Comentarios burlescos, tactos sin consentimiento y gritos: la violencia obstétrica sigue ocurriendo, incluso cuando hay protocolos.
Estudios como “Violencia obstétrica en Chile: percepción de las mujeres y diferencias entre centros de salud” revelaron que un 79,3% de las mujeres cree haber vivido alguna forma de violencia obstétrica en nuestro país.
¿Qué es la violencia obstétrica?
El Observatorio de Equidad de Género en salud en Chile, define la violencia obstétrica (VO) como “aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales”.
Carolina González, matrona y directora del Observatorio de la Violencia Obstétrica (OVO Chile), en conversación con El Ciudadano, señaló: “La definición de VO finalmente se basa en la transgresión de los derechos básicos y derechos humanos de la mujer en el entorno reproductivo. No son derechos especiales como algo que se haya inventado, sino que es que la mujer se sienta segura, que viva su parto con autonomía y se le respeten sus necesidades básicas como ser humano”.
Carolina agregó que “el incumplimiento de las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud respecto al nacimiento respetuoso se incumplen tanto en el sistema público como en el privado de manera simultánea”. Sin embargo, hay prácticas diferentes en cada sistema.
Algunas de las prácticas más comunes de VO son: Prohibición de comer líquidos y alimentos, indicación de quedarse acostada durante todo el proceso de parto, la administración de medicamentos para acelerar el parto, rasurado de genitales externos, tactos vaginales reiterados y realizados por diferentes personas, cesáreas, rotura artificial de membranas y las episiotomías.
Por otro lado también están algunos tratos como la infantilización, no dejar entrar acompañantes, tratos despectivos o violentos, no entregar información oportuna, no avisar ni informar sobre los procedimientos, entre otras malas prácticas.
Para Carolina, en el sistema privado existe “más manipulación de la información para generar cesáreas sin necesidad a costa de obviamente la mentira, la manipulación de la información”, por ejemplo.
En el caso del sistema público Berrios declaró que: “En el sistema público suele existir más omisión o incumplimiento de derechos, por ejemplo, como el acompañamiento que a veces al anestesista le molesta que haya más personas en el pabellón, entonces saca al padre la criatura”.
Prácticas reiteradas de VO | Porcentaje |
Prohibición de consumir líquidos y alimentos | 68.8% |
Indicación de mantenerse acostada | 57.7% |
Administración de medicamentos para agilizar el parto | 51.2% |
Rasurado de genitales externos | 50.2% |
Tactos vaginales reiterados | 48.8% |
Cesáreas | 48.1% |
Rotura artificial de membranas | 45.9% |
Episiotomías | 43.3% |
Fuente: Tabla realizada con datos del estudio Violencia obstétrica en Chile: percepción de las mujeres y diferencias entre centros de salud.
En el estudio mencionado anteriormente se ve reflejado que existe una relación estadísticamente significativa entre la edad, la identificación étnica y la orientación sexual. Siendo las mujeres que no han cumplido la mayoría de edad, las mujeres de orientación sexual no heterosexual y las mujeres que se identifican con pueblos originarios, quienes más denuncian haber sufrido VO.
González indicó que uno de los factores que influyen en la VO es la falta de personal y la cultura que existe dentro de los recintos de salud. Por lo tanto el personal que trabaja en aquellos recintos también están siendo vulnerados, formando una “espiral de violencia”.
Carolina advirtió que: “Lamentablemente, el resultado del parto depende dónde y con quién tengas el parto. Si el profesional transita en la bioética, si es un profesional íntegro, probablemente tengas un buen resultado”.
Finalmente desde OVO Chile recomiendan realizar un plan de parto para conocer los derechos, elegir dónde y con quien realizar el parto y “tener contacto con matrona desde el primer momento, porque la matrona finalmente es el único profesional que te va a proteger de que no te pasen cosas, que tu parto vaya encausado en un ritmo normal y ese profesional que hoy día está en extinción es el que te cuida”, señaló Carolina.
Sin embargo, en Chile existen casos en que, aunque la persona gestante esté informada y busque personal que la acompañe durante el proceso, puede ser víctima de VO de igual forma.
“Sentí que me violaban”: el trauma de la maniobra sin aviso
Alicia Muñoz es una de las miles de mujeres que han vivido VO en nuestro país. Alicia vive en San Felipe y, al momento de los hechos, ya era madre de una niña. El año 2021 estaba cursando su segundo embarazo cuando fue a control en el hospital de su comuna.
