Octavio Paz, y la vida va

En 1945, tenía 31 años

Por Lucio V. Pinedo

17/04/2016

Publicado en

Artes / Cultura / Literatura

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En 1945, tenía 31 años. Vivía en San Francisco y combinaba sus ambiciones poéticas con el trabajo burocrático en el Servicio Exterior Mexicano. A esa época pertenece «La vida sencilla», un poema de extensión media, escrito en endecasílabos, que como su título lo anuncia, tiene como tema fundamental la vida.

 

Llamar al pan el pan y que aparezca
sobre el mantel el pan de cada día;
darle al sudor lo suyo y darle al sueño
y al breve paraíso y al infierno
y al cuerpo y al minuto lo que piden;
reír como el mar ríe, el viento ríe,
sin que la risa suene a vidrios rotos;
beber y en la embriaguez asir la vida,
bailar el baile sin perder el paso,
tocar la mano de un desconocido
en un día de piedra y agonía
y que esa mano tenga la firmeza
que no tuvo la mano del amigo;

 

Biográficamente es importante mencionar que en ese año se cumplieron diez de la muerte trágica del padre de Paz, atropellado por un tranvía a causa de su ebriedad. La coincidencia entre dicho aniversario y la escritura del poema no es solo anecdótica, puesto que Paz supo transformar esa experiencia dolorosa en una obra que se sostiene por sí misma, en la cual podemos deternernos en busca de algo tan enigmático como el «sentido de la vida».

El poema podría leerse como un agregado a la vasta tradición del carpe diem, ese «aprovecha el día» que desde la Antigüedad clásica ha sido un motivo poético para instarnos a agotar nuestra vida, a consumir para nuestro beneficio cada uno de sus minutos, entre otras razones, porque no sabemos con certeza si tendremos un mañana. Lo esperamos, pero no lo sabemos. En el poema de Paz hay un llamado parecido, pero desde la oposición entre vida y muerte, lo cual da al carpe diem un poco más de profundidad, de peso existencial incluso, pues no se trata solo de aprovechar nuestros días, sino sobre todo de disfrutar la vida, esa que está hecha de pan y baile, aunque también de soledad y dolor.

 

probar la soledad sin que el vinagre
haga torcer mi boca, ni repita
mis muecas el espejo, ni el silencio
se erice con los dientes que rechinan:
estas cuatro paredes —papel, yeso,
alfombra rala y foco amarillento—
no son aún el prometido infierno;
que no me duela más aquel deseo,
helado por el miedo, llaga fría,
quemadura de labios no besados:
el agua clara nunca se detiene
y hay frutas que se caen de maduras;

Por estos contrastes, «La vida sencilla» está también cercano a otra tradición poética, la vertiente barroca del Siglo de Oro español. Como Góngora y Sor Juana, Paz celebra la vida, porque no puede dejar de recordar que al reverso se encuentra la muerte, el «polvo» con el que casi finaliza el poema y que en el verso se encuentra a cada lado de los «frutos» de la vida:

pelear por la vida de los vivos,
dar la vida a los vivos, a la vida,
y enterrar a los muertos y olvidarlos
como la tierra los olvida: en frutos…
Y que a la hora de mi muerte logre
morir como los hombres y me alcance
el perdón y la vida perdurable
del polvo, de los frutos, y del polvo.

«Polvo» que proviene directamente de dos de los versos más conocidos de los poetas mencionados:

…En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada (Góngora).

…es cadáver, es polvo, es sombra, es nada (Sor Juana).

Sin embargo, a diferencia de esa tradición, Paz abandonó la gravedad y la solemnidad para entregarse a las cosas simples. Ante la opción de apremiarnos para gozar de la vida o recordarnos que moriremos, el poeta prefiere asirse de lo elemental y encontrar ahí la razón para vivir: «saber partir el pan y repartirlo».

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