Crónica: El Villano amado

Por Delfina Harms de Revista La Lengua Una de las últimas frases que mi abuelo dijo fue: “Parece que no me porté muy bien con ustedes”


Autor: El Ciudadano

Por Delfina Harms de Revista La Lengua

Una de las últimas frases que mi abuelo dijo fue: “Parece que no me porté muy bien con ustedes”. En esa época mi madre ya había desistido de vincularnos con él, las palabras que mi abuelo decía salían con menos sentido que nunca de su boca, y ella luchaba por entender qué rol le tocaba llenar en los últimos alientos de un padre que le enseñó, como dice LaLá, el amor en negativo. Por eso ella no estaba ahí cuando mi abuelo, en un golpe repentino de lucidez, aterrizó décadas de locura como si fueran un prisma y observó a través de él a un hombre cruel y desesperado. No sé si pidió disculpas, pero podría decir que bastó con haber vivido en la crueldad, la desesperación y solo darse cuenta al final, cuando ya no podía hacer nada. Mi tía, que estaba a su lado, cuidándolo, besándole las mejillas y lavando su frente, hace tiempo lo había perdonado. En él pienso cuando veo a Mister Clark.

Pasa con la época dorada de TVN que en un gran número de casos, personaje mata interpretación, y aunque no nos guste la hechura del actor o actriz, el entramado de estas historias es tan firme y tan estrecho, que no se sostiene sin ella. Héctor Noguera no estuvo en mi top ten, aunque tengo plena consciencia del enorme lugar que ocupa su nombre en la historia del teatro y la televisión chilena. Ahora pienso que quizás no me gustaban sus interpretaciones porque siempre actuaba muy parecido a como es mi papá, sus gestos, su risa, además de parecerse a él físicamente. Y ese es, precisamente, el lugar donde se fue a colar Pampa Ilusión, haciendo click en mi corazón, desencajándolo como una lavadora vieja, capítulo tras capítulo.

Lo que me remueve de Mister Clark realmente es ver cómo un hombre ejerce violencia sin levantarse de su cama. Como cultivó en su entorno brotes y más brotes de amor y dependencia que lo sostienen en el poder, aún sin la necesidad de salir de su habitación. Se podría pensar que una persona cruel y manipuladora como él termina en algún punto por aislarse o ser aislado, pero ahí es donde mi teleserie favorita se encuentra con mi propia vida, y me hace pensar en mi abuelo. Un hombre sin esplendores, sin riqueza real, sin una gota de amor para entregar, logra mantenerse rodeado de personas con las manos abiertas, ávidas de un gesto amistoso, un visto bueno, algo que redima la historia que se está terminando de contar. No quiero simplificarlo, pero es que no era mi padre. Mi padre es otro.

Mi padre tiene los ojos claros, como los tenía Héctor. La barba y el pelo de un gris casi platino. Como Héctor. Hace bromas que darían risa en otro tiempo, aunque también a veces en este, y se ríe como un dibujo animado de su propio chiste, como Héctor. El cariño que le tengo a Héctor, es por haber tenido la amabilidad de dejarme imaginar a mi papá siendo Melquíades. Y el dolor de ver a mi papá siendo Mister Clark. Cuando lo veo, siento en mí esas dos cosas; un desprecio enorme por el tirano, y un amor de piel absoluto por mi padre. Ese es el laberinto de Manuel (y de mi madre), amar absolutamente a un tirano. Gracias papá, por ser mí papá y no el papá de Manuel.

Héctor Noguera no estuvo en mi top ten, pero fue y será mi villano más amado. El villano imposible de odiar, el villano incorregible, descarado y orgulloso, que en su última escena logró aterrizar décadas de crueldad y desesperación en la imagen de su hijo pequeño, Manuel, escondido entre la multitud que lo ve partir de Pampa Ilusión en una carreta, a lo menos fúnebre. Ese dolor, esa muerte en vida, es real como mi historia; es historia, como Pampa Ilusión.


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano