Cuentos Ciudadanos: «¿Qué sabe Peter Holder de amor?» de Vladimir Rivera Órdenes

Vladimir Rivera nace en Parral, sur de Chile

Por Francisco Ide

21/02/2017

Publicado en

Artes / Cuentos / Letras / Literatura

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Vladimir Rivera nace en Parral, sur de Chile. Fue guionista de GEN MISHIMA, una serie hoy de culto y de otros proyectos para televisión y cine. Escribió el libro de cuentos QUÉ SABE PETER HOLDER DE AMOR, por la editorial Chancacazo, el libro infantil EL GATO QUE NOS ILUMINA por la editorial Planeta y prepara su primer largometraje TALCA, PARÍS Y LONDRES.

Lo dejamos con su relato «¿Qué sabe Peter Holder de amor?», que pertenece al libro homónimo. El relato es una ficción inspirada libremente en la realidad que se vivía en Colonia Dignidad.

quesabepeterholderdeamor

 

¿Qué sabe Peter Holder de amor?

 

Franz Bär escapó desde la Sociedad Benefactora Solidaridad a principios de milenio, junto con Rebecca Schneider. Antes de partir miró el campo por un momento y lo que para él había sido oscuridad durante 40 años de su vida, hoy, lo veía brillar. No pudo evitar recordar los días de canícula cerca de Parral, ni esa neblina espesa de los meses de invierno ni menos las rosas de metal que algún día plantaría con el tío Sobreviviente.

—No mires pa’trás —le recomendó Rebeca Schneider.

El cielo parecía incendiarse.

El tío Sobreviviente lo sostuvo de la mano y lo condujo por los angostos pasillos del comedor de los varones, mientras los demás niños terminaban de cenar. Franz Bär estaba irritable, ese día había trabajado más que nunca. La cosecha de arroz había sido abundante, además, había conducido el carro, lo cual lo llenaba de orgullo pues eran menesteres propios de los mayores; pero Franz siempre se vio mayor de la edad que realmente tenía. Sin embargo, estaba agotado. Carlos Möller lo acompañó toda la tarde en las labores y fue el primero en avisarle que el tío Sobreviviente lo había estado vigilando durante la tarde. Franz Bär se secó el sudor con la manga de la camisa y le dijo a Carlos Möller: «No creo…», y rápidamente retomó sus labores con mayor ímpetu. No quería pensar en nada más que en el trabajo.

En la hora de la cena, el tío Sobreviviente se paseó por el comedor mientras los muchachos comían en silencio. Recorrió todas las hileras hasta que llegó a la mesa de Franz Bär.

—¿Has visto las rosas de metal, Franz?

El muchacho apenas susurró un «No, señor». Peter Holder, quien estaba un poco más allá, lo ojeó con ira.

—Dicen que las rosas de metal crecen cada mil años, ¿sabes cuánto tiempo es mil años, Franz?

—No, señor —murmuró nuevamente el muchacho, mientras trataba de imaginar cuánto tiempo es mil años.

Un poco más allá, Peter Holder dejó caer su bandeja. El tío Sobreviviente lo miró con ternura. Caminó en dirección al otro muchacho y lo ayudó a levantar los restos de la merienda.

¿Sabes cuánto tiempo es mil años, pequeño Peter Holder?

Franz se recostó en su camarote. La luz del farol entraba por los ventanales. El silencio lo cubría todo. Se giró en dirección a Carlos Möller, pero éste dormía. Se incorporó sigilosamente hacia la ventana y se quedó viendo el exterior. En la sección de mujeres, una chica con pañuelo rojo, al parecer, tampoco podía dormir. Sus miradas cruzaron el amplio pabellón y se encontraron. Ella levantó la mano y lo saludó. El muchacho esbozó una tibia sonrisa, imperceptible a la distancia en la cual ambos estaban. Al rato, se encendieron las luces y Franz se ocultó bajo las sábanas y esperó que el guardia diera la ronda. Bajo las sábanas, contempló sus manos, las sintió duras, como de piedra. Durmió.

Franz Bär se limpió la boca con la servilleta y siguió tras el tío. Antes de salir al pasillo notó la mirada de Carlos Möller como diciéndole «te avisé». En la habitación, el tío le sirvió un jugo de framberry, que Franz bebió con premura. Se miraron por un momento, Franz bajó la vista y se sonrojó, pensó «¿por qué me mira así?», y su corazón comenzó a latir fuertemente. De pronto, el tío sacó una pequeña caja envuelta en papel de regalo.