Aquel embarazo era de alto riesgo y, bajo ese contexto, cuando el médico estaba haciendo los chequeos, fue cuando lamentablemente Alicia sufrió un aborto gestacional. En esa instancia el ginecólogo que la estaba atendiendo le dijo: “Pucha chiquilla, viniste por oro y saliste trasquilada”.
Alicia señaló a El Ciudadano haber quedado en shock ante el comentario del médico, en un momento tan difícil y sin ningún tipo de contemplación ante la situación que estaba viviendo su paciente.
En esa instancia fue que Alicia decidió nunca más volver a ese recinto hospitalario, por lo que optó por ir a la capital para realizarse el aborto al día siguiente. Ahí conoció a una doctora que la acompañó en todo el proceso y la hizo sentirse segura y cuidada en tan difícil situación.
Sin embargo, cuando un año más tarde Alicia quedó embarazada nuevamente, no pudo seguir siendo atendida por aquella doctora, ya que el recuerdo de su pérdida estaba presente constantemente. “Por la parte emocional no pude, me costaba mucho verla, sentía que me recordaba mucho la pérdida que había tenido”, indicó Alicia.
Fue entonces que le pidió a su matrona que le recomendara un médico que hiciera partos respetados, y así llegó al médico A.F., en la Clínica Indisa. Alicia declaró que todo marchó bien la mayor parte de su embarazo. Sin embargo, en las últimas semanas de gestación, todo cambió.
Una de las primeras cosas que le llamaron la atención fue que el médico le pidió un examen para verificar cómo estaba la cicatriz de su cesárea, a pesar de que ella en todo momento declaró sus intenciones de tener a su hijo a través de parto natural. Sumado al hecho en sí, el médico le pidió realizarse el procedimiento con un médico específico, otro punto que llamó su atención y la de su pareja.
“Al realizarme la eco, salió que estaba muy delgada la cicatriz, que el segmento uterino era muy bajito, pero yo después fui a hacérmela en otro lugar y ahí salió que estaba todo bien, que no había problema”, agregó Alicia.
Al ir a entregarle ambos resultados, el ginecólogo le señaló: “Es que hay que saber hacer este examen”, dando explicación a la diferencia entre los resultados.
En aquella misma cita, el médico le indicó que la iba a revisar y la ingresó al box. Alicia pensó que le harían los chequeos habituales. Sin embargo, esta vez fue diferente: el médico, sin avisarle, introdujo sus dedos en la vagina de la paciente y le realizó la “maniobra de Hamilton”, maniobra usada para inducir y acelerar el momento del parto.
“Yo gritaba de dolor, yo grité y lloré de dolor. A todo esto, a mi esposo lo habían sacado del lugar, por lo que yo estaba sola en ese momento… entonces, cuando me realizó la maniobra de Hamilton, me desprendió la membrana, yo grité de dolor y me sentí violada, porque no me dijo que me la iba a hacer”, declaró Alicia.
Posterior al hecho, el médico le indicó que fuera a vestirse al baño, instancia en donde Alicia seguía llorando y se cuestionaba por qué volvía a pasar por una situación como esta, siendo que esta vez ella se había informado, preparado y había buscado un equipo que practicara parto respetuoso.
Al salir de la consulta, Alicia se dirigió a un baño de la clínica y se dio cuenta de que estaba sangrando, por lo que decidió volver al box y preguntarle al médico qué le había hecho. Él le explicó que le había realizado la maniobra y la mandó a urgencias.
“Cuando yo me dirigí a urgencias ya sabía que mi parto no terminaría en parto normal, que terminaría en cesárea, porque ya mi cuerpo había comenzado a generar contracciones”, señaló.
En la urgencia le dieron el alta, por lo que Alicia se devolvió a San Felipe con dolor y sangrado. Posteriormente, a las 9 de la mañana del otro día, decidió volver a la clínica, después de estar toda la noche con contracciones y dolor.
Alicia llevó todo lo necesario para hacer su parto normal y respetado. Sin embargo, cuando estaba en la sala de preparto, entró una tens a rasurarla porque el médico había indicado cesárea.
“Yo le respondí que nosotros no habíamos decidido nada, a lo que ella me respondió que estaba con riesgo de rotura uterina y que si acaso yo quería perder a mi bebé. En ese momento yo me desconecté totalmente del parto y le dije que no me podía decir eso, que yo había perdido un hijo”, señaló Alicia.
