Por Arlette Cifuentes
Este mes se estrenó en MUBI “Alien 089” el último cortometraje de la Directora Valeria Hofmann, protagonizado por Mariana DiGirolamo quien interpreta a Sabina que vive un thriller psicológico en una historia que involucra videojuegos y violencia que hacen un juego con la ficción, lo virtual y lo real.
Conversamos con ella sobre la realización de su última producción audiovisual y de futuros posibles.
¿De dónde surge la idea para esta historia? ¿Cómo llegaste a ella?
Por un lado, venía investigando los videojuegos de disparo, estaba con ganas de hacer un cortometraje que trabajara ese lenguaje y usarlo para contar algo sobre la vida cotidiana, porque sentía que ahí había una conexión. Mientras estaba en ese proceso, me llegó un video de una compañera de colegio, en el que ella se había grabado contando que sufría bullying y que la acosaban dentro del videojuego. Ese fue el punto de partida.
Desde ahí me metí a Twitch, a YouTube, empecé a entrevistar a otras gamers, a escuchar distintas experiencias, pero el origen real está en ese primer video. No era solo que la acosaran por ser mujer, era también cómo estaba grabado, la sensación de que lo que pasaba en la pantalla se filtraba a su vida fuera del juego. Como si hubiera todo un sistema operando en su contra dentro y fuera.
Al principio pensé: “esto es alguien que quizá no está distinguiendo bien la realidad”. Pero con los años me pasó algo al revés. Hoy siento que la realidad misma está empezando a imitar la violencia de esos videojuegos; esa frontera ya no la tengo tan clara ni siquiera yo. Cuando partí, decía: “esto es el juego, esto es la vida real”. Ahora, con la inteligencia artificial y todo lo que estamos viviendo, a veces me parece que la realidad es mucho más artificial o menos humana que lo que ocurre en la pantalla.
Es cierto, tu corto habla de esa frontera difusa entre realidad y ficción, sobre todo con las imágenes del 2019 donde ambos mundos se cruzan. ¿Qué influencias tomaste para construir ese universo? ¿Fue algo que surgió desde tu investigación o se fue armando en el camino?
Fue un trabajo bien colectivo entre los productores y yo somos amigos y ya veníamos haciendo cosas juntos, así que la construcción del mundo del corto partió de esa conversación compartida. Estábamos pensando e imaginando el proyecto cuando salió el fondo y justo después vino el estallido social y, más tarde, el COVID. Esa seguidilla de acontecimientos movió todo, la posibilidad de grabar se corrió muchísimo y durante ese tiempo el guión inevitablemente cambió.
Hubiese sido muy raro dejar el estallido fuera. Las imágenes que veíamos en los celulares y en la tele se parecían demasiado a un videojuego tipo Counter Strike: las GoPros de los policías, la inmediatez digital, la precariedad de la información que una consumía. Era un registro tan cercano al lenguaje del corto que dijimos: “esto hay que integrarlo”. No porque la historia trate de que la protagonista vaya a protestar, sino porque ese era el contexto, eso estaba ocurriendo en ese instante.
Y lo cierto es que esa experiencia no se detuvo ahí. Cada cierto tiempo hay una protesta, una guerra, un genocidio; siempre hay un conflicto bélico activo en alguna parte del mundo. Es como si siempre estuviéramos jugando un juego de guerra, aunque sea desde la pantalla donde todas esas imágenes conviven.
En algún minuto alguien me preguntó “¿pero qué tiene que ver el estallido con tu historia?” Y yo pensaba: tiene que ver lo mismo que tiene que ver Kim Kardashian poniéndose o sacándose implantes, o la guerra, o las cosas que tienes en tu carrito de compras del e-commerce. O sea, no tiene nada que ver y al mismo tiempo convive todo en la misma pantalla. Una tiene mil ventanitas abiertas a la vez.
Más que proponer una teoría sobre cómo se relacionan esos mundos, la intención era representar esa especie de esquizofrenia de internet. Mostrar cómo es realmente la experiencia de alguien que habita todas esas dimensiones al mismo tiempo.
¿Cómo fue el proceso de grabación considerando que trabajaron en una casa tan enigmática, y cómo se desarrolló luego la postproducción?
La casa fue absolutamente fundamental. Fue un hallazgo de Pascual Mena —uno de los directores de arte y también productor— que tiene una sensibilidad increíble para los espacios. Él llegó un día con un libro y dijo: “Mira, encontré esta casa”. Y cambió todo, porque inicialmente imaginaba el corto en una casa más típica, en La Florida o en Peñalolén, que es donde crecí. Pero esta casa era otra cosa.
