No basta con creer tener la razón

La derrota del 4 de septiembre abrió un escenario de incertidumbre del cual no saldremos sin una evaluación crítica, a partir de la cual actualizar la política de transformación impulsada por el gobierno y los movimientos sociales. Este texto busca ser un aporte en dicho sentido.

Por Cristian Hugo García

23/11/2022

Publicado en

Actualidad / Chile / Política

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Por Aland Castro, Presidente Fundación FEMAN y Coordinador Nacional de UKAMAU.

¿En qué fallamos? ¿El problema fue que la “gente no sabe leer”? ¿No entendieron que el texto era lo mejor para Chile?.

Todos los análisis políticos coinciden en que se debe llegar a las mayorías, disputar los sentidos comunes. ¿Y entonces por qué nos cuesta tanto hacerlo?.

Los días posteriores al 18 de octubre del 2019 se produjo una inmensa movilización de carácter nacional y popular que convocó diversidad de luchas e identidades, sin embargo, no logró proyectarse como alternativa política. A mi parecer, una de las razones fundamentales es que el agente político que hoy es parte de la conducción del gobierno y que también lo fue en la Convención Constitucional, le habla a un sujeto social acotado del cual es parte. Y ese sujeto, por sí solo, no constituye mayorías ni pretende hacerlo, por lo cual no está en su prioridad traducir sus discursos más allá de ese segmento o nicho, es decir, hacia el mundo popular y de trabajadores.

Trataremos de entender brevemente la constitución política de este sujeto que se comienza a moldear en las luchas estudiantiles, conducidas principalmente por las clases medias, la primera década de este milenio. Y por otro lado, asomarnos a una explicación del sujeto inorgánico y principalmente construido en la sociedad del neoliberalismo creada por la dictadura y que emergió en octubre de 2019.

El primero es quien se hace cargo de la Convención, desplazando y haciendo volver a su rutina al segundo. De esta manera el texto final fue un documento escrito y dirigido al sujeto de clase media que no logró hacer sentido a las mayorías populares que irrumpieron el 2019.

¿Entonces cuáles son las tareas de quienes aspiramos a transformar la realidad actual? ¿Escribir un texto que satisfaga tal cual las miradas del sujeto popular construido por el neoliberalismo? ¿O avanzar en procesos de organización y politización popular que permita pasar de una situación concreta de pobreza material (objetos de la política) a asumir una posición transformadora frente aquella situación (sujetos políticos)?.

Creemos que la clave está en estos procesos de formación política de la sociedad. En un día de lucha el pueblo aprende más que en mil días de pasividad. La lucha concreta por los derechos, como la vivienda o la educación, produce un aprendizaje en el pueblo. Se aprende a pelear y que la pelea permite conquistar derechos y mejoras concretas a las condiciones de vida. Sin este pueblo organizado, el proyecto transformador estará carente de fuerza para su realización.

Desde el gobierno u organismos del Estado donde se tenga presencia, se debe avanzar en dar una salida democrática a la crisis. De lo contrario, se abre el espacio político para un retroceso autoritario que no “profundizará las contradicciones” sino que nos hará retroceder como pueblo.

Desde los movimientos sociales debemos dar impulso al proceso transformador. Las reivindicaciones materiales siguen vigentes. Las bajas pensiones, las condiciones laborales, los problemas asociados a los salarios y la inflación, la crisis habitacional, así como la crisis de seguridad, son problemas sociales abiertos por los cuales debemos luchar.     Ya sea que se esté en la institucionalidad o en el movimiento social lo que corresponde hacer es actuar con responsabilidad. Con responsabilidad histórica ante la crisis que nos ha tocado enfrentar. La militancia debe ser responsable y rigurosa. Hemos sufrido en carne propia los costos de los errores o la búsqueda de atajos.

La gratuidad, centralidad en el programa del 2011

La rebelión estudiantil del 2011 tenía un sujeto claramente definido:  las capas medias profesionales y grupos sociales que aspiraban a serlo. Esas que sentían traicionada la promesa de bienestar y progreso que traería la educación superior y la posibilidad real de participación y expresión democrática. Si bien años antes el movimiento nació en el seno popular de los estudiantes secundarios, lo que aquí nos interesa es identificar a quienes lo hegemonizaron y condujeron el 2011.

El contenido programático ordenador de dicho movimiento fue la  educación gratuita y esto situó el conflicto, no en la esfera de la producción material de la riqueza, sino en la de la distribución de la riqueza creada; respecto a quién decide el uso de los excedentes económicos del Estado: o son apropiados como rentas por parte de los grandes grupos económicos (como hasta ahora), o democráticamente se define que sean usados en inversión social que permita, de una u otra manera, reducir los niveles de desigualdad creados por el neoliberalismo. Por eso la consigna aglutinadora y ordenadora del 2011 era “gratuidad”, pues así y solo así se podría cumplir la promesa democratizadora.

