Cultura

Informe sobre el pintor ciego

Sábato fue un artista de una calidad excelente indiscutible. Formado en la lectura de Woolf, Dostoievsky y Kafka, buscó la universalidad del arte en la tragedia humana. Sin embargo, el escritor pocas veces logró divorciarse del hombre de carne y hueso, con lo cual, su vida fue casi siempre una fuente de dolor, el mismo sentimiento que hacia los últimos años de su vida lo llevó a agarrar los pinceles para convertirse, también en pintor, ahora ciego.

Por Lucio V. Pinedo

10/05/2016

Publicado en

Argentina / Artes / Artes Visuales / Cultura

0 0


Sabato8

Autorretrato

«Ahora que me estoy quedando ciego y no puedo leer, me he dedicado a la pintura», dijo Ernesto Sábato, en un reportaje a principios de los años ochenta. El pintor ciego, pues, era uno de los personajes que creó en el último tercio de su larguísima vida. El rubro de escritor ciego estaba ocupado, y para colmo era ciego de verdad, no había forma de competir. Curiosamente, el tema de la nunca comprobada ceguera siempre venía a colación de su actividad como pintor. Más que un desafío parecía una disculpa: pinto así porque soy ciego.

No le faltó difusión, ni lugares donde exponer. El Museo de Bellas Artes (gestión Glusberg) adquirió un cuadro para su colección de arte argentino. La primera muestra la hizo, nada menos, en el Centro Pompidou de París en 1989.

Por supuesto que él no quería exponer, siempre fue contra su voluntad. Fue obligado por amigos y familiares que milagrosamente evitaron que quemara sus pinturas. Su modestia y autocrítica sin igual pudieron habernos librado de sus visiones, pero el morboso sadismo de sus amigos fue más fuerte, por suerte.

En la exposición que llevó a cabo en una galería de Madrid, también «arrastrado por amigos españoles», Sábato que vivía justificándose, escribió para la ocasión unos párrafos explicando esa vocación tardía por el arte plástico.

La pintura fue mi primera pasión, desde la niñez, cuando aún no sabía leer ni escribir. Pero al comenzar el colegio secundario, ya en la adolescencia, empecé a describir, torpemente, pesadillas y alucinaciones que sufrí en aquel período desdichado. Felizmente, las destruí cuando tuve más conciencia.

Para su desgracia (y nuestra momentánea felicidad), las matemáticas, la militancia y, finalmente, la literatura lo distrajeron de su vocación pictórica. No fue suficiente conocer a los surrealistas en la década del treinta, ni ser amigo en París de Matta y Wilfredo Lam para decidir a tomar los pinceles. Siempre había algo que torcía su camino para alejarlo del atelier.

Sea como haya sido, en mi contradictoria y tumultuosa existencia, la literatura se fue imponiendo porque mis crisis espirituales, psicológicas y políticas exigían ya palabras e ideas aunque fueran ideas encarnadas en violentas pasiones.

Hasta que por fin el destino, que es caprichoso, y en su caso también amargo, lo puso en la situación que le permitiría volver a su primer amor.

En 1979 un oculista me detectó una enfermedad irreversible en los ojos, que podía llevarme a la ceguera si seguía leyendo y escribiendo, excepto en dosis que el llamó «homeopáticas». Se quedó perplejo al no advertir en mi cara la expresión del desastre. «Yo sé porqué», me límite a comentarle, mientras pensaba que desde ese momento podría pintar sin la sensación de estar perdiendo el tiempo que me exigía la pintura.

En algún libro escribí que uno lucha contra el destino y a menudo, finalmente, el destino tenía razón. Porque esa enfermedad, que no me impedía lo que la pequeña letra hacía imposible, me permitió dedicar esta última etapa de mi vida a lo que de chiquitín me había misteriosamente subyugado, quizá porque permite revelar el mundo misterioso de la inconsciencia, más profunda y verdaderamente que la literatura. De otro modo, habría muerto con una enorme frustración.

Ahora que podría perder el tiempo sin culpa, de su paleta de gama baja, comenzaron a salir los seres contrahechos, retorcidos de conflictos y hepatitis, que se supone eran los fantasmas del escritor dolorido por las miserias humanas.
No fue un pintor prolífico, siempre se vieron una y otra vez los mismos retratos de Kafka y Dostoievski, más algunos autorretratos y unas fantasías que parecen malas ilustraciones para Drácula. De todas maneras, cada vez que le hicieron una nota en su casa se sacó fotos en el taller junto a sus cuadros y pinceles.

Ernesto Sábato 2

Autorretrato

La mente de Sábato parece que hubiera funcionado conectada a una central del pensamiento y la moral políticamente correcta de izquierdas. En cada momento de su vida pública representó el papel de cisterna del dolor humano. El rol que había elegido era el de una especie de Albert Camus que nunca se decidió a suicidarse, pero ante la debacle de la humanidad asumía su padecimiento. Hasta su rostro se había transformado en una máscara del dolor.

Todo lo hacía tan obvio, como la vez que abrió su biblioteca al barrio de Santos Lugares, hace unos diez años, y dijo que tenía 4000 libros… y aclaró: «todos leídos».

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones

Comparte ✌️

Comenta 💬