Es una obra arquitectónica de Miguel Eyquem, el mismo de Ciudad Abierta en Valparaíso. Tiene esa estética de un arquitecto muy autoral, muy original, pero para nada preocupado de la perfección. Es una casa llena de soluciones hechizas, raras e ingeniosas. Y además fue diseñada para un entomólogo, Luis Peña, un verdadero bichólogo. Cuando entramos por primera vez estaba todo ahí: una libreta con anotaciones, cajitas con colecciones de insectos, microscópios,era literalmente una casa-laboratorio.
Hicimos ambientación, claro, pero siempre sobre un espacio real que ya tenía una energía muy propia. Y lo más hermoso es que la arquitectura misma reescribió el guión: es una casa en espiral, que te lleva hacia el centro, y en ese centro está el computador. El computador que te encierra, pero también te dispara hacia afuera. Todo el equipo estaba como en un sueño. Nadie sabía bien por dónde entraba o salía, era un espacio confuso, casi onírico.
El rodaje fueron tres días, pero la postproducción tomó un año entero. Lo valió completamente. Porque no solo trabajamos lo habitual, sino que también tomamos la decisión de recrear el videojuego, no usar grabación de pantalla. Necesitábamos control total. El equipo de 3D estaba en Argentina, en La Plata, así que todo fue virtual, más lento. Y lo divertido es que nunca habían estado en Santiago Centro, así que les mandábamos videos, referencias… y lo que hicieron es su interpretación del espacio. Esa distancia también le dio algo especial a la película.
¿Cómo crees que este corto puede interpelar a quien lo vea? ¿Qué crees que podría tocar o mover en la audiencia?
Cuando empezamos a desarrollar el corto, lo que más me importaba era que una pudiera conectar con la emoción de ella que es básicamente el estrés de no conseguir trabajo, de cómo se organiza el tiempo, de cómo usamos ese tiempo, esta angustia casi paranoica que, más allá de que seas gamer o no, te atraviesa igual, porque la vida misma opera como un videojuego.
Hay investigaciones sobre eso la llamada “gamificación del mundo”. Tienes puntos para comprar, puntos en el doctor, recompensas, trofeos feos, perfiles, puntajes, el capitalismo completo está armado como un sistema de juego. Entonces me interesaba que esa angustia se entendiera y que se sintiera en el cuerpo.
Hicimos un par de visionados con gente del cine, gente completamente fuera del cine, gamers y no gamers. Y pasó algo bonito: las personas que no tenían ninguna relación con los videojuegos nos decían “yo no entiendo la mecánica del juego, pero le creo a ella, conecto con ella”. Y eso era exactamente lo que queríamos: que la emoción traspasara la técnica.
En cambio, quienes sí son gamers ven mil detalles más. Cambia completamente la lectura. Quien domina Counter-Strike o los shooters sabe, por ejemplo, que normalmente se juega en equipo. Entonces aparece la pregunta: “¿por qué ella juega sola?, ¿por qué no tiene un equipo?”. Y desde ahí derivan observaciones sobre las dinámicas modifica también la interpretación del personaje.
Para mí, que existan esas diferentes lecturas es algo positivo. Es casi una técnica de investigación, porque no buscamos que la gente diga “me encantó porque se trata de esto”, sino que más bien surgen teorías. “Ustedes querían decir tal y tal cosa”. Y todas esas interpretaciones me interesan, alimentan la obra desde lugares que no habíamos previsto.
Tu corto abre conversaciones en un tiempo donde todo en internet es fugaz y disperso. Verlo implica detenerse, habitar esos 20 minutos y luego dialogar. ¿Cómo ves ese gesto político de invitar a la audiencia a completar el sentido de la obra?
Totalmente. Ese es el tipo de cine que más me interesa. Y sé que el corto tiene un ritmo que puede ser un poco intenso, pero algo que me alegra muchísimo es que, en todas las veces que lo hemos mostrado en salas, en distintos festivales, nunca nadie mira su celular. Para mí eso ya es una victoria. Me da lo mismo si lo odiaste, pero es muy difícil mirar el teléfono porque el corto te exige, te exige atención, cuerpo y presencia.
Además, tiene un trabajo sonoro del que estoy muy feliz, gracias a toda la gente que participó ahí. Para mí es un intento de volver a pensar el cine como una experiencia física, no solo intelectual. Y de ahí también viene mi gusto por el cine de terror, o por géneros que ahora se han vuelto muy populares. Porque claro, hemos tenido contenidos muy buenos, pero también muy fáciles de dejar “de fondo”, corriendo mientras haces otra cosa. Las plataformas están saturadas de series que puedes ver mientras cocinas o respondes un correo. En cambio, este corto te pide algo distinto, que estés ahí, que entres en un estado, que no puedas distraerte. Y desde ese lugar, abrir conversaciones no solo se vuelve posible, sino inevitable.
Respecto a su estreno en MUBI ¿Cómo ha sido para ti pasar de la sala de cine a la comodidad de la casa, considerando que el corto dialoga también con esa experiencia tan particular de jugar un videojuego en un espacio íntimo pero a la vez público? ¿Cómo vives ese cruce?
