Preso por ser pobre

Mi nombre es Pablo Sandoval Belmar, tengo 28 años, soy profesor de historia egresado de la Universidad de Concepción y actualmente tesista en la maestría de historia de la Universidad de Santiago

Por PabloSandovalBelmar

28/10/2012

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Mi nombre es Pablo Sandoval Belmar, tengo 28 años, soy profesor de historia egresado de la Universidad de Concepción y actualmente tesista en la maestría de historia de la Universidad de Santiago.

Llevo en Santiago seis meses viviendo con mi esposa en un sector marginal de la comuna de La Florida y recién en el mes de julio encontré trabajo, ya que llevaba un año cesante. Durante el primer semestre me dediqué a trabajar de comerciante ambulante, vendiendo chocolates en las micros y vivimos con mi mujer en una casa “ocupa” por algún tiempo para no pagar arriendo. Ya en esos días tuve el primer “encontrón” con Carabineros, que prepotentemente me amedrentaron por vender mis productos… si no vendía ¿Cómo comíamos mi mujer y yo? Desde el mes de julio trabajo como profesor en un preuniversitario y tengo a mi cargo dos cursos intensivos y uno anual. Con los tres cursos gano 130 mil pesos mensuales aproximadamente.

Mi mujer vende chocolates artesanales en distintas partes y logra reunir entre seis mil y siete mil pesos diarios. Lo que tenemos nos alcanza exactamente para comprar pan en la mañana, salchichas, unos tomates y huevo. Ese es nuestro alimento diario durante los últimos tres meses.

El problema está en el pasaje de micro. Ella paga 190 pesos por ser estudiante, pero como yo no tengo el beneficio de la TNE debo cancelar idealmente 1.200 pesos diarios. Hace una semana encontré un nuevo trabajo de encuestador para la Universidad Andrés Bello. Debo realizar hasta dos viajes más durante el día para hacer las encuestas y ese pasaje no lo paga la universidad, sino que debe salir de mi bolsillo.

El día jueves 25 de octubre, tuvimos la ocurrencia con mi señora, de que me pasara su pase escolar para poder funcionar en el día. No con el objetivo de evadir la locomoción, sino que abaratar costos pagando un pasaje que nos permitiera no gastar los pocos pesos que tenemos y poder seguir comiendo nuestro pan, nuestro tomate y nuestras salchichas.

Pagué el Metro, me subí a la Línea 1 en dirección estación San Alberto Hurtado, luego hice trasbordo en la calle General Velázquez y tomé el servicio 105 en dirección Renca a realizar las encuestas que me tocaban ese día. Ya arriba del bus, subió un funcionario de Ministratel a revisar quiénes habían pagado su pasaje. Yo, confiado de la situación, entregué el pase de mi esposa. El resultado fue que el funcionario me retuvo el pase, me bajaron del bus y junto a carabineros me detuvieron sin hacerme control de identidad, ni leer mis derechos, ni explicarme el motivo de mi detención.

Ya en la comisaría, registraron mis cosas, me quitaron los cordones y cinturón. A punta de groserías y empujones me metieron a un calabozo y me quitaron un libro que hablaba sobre la situación de los peones-gañanes en los albores de la república. Me quisieron obligar a firmar un documento donde yo reconocía la buena labor de carabineros y de paso, mi culpabilidad. Me negué. Me tuvieron esposado y me llevaron a constatar lesiones. Me tuvieron ocho horas en el calabozo y al final de la jornada, llegó un “oficial amigo” a explicarme en tono paternal del por qué de mi error.

¿Es justo? Cuando mis conocidos me han encarado con rudeza por qué no firmé el documento, cuando me han dicho incluso que debí reconocer mi culpabilidad, no sé bien que respuesta quisieran. Lo que si sé, es que no podía firmar un documento que no dijera las verdaderas razones por las que fui preso aquel jueves. A mí no me tomaron preso por haber suplantado la identidad de alguien, a mí me apresaron por ser pobre.

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