que las crisis no solo son inevitables, debido al carácter anárquico y no planeado de la producción capitalista, sino también necesarias para restaurar las condiciones de la rentabilidad y retomar el crecimiento. Las crisis en el capitalismo no son la manifestación de su colapso o el anuncio de su derrumbe como sistema sino, justo al contrario, su dispositivo mismo de conservación, el mecanismo por medio del cual se encauzan violentamente los desequilibrios, se recuperan las ganancias y se reanuda el crecimiento (13). Pero precisamente por cumplir una función depuradora no puede haber nunca una “salida social” a la crisis, pues como evidencia toda la historia del modo de producción capitalista, de las crisis solo se sale por medio de destrucción económica, empeorando las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría social trabajadora y aumentando la desigualdad social.

Toda la secuencia cíclica de expansiones y crisis descrita sigue así una lógica espontánea y, por eso mismo, objetiva, que resulta ingobernable desde la esfera política. Ciertamente el capitalismo se autorregula y no colapsa, pero lo hace de manera destructiva, no armónicamente y acarreando enormes sufrimientos en la población. El modo de producción capitalista se revela así como un sistema extremadamente flexible y versátil para reproducirse indefinidamente (porque lo que se sacrifica en ese proceso de ajuste tendencial son siempre algunos de sus componentes individuales, sin comprometer nunca su propia supervivencia como sistema) pero absolutamente rígido e implacable en el sometimiento de la sociedad entera a sus exigencias internas de rentabilidad y expansión ilimitadas.

Gráfica 1. Ganancias corporativas (antes y después de impuestos) e Inversión como porcentaje en el Ingreso Bruto Doméstico, EEUU, datos trimestrales, 1947- 2014

Fuente: Elaboración propia a partir de NIPA del BEA (Bureau of Economic Analysis). Datos de julio de 2014.

La Gráfica 1 muestra esta pauta cíclica para la economía estadounidense durante el período 1947-2014, atendiendo a la evolución de la inversión (capital fijo privado) y de las ganancias (antes y después de impuestos) de las corporaciones como participación en el ingreso nacional (Ingreso Bruto Doméstico), y donde las columnas en gris indican los periodos de recesión de acuerdo a la cronología del NBER (US Business Cycle Expansions and Contractions) (14). Como se puede comprobar, antes de cada recesión tiene lugar una caída de los beneficios y poco después también de la inversión. Del mismo modo, las ganancias se recuperan antes (lo empiezan a hacer ya en el tramo final de la recesión) que la inversión, marcando el inicio de la fase expansiva del ciclo. El comportamiento de las ganancias es, por lo tanto, quien gobierna en última instancia todo el ciclo de la acumulación y crecimiento, donde las crisis constituyen un fenómeno recurrente que no puede explicarse por causas exógenas al propio desarrollo capitalista (“fallos” de la política económica, shocks externos al mercado, marco institucional, etc.).

Tabla 1. Crecimientos promedios de las ganancias, los salarios y la inversión en las fluctuaciones de la economía. EEUU 1947-2014. Datos reales a precios del primer trimestre, 2005=100

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del GDP and Personal Income (EEUU). Las series están deflactadas primer trimestre de 2005=100. El trimestre –1 de la tabla sería el trimestre inmediatamente previo a la recesión (el trimestre – 2 el segundo trimestre antes de la recesión, y así hasta el trimestre –8 que sería el octavo trimestre antes de la recesión), El trimestre 0 sería el último trimestre de la recesión y el trimestre +1 el primer trimestre de la expansión.