—¿Sabes, Franz? —hizo una pausa—, ¿sabes qué guardó aquí?

Franz negó con la cabeza. El tío sonreía.

—Una rosa de metal de este paraíso límbico…

Franz no entendió a qué se refería. El tío sonrió nuevamente y le sostuvo el rostro. Tenía la mano tibia. Se sentó junto al pequeño Franz y le rozó su rodilla.

—Las rosas de metal son flores escazas, no sólo crecen cada mil años, sino que además en lugares que nunca imaginaste. Un día allá en Troisdorf soñé que crecían en Parral. Fui a la biblioteca de mi escuela, consulté el mapa y después de tres meses logré encontrar donde quedaba Parral. Cuando tenía tu edad, me despedí de mis padres y marché.

El tío le acarició la espalda y le dijo—: ¡Qué fuerte brazos tienes muchacho!—. Y, acto seguido, agregó—: ¿Te gusta trabajar, Franz?

El muchacho asintió. La calor le subió por la espalda.

—Un marinero español de nombre Aniceto Órdenes, me dijo que había visto una flor de metal en Argentina… pero me dijo que allá eran escasas. En la noche, mientras dormía logré ver entre sus ropas una flor de metal, pequeña, brillante como una bala de plata. Podías ver la luz de la luna reflejada ahí. Urdí un plan y se la arrebaté. Sin embargo…

Los ojos de Franz Bär estaban abiertos de par en par, atentos al relato.

—Sin embargo —continuó el tío Sobreviviente—, las flores cuando son robadas se desvanecen en tus manos, se vuelven ríos, se vuelven lágrimas. Si quieres una flor, debes luchar por ella.

Luego, el tío guardó silencio, casi como si estuviese recordando con dolor el hecho. Franz miró instintivamente la caja y supuso que dentro habría una flor de metal de mil años.

—¿Tienes sueño, pequeño Franz?

—Sí, señor- musitó, tímido, el hijo menor de la familia Bär.

—Descansa, sohn, mañana te cuento cómo conseguí mi pequeña flor de metal.

Diez minutos después ambos estaban durmiendo. El tío Sobreviviente lo abrazaba, apretando con sus brazos el pecho impúber. Franz Bär estaba cansado y en la mañana debía continuar con la faena. Antes de cerrar sus ojos, miró a través de la ventana, vio las sombras de los árboles moverse. Esa noche soñó con un campo de flores.

En la mañana, mientras desayunaba, Peter Holder se le acercó. El muchacho aun no le llegaba ni al hombro a Franz Bär y, con odio, con rencor, le espetó:

—No te acerques nunca más a él…, yo lo amo.

Los muchachos de la cuadrilla esperaron atentos la reacción de Franz. El tío Hugo Bauer los miraba desde lejos, vigilante. Franz giró para seguir en su fila. «¿El amor?», pensó el muchacho y esa frase comenzó a quemarle las entrañas, como si fuesen hormigas de fuego, que los insecticidas no son capaces de matar. Franz se sentó a desayunar. Afuera hacía una calor infernal. Franz se limitó a sonreír ante la advertencia de Peter Holder.

El grupo de varones se dirigió al campo. Debían terminar con la maquila antes de que comenzase el otoño. Franz comenzó a trabajar, un poco más allá Peter Holder cogió su rastrillo e hizo lo mismo.

—Ey, Franz, de seguro tienes manos de gallina.

Carlos Möller le susurró al pequeño Franz—: «No te preocupes, sólo tienes que ser un buen trabajador y de seguro te elige a ti».

Peter y Franz se miraron y, como un acto de guerra, iniciaron sus faenas. Ambos decidieron saltarse la hora de almuerzo. Ninguno quería ceder su lugar. Los demás muchachos los miraban con algo de asombro. Cerca de las tres, Carlos Möller le ofreció un poco de agua a Franz Bär, pero éste, al ver a que Peter Holder no cesaba de trabajar, prefirió no aceptarla. A las 4 llegó el tío Hugo Bauer, quien mirando a los muchachos, exclamó—: «Estos dos están locos».

