El legendario duelo entre el mulato Taguada y don Javier de la Rosa: una paya épica que marcó la tradición chilena
En el corazón de las tradiciones más profundas de Chile, se alza una historia legendaria de paya que hasta el día de hoy resuena como una épica entre los conocedores del folklore. El enfrentamiento entre el mulato Taguada y don Javier de la Rosa es uno de esos relatos que, como cuenta y destaca el portal payadoreschilenos.cl, no solo marcó la cultura popular, sino que se convirtió en un duelo sin precedentes.
La difusión de payadoreschilenos.cl, se basa en un escrito de Enrique Bunster, “Bala en Boca”, que originalmente fue publicada en el portal http://www.cervantesvirtual.com/ que hace referencia a que el encuentro habría tenido lugar hacia 1830 en una mítica chingana de Curicó o de San Vicente de Tagua-Tagua, según versiones de los registros históricos.
“Lugar y fecha del encuentro: según Encina, Curicó a fines del siglo XVIII; según Acevedo Hernández (y lo confirman los versos), San Vicente de Tagua -Tagua hacia 1830. Contendores: el mulato Taguada, maulino, apodado El Invencible; y don Javier de la Rosa, caballero latifundista de Copequén, as del guitarrón, filósofo y astrónomo y cantor jamás aventajado”, señala la publicación.
Allí, durante una fiesta de San Juan, las estrellas de la improvisación se cruzaron en lo que muchos llaman el duelo más largo y épico de la historia chilena. Taguada, conocido como El Invencible, enfrentó al acaudalado latifundista don Javier de la Rosa en una paya que duró 80 horas ((algunas fuentes hablan de 96 horas), un evento que pocos podrían imaginar. “¡Agora mesmo!”, exclamó Taguada cuando supo de la presencia de su contrincante.
Ambos llegaron acompañados de sus respectivos séquitos y guitarrones, listos para iniciar el duelo. La tensión fue palpable desde el primer intercambio de versos. Don Javier provocó a su rival con los siguientes versos: “¿Quién es ese payador que paya tan a lo obscuro? Tráiganmelo para acá y lo pondré en lugar seguro”. Taguada, no se hizo esperar y respondió: “Y ese payaor, ¿quién es, que paya tan desde lejos? Si se allega pa’acá le plantaré el aparejo”.
Según la publicación, las apuestas entre los asistentes se elevaron, y el juez designado, don Hermenejildo Castillo, dio inicio formal al enfrentamiento. Las payas comenzaron a fluir, y con ellas, las agudas respuestas de ambos contendientes. “Dígame ¿cuál ave vuela y le da leche a sus crías?”, preguntó Taguada, desafiando a su oponente, quien rápidamente replicó: “Cómo tienen los murciélagos un puesto de lechería”.
Las improvisaciones fueron escalando en ingenio, y aunque ambos demostraban sus dotes, el público comenzaba a inclinarse hacia don Javier. “Te doy, mulato Taguada, la respuesta de un bendito: si la pava las tuviera, le mamaran los pavitos”, sentenció el caballero, arrancando risas entre los presentes. Sin embargo, una de sus respuestas cruzó la línea del respeto, lo que generó malestar entre los seguidores de Taguada. “Métele el dedo en… la boca y sale el difunto a carreras”, dijo don Javier en un giro irreverente.
Este verso encendió los ánimos en la chingana, y la intervención del juez fue inmediata: “Su mercé ha estado todo el tiempo tratando de burlarse de Taguá. Debe darse cuenta que no es pión de su hacienda”, le recriminó, devolviendo algo de equilibrio al duelo.
Este enfrentamiento del canto improvisado no solo fue una demostración del ingenio popular, sino que también quedó grabado como una leyenda en la memoria colectiva chilena. Las tradiciones orales, las payas y las chinganas se fundieron en un evento que, al igual que las grandes epopeyas, sigue siendo recordado por su carácter épico.
Mira el siguiente video: EL CONTRAPUNTO: Rememorando el duelo entre el Mulato Taguada y don Javier de la Rosa (Video Alfonso Ureta)
La chingana: el alma rural chilena que fue eclipsada por el poder
Durante el siglo XIX, las chinganas fueron epicentros de la vida social y cultural campesina en Chile. Estos espacios, más que simples sitios de esparcimiento, se convirtieron en centros de encuentro donde se bailaba cueca, se cantaban las diversas expresiones culturales de aquel Chile, se desarrollaba la gastronomía y se compartían las noticias más relevantes de la comunidad. Sin embargo, según Territorio Ancestral, esta tradición fue progresivamente eclipsada por el poder político y económico, y por la creciente urbanización que desplazó las costumbres rurales.
En Santiago, las chinganas proliferaban en sectores como La Chimba, en la ribera norte del río Mapocho. El periódico El Ferrocarril del 28 de septiembre de 1857 reportó que, en ese sector, existían más de cuarenta chinganas que abrían todos los domingos y lunes, convirtiéndose en espacios de celebración y convivencia popular.
A pesar de su importancia cultural, las chinganas enfrentaron restricciones crecientes durante el siglo XIX. En 1831, memorias de la época ya mencionaban que varios miembros de la alta sociedad chilena se oponían abiertamente a estas reuniones, calificándolas de una amenaza al orden conservador. Rafael Valdés, en su obra sobre las chinganas de Renca, explica cómo la oligarquía chilena presionó para que estas fueran cerradas o limitadas, lo que llevó a una disminución significativa de estos espacios en zonas rurales.
Para regular esta actividad, en 1872, el intendente de Santiago Benjamín Vicuña Mackenna clausuró varias chinganas y estableció la “Fonda Popular” en la esquina de las calles Arturo Prat y Avenida Matta, según informa Memoria Chilena. A pesar de estos intentos de regulación, algunos locales, como «El Arenal» de Peta Bustamante, resistieron y siguieron siendo importantes espacios de encuentro, aunque la chingana como tal ya estaba en decadencia.
Con el tiempo, la vida rural comenzó a desaparecer y, con ella, también la chingana. Lo que una vez fue una expresión auténtica de la cultura campesina chilena fue paulatinamente encasillado dentro de las fiestas patrias bajo la forma de las fondas, perdiendo gran parte de su esencia original. Como menciona la publicación de Territorio Ancestral, los elementos que persisten hoy están desvirtuados y mezclados con símbolos más comerciales y triviales.
Violeta Parra, con su carpa en La Reina entre 1965 y 1967, intentó rescatar parte de este legado al crear un espacio similar a una chingana. Según lo señalado por Territorio Ancestral, su “Universidad Nacional del Folclore” fue un lugar donde se celebraron eventos musicales que buscaban revivir la esencia del folclore chileno, manteniendo viva la tradición de encuentro y celebración popular.
Por Alfredo Seguel