Los datos de la Tabla 1 muestran que durante la etapa expansiva del ciclo la inversión se frena varios trimestres después de que comiencen a contraerse los beneficios. En promedio la inversión sigue creciendo hasta un trimestre antes de que comience la recesión, cuando prácticamente se estanca (crecimiento promedio del 0,06%). Sin embargo, los beneficios (antes y después de impuestos) dejan de crecer, como media, cuatro trimestres antes (0,76 y 0,84% respectivamente). Los datos muestran también que la salida de la recesión va de la mano de un crecimiento explosivo de las ganancias, que crecen a tasas del 9,9% y del 11,08% antes y después de impuestos en el trimestre inmediatamente posterior a la recesión (trimestre +1), o del 7,08% y del 6,33% respectivamente en el segundo trimestre de la expansión (trimestre +2). Este crecimiento excepcional de las ganancias es lo que impulsa el crecimiento también extraordinario de la inversión durante los primeros trimestres de la recuperación. Así, en el último trimestre la recesión (trimestre 0 de la tabla) la inversión sigue contrayéndose (-4,91% de media), pero en el primer y segundo trimestre de la expansión crece en torno al 6%. Por otra parte se observa que el consumo, determinado fundamentalmente por la masa salarial, alcanza su punto máximo justo antes de la recesión. A lo largo del ciclo el consumo y los salarios oscilan mucho menos que la inversión, lo que demuestra que la inversión se contrae porque caen los beneficios, no porque caiga la demanda agregada.

EL COMUNISMO EN MARX

«Las espigadoras» (1857), de Jean-François Millet

Los dos rasgos básicos del funcionamiento capitalista que acabamos de examinar ponen claramente de manifiesto la radical incompatibilidad de este régimen de producción con la posibilidad de intervención libre y consciente de los individuos sobre sus condiciones materiales de existencia. Se plantea así la necesidad de sustituirlo por un orden social superior tanto en términos democráticos (igual poder de decisión para todos los individuos), acabando con la explotación y orientando el desarrollo social hacia metas libremente elegidas por el conjunto de la población, como de eficiencia económica, con la asignación racional de recursos mediante un plan, sin derroches materiales ni crisis. Al descubrir una lógica del capital basada en la explotación del trabajo y la reinversión compulsiva del plusvalor, imposible de corregir o gobernar desde la acción política institucional, el análisis de Marx del funcionamiento capitalista revela también los límites infranqueables del reformismo –de cualquier propuesta o estrategia de transformación social que pretenda acabar con los males de la sociedad capitalista sin cuestionar la propiedad del capital– y proporciona las bases para una política comunista de transformación revolucionaria de la sociedad. Este y no otro es el motivo de fondo por el cual siempre se ha acusado al marxismo, especialmente desde la izquierda académica, de “abstracto”, “determinista”, “economicista” o “teoricista” (como si tales calificativos, por cierto, supusiesen por sí mismos algún tipo de desacreditación teórica o cargo del que hubiese que retractarse).

En su definición más esencial y concisa, el comunismo representa para Marx un proyecto de emancipación humana entendido como autogobierno de la sociedad que se ejercería sobre la base del control colectivo del proceso productivo. Se trataría de establecer un marco social y político de individuos libres e iguales, sin servidumbres ni opresiones de ningún tipo y donde nadie disponga de mayor capacidad de decisión que ningún otro, todo ello en contraposición al reinado omnímodo de los poderes privados que hacen del capitalismo un régimen plutocrático con independencia de la forma jurídico-política que adopte su Estado. El dispositivo institucional para hacer operativo el control social de la producción es la planificación económica, que se refiere a la capacidad de imponer objetivos generales al desarrollo económico y social (incluido el tipo de relación que se pretenda mantener con el entorno natural), una forma de organización económica donde, en palabras del propio Marx, “el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente ese metabolismo suyo con la naturaleza poniéndolo bajo su control colectivo, en vez de ser dominados por él como por un poder ciego”(Marx 1978: 1044).

«Fundición de acero» (1944), de Benito Quinquela Martín

En contraposición a la lógica capitalista, Marx enuncia los principios generales que deberían regir en una economía comunista. Tomamos dos de los pasajes más relevantes donde se exponen esas ideas:

Cita 1. El Capital, Libro I, capítulo 1: “[E]l tiempo de trabajo desempeñaría un papel doble. Su distribución, socialmente planificada, regulará la proporción adecuada entre las varias funciones laborales y las diversas necesidades. Por otra parte, el tiempo de trabajo servirá a la vez como medida de la participación individual del productor en el trabajo común, y también, por ende, de la parte individualmente consumible del producto común. (1978: 96).