Ninguno de los chicos quiso ir a la merienda de las 5. Cerca de la 6 de la tarde, Peter cayó sobre el arroz. Franz lo miró de soslayo y quiso ir en su ayuda, pero Peter se incorporó prontamente. Sangraba por sus narices. Al rato, sonó la campana del aviso de “cura”, y todos los muchachos corrieron a esconderse en los domos instalados en el camino, salvo Franz y Peter, quienes siguieron trabajando. Segundos después, sobrevoló una avioneta arrojando líquido insecticida por toda la plantación. Ambos muchachos quedaron empapados. Franz no quiso mirar a Peter, pero lo imaginó derritiéndose como un caracol al sol. Por un momento se quedó quieto solo para escuchar el sonido de la respiración de Peter y, entre las gotas de su propio sudor, pudo distinguir la sombra de Peter moverse entre las espigas.

A las 11, llegó la camioneta del tío Sobreviviente. Se estacionó en un alto, cerca de una noria. Desde ahí podía ver a los dos muchachos. Los demás chicos miraban desde los ventanales del dormitorio. El tío Sobreviviente auscultó el campo oscuro de arroz que, iluminado por la luna llena, parecía brillar y, entonces, comprendió que era una lucha, una batalla. Carlos Möller, quien no era creyente, rezó por Franz, por su vida. Cerraba sus ojos y prometía ser una buena persona.

De pronto, el tío gritó un nombre, un solo nombre que retumbó por los cuatro vientos.

Franz cerró los ojos y enterró su horqueta. Peter apenas hizo un gesto. Carlos Möller abrió los ojos y corrió a la ventana y sintió que todo se detenía.

Peter dejó caer una pequeña lágrima. Franz simuló que no escuchaba y siguió trabajando. No quiso levantar la vista, pero sintió los pasos de Peter alejarse, lentamente, como el guerrero que mató a los dioses y ahora vuelve a casa a cenar con la familia.

Cerca de las cinco de la mañana, la palma de la mano derecha del joven Franz Bär comenzó a sangrar. Rompió su camisa y se amarró un tabique. A las 7 de la tarde del día siguiente cayó sobre un montón de arroz apiñado.

Antes de escapar de la Sociedad Benefactora, Franz Bär le susurró, suave como es su costumbre, a Rebecca Schneider—: «¿Qué sabe Peter Holder de amor? ».

—¿Qué dijiste, Franz?

—Nada, Rebeca Schneider.

Ella miró el brillo lejano de la carretera y cubrió sus ojos.

—El camino brilla como si fuera de plata —dijo ella.

Franz aguzó su mirada y emitió un silencioso «sí».

—¡Hace calor! —exclamó ella.

«Ni tanta» —respondió mecánicamente Franz Bär, y tomó del brazo a Rebecca y la condujo, suave y lento, camino a la carretera.

Ella se limitó a sostener su pañuelo rojo.


Vladimir Rivera nace en Parral, sur de Chile. Fue guionista de GEN MISHIMA, serie de ciencia ficción, nominada al Premio Altazor  por Mejor Guión. También es el co-guionista de la serie DIVINO TESOROVOLVER A MÍ (Canal 13) siendo nominado en la categoría mejor guión en los premios Altazor. Escribe la serie VIDA POR VIDA (Canal 13) 12 AÑOS QUE ESTREMECIERON CHILE (Chilevisión). Actualmente se graba la segunda parte de MINERO, una serie regional. Co-escribe el guión del largometraje VENTANA, co producción chileno-argentina, dirigida por Rodrigo Susarte con muestras en festivales de Nueva York y Hamburgo. El año 2013 obtiene el Premio al mejor libro de cuentos publicados con su texto QUE SABE PETER HOLDER DE AMOR, entregado por el Fondo del libro y la Lectura. Escribió también la miniserie ZAMUDIO, Perdidos en la noche, TVN 2015, nominada a mejor serie a nivel mundial en el festival de Biarritz, Francia. En el 2016 el libro infantil EL GATO QUE NOS ILUMINA, por editorial Planeta.  Actualmente está terminado su primer largometraje TALCA, PARÌS Y LONDRES, próximo a estrenarse.

Actualmente es docente de cine en la Universidad de Chile, Universidad del Desarrollo e Instituto Arcos y Asesor en la Residencia de Guiones de la Ciudad de Valdivia.

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