Evadir es la consigna del 2019

Quienes invadieron la política y el centro de las ciudades el 18 de octubre del 2019 venían de la exclusión, no solo geográfica, sino principalmente política. No reclamaban nada al Estado, por eso su consigna programática y caótica (en tanto no ordena) era la “evasión”, en torno a la cual se compondrían un sinnúmero de otras consignas y demandas no satisfechas por el neoliberalismo. Esta convocatoria inorgánica logró concitar la concurrencia de amplias mayorías, ejemplo de ello fue la gran movilización nacional del día 25 de octubre.

Fueron los trabajadores y sectores populares quienes, tras décadas de sufrir desigualdades y abusos por parte de los funcionarios e instituciones estatales y, más todavía, de parte de las empresas y medios de comunicación, quienes dijeron “basta” con rabia contenida y se lanzaron a las calles de los centros urbanos.

Pero la revuelta fue protagonizada por individuos en el neoliberalismo. Individuos que perciben a este modelo como el único de los mundos posibles. Este “único” mundo posible, llama a elegir todo pues la posibilidad de elegir es lo único que tiene valor. El discurso de la libertad de elegir a todo orden trae aparejada la despolitización y la desconfianza por lo colectivo, lo público y lo político, lo cual es el hábitat ideal del neoliberalismo. Es ahí donde se fraguó gran parte del contingente de trabajadores y populares que tomó las calles aquel día de octubre del 2019. Y que hoy, paradójicamente, agitan consignas como “la plata es mía”. Es cierto, una variedad de luchas se venía dando y organizando desde el mundo de los trabajadores y los pobres de la ciudad desde hacía décadas, y que el estallido tuvo en su interior a estos movimientos tratando de producir sentidos transformadores. Pero esta organización no fue capaz de contener la tremenda y caótica energía liberada en octubre del 2019.

¿Quién abrió el proceso destituyente?

Sin duda la irrupción de trabajadores y sectores populares del 2019 fue lo que abrió el proceso destituyente y las posibilidades constituyentes. Aunque nunca se lo propusieron pues, como vimos, no existe programa transformador detrás de la rabia desatada. Sin embargo, la radicalidad y masividad alcanzada por la revuelta hizo tambalear el gobierno y con él, al modelo.  En parte esto se explica porque el 15N (acuerdo) fue posible porque existió el 12-14N (huelga general). Vale decir, si bien predominó la organicidad, los momentos en que se logró dar conducción a la energía social fueron aquellos en que los ricos y poderosos temieron perder sus privilegios.

Ante la ausencia de un programa, la acción directa le daba sentido a una fuerza carente de proyecto político, organización o identidad histórica. Un actor popular en formación, aguerrido y emergido desde la marginalidad política, económica, cultural y social, pero sin un programa ni ruta de cambios definida.

Pero esta acción directa que libera (al menos mientras dura el fuego de las barricadas) no alcanza a constituir su propio proyecto histórico. No aspira a convencer, pero sí desarticula. Está claro de aquello que quiere destruir, pero no sabe qué quiere construir en su lugar.

¿Quiénes escribieron el texto constitucional?

Sin duda que la generación 2011 fue la que primó, aquellos que hoy son el agente político dominante y sienten que están llamados a instalar sus programas y luchas identitarias en este momento histórico. Esto en sí no constituye un problema, pero lo complejo es que, en la Convención elegida, desapareció del discurso la división de clases y sobre todo la división entre pueblo y oligarquía. Las “nuevas luchas” toman el protagonismo: ecologismo, indigenismo, feminismo o regionalismo, que son respuestas y traen una idea de sociedad. Todos puntos programáticos que sin duda compartimos, pero que no eran la prioridad de quienes “evadían” para buscar bienestar material. Hubo un desvío desde las razones que dieron origen al estallido (demanda de bienestar material principalmente) y lo que se terminó planteando en la Convención.

El órgano constituyente no fue capaz de recoger, entender o incorporar los aportes y demandas por bienestar material que hicieron quienes irrumpieron el 2019, pues primó el temor de los sectores medios a la explosión social y pérdida de posibilidades de su propio protagonismo.

¿Para quienes fue dirigido el texto constituyente?

Sin ninguna duda fue dirigido a la generación del 2011 y a los sectores que logra subordinar el programa que enfatiza en las libertades individuales y luchas identitarias.