Alicia también cuestionó el hecho de que su matrona no estuvo con ella hasta que entró al pabellón, por lo que se sintió aún más sola en el proceso. Tampoco apareció en los días posteriores. Cabe destacar que la matrona de Alicia era esposa del doctor y fue quien le recomendó atenderse con él. Para Alicia, su matrona sabía que el doctor había cometido un error y trató de protegerlo.
A los días posteriores, Alicia le preguntó a su médico por qué le había realizado la maniobra, a lo que él respondió que es una maniobra que se hace siempre, y agregó: “No es mi culpa que tengas poca tolerancia al dolor”.
Además, cuando Alicia solicitó su ficha clínica, se dio cuenta de que el día anterior al nacimiento de su hijo el doctor ya había solicitado su ingreso para realizar cesárea. “Él ya sabía que me iba a hacer una cesárea”, agregó.
Días después, a través de redes sociales, Alicia se percató de que su médico estaba de vacaciones en el sur y entendió que esa era la razón por la que quiso adelantar su parto.
Alicia manifestó que, tras el parto, mucho tiempo sintió que era su culpa, ya que ella había elegido a su doctor. Estuvo con psicóloga más de un año y también con psiquiatra. Sintió que el hecho la desconectó de su hijo y que, hasta el día de hoy, se le hace difícil hablar del tema.
“Hasta el año pasado lo sentía y lloraba mucho. De hecho, el año pasado estuve con una psicóloga perinatal y ella comenzó a ayudarme con el tema de mi hijo: el cómo verlo, a mirarlo más, a no sentirme alejada de mi hijo, porque yo sentí como que me pusieron en pausa, que tenía que sobrevivir”, finalizó Alicia.
“Me tuvieron más de 24 horas con dolor sin avisarme que no podía parir naturalmente”
Camila Flores recuerda con dolor el nacimiento de su hija Irene, ocurrido el 15 de julio de 2022 en el Hospital Sótero del Río. A pesar de haber pagado el área de pensionado y contar con su médico y matrona asignados, todo cambió cuando a las 38 semanas llegó a urgencias con la presión alta. “Me hospitalizaron al tiro, pero no me dejaron ir al pensionado porque no aceptan embarazos de alto riesgo”, relató a El Ciudadano.
Durante más de 24 horas estuvo en trabajo de parto inducido con Misotrol. Aunque nunca pasó de los 2 cm de dilatación, no le realizaron cesárea hasta el final. “Yo escuchaba de niñas que estaban 20 horas, pero ya con 8 o 9 de dilatación… yo jamás pasé de los dos”, señaló.
Además, tenía diagnosticada condilomatosis, una afección asociada al VPH, que terminó siendo decisiva: “Recién al final el ginecólogo dijo que tenía un condiloma de más de 2 cm en el cuello del útero y que había que hacer cesárea de urgencia”.
Al escuchar eso Camila se cuestionó porque nadie más le había señalado eso antes, ya que constantemente iba personal médico a hacerle tacto y ninguno señaló esa situación que deriva sí o sí en cesárea, por lo que sintió que la tuvieron demasiado tiempo en trabajo de parto sabiendo que finalmente tendrían que realizarle una cesárea.
El trato del personal fue otro dolor en medio del proceso. Camila recuerda que la jefa de turno la trató con desprecio. “Me hizo un tacto y me dijo ‘niñita, estás llena de condilomas’ como si fuera algo asqueroso. Me puse a llorar”, recordó. La misma profesional decía a los médicos que Camila “hacía mucho atado” y que era una paciente difícil.
Tras la cesárea, Camila no pudo tener apego con su hija. “La Irene nació a las 11 de la mañana y recién me la llevaron a las 9 de la noche. No me la pusieron al pecho, ni siquiera me ayudaron a tomarla. Me la dejaron en la cama y se fueron”, indicó.
Al volver a casa, la situación se agravó. “Me decían que mi leche bajaba bien, que la niña estaba alimentándose perfecto”, relató. Cuatro días después, Irene fue hospitalizada con ictericia severa, deshidratación e hipoalimentación. “Tenía 24,7 de ictericia. La pediatra me dijo: ‘no sé cómo esta niña recibió el alta’”, denunció Camila.
Durante esa hospitalización, a la bebé le instalaron una sonda nasogástrica para alimentarla, ya que no completaba la cantidad que exigían. Poco después, Irene desarrolló un mucosele en el labio, posiblemente por un mal procedimiento: “Nunca se me cayó, nunca la maltraté. Yo creo que fue por la sonda, algo le hicieron mal”.