Cita 2. Crítica del Programa de Gotha. “(…) el productor individual obtiene de la sociedad –después de hechas las obligadas deducciones– exactamente lo que ha dado. Lo que el productor ha dado a la sociedad es su cuota individual de trabajo. (…) La sociedad le entrega un bono consignando que ha rendido tal o cual cantidad de trabajo (después de descontar lo que ha trabajado para el fondo común), y con este bono saca de los depósitos sociales de medios de consumo la parte equivalente a la cantidad de trabajo que rindió. La misma cantidad de trabajo que ha dado a la sociedad bajo una forma, la recibe de ésta bajo otra forma distinta” (1971: 19).

Con referencia en estas ideas de Marx acerca de cómo debería funcionar una economía socialista proponemos para el debate un modelo de economía socialista democráticamente planificada que se asiente sobre dos pilares fundamentales:

i) Una contabilidad económica basada directamente en el tiempo de trabajo como unidad de cuenta (esto es, sin dinero) con el doble objetivo de asegurar el cálculo económico racional y evitar la explotación de los trabajadores; así, de este principio formaría parte: i.1) el cálculo laboral del coste de los bienes y servicios para la asignación eficiente; i.2) la remuneración a los productores en bonos de trabajo según las horas aportadas en su jornada laboral.

ii) Un mecanismo de planificación con un doble procedimiento de control: ii.1) decisión democrática de los objetivos generales de desarrollo y principales macromagnitudes de la economía; ii.2) revisión en tiempo real del plan mediante la distribución de los medios de consumo según las preferencias de los consumidores, expresadas en sus decisiones de compra a través de bonos de trabajo.

En tiempos de la URSS, al margen de la obstrucción político-institucional a la participación de los productores, existía un déficit tecnológico para manejar la información necesaria que requiere planificar de forma exhaustiva y eficiente una economía compleja. Sin embargo, el desarrollo científico-técnico actual en los campos de la informática, las telecomunicaciones y la inteligencia artificial abre posibilidades reales, por primera vez en la historia, para una genuina planificación socialista de la economía inspirada en las ideas de Marx, como han demostrado Cockshott y Cottrell (1993 y 2008).

NOTAS

1) Martínez Marzoa (1983), Guerrero (1997b), Nieto (2015).

2) Michael Heinrich (2008), Ruiz Sanjuán (2008), Fernández Liria y Alegre Zahonero (2010).

3) Fernández Liria y Alegre Zahonero 2010, capítulo VI, p. 251.

4) Rubin (1974, capítulo IX) fue uno de los primeros economistas marxistas en comprender adecuadamente este significado.

5) Martínez Marzoa 1983, cap. VI; Ruiz Sanjuán 2006.

6) De ahí que la teoría del valor solo se aplique a los bienes reproducibles mediante trabajo; en el caso de una oferta restringida no rige ley económica alguna, solo el deseo del consumidor mediado por su capacidad de compra.

7) Guerrero (1997).

8) Ramos (2007).

9) Martínez Marzoa 1983; Fernández Liria y Alegre Zahonero 2010.

10) El excedente es la parte del producto total anual de una economía que queda una vez han sido repuestas las condiciones de producción existentes, reemplazando los medios de producción consumidos y asegurando el sustento de los productores.

11) Tanto para la distribución (ingreso y propiedad) como para la asalarización en España, puede verse Guerrero (2006) y Murillo (2017).

12) Díaz (2010).

13) Decimos “encauzar” desequilibrios y no directamente “restaurar” un supuesto “equilibrio general” previo porque este último nunca constituye un estado natural de la economía, sino que solo rige como un centro de gravedad del sistema que nunca se alcanza de forma efectiva.

14) Tomo como referencia metodológica a Tapia (2010 y 2013), a quien agradezco sus comentarios aclaratorios, y también agradezco la ayuda de César Sánchez para realizar mis estimaciones.

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Por Maxi Nieto Ferrández

Doctor en Sociología por la Universidad de Alicante, de la que fue docente hasta el año 2008, y actualmente es profesor de la Universidad Miguel Hernández de Elche.

Publicado originalmente en septiembre de 2018 en la revista Sociología Histórica. El Capital de Marx: 150 años del Libro I.

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