Las capas medias sienten que ellos son el sujeto transformador. Tienen la percepción de que el sujeto popular estaba desestructurado y lo poco que había de organización en el mundo popular lo percibe solo como correa transmisora de sus propias ideas del proyecto, por lo tanto, no se da a la tarea de fortalecerlo. Se perciben erróneamente como sistematizadores de las necesidades populares. Creyeron que el sujeto popular los seguiría y aceptaría lo que ellos postularan. El 2019 estas clases medias se encontraron frente al fenómeno de que los sectores populares y sectores excluidos de la política se manifestaron violentamente en contra de todo lo establecido. Sin un programa de transformación y sin articulación política. Creyeron que era la oportunidad para aplicar su programa transformador y que este iría a interpretar ese descontento. Pero no se consideró que el trabajo era articular, construir a ese sujeto, dotarlo de contenido, darles coherencia a sus luchas.

¿Quién nos derrotó?

El pueblo del 2019 que, a pesar de haber sido protagonista de la revuelta que hizo tambalear al modelo, es en definitiva una construcción de décadas de neoliberalismo. Recapturado por el ideario individualista del mercadeo neoliberal. Las mayorías desafectadas de la política, a quienes no llegamos con nuestros discursos, porque no fueron pensados para ellos. Y sí, dentro de esas mayorías también habitan los protagonistas del estallido social. Quienes sintieron traicionadas sus expectativas por un texto y cuerpo constituyente que se parecía demasiado a aquello que desde la calle se impugnó.

¿Qué hacer para salir del fango?

Incorporar la mirada popular. Ganar mentes y corazones populares. Y esto es un trabajo arduo y de largo aliento, que no permite atajos.

Debemos partir por realizar una profunda autocrítica de lo realizado: no es que la gente no sepa leer, sino que se hizo una constitución solo para para quienes “entienden” los temas y cuyas urgencias no son materiales. Primó el autoconsumo y el habitar espacios de confort. Se debe asumir que no puede construir pueblo de la nada y que la historia en su tránsito deja enseñanzas que debemos recoger.

La idealización de la condición de pobreza (que asume de manera mecánica que ésta trae aparejada la conciencia) desconoce que, al sujeto popular, al igual que a la clase trabajadora, debe construírselo y formárselo en la lucha para cumplir su rol transformador.

El proceso de formación de pueblo que aquí proponemos consiste en la incorporación de la mirada popular. Nos debemos dedicar a construir a este sujeto popular. No podemos seguir encapsulados en los nichos propios (colectivos, partidos, grupos) sino que hay que ir a trabajar con la gente: militancia concreta. No existe programa transformador posible que no sea habitado mayoritariamente por trabajadores y pobres de la ciudad y el campo.

No se trata de idear consignas y solo convocar a través de redes virtuales, creyendo en un ejercicio mecánico que exige la respuesta popular a nuestros planteamientos. Tampoco de reemplazar al pueblo y sus orgánicas en sus tareas, por muy convencidos que estemos de la bondad de nuestros planteamientos. Debemos cambiar la manera de trabajar los procesos formativos y entender la importancia de abrir la participación a los espacios de gestión a parte del pueblo (politización). Es necesario abrir los espacios de participación en la gestión pública al sujeto popular para incorporarlo realmente al proceso transformador. Fortalecer las organizaciones de trabajadores y el pueblo existentes y colaborar con la generación de nuevas orgánicas en torno a otras luchas. Y sobre todo, no caer en la tentación electorera de prometer lo que no se podrá cumplir en el corto plazo. No se puede borrar con el codo lo que se escribió con la mano.

Si no corregimos rápidamente el rumbo y de verdad damos un golpe de timón, se profundizará la desafección de la política, fortaleciendo posiciones individualistas de mercadeo: lo peor de la mirada de mundo instalada durante los decenios del neoliberalismo. Lo que pavimentará el camino a un posible gobierno de la ultraderecha. Esto es la crónica de una muerte anunciada.

No todo está perdido, los niveles de avance de conciencia de nuestro pueblo fueron enormes durante la revuelta. Pasó de ser un pueblo lleno de rabia y con ansias de tomarlo todo, pero sin noción de un proceso colectivo, a tener conciencia de su enorme poder destituyente. Pero aún adolece de proyecto propio y transformador.

La tarea urgente es avanzar en la constitución de este sujeto popular, lo que implica que tenga una idea de mundo posible, un programa. Y ese programa nos permitirá tener triunfos concretos que mejoren la calidad de vida de nuestros pueblos y, en el mediano plazo, nos permita revertir las derrotas electorales inmediatas, mantener, multiplicar y fortalecer los espacios organizativos que le den soporte y posibilidades reales a un gobierno transformador. La democracia será con pueblo o no será.

Es en este contexto que tiene sentido y viabilidad una política electoral y, también, el esfuerzo por desarrollar una vía popular a la Asamblea Constituyente. De lo contrario, cualquier iniciativa constituyente o de reformas políticas parciales se realizará sólo con los actores que actualmente participan del régimen político y con la exclusión de los trabajadores y el pueblo.

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