El caso dejó secuelas emocionales y físicas. Camila también fue hospitalizada por una descompensación. “Si hubiésemos esperado el control de los 10 días, Irene podría haber tenido un daño neurológico severo”, aseguró.
Además, Camila criticó la falta de continuidad de atención: “Había una interconsulta al neurólogo desde su nacimiento. Me llamaron cuando la Irene tenía un año y medio”.
Su experiencia en el sistema público también expuso situaciones de racismo y maltrato hacia otras mujeres. “Vi a haitianas siendo forzadas a quedarse quietas para ponerles la epidural, sin nadie que hablara su idioma. Una enfermera decía: ‘si abriste las piernas, ahora aguántate’. Y eso pasa, es real, lo viví”, denunció.
Hoy Camila no confía en el sistema público. “Todo lo vemos por la Católica. Nunca más volví al consultorio”, concluyó. Su historia es una muestra más de las brechas, violencias y negligencias que muchas mujeres enfrentan en el parto institucionalizado en Chile.
“Nunca quise que otra mujer pasara por lo que viví”: matrona relata su parto traumático y cómo marcó su carrera
A los 16 años, Bárbara Berríos vivió una experiencia que marcaría para siempre su vida personal y profesional. Era 2002 cuando, sin saber nada sobre el parto ni el proceso, ingresó a la Clínica Universidad Católica creyendo que recibiría la mejor atención. “Fue la peor experiencia traumática de mi vida”, recuerda. Estudiantes, médicos y matronas la examinaron sin su consentimiento, le realizaron maniobras sin explicaciones y terminaron extrayendo a su hijo con fórceps tras aplicar maniobras de Kristeller. “Me desmayé del dolor, me vino una hemorragia y terminé en la UTI”, contó.
Ese día no solo fue separada de su hijo sin recibir información, sino que también quedó con secuelas físicas y emocionales que arrastró durante años. “Me trajeron a mi hijo para que le diera pecho, pero nadie me enseñó. Mis pechugas estaban rotas, él lloraba y yo lloraba con él”, recordó.
El trauma fue tal, que durante mucho tiempo no quiso volver a ser madre. “No quería pasar por lo mismo. A los 30 años ya tenía escape de orina y una episiotomía gigante que aún me molesta”.
Bárbara entendió que lo que vivió era violencia obstétrica recién cuando estudiaba obstetricia. “Ahí me prometí que nunca iba a hacer lo mismo. Siempre explico cada maniobra, cada procedimiento, porque sé lo que es no entender nada, tener miedo y sentir dolor sin que nadie te acompañe”, señaló.
Su experiencia determinó también el enfoque de su ejercicio profesional: nunca quiso dedicarse a atender partos. “Es el momento más lindo de la vida y puede transformarse en el mayor trauma. Hasta el día de hoy entro a pabellones y me provoca angustia”, agregó.
Con los años, Bárbara encontró una manera de resignificar su historia. Hoy, en su consulta, acompaña especialmente a gestantes adolescentes y busca entregar una atención empática e informada.
“Les explico todo, les hablo de sus derechos, las incluyo en las decisiones. Incluso a las estudiantes les enseño que deben pedir permiso antes de hacer un tacto. No puede ser que 30 personas pasen a revisar a una mujer sin preguntarle”, señaló.
Cuando decidió tener a su segunda hija, se preparó con yoga, meditación y trabajo emocional. “Le conté todo a mi médico, y fue hermoso. Me dio mis tiempos, me respetó. Mi hija nació en cuclillas, sola. Él solo la recibió. Eso deberían hacer todos los médicos”, afirmó.
Para Bárbara, erradicar la violencia obstétrica en Chile requiere una ley clara y vinculante, pero también un cambio cultural. “Las mujeres deben empoderarse. No porque un médico te atienda vas a estar más segura. El parto no es del profesional, es tuyo. Ellos están para acompañarte, no para decidir por ti”, indicó.
Su testimonio, crudo y potente, refleja una verdad que muchas veces se silencia: “Amo que hablen de esto, porque son cosas que nadie se atreve a contar. Y hay que contarlas”, finalizó.
Entre la teoría y la sala de parto: cuando la ética queda fuera del box
Antonella Artuso, estudiante de penúltimo año de Obstetricia, relató a El Ciudadano las contradicciones que ha vivido entre lo que le enseñan en la universidad y lo que observa en la práctica clínica. Aunque la violencia obstétrica ha sido abordada en su formación, asegura que “el espacio que se le da todavía es limitado en relación a la magnitud e importancia del tema”.
