Cabaret Místico: Recuento de un ejercicio colectivo

  “No soy un gurú”, es una de las primeras cosas que Alejando Jodorowsky dice al subir a la tarima ubicada en el centro de un casi repleto Teatro Caupolicán, este lunes recién pasado (29 agosto 2011)

Por Cristobal Cornejo

31/08/2011

Publicado en

Artes / Salud

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“No soy un gurú”, es una de las primeras cosas que Alejando Jodorowsky dice al subir a la tarima ubicada en el centro de un casi repleto Teatro Caupolicán, este lunes recién pasado (29 agosto 2011). Su cabellera blanca brilla con los focos que la apuntan, en contraste con el riguroso negro de su traje.

 

En una suerte de taller colectivo, multitudinario, explica que dará instrucciones, detalles, técnicas, para que aprendamos de nosotros mismos.

Parte culpando a una sociedad masculina, que ha arrebatado lo femenino a la sociedad: “El mundo está como está porque es masculino, porque se corrió a patadas al dios madre”, dice, desechando de pasada milenios de tradición judeocristiana y patriarcal.

Jodorowsky parece haber diseccionado la teoría psicoanalítica, superándola por la vía del conocimiento aportado por las filosofías orientales y su propia práctica poética y amorosa, mágica y espiritual, artística e intelectual.

Como el humor es una faceta bien estudiada por el psicomago, no faltan los chistes, de los que extrae enseñanzas y reflexiones.

Tiene un segundo para hablar de política, y aunque, dice, “yo no estoy por la revolución política, sino por la re-evolución poética”, se muestra de acuerdo con las luchas estudiantiles y sociales que hoy remecen la sociedad chilena no sin criticar el fondo:

“Se lucha por una educación gratuita, y está bien, no te pueden cobrar –dice- pero una vez dentro de la Universidad, ¿para qué? –se pregunta-… ¿para aprender esa porquería de arquitectura, esa porquería de medicina?… ¿Qué Universidad enseña el lenguaje de las emociones…?”.

 

Se siente un extraño en el país, por eso habla con cuidado y suavemente. La gente aplaude espontáneamente, como lo hará muchas veces durante la sesión.

 

Improvisando, pide la participación de su hijo Adán –Adanowsky- quien interpretará en dos ocasiones temas de su repertorio, dedicados a la burla contra quienes ven todo negro y al incesto, porque “quien no ha sentido ganas de acostarse con su madre”, dice Jodorowsky.

 

Habla de mutación mental, de ir en busca del yo esencial, porque “hoy estamos en la cárcel del yo, del individuo”, “hay que llegar a la indiferencia, desprenderse de todo” –invita- en un ejercicio de meditación profunda, para recuperar la libertad, al modo en que lo hacen los monjes budistas.

 

Habla con categorías psicoanalíticas, situando nuestra jaula en la familia, la sociedad, la cultura, las palabras. Pero la herramienta de su terapia es el amor (AM: femenino, “alma” / OR: masculino, “energía receptiva”) y lo explica estrechando por unos breves instantes a una persona que sube al escenario, en los que el tiempo parece detenerse.

 

“Si tu psicoanalista hiciera esto, avanzaría cinco años de terapia, pero perdería plata. Ahí se acabó Freud”, ironiza.

 

“¿Me engañas?”, pregunta. “No”, responde su joven esposa, Pascale Montandon, a la que a invitado a subir a la tarima para ejemplificar algunas cosas.

“¿Estás conmigo por interés?”, sigue cuestionándole. “No”, responde ella segura, “Te amo, eres el amor de mi vida”. ¿Te das cuenta que soy un viejo”: “No”. “El amor es ciego, hay que aprovechar”, concluye el viejo Jodorowsky, riendo y provocando las risas y aplausos de una cada vez más entregada audiencia.

 

Entre los asistentes hay gente de todas las edades. Sin publicidad a nivel masivo, sorprende la convocatoria, organizada por su discípula en Chile, Gabriela Rodríguez (en la foto más abajo). Muchos están deseosos de participar y cada vez que el tarólogo propone ejercicios de comunicación interpersonal, el teatro se revuelve, y muchos buscan algún desconocido para aplicar la receta. Hasta a los trabajadores del teatro no pueden negarse a las invitaciones que les hacen algunas personas del público.

