La sombra de una conciencia crítica frente al exteriorismo intempestivo de la destrucción

Frente a la destrucción, el dolor y el temor a la exterioridad, toda palabra y reflexión resulta inútil y vacía si no responde a las actuales necesidades humanas

Por Onnet

04/03/2010

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Frente a la destrucción, el dolor y el temor a la exterioridad, toda palabra y reflexión resulta inútil y vacía si no responde a las actuales necesidades humanas.

En estos momentos el sufrimiento es un contenido absoluto en las miles de personas que se han visto dañadas. La desesperación es un sentir abstracto que sigue como un eco las ondas de la devastación.

Pero no por eso puede ser bueno omitir la reflexión en preferencia de una indeterminada práctica inmediata. El pensamiento y el sentir son otro aspecto de la actividad que en estos momentos se está realizando. Son los contenidos más definidos los que pueden dar formas a las herramientas de la resistencia.

No obstante el simple hecho de pensar, de ponerse a un costado de la tragedia que estamos viviendo, nos permite sospechar…

Serán las experiencias de los que sufren los verdaderos contenidos de este desastre, el pensamiento de los que ayudan simplemente contribuirán con sus formas la creación de posibles soluciones.

Y qué inescrutable resulta ser eso exterior que llamamos naturaleza, que bofeteada más grande a la prepotencia de la razón y al antropocentrismo filosófico-político. Toda política humana queda constreñida bajo el estrecho límite del exteriorismo intempestivo.

Precisamente es aquí en donde la conciencia crítica humanista y revolucionaria debe posicionarse. Pues la sacudida ha remecido los pequeños pilares de la gigantesca confianza en la razón.

Todas esas disputas banales, superficiales, parcialmente contradictorias, quedan reveladas por este terremoto. La luz se ha encendido y hemos visto frente a frente nuestra impotencia y nuestra pequeñez.

Es consecuente que nuestra conciencia crítica dispersa desee ayudar, nuestra solidaridad casi instintiva se funda en nuestro amor a lo humano.

Pero es esa solidaridad la que debemos contrastar con las odiosidades que han impedido que las fuerzas revolucionarias puedan reconocerse diversamente (hay que decirlo) bajo un horizonte común.

Todas las impotencias de las instituciones burguesas y burocráticas nos llegan el doble, quizás el triple, pues estamos en un estado de dependencia en relación a lo que ellas pueden hacer.

De este modo organizaciones estudiantiles centralizadas, referencias políticas, congregaciones religiosas y el aparato del estado, burocratizan no solo la ayuda (que es lo de menos) sino la respuesta social de las personas que se han visto perjudicadas.

No es casualidad que la desesperación lleve al caos o que la angustia derive en irracionalidad.

Todos los consensos éticos se diluyen bajo la imperiosa necesidad de la sobrevivencia. Una ética abstracta reemplaza a un estado de derecho deslegitimado, expuesto al arbitrio de los más poderosos. La unidad socio-política llamada Chile estalla dejando esquirlas de pueblos enteros damnificados.

En una primera revisión observamos los daños, que el pueblo trabajador sabrá reparar y reconstruir como siempre. En una segunda mirada sobreviene el caos social, el interior de los conflictos humanos y el exteriorismo de la lucha de clases.

Los especuladores, los asaltantes, los abusadores, los deshonestos y tantos otros en adjetivos.

Los empresarios, los políticos, los negociantes, los burócratas y otros más según función.

El egoísmo, la indolencia, el arribismo, el odio y la rabia en sentimientos.

La conciencia crítica no solo debe contentarse con la ayuda tan necesaria pero tan conservadora de la solidaridad institucionalizada. En este aspecto sólo somos un engranaje más del aparato estatal.

Nuestra posibilidad es afrontar este momento con unidad, con fuerza, con lucha y resolución.

Que la fuerza de la naturaleza sacuda los aprioris ideológicos y los privilegios burocráticos de las organizaciones de izquierda.

Que la frágil conciencia crítica distinga entre este golpe exterior del verdadero caos que tiene un origen estrictamente social.

Que la reflexión intelectualizada y la participación burocrática no reemplacen a las dos manos con las que tantas cosas podemos construir.

No hablo de un momento místico de fraternidad ni de la cándida imaginación que nos podría hacer pensar que las determinaciones que impiden que la conciencia crítica se haga fuerza vayan a desaparecer.

Pero es un momento para reconocerse, para encontrarse y para ver que el enemigo no es el compañero que lucha a su modo para volver a levantar al pueblo, sino el fascismo populachero que se está ganando para sí la conciencia de los trabajadores.

Basta un pequeño horizonte común, para que podamos erigir una verdadera fuerza revolucionaria.

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