Es interesante, porque en general los cortometrajes siempre se ven acompañados de otros en los festivales. Nunca ves un corto solo: te lo programan junto a varios más, y a veces esa combinación es muy afortunada, sobre todo cuando alguien curó el programa y arma un pequeño ecosistema. A este corto, por ejemplo, lo han puesto en secciones de “narrativas digitales” o cosas con nombres muy rimbombantes, junto a otros dos o tres trabajos que potencian esa conversación.
Pero la verdad es que lo más común es que igual te lo programen en medio de una narrativa súper convencional, y ahí se produce una esquizofrenia rarísima. Yo siento que este corto es un poco pesado para los demás, de hecho, en los créditos le pusimos una música medio estridente justamente pensando en eso, si van a mezclarlo con otros, al menos que no pase desapercibido.
Por eso creo que, para un cortometraje, pasar a una plataforma es muy positivo. No es común que las plataformas compren cortos, y creo que deberían hacerlo mucho más. Con los niveles de desconcentración que tenemos hoy, una idea más extraña o experimental puede funcionar mejor en veinte minutos que en dos horas. Y tenerlos ahí, al alcance de un clic, permite que alguien que jamás iría a ver algo así en una sala igual pueda encontrarse con él.
Además, en una plataforma tienes la posibilidad de verlo en una pantalla decente, con un sistema de sonido que funcione bien. Subirlo a YouTube o Vimeo es otra cosa, siento que ahí queda flotando entre cuarenta mil pestañas abiertas, perdido. En cambio, en una plataforma hay un pequeño ritual, incluso desde la casa, y eso para un corto como este le viene muy bien.
¿Cómo ves ese cruce entre la exhibición más tradicional y esta forma de circulación colectiva, más accesible, que permiten las plataformas?
Yo estoy totalmente a favor de esas posibilidades. Me gusta que el cine siga existiendo en salas, que los cines grandes se atrevan con cosas raras, que haya espacios independientes, pero también me parece fundamental que existan las plataformas. Te permiten ampliar muchísimo la vida útil de una película. Uno invierte tiempo, dinero, energía, y es importante pensar estratégicamente dónde va a vivir la obra después del estreno.
Además, las plataformas generan comunidad. La gente arma listas, comparten claves, ven cosas juntas, y eso es muy bonito y también hay una curatoría que te agrupa con otras películas, te sitúa en un contexto, te conecta con públicos que quizás nunca te habrían encontrado en una sala.
Ahora que estoy viviendo en México lo veo mucho más, hay una conciencia fuerte sobre las “ventanas de exhibición”, como pensar en qué pasa en la primera, segunda, tercera ventana. No solo estrenar en un festival y listo, sino imaginar dónde va a estar tu película en cuatro años más, si alguien quiere verla. Las plataformas, en ese sentido, ayudan mucho a que las películas sigan circulando y encontrando nuevos ojos.
Pensando en el contexto político actual, en las elecciones del 14 de diciembre y en la amenaza que esto implica para las artes, incluida la existencia misma de fondos como el Audiovisual ¿cómo lees este momento? ¿Qué esperas o temes para la cultura y el cine?
Creo que estamos atrapadas en un movimiento cíclico. En Chile seguimos oscilando entre una derecha y una izquierda sin lograr imaginar otra vía. Y ese es justamente el punto ¿por qué solo dos posibilidades? Lo mismo que pregunto en el corto respecto al género por qué “hombre o mujer”, si podría haber infinitas configuraciones. Siento que políticamente estamos fallando en imaginar.
No estoy muy optimista, pero sí pienso que las crisis no llegan porque sí. Desde que estalló el 2019 esa creatividad y fuerza colectiva no desaparecieron más. Están en algún lugar.
Me preocupa también algo que casi no se discute que es la infraestructura de comunicaciones. En el proceso constitucional no se abordó qué hacemos con los data centers, con la televisión digital, con la soberanía tecnológica. Podríamos tener miles de canales, miles de espacios propios, pero no pensamos en eso. Y confío cero en que internet “siempre va a funcionar”. Me encanta internet, pero igual me descargo todo. Necesitamos convivir con múltiples tecnologías, no una sola.
Mi esperanza está en recuperar internet como espacio de resistencia y comunidad. Volver a una lógica menos centrada en consumo, influencers y algoritmos. Antes la promesa era tener tu propio sitio, tu servidor, tu pequeño mundo digital. Pienso en la posibilidad de tener inteligencias artificiales que no dependan de internet, motores propios, entrenados con las bases de datos que una quiera, incluso con la biblioteca digitalizada de tu abuela. Ahí hay un horizonte.
Pero sí, estoy preocupada. Tal vez un poco egoístamente, porque ahora vivo en México y lo miro todo con distancia, pero igualmente con temor por el futuro del cine y de la cultura en Chile.