A su juicio, el concepto se ha trabajado desde la ética, los derechos humanos y la legislación nacional e internacional, pero de manera parcial. “Falta que este tema se transversalice en más asignaturas, especialmente en las clínicas, donde a veces se prioriza el conocimiento técnico por sobre la calidad del trato”, afirmó. Para ella, el enfoque de género existe, pero suele quedarse en lo teórico.
En su experiencia en hospitales y centros de salud, ha sido testigo de situaciones que califica como violencia obstétrica. “Recuerdo especialmente un caso donde una mujer gritaba por dolor y una profesional le dijo: ‘tienes que callarte, aquí no estás sola’”, declaró. “Esa actitud fue deshumanizante. Como estudiante intenté acompañarla, sostenerle la mano y luego conversé el caso con una docente empática”.
La estudiante reconoció que muchas de las prácticas que observa se reproducen de forma acrítica. “Los profesionales repiten lo que aprendieron, sin cuestionarlo. Y eso está profundamente arraigado en un modelo biomédico que prioriza el control sobre la autonomía de la persona gestante”, explicó. También mencionó que la sobrecarga laboral y el desgaste del personal contribuyen a normalizar estos tratos.
Entre las prácticas más deshumanizantes que ha presenciado, destacó “los comentarios burlescos hacia las pacientes, los tactos vaginales repetidos sin consentimiento, y el trato impersonal y mecánico que olvida que el parto es una experiencia emocional y única”. Además, criticó que no siempre se respeta la privacidad ni la intimidad de las mujeres.
A pesar de la frustración que estas situaciones le generan, también ha encontrado espacios donde es posible reflexionar y plantear alternativas. “He tenido la fortuna de estar con docentes que promueven el diálogo crítico y reconocen que hay cosas que deben cambiar”, señaló. Para ella, el rol de las nuevas generaciones es clave: “Podemos ser profesionales distintas, con una mirada ética y feminista que ponga en el centro la experiencia y dignidad de quienes dan a luz”, concluyó Antonella.
La urgencia de legislar: ¿Qué cambiaría con la Ley Adriana?
Actualmente en Chile no existe una legislación que trate la VO de manera directa es por eso que en 2022 se ingresó la propuesta de “Ley Adriana” que busca sancionar la VO, estableciendo derechos en las áreas de gestación, preparto, parto, postparto, aborto, salud ginecólogica y sexual.
Sin embargo, el proyecto lleva años en el Congreso después de haber sido aprobado de manera general en la Cámara de Diputados el año 2023.
La iniciativa cuenta con cuatro principios fundamentales: el Principio de Dignidad en el Trato; el Principio de la Autonomía de la Mujer; el Principio de Privacidad y Confidencialidad; y el Principio de Multiculturalidad.
Además, considera VO conductas como: Trato deshumanizado o negligente, negación de información a la paciente, realización de procedimientos sin consentimiento, uso de lenguaje humillante, coercitivo o infantilizante e intervenciones innecesarias.
Por otro lado obliga al personal de salud a garantizar un parto respetado y humanizado, que se base en el consentimiento informado y los derechos de la paciente. También se reconoce el derecho de la persona gestante a: Elegir a un acompañante durante el parto, recibir información clara y oportuna y negarse a procedimientos no vitales.
Asimismo contiene obligaciones para los establecimientos de salud tales como: capacitación obligatoria para los equipos médicos en derechos sexuales y reproductivos, enfoque de género y parto respetado; implementación de protocolos para la prevención de violencia obstétrica; y sistemas de denuncia y reparación accesibles para las personas afectadas.
Por último, contempla medidas reparatorias y sanciones por lo que las víctimas podrán presentar reclamos ante la Superintendencia de Salud. Además, considera apoyo psicológico, acompañamiento y sanciones administrativas o penales, según la gravedad del caso.
Pese a que la violencia obstétrica ha sido reconocida y denunciada desde distintos sectores, su erradicación sigue pendiente y proyectos como la Ley Adriana llevan años estancados en el Congreso sin ningún avance.
Matronas, estudiantes de obstetricia y pacientes han denunciado las malas prácticas que ocurren dentro de las salas de partos y buscan que el sistema cambie de una vez.
Para cambiar el modelo, no basta con protocolos: se necesita formación ética, mirada feminista y voluntad institucional. Parir sin violencia debe dejar de ser la excepción. Las voces de quienes gestan y acompañan ya se están levantando. ¿Las escuchará el sistema?