Salvavidas: Más que un trabajo del verano, “una vocación”

Me llamo Albano Toro, tengo 32 años y soy salvavidas desde hace tres temporadas, en el balneario Cavancha de Iquique

Me llamo Albano Toro, tengo 32 años y soy salvavidas desde hace tres temporadas, en el balneario Cavancha de Iquique. Para mí, este trabajo es puro sentido de vocación. Lo gratificante es entregar un servicio a la comunidad. Por esto entré a la institución, porque siempre he querido ayudar.

Antes de esto, pertenecí al cuerpo de bomberos durante 14 años, donde obtuve una serie de conocimientos que hoy en día aplico en las diferentes emergencias que transcurren en la playa.

Mi rutina parte a las 10 de la mañana -y aunque a veces podemos optar por descansos programados- generalmente trabajamos de lunes a domingo sin parar, hasta las ocho de la noche. Casi siempre tenemos que sacrificar los sábados, domingos y feriados, que son los días donde más afluencia de personas hay. Igual, no me puedo quejar porque el trabajo está bien remunerado. No necesito buscar una pega extra y puedo vivir tranquilo, haciendo algo que me gusta.

Para ser salvavidas hay que pasar un curso que imparte la Municipalidad, donde te enseñan primeros auxilios, técnicas de rescate, reglamentación y manejo de vehículos náuticos. Luego das una prueba en la Gobernación Marítima y, dependiendo de tus habilidades, quedas o no. En todo caso, siempre los salvavidas son personas muy ligadas al mar. Acá en Iquique -donde en total somos 24 socorristas, más tres paramédicos-, algunos compañeros son surfistas, bodyboarding, buzos rescatistas, nadadores, etcétera. Y todos compartimos el sentido de la vocación, lo que nos hace disfrutar de lo que hacemos.

Los incidentes que nos toca ver diariamente en Cavancha, por lo general, no son tan graves: Niños extraviados, heridas, torceduras, luxaciones, en fin. En el agua, muy pocas veces los rescates terminan trágicamente, y casi siempre comienzan porque la persona agarró una corriente en el mar; o está muy adentro y se siente amenazada, se asusta, entonces debemos socorrerla.

Aun así, también hemos pasado momentos chocantes. El año pasado un joven epiléptico que venía de La Serena, tuvo un ataque en el mar, e inmediatamente sufrió una inmersión; es decir, se fue a fondo, inconsciente, durante varios minutos. Nosotros logramos sacarlo del mar, aparentemente sin vida. Tuvimos que realizar trabajos de reanimación durante 15 minutos y, cuando pensábamos que ya no había caso, su pulso volvió. En momentos como ese, toda la playa nos aplaude y uno se siente pagado. Ser salvavidas es algo desafiante y emocionante todos los días.

Además, siempre se puede disfrutar de la playa: Coordinar un chapuzón cuando hace mucho calor, conocer personas nuevas, encontrarte con amigos, “vitrinear”… Y ya la gente te conoce como el “salva”, sobre todo a mí, que llevo harto tiempo en esto y que en 2011 estuve todo el año cuidando Cavancha, incluso en invierno.

Igual, hay cosas negativas. Por ejemplo, nosotros no solamente nos preocupamos de las personas que están en el mar, sino que también de la gente que está en la orilla realizando actos que están prohibidos en la playa; como el consumo de drogas, alcohol, o hasta jugar a la pelota. Es difícil tener que lidiar con grupos que no entienden; no nos respetan como autoridad y nos echan la ‘aliñada’. Pero es parte del oficio.

Me gustaría ser guardavidas por mucho tiempo más. No hay una edad límite en esto; la institución tiene las puertas abiertas siempre, todo depende de tu estado físico y tus condiciones. Hemos tenido compañeros de hasta 50 años, así que creo que tengo tiempo de sobra para seguir ayudando y colaborando en esto que me apasiona.

Por Mijaíla Brkovic

Oficios y Pegas varias

El Ciudadano Nº118, segunda quincena enero 2012

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