 

Otros miran desentendidos, toman nota o conversan.

 

A medida que caracteriza nuestro ser en el plano de las ideas, emociones, deseos y necesidades, entrega claves para potenciar energías y superar barreras. Tomo nota de varias, mi acompañante me mira con una expresión de positivo asombro a lo que respondo con una cara -que imagino- de infantil pudor.

 

Ocurre un ejercicio de matrimonio colectivo (ver video más abajo), acto simbólico donde ascendentemente el cuerpo se une a la mente. Hay una pareja de jóvenes que se ha casado tres veces con él, quien se jacta riendo de haber casado hasta a Marilyn Manson. Se casan parejas de todo tipo, de pie en sus lugares. Un gran beso, símbolo de un pacto eterno, sella el momento. “Nos vamos a acompañar en esta vida y en todas las vidas que vendrán”, dice cerrando el rito.

 

Pienso por un segundo en casarme y recuerdo a Federico Moura cantando en «¿Qué hago en Manila?”: “Todo el tiempo quiero estar enamorado / sin embargo no se donde estás / todo el tiempo quiero tenerte a mi lado / sin embargo no se quien serás “. Quizás la respuesta está muy cerca, tal vez a mi lado, como la solución que da Jodorowsky a un joven que sube a la tarima y, confundido, confiesa en secreto su problema:

“Voy a acusarte en público”, le dice luego de escuchar su confesión. “Ocurre que no tiene sexo hace mucho tiempo… ¿Qué hacer?… Debe haber muchas con tu problema. Párate en esa salida –le dice indicando una de las puertas- y espera que alguien venga a recogerte”. Entre  las galerías, tres o cuatro chicas se movilizan.

Hacia el final decenas de mujeres construyen una máquina para aliviar a los hombres tímidos. A modo de callejón, otras decenas de hombres lo atraviesan, recibiendo caricias y besos de las chicas. Un momento después son los hombres los que hacen el pasadizo.

 

Se abre una pequeña tanda de preguntas: “¿Cuál es el modo de liberarme de las culpas”, “¿Cómo desarrollamos la creatividad”, “De dónde vienen las fobias”, “¿Cómo puedo recuperar mi aura que está rota”, es el tipo de preguntas.

 

“Compra tres docenas de huevos y reviéntalos en tu cabeza. Cuando estés llena de ese líquido viscoso, por todo tu cuerpo, sal a la calle y pide a alguien que te abrace. Si te abrazan, recuperas tu aura”, le responde Jodorowsky, en una más de sus propuestas psicomágicas, actos poéticos cargados de un poder curativo si quien los realiza, así lo quiere.

 

Sorprende -y a ratos perturba- el influjo del maestro, aunque él intente rechazar el rol, otorgándoselo a los presentes. Hay un aire de ceremonia cuasi-religiosa, que es rito, pero que no puedo separar de años de visiones de profetas, pastores, curas. Impresiona la confianza, cierto fanatismo demostrado en las actitudes de los asistentes. Intento conciliar mi formación materialista con el espiritualismo místico de este multifacético.

 

Lo consigo a medias, aunque concuerdo en que la superación implica un cambio de paradigm interior. Mal que mal, estoy seguro que la revolución social conlleva necesariamente y simultáneamente un cambio en nuestras estructuras mentales, energéticas, en la forma de relacionarse, ya no como cosas, sino como seres humanos de inmensa potencia, tanto a nivel individual como colectivo.

 

Luego de dos horas y media, se da por finalizada la sesión. Muchas preguntas quedan sin responder en la cabeza de los asistentes. Caminamos por San Diego, evitando comentar con urgencia los alcances de la experiencia. Hemos aprendido algunas lecciones, ya habrá tiempo para ponerlas en práctica.

+ INFO: Plano creativo, psicomagia

Por Cristóbal Cornejo

El Ciudadano

 


 

 

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